Authors: John Scalzi
* * *
Solté el PDA, me dirigí al lavabo del camarote, y contemplé mi nuevo rostro en el espejo.
Era imposible ignorar los ojos. Mi antiguo cuerpo tenía ojos marrones: marrón oscuro, pero con interesantes motas doradas. Kathy solía decirme que había leído que las motitas de color en el iris no eran más que tejido graso adicional. Así que yo tenía unos ojos gordos.
Si aquellos ojos eran gordos, éstos eran decididamente obesos. Eran dorados desde la pupila hacia el borde, donde viraban hacia el verde. El final del iris era de un profundo esmeralda; punzadas de ese color corrían hacia las pupilas, que en sí eran hendidas, estrechadas en ese momento por la luz que procedía directamente del espejo. Apagué esa luz y también la luz del techo; la única iluminación de la habitación era la pequeña pantalla del PDA.
Mis antiguos ojos nunca habrían podido distinguirla. Mis nuevos ojos tardaron un momento en ajustarse. La habitación estaba innegablemente a oscuras, pero yo podía distinguir todos los objetos con claridad. Volví al espejo y miré: ahora tenía los ojos dilatados como si hubiera tomado belladona. Volví a encender la luz del lavabo y vi cómo mis pupilas se contraían a sorprendente velocidad.
Me quité la ropa y eché un primer vistazo real a mi nuevo cuerpo. Mi primera impresión resultó ser correcta: a falta de término mejor, estaba hecho un cachas. Me pasé la mano por el pecho y el estómago, liso como una tabla. Nunca había sido así de atlético en toda mi vida. No tenía ni idea de cómo habían conseguido hacer que mi nuevo yo estuviera tan en forma. Me pregunté cuánto tiempo pasaría hasta volver a adquirir la forma regordeta que había tenido durante mis veintitantos años reales. Entonces me pregunté, dado lo mucho que habían trasteado con el ADN de mi cuerpo, si era posible siquiera engordar. Esperé que no. Me gustaba mi nuevo yo.
Oh, y era enteramente lampiño de pestañas para abajo.
Quiero decir
lampiño
de verdad: ni un pelo en ninguna parte. Brazos pelados, piernas peladas, espalda pelada (no es que yo no la tuviera pelada antes, ejem), partes privadas peladas. Me froté la barbilla para ver si había rastro de barba. Lisa como el culito de un bebé. O como mi propio culo, ahora. Me miré el paquete; para ser sincero, sin pelo parecía un poco mustio. El pelo de mi cabeza era tupido, pero de un castaño corriente. Eso no había cambiado mucho desde mi anterior encarnación.
Me coloqué la mano ante la cara para mirar el tono de piel. Era verde claro, no chillón, lo cual era bueno; no creo que hubiera podido soportar ser verde fosforito. La piel tenía un tono uniforme en todo el cuerpo, aunque mis pezones y la punta de mi pene eran ligeramente más oscuros. Básicamente, parecía tener el mismo contraste de colores que antes, sólo que en un tono distinto. Una cosa que sí advertí, sin embargo, es que se me notaban más las venas, que eran grisáceas. Sospecho que el color que tenga la SangreSabia ™ (fuera lo que fuese eso en realidad), no era rojo sangre. Volví a vestirme.
Mi PDA sonó. Lo miré. Tenía un mensaje en espera.
Ahora tiene acceso a su sistema informático CerebroAmigo™
—decía—.
¿Le gustaría activarlo en este momento?
Había botones en la pantalla para SÍ y para NO. Elegí SÍ.
De repente, una voz rica, grave y tranquilizadora surgió de ninguna parte. Casi salí despedido de mi nueva piel verde.
:::¡Hola!
—dijo—.
¡Estás interactuando con tu ordenador interno CerebroAmigo, con la Interfaz Adaptativa Asistencial! ¡No te alarmes! Gracias a la integración CerebroAmigo, la voz que ahora oyes está siendo generada directamente a los centros auditivos de tu cerebro.
«Magnífico —pensé—. Ahora tengo otra voz dentro de mi cabeza.»
:::Después de esta breve sesión introductoria, puedes desconectar la voz en cualquier momento. Comenzaremos con algunas opciones que puedes elegir respondiendo «sí» o «no». En este punto, a tu CerebroAmigo le gustaría que dijeras «sí» y «no» cuando se te indique, para que así pueda aprender a reconocer esta respuesta. Así que, cuando estés preparado, di por favor la palabra «sí». Puedes decirla cuando quieras.
La voz se detuvo. Yo vacilé, un poco aturdido.
:::Por favor, di «sí» ahora
—repitió la voz.
—¡Sí! —dije, un poco sobresaltado.
:::Gracias por decir «sí». Ahora, por favor, di «no».
—No —obedecí, y durante un instante me pregunté si el CerebroAmigo™ pensaría que estaba diciendo «no» a su petición, se enfadaría y freiría mi cerebro en sus propios jugos.
:::Gracias por decir «no»
—expresó la voz, demostrando que era un poco literal—.
A medida que progresemos, descubrirás que, con el tiempo no necesitarás verbalizar estas órdenes para que tu CerebroAmigo responda a ellas. En este momento tienes la opción de continuar en audio o bien de pasar a una interfaz de texto. ¿Preferirías pasar ahora a una interfaz de texto?
—Dios, sí —dije.
:::Ahora continuaremos con una interfaz de texto
—y una línea de texto flotó directamente ante mi línea de visión. El texto quedaba perfectamente contrastado contra lo que yo estaba mirando. Moví la cabeza, y el texto permaneció justo en el centro, y su contraste cambió para que siguiera siendo perfectamente legible en todo momento. La leche.
»
Se recomienda que, durante tu sesión inicial, permanezcas sentado para evitar hacerte daño
—escribió el CerebroAmigo—.
Por favor, siéntate ahora.
—Me senté.
»
Durante tus sesiones iniciales con tu CerebroAmigo™, te resultará más fácil comunicarte verbalizando. Para ayudar al CerebroAmigo™ a comprender tus preguntas, le enseñaremos ahora a comprender tu voz mientras habla. Por favor, pronuncia los siguientes fonemas.
En mi campo de visión se desplegó una lista de fonemas. Los leí de derecha a izquierda. El CerebroAmigo me pidió pronunciar una serie de frases cortas. Lo hice.
»
Gracias
—escribió el CerebroAmigo—.
Tu CerebroAmigo™ podrá seguir ahora indicaciones por el sonido de tu voz. ¿Te gustaría personalizar ahora tu CerebroAmigo™?
—Sí —respondí.
:::Muchos usuarios de CerebroAmigo™ encuentran útil darle un nombre a su CerebroAmigo™ aparte de CerebroAmigo™. ¿Te gustaría ponerle un nombre a tu CerebroAmigo™ en este momento?
—Sí.
:::Por favor, pronuncia el nombre que te gustaría darle a tu CerebroAmigo™.
—«Gilipollas» —contesté.
:::Has seleccionado «Gilipollas»
—escribió el CerebroAmigo, y hay que reconocerle que lo escribió correctamente—.
Ten en cuenta que muchos reclutas han seleccionado ese nombre para su CerebroAmigo™. ¿Te gustaría elegir un nombre distinto?
—No —dije, y me enorgullecí de que muchos de mis compañeros reclutas también pensaran lo mismo sobre su CerebroAmigo.
:::Tu CerebroAmigo™ es ahora Gilipollas
—escribió el CerebroAmigo—.
Puedes cambiar este nombre en el futuro si quieres. Ahora debes elegir una frase de acceso para activar a Gilipollas. Por favor, escoge una frase corta. Gilipollas sugiere «Activa Gilipollas», pero puedes elegir otra. Por favor, di ahora tu frase de activación.
—«Hola, Gilipollas» —dije.
:::Has elegido «Hola, Gilipollas». Por favor, vuelve a decirlo para confirmarlo.
Lo hice. Entonces me pidió que eligiera una frase de desactivación. Elegí (naturalmente): «Lárgate, Gilipollas.»
:::¿Te gustaría que Gilipollas se refiriera a sí mismo en primera persona?
—Por supuesto —confirmé.
:::Soy Gilipollas.
—Pues claro que lo eres.
:::Espero tu lista de órdenes o preguntas.
—¿Eres inteligente? —pregunté.
:::Estoy equipado con un procesador natural de lenguaje y otros sistemas para comprender preguntas y comentarios y proporcionar respuestas, lo cual da a menudo la apariencia de inteligencia, sobre todo cuando se conecta con grandes redes informáticas. Sin embargo, los sistemas CerebroAmigo™ no son en sí mismos inteligentes. Por ejemplo, esto es una respuesta automática a una pregunta que se formula a menudo.
—¿Cómo me comprendes?
:::En esta etapa estoy respondiendo a tu voz
—escribió Gilipollas—.
Mientras hablas estoy monitorizando tu cerebro y aprendiendo cómo se activa cuando deseas comunicarte conmigo. Con el tiempo, podré comprenderte sin que necesites hablar. Y, con el tiempo, tal vez tú aprendas a usarme sin pistas visuales o audibles conscientes.
—¿Qué haces? —pregunté.
:::Tengo una gama de habilidades. ¿Te gustaría ver una lista comprimida?
—Por favor.
Una enorme lista apareció ante mis ojos.
:::Para ver una lista de subcategorias, por favor selecciona una categoría superior y di «Expande [categoría]». Para realizar una acción, por favor di «Abre [categoría]».
Leí la lista. Al parecer, había muy poco que Gilipollas no pudiera hacer. Podía enviar mensajes a otros reclutas. Podía descargar informes. Podía reproducir música o vídeo. Podía proporcionar juegos. Podía recuperar cualquier documento de un sistema. Podía almacenar cantidades increíbles de datos. Podía realizar cálculos complejos. Podía diagnosticar males físicos y ofrecer sugerencias para curas. Podía crear una red local entre un grupo elegido de otros usuarios de CerebroAmigo. Podía facilitar traducciones instantáneas de cientos de lenguajes humanos y alienígenas. Podía incluso proporcionar información del campo de visión de cualquier otro usuario de CerebroAmigo. Conecté esta opción. Apenas me reconocía ya a mí mismo; dudaba poder reconocer a ninguno de los otros Vejestorios. En general, Gilipollas era algo bastante útil que tener dentro del cerebro.
Oí que llamaban a la puerta. Alcé la cabeza.
—Eh, Gilipollas —dije—. ¿Qué hora es?
:::Ahora son las 1200
—escribió. Me había pasado más de noventa minutos jugueteando con él. Bueno, ya había bastante; estaba listo para ver a gente real.
—Lárgate, Gilipollas —ordené.
:::Adiós
—escribió él. El texto desapareció en cuanto lo leí.
Llamaron de nuevo a la puerta. Me acerqué a abrirla. Supuse que sería Harry, me pregunté que aspecto tendría.
Era una morenaza de impresión con piel verde (oliva) oscuro y unas piernas que llegaban al cielo.
—Tú no eres Harry —constaté, increíblemente estúpido.
La morena me miró de arriba abajo.
—¿John? —preguntó al fin.
Me quedé en blanco mirando durante un segundo, y la reconocí entonces justo antes de que su identificación flotara como un espectro ante mis ojos.
—Jesse —dije.
Ella asintió. Yo seguí mirándola. Abrí la boca para decir algo, pero ella me agarró la cabeza y me besó con tal ímpetu que retrocedí hasta mi habitación. Jesse consiguió cerrar la puerta con el pie mientras caíamos al suelo. Estaba impresionado.
Había olvidado lo fácil que es para un hombre joven tener una erección.
Había olvidado también cuántas veces puede conseguir una erección un hombre joven.
—No me malinterpretes, John —dijo Jesse, tendida sobre mí después de la tercera (!) vez—, en realidad no me siento atraída por ti.
—Gracias a Dios —repliqué—. Si lo estuvieras, ahora mismo yo no sería más que un muñón.
—Entiéndelo —empezó Jesse—. Me gustas. Incluso antes del —indicó con la mano su cuerpo, tratando de describir lo que había pasado con él—, del
cambio.
Eres inteligente, simpático y gracioso. Un buen amigo.
—Aja. ¿Sabes, Jesse? Normalmente el discursito de «seamos amigos» se utilizaba para
prevenir
el sexo.
—Bueno, lo que quiero es que no te hagas ilusiones por esto.
—Lo que me parece es que hemos sido transportados mágicamente a un cuerpo de veinte años y estábamos tan excitados que teníamos que follar salvajemente con la primera persona que viéramos.
Jesse me miró durante un segundo, luego se echó a reír.
—¡Sí! Exactamente. Aunque en mi caso ha sido con la
segunda
persona que he visto. Tengo una compañera de habitación, ya sabes.
—¿Sí? ¿Cómo es Maggie?
—Oh, Dios mío —dijo Jesse—. Hace que yo parezca una ballena varada, John.
Pasé las manos por sus costados.
—Pues esta ballena es muy hermosa, Jesse.
—¡Lo sé! —exclamó ella, y se sentó de repente, a horcajadas sobre mí. Alzó las manos y las cruzó tras su cabeza, realzando así sus pechos, maravillosamente firmes y plenos. Sentí el interior de sus muslos irradiando calor mientras sus piernas rodeaban mi torso. Sabía que, aunque no tenía una erección en ese mismo momento, una venía de camino—. Mírame —dijo, algo innecesario, porque yo no le había quitado los ojos de encima desde que se sentó—. Tengo un aspecto fabuloso. No lo digo por ser vanidosa. Nunca fui así en la vida real. Ni de lejos.
—Me resulta difícil de creer.
Ella se agarró los pechos y me apuntó con los pezones a la cara.
—¿Los ves? —dijo, y sacudió el izquierdo—. En la vida real, éste era una talla más pequeño que este otro, y aun así seguía siendo demasiado grande. Desde la pubertad, siempre padecí de dolores de espalda. Y creo que los tuve firmes durante una semana cuando tenía trece años. Como mucho.
Me cogió las manos y las colocó sobre su vientre plano y perfecto.
—Tampoco tuve uno de éstos —dijo—. Siempre tuve barriguita, incluso antes de tener bebés. Después de dos hijos, bueno, digamos que si alguna vez hubiera tenido un tercero, se habría encontrado un dúplex aquí dentro.
Deslicé las manos tras ella y la agarré por el culo.
—¿Y esto?
—Todo un pandero —dijo Jesse, y se echó a reír—. Era una chica grande, amigo mío.
—Ser grande no es ningún crimen —contesté—. Kathy también era grandota. Me gustaba igual.
—No tuve ningún problema en su momento —dijo ella—. Las cosas del cuerpo son tonterías. Pero por otro lado, ahora no me cambiaría. —Se pasó las manos por el cuerpo, provocativamente—. ¡Soy tan
sexy
! —Y con eso, soltó una risita y sacudió la cabeza. Me eché a reír con ella.