La voz de los muertos (16 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
6.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ender cambió al Stark; no estaba seguro de saber decir algo más complejo en portugués.

—Dime, árbitro, ¿es justo dejar que un extraño se guie sin ayuda?

—¿Extraño? ¿Quiere decir utlanning, framling o raman?

—No, creo que quiero decir infiel.

—O Senhor é descrente? ¿No es creyente?

—Só descredo no incrível. Sólo no creo en lo increíble.

El niño sonrío.

—¿Adónde quiere ir, Portavoz?

—A la casa de la familia Ribeira.

La niña se acercó al niño de los ojos metálicos.

—¿Qué familia Ribeira?

—La viuda Ivanova.

—Creo que sé dónde está —dijo el niño.

—Todo el mundo en la ciudad lo sabe. El asunto es, ¿me llevarás allí?

—¿Por qué quiere ir?

—Hago preguntas a la gente e intento averiguar historias verdaderas.

—Nadie en la familia Ribeira conoce historias verdaderas.

—Me contentaré con mentiras.

—Venga entonces.

El niño de los ojos metálicos se encaminó hacia la hierba cortada de la carretera principal. La niña le susurró algo al oído. Se detuvo y se volvió hacia Ender, que le seguía de cerca.

—Quara quiere saber. ¿Cuál es su nombre?

—Andrew. Andrew Wiggin.

—Ella es Quara.

—¿Y tú?

—Todo el mundo me llama Olhado. Por causa de mis ojos —levantó a la niña pequeña y la sentó en sus hombros —. Pero mi nombre auténtico es Lauro. Lauro Suleimão Ribeira.

Sonrió, se dio la vuelta y comenzó a andar.

Ender le siguió. Ribeira. Naturalmente.

Jane también había estado escuchando, y habló desde la joya en su oído.

«Lauro Suleimao Ribeira es el cuarto hijo de Novinha. Perdió los ojos en un accidente láser. Tiene doce años. Oh, y he encontrado una diferencia entre la familia Ribeira y el resto de la ciudad. Los Ribeira están deseando desafiar al obispo y llevarte a donde quieras ir.»

«También me he dado cuenta de algo, Jane —contestó él en silencio —. A este niño le ha gustado engañarme, y luego ha disfrutado aún más dejándome ver cómo se ha burlado de mí. Espero que no aprendas de él.»

Miro estaba sentado en la colina. La sombra de los árboles le hacía invisible a cualquiera que pudiera estar observando desde Milagro, pero él desde allí podía ver gran parte de la ciudad: por lo menos, la catedral y el monasterio, en la colina más alta, y el observatorio en la colina encarada al norte. Y debajo del observatorio, en una depresión, la casa donde vivía, no muy lejos de la verja.

—Miro —susurró, Come-hojas —. ¿Eres un árbol?

Era una traducción del idioma de los pequeninos. A veces meditaban y permanecían inmóviles durante horas. A esto le llamaban «ser un árbol».

—Más bien una hoja de hierba —contestó Miro.

Come-hojas se rió en la forma aguda y resonante en que solía. Nunca parecía natural: los pequeninos habían aprendido a reírse por imitación, como otra palabra de stark. No surgía de la diversión, o al menos eso pensaba Miro.

—¿Va a llover? —preguntó Miro. Para un cerdi, esto significaba: ¿Me interrumpes por mi bien o por el tuyo?

—Ha llovido fuego hoy —dijo Come-hojas —. En la pradera.

—Sí. Tenemos un visitante de otro mundo.

—¿Es el Portavoz?

Miro no contestó.

—Tienes que traerlo para que nos vea.

Miro no contestó.

—Hundo mi cara en el suelo por ti, Miro, mis miembros son lumbre para tu casa.

Miro odiaba cuando pedían algo. Era como si pensaran en él como en alguien particularmente sabio o fuerte, un padre cuyos favores había que suplicar.

Bien, si así lo veían, era culpa suya. Suya y de Libo. Por jugar a ser Dios entre los cerdis.

—Lo prometí, ¿no, Come-hojas?

—¿Cuándo, cuándo, cuándo?

—Llevará tiempo. Aún tengo que averiguar si se puede confiar en él.

Come-hojas parecía confuso. Miro había intentado explicar que no todos los humanos se conocían entre sí, y que algunos no eran agradables, pero los cerdis nunca parecían comprender.

—En cuanto pueda —dijo Miro.

De repente, Come-hojas empezó a arrastrarse por el suelo, meneando las caderas de lado a lado como si intentara aliviar un picor en su ano. Libo había especulado una vez sobre que esto era lo que presentaba la misma función que la risa en los humanos.

—¡Háblame en pol-tuguis! —resopló Come-hojas, a quien parecía divertir mucho el que Miro y los otros zenadores hablaran dos idiomas indistintamente.

Y era así a pesar del hecho de que al menos cuatro idiomas cerdis diferentes habían sido grabados o insinuados a lo largo de los años, todos ellos hablados por la misma tribu.

Pero si quería oír portugués, oiría portugués.

—Vai comer folhas.

Come-hojas pareció confuso.

—¿Qué tiene eso de gracioso?

—Porque ése es tu nombre. Come-folhas.

Come-hojas se sacó un gran insecto del agujero de su nariz y lo dejó volar.

—No seas bruto —dijo. Y entonces se marchó.

Miro le observó mientras se iba. Come-hojas era siempre tan difícil.

Miro prefería la compañía del cerdi llamado Humano.

Aunque Humano era mucho más inteligente y tenía que tener más cuidado con él, al menos no parecía hostil, en la forma en que Come-hojas lo era a menudo.

Cuando el cerdi se perdió de vista, Miro se dio la vuelta y contempló la ciudad.

Alguien caminaba por el sendero hacia su casa. El que iba delante era muy alto… no, era Olhado con Quara sobre los hombros. Quara era ya demasiado mayor para eso. Miro se preocupaba mucho por ella. Parecía no ser capaz de salir del trauma de la muerte de Padre. Miro sintió una amargura momentánea. Y pensar que Ela y él habían pensado que la muerte de Padre resolvería todos sus problemas…

Entonces se incorporó y trató de ver mejor al hombre que marchaba detrás de Olhado y Quara. No era nadie a quien hubiera visto antes. ¡El Portavoz! ¡Ya! No podría llevar en la ciudad más de una hora y ya se dirigía a la casa.

Magnifico, todo lo que necesito es que Madre descubra que fui yo quien lo llamó. De alguna manera pensaba que un Portavoz de los Muertos sería discreto y no iría directamente a la casa de la persona que lo llamó. Qué iluso. Ya es bastante malo que venga años antes de lo que uno espera. Seguro que Quim informará al obispo, aunque nadie más lo haga. Ahora voy a tener que lidiar con Madre y, probablemente, con toda la ciudad.

Miro se internó entre los árboles siguiendo un camino que le llevó a la verja, de vuelta a la ciudad.

La Familia Ribeira

Miro, deberías haber estado aquí, porque, a pesar de que tengo mejor disposición para el diálogo que tú, no sé qué significa esto. Tú viste al nuevo cerdi, ese al que llaman Humano; me pareció que te vi hablar con él un minuto antes de que te dedicaras a la Actividad Cuestionable. Mandachuva me dijo que le pusieron Humano porque era muy listo de pequeño. Muy bien, es muy adulador que «listo» y «humano» tengan relación para ellos, o quizás es ofensivo que piensen que nos sentiremos halagados por ello, pero no es eso lo que importa.

Mandachuva dijo entonces: «Ya podía hablar cuando empezó a andar solo.» Y colocó la mano a unos diez centímetros del suelo. Me pareció que lo que me estaba diciendo era la altura que tenía Humano cuando aprendió a hablar y caminar. ¡Diez centímetros! Pero puedo estar completamente equivocada. Deberías haber estado aquí para verlo por ti mismo.

Si tengo razón y eso es lo que Mandachuva quiso decir, entonces por primera vez tenemos una idea de la infancia de los cerdis. Si de verdad empiezan a andar cuando tienen diez centímetros de altura (¡y a hablar, nada menos!), entonces tienen que tener menos tiempo de desarrollo durante la gestación que la de los humanos, y se desarrollarán mucho más después de nacer. Pero esto es una absoluta locura, incluso para nuestro criterio.

Entonces se acercó y me dijo (como si no pudiera hacerlo), quién era el padre de Humano: «Tu abuelo Pipo conoció al padre de Humano. Su árbol está cerca de vuestra verja.»

¿Estaba bromeando? Raíz murió hace veinticuatro años, ¿no? Vale, tal vez esto sea sólo un asunto religioso, una especie de árbol —adoptado o algo así.

Pero por la forma en que Mandachuva lo dijo, como si fuera un secreto, sigo pensando que de alguna manera es cierto. ¿Es posible que tengan un período de gestación de veinticuatro años? ¿O tal vez Humano requirió un par de décadas para desarrollarse a partir de una cosita de diez centímetros hasta el hermoso espécimen de cerdi adulto que ahora vemos?

Tal vez el esperma de Raíz fue conservado dentro de un recipiente en alguna parte.

Pero esto tiene importancia. Ésta es la primera vez que un cerdi conocido personalmente por los observadores humanos ha sido mencionado como padre. Y Raíz, nada menos, el mismo que resultó asesinado. En otras palabras, ¡el macho con menor prestigio (un criminal ejecutado) ha sido mencionado como padre! Esto significa que nuestros machos no son solterones rechazados, aunque algunos de ellos sean tan viejos que consiguieron llegar a conocer a Pipo. Son padres potenciales.

Es más, si Humano es tan remarcablemente listo, entonces ¿por qué está aquí, si esto es realmente un grupo de solteros miserables? Creo que hemos estado confundidos desde el principio. Esto no es un grupo de solteros sin prestigio, esto es un grupo de jóvenes de gran reputación, y algunos de ellos van a valer para algo.

Así que cuando me dijiste que lamentabas que no estuviera presente, porque ibas a llevar adelante una Actividad Cuestionable y yo tenía que quedarme en casa y elaborar unos informes oficiales para el ansible, ¡te equivocabas por completo! (Si llegas a casa y estoy dormida, despiértame para darme un beso, ¿vale? Me lo he ganado).

 

Nota de Ouanda Figueira Mucumbi a Miro Ribeira von Hesse, retirada de los archivos lusitanos por orden del Congreso y presentada como evidencia en el Juicio in absentia contra los xenólogos de Lusitania bajo los cargos de Traición y Alevosía.

No había industria de la construcción en Lusitania. Cuando una pareja se casaba, su familia y amigos les construían una casa. La casa de los Ribeira expresaba la historia de la familia. En la parte delantera, la parte vieja de la casa estaba hecha de planchas de plástico sobre cimientos de hormigón.

Las habitaciones se añadían a medida que la familia crecía, cada una juntándose con la anterior, así es que cinco estructuras de un solo piso daban a la colina. Las últimas eran de ladrillo, con una instalación de tuberías decente, y techos de tejas, pero sin ninguna intención de guardar sentido estético. La familia había construido exactamente lo que necesitaba y nada mas.

Ender sabía que no era la pobreza; no había pobreza en una comunidad donde la economía estaba completamente controlada. La falta de decoración, de individualidad, mostraba el desdén de la familia por su propia casa; para Ender, esto hablaba también de ellos mismos. Ciertamente, Olhado y Quara no mostraban la relajación y tranquilidad que la mayoría de las personas sienten cuando llegan a casa. Si acaso, se volvieron más cautos, menos ágiles. La casa parecía tener una sutil fuerza de gravedad, que los hacía más pesados a medida que se aproximaban.

Olhado y Quara entraron directamente. Ender esperó en el umbral a que alguien le invitara a pasar. Olhado dejó la puerta entornada, pero entró en la habitación sin hablarle. Ender pudo ver a Quara sentarse en una cama, que se apoyaba contra una pared desnuda, en la habitación principal. No había nada en ninguna de las paredes. Todas eran completamente blancas. La cara de Quara iba a juego con el vacío de las paredes. Aunque sus ojos observaban a Ender, no mostraba signo de reconocer que estaba allí; desde luego, no hizo nada para indicarle que podía entrar.

Había enfermedad en esta casa. Ender intentó comprender qué había en el carácter de Novinha que no hubiera advertido antes y que la hacía vivir en un lugar así ¿La lejana muerte de Pipo habría vaciado tanto el corazón de Novinha para que llegara a esto?

—¿Está tu madre en casa? —preguntó Ender.

Quara no contestó.

—Oh —dijo él —. Perdóname. Creía que eras una niña, pero ahora veo que eres una estatua.

Ella no hizo señal alguna de haberle oído. Eso le pasaba por intentar cambiar su carácter taciturno.

Escuchó el sonido de pasos apresurados sobre el suelo de hormigón. Un niño pequeño entró en la habitación, se detuvo en la mitad y se giró para mirar el lugar en donde estaba Ender. No podía tener más de seis o siete años, un año menor que Quara, probablemente.

Al contrario que Quara, su cara mostraba pleno conocimiento y un ansia salvaje.

—¿Está tu madre en casa? —preguntó Ender.

El niño se agachó y cuidadosamente se arremangó la pernera del pantalón. Llevaba un largo cuchillo de cocina sujeto a la pierna que desenfundó lentamente. Entonces, sujetándolo con ambas manos, se dirigió a Ender y corrió hacia él a toda velocidad.

Ender advirtió que el cuchillo apuntaba a su ingle. El niño no se andaba con chiquitas a la hora de recibir a los extraños.

Un minuto más tarde, Ender tenía al niño sujeto con los brazos y el cuchillo clavado en el techo. El niño pateaba y chillaba. Ender tuvo que utilizar las dos manos para controlarlo; el niño terminó colgando delante de él por las manos y pies, como un ternerillo atado, dispuesto para ser marcado.

Ender miró a Quara fijamente.

—Si no vas inmediatamente y me traes a quienquiera que esté a cargo de esta casa, me llevaré a este animal y me lo comeré en la cena.

Quara pensó un instante. Luego se levantó y salió corriendo de la habitación.

Un momento después, una niña de aspecto cansado con el pelo alborotado y los ojos soñolientos entró en la habitación.

—Desculpe, por favor —murmuró —, o menino nao se restabeleceu desde a morte do pai…

Entonces se despertó del todo.

—¡O Senhor é o Falante pelos Mortos! ¡El Portavoz de los Muertos!

—Sou —contestó Ender —. Lo soy.

—Náo aquí —dijo ella —. Oh, no, lo siento, ¿habla usted portugués? Claro que sí, acaba de contestarme. Oh, por favor, aquí no, ahora no. Márchese.

—Muy bien —contestó Ender —. ¿Me quedo con el niño o con el cuchillo?

Ender miró al techo; ella siguió su mirada.

—Oh, no, lo siento. Lo buscamos ayer todo el día, sabíamos que lo tenía, pero no sabíamos dónde.

Other books

Dark Sunshine by Terri Farley
Blurred Expectations by Carrie Ann Ryan
Sunset In Central Park by Sarah Morgan
The Cat Sitter's Whiskers by Blaize Clement
Rebel Spring by Morgan Rhodes
The Grace of a Duke by Linda Rae Sande
El taller de escritura by Jincy Willett
Sister of the Bride by Henrietta Reid
Blood on the Water by Connor, Alex