La voz de los muertos (22 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
3.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ese Portavoz —dijo ella —. Sabes lo que pienso de traerle aquí.

—Habla tu catolicismo, no tu mente racional

—Miro intentó besarla, pero ella bajó la cara en el último momento y él se encontró con la nariz en los labios. La besó apasionadamente hasta que ella se echó a reír y le apartó.

—Eres liante y ofensivo, Miro —se frotó la manga contra la nariz —. Ya hemos mandado al infierno el método científico cuando les ayudamos a elevar su nivel de vida. Nos quedan diez o veinte años antes de que los satélites empiecen a mostrar resultados obvios. Para entonces tal vez podamos establecer una diferencia permanente. Pero no tendremos ninguna oportunidad si dejamos que un extraño entre en el proyecto. Se lo dirá a alguien.

—Tal vez sí y tal vez no. Recuerda que yo mismo fui un extraño.

—Extraño, pero no extranjero.

—Tenias que haberle visto anoche, Ouanda. Primero con Grego y luego cuando Quara se despertó llorando…

—Niños solitarios y desesperados, ¿qué prueba eso?

—Y Ela riéndose. Y Olhado formando parte de la familia.

—¿Y Quim?

—Al menos dejó de gritar pidiendo que el infiel se marchara.

—Me alegro por tu familia, Miro. Espero que pueda sanarla permanentemente, de verdad… Puedo ver la diferencia en ti también. Estás más esperanzado de lo que te he visto en mucho tiempo. Pero no lo traigas aquí.

Miro se mordió el interior de la mejilla por un momento y luego se marchó. Ouanda corrió tras él y lo cogió por el brazo. Estaban al descubierto, pero el árbol de Raíz se alzaba entre ellos y la verja.

—No me dejes así! —dijo ella fieramente —. ¡No te marches de esa manera!

—Sé que tienes razón. Pero no puedo evitar lo que siento. Cuando estaba en nuestra casa era como… era como si Libo hubiera vuelto.

—Mi padre odiaba a tu madre, Miro… él nunca habría ido allí.

—Pero si lo hubiera hecho… En casa este Portavoz actuaba de la misma manera que Libo lo hacía en la Estación. ¿Lo entiendes?

—¿Y tú? Viene y actúa de la manera que tu padre debiera haberlo hecho, pero que no hizo nunca, y cada uno de vosotros empieza a girar panza arriba como un cachorrito.

El desdén de su cara era irritante. Miro quiso golpearla. En cambio, se dio la vuelta y dio un puñetazo contra el árbol de Raíz. En sólo un cuarto de siglo había crecido casi ochenta centímetros de diámetro, y la corteza era áspera y le lastimó la mano.

—Lo siento, Miro, yo no tenía intención…

—Sí que la tenias, pero fue una cosa estúpida y egoísta.

—Sí, yo…

—Sólo porque mi padre fuera escoria, no significa que tenga que entregarme meneando la cola al primer hombre amable que me da una palmada en la cabeza.

—Lo sé, lo sé, lo sé… —su mano acarició su pelo, su hombro, su cintura.

—Porque sé lo que es un hombre bueno, no sólo un padre sino un hombre bueno. Conocí a Libo, ¿no? Y cuando te digo que este Portavoz, este Andrew Wiggin, es como Libo, ¡escúchame y no lo consideres como el alboroto de un cão!

—Te escucho. Quiero conocerle, Miro.

Miro se sorprendió. Estaba llorando. Todo era parte de lo que el Portavoz podía hacer, incluso cuando no estaba presente. Había aflojado las cuerdas tirantes del corazón de Miro, y ahora Miro no podía hacer nada por evitar que saliera cuanto allí guardaba.

—Tienes razón —dijo suavemente, con la voz distorsionada por la emoción —. Le vi venir con toda su capacidad para aliviar y pensé, ¡si hubiera sido mi padre…! —Se volvió para mirar a Ouanda, sin importarle que viera que tenía los ojos enrojecidos y la cara surcada por lágrimas —. Es lo que decía todos los días cuando regresaba a casa desde la Estación Zenador. ¡Si Libo fuera mi padre!, ¡si yo fuera su hijo…!

Ella sonrió y le abrazó; su pelo le quitó las lágrimas de la cara.

—Ah, Miro, me alegra que no fuera tu padre. Porque entonces yo sería tu hermana, y nunca podría esperar tenerte para mi.

Los hijos de la mente

Regla 1: Para formar parte de la orden, todos los Hijos de la Mente de Cristo deben estar casados; pero deben ser castos.

Pregunta 1: ¿Por qué es necesario el matrimonio para todos?

Los necios dicen, ¿por qué tenemos que casarnos? El amor es el único lazo que mi amada y yo necesitamos. A ellos, les digo que el Matrimonio no es una alianza entre un hombre y una mujer; incluso las bestias se aparean y alumbran sus retoños. El Matrimonio es una alianza entre un hombre y una mujer por un lado y su comunidad por el otro. Casarse siguiendo la ley de la comunidad es convertirse en un ciudadano completo; rehusar el matrimonio es ser un extraño, un niño, un proscrito, un esclavo o un traidor. La única constante en todas las sociedades humanas es que sólo aquellos que obedecen las leyes, tabúes y costumbres del matrimonio son auténticos adultos.

Pregunta 2: ¿Por qué entonces se ordena el celibato para los sacerdotes y monjas?

Para separarlos de la comunidad. Las monjas y sacerdotes son servidores, no ciudadanos. Son ministros de la Iglesia, pero no son la Iglesia. La Madre Iglesia es la novia, y Cristo es el novio; las monjas y sacerdotes son simplemente invitados a la boda, pues han renunciado a su ciudadanía en la comunidad de Cristo para servirla.

Pregunta 3: ¿Por qué se casan entonces los Hijos de la Mente de Cristo? ¿No servimos también a la Iglesia?

No servimos a la Iglesia, excepto como la sirven todos los hombres y mujeres a través de sus matrimonios. La diferencia es que mientras ellos transmiten sus genes a la siguiente generación, nosotros transmitimos nuestro conocimiento: su legado se encuentra en las moléculas genéticas de las generaciones que vendrán, mientras que nosotros vivimos en sus mentes. Los recuerdos son los hijos de nuestros matrimonios, y no son ni más ni menos dignos que los hijos de carne y hueso concebidos en el amor sacramental.

 

San Angelo,

Regla y Catecismo de la Orden de los Hijos de la Mente de Cristo.

El deán de la catedral llevaba consigo el silencio propio de las oscuras capillas y los gruesos muros adondequiera que fuera. Cuando entró en la clase, un pesado silencio cayó sobre los estudiantes, que incluso contuvieron la respiración cuando apareció en el aula sin hacer ningún ruido.

—Dom Cristão —murmuró el deán —. El obispo necesita hacerle una consulta.

Los estudiantes, la mayoría adolescentes, no eran tan jóvenes como para no conocer las tirantes relaciones entre la jerarquía de la Iglesia y la de los monjes más libres, que dirigían la mayoría de las escuelas católicas en los Cien Mundos. Dom Cristão, además de ser un excelente profesor de historia, geología, arqueología y antropología, era también abad del monasterio de los Filhos da Mente de Cristo. Su posición lo convertía en el primer rival del obispo por la supremacía espiritual en Lusitania. En algunos sentidos incluso podría considerársele su superior; en la mayoría de los mundos, había sólo un abad de los Filhos por cada arzobispo, mientras que por cada obispo había un encargado de escuela.

Pero Dom Cristão, como todos los Filhos, dejaba bien claro que obedecía completamente a la jerarquía de la Iglesia. A la llamada del obispo, desconectó inmediatamente el atril y terminó la clase sin llegar a completar el tema en discusión. Los estudiantes no se sorprendieron. Sabían que haría lo mismo si algún sacerdote ordenado hubiera entrado en su clase. Era, por supuesto, inmensamente halagador para la jerarquía sacerdotal ver lo importante que eran a los ojos de los Filhos; pero también quedaba claro que cada vez que visitaran la escuela durante las horas de enseñanza, la clase acabaría inmediatamente en el punto donde estuviera. Como resultado, los sacerdotes rara vez visitaban la escuela, y los Filhos, a través de su extrema deferencia, mantenían una independencia casi completa.

Dom Cristão sabía bastante bien por qué le había llamado el obispo. El doctor Navio era un hombre indiscreto, y durante toda la mañana se había esparcido el rumor de que el Portavoz de los Muertos había proferido una temible amenaza. A Dom Cristão le resultaba difícil soportar los temores de la jerarquía cada vez que se enfrentaban a infieles y herejes. El obispo estaría furioso, lo que significaba que pediría que alguien hiciera algo, aunque lo mejor era, como de costumbre, la inacción, la paciencia y la cooperación. Además, corría la voz de que este Portavoz era el mismo que Habló de la muerte de San Ángelo. Si era así, probablemente no sería un enemigo, sino un amigo de la Iglesia. O al menos un amigo de los Filhos, lo que a los ojos de Dom Cristão era lo mismo.

Mientras seguía al silencioso deán entre los edificios de la faculdade y a través del jardín de la catedral, despejó su corazón de la furia y la molestia que sentía. Una y otra vez repitió su nombre monástico:

Amai a Tudomundo Para Que Deus Vos Ame. Había escogido cuidadosamente su nombre cuando él y su prometida se habían unido a la orden, pues sabia que su mayor debilidad era la furia y la impaciencia. Como todos los Filhos, se bautizó con la invocación contra su pecado más potente. Era una de las maneras en que se mostraban espiritualmente desnudos ante el mundo. No nos vestiremos de hipocresía, enseñó San Ángelo. Cristo nos vestirá de virtud como los lirios del campo, pero no haremos ningún esfuerzo por parecer virtuosos. Dom Cristão sentía que su virtud se debilitaba hoy: el frío viento de la impaciencia podría helarlo hasta los huesos. Así que cantó silenciosamente su nombre, pensando: «El obispo Peregrino es un maldito idiota, pero Amai a Tudomundo Para Que Deus Vos Ame.»

—Hermano Amai —dijo el obispo Peregrino. Nunca usaba el nombre honorífico Dom Cristão, a pesar de que se sabía que muchos cardenales ofrecían esa cortesía —. Me alegra que haya venido.

Navio estaba ya sentado en la silla más cómoda, pero a Dom Cristão no le extrañó. La indolencia había vuelto gordo a Navio, y ahora su gordura le hacía indolente, alimentándose siempre de si misma, y Dom Cristão agradecía no estar afligido. Se sentó en un alto taburete sin respaldo. Eso evitaría que su cuerpo se relajase y ayudaría a que su mente permaneciera alerta.

Casi inmediatamente, Navio contó su doloroso encuentro con el Portavoz de los Muertos, completado con elaboradas explicaciones de lo que el Portavoz había amenazado con hacerles si continuaba la no cooperación.

—¡Inquisidor, nada menos! ¡Un infiel atreviéndose a suplantar la autoridad de la Madre Iglesia!

Oh, cómo el miembro laxo adquiere un espíritu de cruzado cuando se amenaza a la Madre Iglesia… pero pídele que vaya a misa una vez a la semana y verás cómo el espíritu cruzado se encoge y se echa a dormir.

Las palabras de Navio tuvieron efecto: el obispo Peregrino se enfadó aún más; su cara adquirió un matiz sonrosado bajo el oscuro color marrón de su piel. Cuando el informe de Navio terminó por fin, Peregrino se volvió a Dom Cristão, con la cara convertida en una máscara de furia.

—¿Qué dice ahora, Hermano Amai?

—Diría, si fuera menos discreto, que fue usted un idiota al interferirse con este Portavoz cuando supo que la ley estaba de su lado y cuando no nos había hecho ningún daño. Ahora le han provocado y es mucho más peligroso de lo que habría sido si simplemente hubiera ignorado su llegada.

Dom Cristão sonrió ligeramente e inclinó la cabeza.

—Pienso que deberíamos golpear primero para quitarle el poder de hacernos daño.

Aquellas palabras militantes tomaron al obispo Peregrino por sorpresa.

—Exactamente —dijo —. Pero no esperaba que comprendiera usted eso.

—Los Filhos son tan ardorosos como cualquier cristiano seglar podría serlo —dijo Dom Cristão —, pero ya que no tenemos ningún sacerdocio, debemos contentarnos con la razón y la lógica como pobres sustitutos de la autoridad.

El obispo Peregrino sospechó que había ironía en sus palabras, pero nunca era capaz de detectarla. Gruñó y encogió los ojos.

—Entonces, Hermano Amai, ¿cómo propone que le golpeemos?

—Bien, Padre Peregrino, la ley es muy explícita. Tiene poder sobre nosotros si interferimos en la representación de sus deberes ministeriales. Si queremos desprenderle del poder de hacernos daño, simplemente tenemos que cooperar con él.

El obispo rugió y golpeó la mesa con el puño.

—¡Es exactamente el tipo de sofisma que debí haber esperado de usted, Amai!

Dom Cristão sonrió.

—Realmente no hay otra alternativa… o contestamos sus preguntas o hace la petición, con completa justicia, para que le concedan status de inquisidor, y usted tendrá que tomar una nave que le lleve al Vaticano para responder a los cargos de persecución religiosa. Todos le apreciamos demasiado, obispo Peregrino, para hacer nada que pudiera causar su cese del cargo.

—Oh, sí, conozco su aprecio.

—Los Portavoces de los Muertos son todos bastante inofensivos… no mantienen una organización rival, no administran ningún sacramento, ni siquiera claman que la Reina Colmena y el Hegemón sea una obra de las escrituras. La única cosa que hacen es descubrir la verdad sobre las vidas de los muertos, y luego le cuentan a todo el mundo, que quiere escuchar, la vida de una persona muerta tal como el muerto tuvo intención de vivirla.

—¿Y pretende que eso es inofensivo?

—Al contrario. San Ángelo fundó nuestra orden precisamente porque decir la verdad es un acto muy poderoso. Pero pienso que es mucho menos dañino que, pongo por caso, la Reforma protestante. Y la revocación de la licencia católica, bajo el cargo de persecución religiosa, garantizaría la autorización inmediata de los suficientes emigrantes no católicos para hacer que representemos no más de un tercio de la población.

El obispo Peregrino se frotó el anillo.

—¿Autorizaría eso el Congreso Estelar? Han limitado el tamaño de esta colonia. Traer a tantos infieles sobrepasaría con creces ese limite.

—Pero debe saber que ya han previsto eso. ¿Por qué piensa que han dejado dos naves espaciales en la órbita de nuestro planeta? Ya que una Licencia Católica garantiza un crecimiento de la población sin restricciones, simplemente acabarán con nuestro exceso de población con una emigración forzada. Esperan hacerlo dentro de una generación o dos… ¿por qué no iban a empezar ahora?

—No harían eso.

—El Congreso Estelar se formó para detener las yihads y los progroms que tenían lugar en media docena de lugares. Una invocación a las leyes de persecución religiosa es un asunto serio.

Other books

Caught in the Storm by M. Stratton
The Bridal Swap by Karen Kirst
His Christmas Rose by C.M. Steele
Tale of Two Bad Mice by Potter, Beatrix
Body Search by Andersen, Jessica