La voz de los muertos (14 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
2.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

Hoy estaba sacando los tornillos del respaldo del banco de plástico que tenía delante. A Ela le preocupaba lo fuerte que era: un niño de seis años no hubiera sido capaz de utilizar un destornillador bajo el borde de un remache soldado. Ela ni siquiera estaba segura de poder hacerlo ella misma.

Si Padre estuviera aquí, por supuesto, alargaría el brazo y suavemente, muy suavemente, le quitaría a Grego el destornillador de la mano. Susurraría: «¿De dónde has sacado esto?», y Grego le miraría con ojos grandes e inocentes. Más tarde, cuando todos volvieran a casa después de la misa, Padre se enfadaría con Miro por dejar las herramientas a su alcance, y le llamaría cosas terribles y le echaría la culpa de todos los problemas de la familia. Miro lo soportaría en silencio. Ela se dedicaría a preparar la cena. Quim se sentaría inútilmente en un rincón, acariciando el rosario y murmurando sus inútiles oraciones. Olhado era el afortunado, con sus ojos electrónicos: simplemente los desconectaría o volvería a ver alguna de sus escenas favoritas del pasado y no prestaría atención. Quara se escondería en una esquina. Y el pequeño Grego se quedaría allí, triunfante, con la mano agarrada a las perneras de Padre, mirando cómo la culpa de todo lo que había hecho caía sobre Miro.

Ela tembló al imaginar la escena en su memoria. Si hubiera terminado aquí, habría sido soportable. Pero entonces Miro se marcharía, y ellos comerían, y luego…

Los dedos de araña de la Hermana Esquecimento aparecieron; sus uñas se clavaron en el brazo de Grego. Instantáneamente, el niño soltó el destornillador. Naturalmente, tendría que retumbar cuando cayera al suelo, pero la Hermana Esquecimento no era tonta. Se inclinó rápidamente y lo cogió con la otra mano. Grego sonrió. Su cara estaba sólo a unas cuantas pulgadas de su rodilla. Ela vio lo que iba a hacer, e intentó detenerlo, pero fue demasiado tarde. Grego golpeó rudamente con la rodilla la boca de la Hermana Esquecimento.

Ella jadeó de dolor y soltó el brazo de Grego, que le quitó el destornillador. Con una mano en la boca, tratando de retener la sangre, la monja se fue corriendo por el pasillo. Grego regresó a su trabajo de demolición.

«Padre está muerto —se recordó Ela. Las palabras sonaban en sus oídos como si fueran música —. Padre está muerto, pero sigue aquí, porque ha dejado su monstruoso legado detrás. El veneno que puso en todos nosotros aún está madurando, y tarde o temprano acabará por matarnos. Cuando murió, su hígado sólo medía dos pulgadas y no se pudo encontrar su bazo. Extraños órganos grasientos habían crecido en su lugar. No había nombre para la enfermedad; su cuerpo se había vuelto loco, olvidado del modelo por el cual estaban construidos los seres humanos. Incluso ahora, la enfermedad sigue viviendo en sus hijos. No en nuestros cuerpos, sino en nuestras almas. Existimos donde debería haber niños humanos normales; incluso tenemos la misma forma. Pero cada uno de nosotros, a su manera, ha sido reemplazado por una imitación, formada de un bocio retorcido, fétido y grasiento surgido del alma de Padre.»

Tal vez sería diferente si Madre tratara de hacerlo más fácil. Pero no se preocupaba por nada más que de microscopios y cereales mejorados genéticamente, o en lo que fuera que estuviera trabajando ahora.

—¡… Ese que dice que habla en nombre de los muertos! ¡Pero sólo hay Uno que puede hablar por los muertos, y es el Sagrado Cristo…!

Las palabras del obispo Peregrino recabaron su atención. ¿Qué es lo que decía sobre un Portavoz de los Muertos? No podía saber que ella había pedido uno.

—¡La ley requiere que le tratemos con cortesía, pero no que le creamos! La verdad no se encuentra en las especulaciones e hipótesis de hombres no espirituales, sino en las enseñanzas y las tradiciones de la Madre Iglesia. ¡Así que cuando ande entre vosotros, ofrecedle vuestras sonrisas, pero no se os ocurra entregarle vuestros corazones!

¿Por qué hacía esta advertencia? El planeta más cercano era Trondheim, a veintidós años-luz de distancia, y no era probable que hubiera un Portavoz allí. Pasarían décadas hasta que uno apareciera, si es que venía. Se inclinó sobre Quara para preguntarle a Quim: él sí habría estado escuchando.

—¿Por qué está hablando ahora de un Portavoz de los Muertos? —susurró.

—Si escucharas, lo sabrías.

—Si no me lo dices, te partiré la nariz.

Quim sonrió para demostrar que no tenía miedo de sus amenazas. Pero como en realidad le tenía miedo a ella, se lo dijo.

—Algún descreído, al parecer, solicitó un Portavoz cuando murió el primer xenólogo, y va a llegar esta tarde. Está ya en la lanzadera y la alcaldesa va de camino para recibirle cuando aterrice.

No se esperaba esto. El ordenador no le había dicho que un Portavoz venía ya de camino. Se suponía que vendría dentro de años para Hablar la verdad sobre el monstruo llamado Padre, que finalmente había bendecido a su familia cayéndose muerto; la luz vendría para iluminar y purificar su pasado. Pero Padre llevaba muy poco tiempo muerto para que se hablara por él ahora. Sus tentáculos aún emergían de la tumba y chupaban sus corazones.

La homilía terminó, y por fin también lo hizo la misa. Ela agarró fuertemente la mano de Grego, intentando evitar que le quitara el libro o la bolsa a alguien cuando se vieran rodeados por la multitud.

Quim al menos hizo algo útil: llevaba a Quara, que siempre se quedaba inmóvil cuando tenía que moverse entre extraños. Olhado volvió a conectar sus ojos y se preocupó de sí mismo y guiñó metálicamente a cualquiera de las semi —vírgenes quinceañeras a las que hoy esperaba escandalizar. Ela hizo una genuflexión delante de las estatuas de Os Venerados. ¿No estáis orgullosos de tener unos nietos tan encantadores como nosotros?

Grego estaba sonriendo; naturalmente: tenía un zapatito de bebé en la mano. Ela rezó en silencio por haber salido ileso del encuentro. Cogió el zapato de la mano de Grego y lo dejó ante el altar donde ardían las velas como testigos perpetuos del milagro de la Descolada. Quienquiera que fuese el dueño del zapato, lo encontraría allí.

La alcaldesa Bosquinha se encontraba de buen humor mientras el coche que la transportaba se deslizaba sobre los campos de hierba entre el lanzapuerto y la ciudad de Milagro. Señaló los rebaños de cabras semi —domésticas, una especie nativa que proporcionaba fibra para las ropas, pero cuya carne era nutritivamente inútil para los seres humanos.

—¿Los cerdis se las comen? —preguntó Ender.

Ella alzó una ceja.

—No sabemos mucho de los cerdis.

—Sabemos que viven en los bosques. ¿Salen alguna vez a la llanura?

Ella se encogió de hombros.

—Eso tienen que decidirlo los framlings.

Ender se sorprendió al oírla utilizar aquella palabra, pero naturalmente el último libro de Demóstenes llevaba veintidós años publicado y había sido distribuido por los Cien Mundos a través del ansible.

Utlanning, framling, raman, varelse… los términos eran ahora parte del stark, y probablemente a Bosquinha ni siquiera le parecían particularmente nuevos.

Fue su falta de curiosidad sobre los cerdis lo que le hizo sentirse incómodo. No era posible que la gente de Lusitania no se preocupara por los cerdis… eran el motivo de la alta verja que nadie, excepto los zenadores, podía cruzar. No, ella no sentía falta de curiosidad. Estaba evitando el tema. Pero él no podía decir si era porque los cerdis asesinos eran un asunto doloroso o porque no se fiaba de un Portavoz de los Muertos.

Alcanzaron la cima de una colina y ella detuvo el coche, que se posó suavemente sobre sus patines.

Bajo ellos un ancho río se abría paso entre las colinas cubiertas de hierba; más allá del río, las colinas más lejanas estaban completamente cubiertas por el bosque. A lo largo de la lejana ribera del río, casas de ladrillo y yeso con tejados de teja componían una ciudad pintoresca. Las granjas se encontraban en el lado más cercano y sus campos de cultivo se extendían hacia la colina en la que se encontraban Ender y Bosquinha.

—Esto es Milagro —dijo Bosquinha —. En la colina más alta está la Catedral. El obispo Peregrino le ha pedido a la gente que sea amable y servicial con usted.

Por su tono, Ender supuso que también les había dado a entender que era un peligroso agente del agnosticismo.

—¿Hasta que Dios haga que me caiga muerto? —preguntó.

Bosquinha sonno.

—Dios nos da ejemplo de tolerancia cristiana, y esperamos que todo el mundo en la ciudad haga lo mismo.

—¿Saben quién me ha llamado?

—Quienquiera que lo haya hecho, ha sido… discreto.

—Es usted gobernadora, además de alcaldesa. Tiene algunos privilegios de información.

—Sé que su llamada original fue cancelada, pero demasiado tarde. También sé que otras dos personas han solicitado Portavoces en los últimos años. Pero debe darse cuenta de que la mayoría de la gente está contenta con recibir doctrina y consuelo de los sacerdotes.

—Se alegrarán de saber que no me dedico a doctrinas ni consuelos.

—Su amable donación de su cargamento de skrika le hará muy popular en los bares, y seguro que verá multitud de mujeres presumidas llevando las pieles en los próximos meses. Se está acercando el otoño.

—Adquirí los skrika con la nave. No me servían para nada, y no espero ninguna gratitud especial —miro a la densa hierba que le rodeaba como si fuera el pelaje de un animal —. Esta hierba… ¿es nativa?

—E inútil. Ni siquiera podemos usarla como paja para los techos. Si se corta, se desmenuza, y luego se disuelve con la lluvia hasta convertirse en polvo. Pero allí abajo, en los campos, el grano más común es una semilla especial de amaranto que nuestros xenobiólogos han desarrollado. El arroz y el trigo eran débiles e inseguros, pero el amaranto es tan procaz que tenemos que usar herbicidas para evitar que se extienda.

—¿Por qué?

—Éste es un mundo en cuarentena, Portavoz. El amaranto encaja tan bien en este entorno que ahogaría pronto todas las plantas nativas. La idea no es convertir Lusitania en una réplica de la Tierra, sino causar el menor impacto posible en este mundo.

—Eso debe ser difícil para la gente.

—Dentro de nuestro enclave, Portavoz, somos libres y nuestras vidas son completas. Y fuera de la verja… nadie quiere ir allí de todas formas.

El tono de su voz estaba lleno de emoción oculta. Ender supo entonces que el temor a los cerdis era profundo.

—Portavoz, sé que está pensando que tenemos miedo a los cerdis. Quizá algunos lo sentimos. Pero lo que sentimos la mayor parte del tiempo no es miedo. Es odio. Repulsión.

—Nunca les han visto.

—Tiene que saber lo de los dos zenadores que mataron… sospecho que le llamaron originariamente para Hablar de la muerte de Pipo. Pero los dos, Pipo y Libo por igual, eran amados aquí. Especialmente Libo. Era un hombre amable y generoso, y el dolor por su muerte fue extenso y genuino. Es difícil concebir cómo los cerdis pudieron hacerle lo que le hicieron. Dom Cristão, el abad de los «Filhos da Mente de Cristo» dice que tienen que carecer de sentido moral. Dice que esto puede significar que son bestias. O puede significar que no han caído y no han comido aún el fruto del árbol prohibido —sonrió —. Pero eso es teología y no significa nada para usted.

Él no respondió. Estaba acostumbrado a la manera en que la gente religiosa asumía que sus historias sagradas tenían que sonar absurdas a los no creyentes. Pero Ender no se consideraba no creyente, y tenía un agudo sentido de lo sagrado de muchas historias. Pero no podía explicárselo a Bosquinha. Ella tendría que cambiar sus ideas preconcebidas sobre él a su debido tiempo. Recelaba de él, pero Ender creía que podría ganársela; para ser una buena alcaldesa, ella tenía que saber conocer a la gente por lo que eran, no por lo que parecían.

Ender cambió de conversación.

—Los Filhos da Mente de Cristo… mi portugués no es muy bueno, pero ¿significa «Hijos de la Mente de Cristo»?

—Son una orden nueva, relativamente hablando, formada sólo hace cuatrocientos años bajo dispensa especial del Papa…

—Oh, conozco a los Hijos de la Mente de Cristo, alcaldesa. Hablé de la muerte de San Ángelo en Moctezuma, en la ciudad de Córdoba.

Sus ojos se ensancharon.

—¡Entonces la historia es cierta!

—He oído muchas versiones, alcaldesa Bosquinha. Una dice que el diablo poseyó a San Angelo en su lecho de muerte, y que por eso pidió que le asistieran con los ritos del pagano Hablador de los Muertos.

Bosquinha sonrió.

—Es parecido a la historia que por aquí se cuenta. Dom Cristão dice que es una tontería, por supuesto.

—Resulta que San Ángelo, mucho antes de que fuera santificado, asistió a mi Alocución por una mujer que conocía. Los hongos en su sangre ya le estaban matando. Vino a mí y me dijo: «Andrew, ya están diciendo de mi las mentiras más terribles, dicen que he hecho milagros y que deberían hacerme santo. Tienes que ayudarme. Tienes que decir la verdad después de mi muerte.»

—Pero los milagros han sido certificados, y lo canonizaron sólo noventa años después de que hubiera muerto.

—Sí. Bueno, eso es en parte culpa mía. Cuando Hablé de su muerte, yo mismo atestigüé varios milagros.

Ella se rió abiertamente.

—¿Un Portavoz de los Muertos creyendo en milagros?

—Mire a la catedral de la colina. ¿Cuántos de esos edificios son para los sacerdotes y cuántos para las escuelas?

Bosquinha comprendió de inmediato y le miró.

—Los Filhos da Mente de Cristo obedecen al obispo.

—Excepto que conservan y enseñan todo el conocimiento, lo apruebe el obispo o no.

—San Ángelo tal vez le haya dejado meterse en asuntos de la Iglesia. Le aseguro que el obispo Peregrino no hará lo mismo.

—He venido a Hablar de una simple muerte, y apoyado por la ley. Creo que descubrirá que hago menos daño de lo que espera, y quizá más bien.

—Si ha venido a Hablar de la muerte de Pipo, Falante pelos Mortos, entonces no hará más que daño. Deje a los cerdis detrás del muro. Si por mí fuera, ningún ser humano volvería a pasar esa verja.

—Espero que haya una habitación que pueda alquilar.

—Esta ciudad no cambia, Portavoz. Aquí todo el mundo tiene casa y no hay ningún otro lugar al que ir. ¿Para qué íbamos a mantener un albergue? Sólo podemos ofrecerle una de las pequeñas viviendas de plástico que alzaron los primeros colonos. Es pequeña, pero tiene todas las comodidades.

Other books

Big Easy Temptation by Shayla Black Lexi Blake
Adobe Flats by Colin Campbell
Armageddon's Children by Terry Brooks
Every Scandalous Secret by Gayle Callen
Pies and Prejudice by Ellery Adams
Beautiful Monster by Forrest, Bella
La naranja mecánica by Anthony Burgess
Savage Hero by Cassie Edwards