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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (18 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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Selim aprovechó el rayo de luz para mirar a su alrededor. Por suerte, la estación abandonada tenía ventanas de plaz. Pese a estar arañadas y agrietadas por la larga exposición a la intemperie, permitían entrar algo de luz.

El lugar era como la cueva del tesoro. Guiado por la luz de las ventanas, encontró unas tiras luminosas que le permitieron ver mejor. Después registró cajones y cámaras de almacenaje. Gran parte de lo que quedaba no servía de nada: placas de datos ilegibles, sistemas de grabación electrónicos inutilizados, extraños instrumentos que llevaban el nombre de empresas arcaicas. No obstante, encontró cápsulas de comida bien conservadas que no se habían deteriorado, pese al tiempo transcurrido.

Abrió una cápsula y comió el contenido. Aunque los sabores eran raros, la comida le supo a gloria, y notó que su carne agotada se llenaba de energía. Otros contenedores albergaban zumos concentrados, que se le antojaron ambrosía. Pero lo más valioso de todo fue descubrir agua destilada, cientos de litrojones. Sin duda había sido recogida a lo largo de los siglos por extractores de humedad automáticos, abandonados por la expedición científica.

Constituía una riqueza personal inimaginable. Podría devolver mil veces el agua salobre que le habían acusado de robar a la tribu. Podría volver con los zensunni como un héroe. El naib Dhartha tendría que perdonarle. Pero para empezar, Selim no era culpable e ese delito.

Descansado y satisfecho, Selim juró que nunca daría a Dhartha la satisfacción de verle regresar. Ebrahim había traicionado su amistad, y el corrupto naib le había condenado falsamente. Su propio pueblo le había exiliado, convencido de que no sobreviviría.

Ahora que había descubierto una manera de vivir por sus propios medios, ¿para qué iba a volver y entregarlo todo?

El joven durmió durante dos noches seguidas. Al amanecer del segundo día, despertó y abrió más cajas y armaritos. Descubrió herramientas, cuerda, tela resistente, material de construcción. Las posibilidades le llenaron de alegría, y Selim se descubrió riendo solo en el interior de la estación botánica.

¡Estoy vivo!

La tormenta había pasado de largo mientras dormía, había arañado sin éxito las paredes del refugio como un monstruo que intentara entrar. Casi toda la arena se había desviado, de modo que había muy poca amontonada alrededor del recinto. Desde la ventana más grande de la estación, Selim contempló el océano desierto que había cruzado a lomos del gusano. Las dunas eran recientes, sin señales distintivas. Todo rastro del animal muerto había sido borrado. Solo quedaba este joven solitario.

Imaginó el largo viaje que le esperaba, y pensó que debía aguardarle una misión especial. ¿Por qué, si no, se habría tomado tantas molestias Budalá para permitir que el pobre Selim viviera?

¿Qué quieres que haga?

El exiliado miró el desierto, sonriente, y se preguntó cómo podría cruzar de nuevo aquella infinita extensión. El panorama le deparó una sensación de suprema soledad. Distinguió algunas rocas en la distancia, erosionadas por vientos eternos. Vio unas pocas plantas resistentes. Pequeños animales corrían a esconderse en sus madrigueras. Las dunas se fundían con las dunas, el desierto con el desierto.

Embelesado por sus recuerdos, con la sensación de ser invulnerable, Selim decidió lo que debería hacer, tarde o temprano. La primera vez había sido una suerte increíble, pero ahora sabía mejor cómo hacerlo.

Debía montar de nuevo en un gusano de arena. Y la próxima vez no sería por accidente.

24

Una de las preguntas a las que la Yihad Butleriana contestó con violencia fue si el cuerpo humano es una simple máquina que una máquina hecha por el hombre pueda emular. Los resultados de la guerra contestaron a la pregunta.

D
OCTOR
R
AJID
S
UK
.,
Análisis
postraumático de la especie humana

Con una nueva forma bélica diseñada para aterrorizar a los humanos de Giedi Prime, Agamenón avanzó sobre sus patas blindadas a través de las industrias destrozadas y las ruinas llameantes de la ciudad. Los hrethgir no habían gozado de la menor oportunidad.

Giedi Prime había sido conquistada con facilidad.

Las tropas invasoras prendieron fuego a los complejos residenciales, convirtieron parques en campos ennegrecidos. Siguiendo las órdenes de Agamenón, a mayor honra y gloria de Omnius, los neocimeks y los guerreros robot dejaron intactas casi todas las industrias de Giedi Prime.

Agamenón había jurado que Giedi Prime compensaría la humillación de los cimeks en Salusa. En este mismo momento, ojos espía sobrevolaban el terreno y grababan la carnicería, para documentar la eficacia de la operación militar liderada por los dos titanes.

Acompañado de su camarada Barbarroja, Agamenón examinó la topografía de la metrópolis y localizó la magnífica residencia del magno. Era un lugar apropiado para establecer el nuevo centro de un gobierno sincronizado, un gesto simbólico de autoridad al tiempo que una afrenta al populacho derrotado.

La forma bélica del general cimek era el sistema multipatas más monstruoso que había concebido jamás. Descargas eléctricas recorrían músculos artificiales, tensaban cables de fibra y movían extremidades erizadas de armas. Flexionaba sus garras de metal líquido y aplastaba bloques de construcción, imaginando que eran cráneos de enemigos. Barbarroja, con otra configuración de parecida ferocidad, reía de la exhibición.

Los cimeks, alzados sobre sus múltiples piernas, recorrían las calles sembradas de escombros. Nada se interponía en el camino de los señores de la guerra. Los dos recordaban situaciones acaecidas mil años antes, cuando Veinte Titanes habían conquistado el Imperio Antiguo pisoteando los cadáveres de sus enemigos.

Así debía ser. Esto no hacía más que despertar más su apetito.

Antes del ataque, Agamenón había estudiado las defensas de Giedi Prime, analizado las imágenes tomadas por ojos espía que atravesaban el sistema como diminutos meteoros. A partir de aquellas lecturas, el general cimek había ideado un movimiento táctico brillante, que aprovecharía un punto débil de las defensas planetarias. Omnius había aceptado pagar el precio necesario por la conquista de un planeta de la liga, que no había costado la vida de un solo titán, ni siquiera de un neocimek inferior. Tan solo un crucero robot. Perfectamente aceptable, en opinión de Agamenón.

Los humanos habían erigido campos descodificadores como los de Salusa, y habían concentrado las torres de transmisión en Giedi Prime. Naves de combate kindjal, terraplenes en teoría inexpugnables y vehículos terrestres blindados custodiaban dichas torres. Los humanos habían aprendido una lección de Salusa Secundus, pero no era suficiente para protegerles de la aniquilación.

La primera línea de fuerzas protectoras orbitales había sido vaporizada por la fuerza imparable de la gigantesca flota. Las pérdidas robóticas fueron aceptables. Cuando Agamenón lanzó el ataque de las naves cimek, junto con los cruceros destinados al sacrificio, los defensores humanos comprendieron que no había salvación.

Para iniciar el ataque, el gigantesco crucero robot se había colocado sobre Giedi Prime, con las bodegas cargadas de explosivos. Docenas de otros cruceros se prepararon para el ataque. Guiado por la inteligencia de una máquina pensante, la enorme nave encendió sus motores y aceleró a toda velocidad hacia su objetivo.

—Descenso de aproximación en curso —había informado la mente de la nave, al tiempo que transmitía imágenes a las fuerzas que aguardaban. Treinta naves de reclamo habían salido disparadas hacia la superficie, también con la esperanza de alcanzar el blanco, pero destinadas a ser el objetivo de los misiles defensivos tierra-aire. El plan se basaba en la fuerza bruta y en la supremacía numérica, no en la delicadeza. Sin embargo, sería efectivo.

Con los motores a toda velocidad, la nave destinada al sacrificio había acelerado hasta penetrar en la atmósfera de Giedi Prime, más veloz que cualquier misil defensivo. Los demás cruceros se acercaron al escudo descodificador invisible. Nubes de humo blancogrisáceo y explosiones indicaban que los misiles tierra-aire habían encontrado objetivos. El número disminuía, así como la distancia. Los humanos jamás podrían repeler a los invasores.

La nave robot condenada envió las últimas imágenes a los ojos espía, para que Omnius dispusiera de una grabación completa de la conquista de Giedi Prime. Cada nanosegundo…, hasta que atravesó la red descodificadora, que borró el cerebro guía de inteligencia artificial. Las transmisiones se interrumpieron.

Aun así, el coloso siguió descendiendo. Aunque con su cerebro de circuitos gelificados neutralizado, el crucero caía como un martillo del tamaño de un asteroide.

Las naves kindjal dispararon contra el crucero cargado de explosivos, pero era imposible desviarlo.

El gigantesco crucero se estrelló contra las torres transmisoras situadas en las afueras de Giedy City. Se abrió un cráter de medio kilómetro de ancho. Los transmisores, las defensas y las zonas habitadas circundantes quedaron vaporizados.

Las ondas de choque habían derrumbado rascacielos en kilómetros a la redonda y destrozado ventanas. Los escudos descodificadores Holtzman fueron neutralizados en un abrir y cerrar de ojos, y la milicia local sufrió numerosas bajas.

Después, los cimeks y los robots se habían empleado a fondo.

—Barbarroja, amigo mío, ¿hacemos nuestra entrada triunfal? —preguntó Agamenón cuando llegaron a la residencia del magno.

—Como cuando entramos con Tlaloc en los salones del Imperio Antiguo —contestó el otro titán—. Hace mucho tiempo que no disfrutaba tanto de una victoria.

Guiaron a los entusiasmados neocimeks sin problemas por las calles de la ciudad mártir. Los estupefactos humanos eran incapaces de oponer resistencia. Tras los conquistadores cimek marchaban tropas robot, encargadas de colaborar en la limpieza de enemigos.

Si bien parte de la población de Giedi Prime se ocultaría, con el tiempo los ciudadanos se desmoronarían. Quizá tardaran años en acabar con las últimas células de resistencia feroz. No cabía duda de que las máquinas soportarían décadas de ataques de guerrillas, dirigidos por los supervivientes de la milicia local, convencidos de que unos mordiscos sin importancia obligarían a los invasores a marchar. Formar grupos de resistentes sería una tarea inútil, pero sabía que los nativos no se resignarían con facilidad.

Agamenón se preguntó si debería llamar a Ajax para terminar la limpieza. Al brutal cimek le gustaba cazar humanos, como había demostrado con tanta eficacia durante las revueltas hrethgir de Walgis. En cuanto instalaran una copia de la supermente en las cenizas de Giedi City, Agamenón transmitiría las debidas recomendaciones a la nueva encarnación de Omnius.

Agamenón y Barbarroja derrumbaron la fachada de la residencia del gobernador, dejando espacio suficiente para sus cuerpos. Soldados robot, mucho más pequeños que los cimeks, les siguieron al interior del edificio. Al cabo de pocos momentos, los robots condujeron al magno ante los dos titanes.

—Tomamos posesión de tu planeta en nombre de Omnius —declaró Barbarroja—. Giedi Prime es ahora un planeta sincronizado. Exigimos tu colaboración para consolidar nuestra victoria.

El magno Sumi, que temblaba de miedo, tuvo no obstante arrestos para escupir en el suelo de hermosas baldosas, que los cimeks habían aplastado con su peso.

—Inclínate ante nosotros —tronó Barbarroja. El magno rió.

—Estás loco. Yo nunca…

Agamenón giró a un lado uno de sus esbeltos brazos metálicos. Aún no había puesto a prueba por completo su nuevo cuerpo, y desconocía la magnitud de su fuerza. Su intención era abofetear al gobernador, pero el brazo propinó un golpe tan feroz que partió por la mitad el torso del hombre. Las dos partes del cuerpo fueron a parar contra la pared del fondo, entre una nube de sangre.

—Vaya. De todos modos, mi petición era una pura formalidad. —Agamenón volvió las fibras ópticas hacia su compañero—. Empieza a trabajar, Barbarroja. Estos robots te ayudarán.

El genio de la informática empezó a desmantelar los sistemas de la residencia del gobernador y a colocar conductos de energía y maquinaria. Añadió enlaces e instaló una esfera gelificada elástica en la cual cargó la última versión de la mente de Omnius.

El proceso duró varias horas, durante las cuales los invasores se desplegaron por la ciudad, apagaron incendios y apuntalaron los edificios industriales que Agamenón consideraba importantes para el funcionamiento del planeta.

No obstante, dejaron arder los edificios de viviendas. Que los humanos se las arreglaran como pudieran. La desdicha les ayudaría a comprender que su posición era desesperada.

Los ojos espía grababan todo sin cesar. Al menos, esta vez era una victoria. Agamenón disimulaba su impaciencia o desagrado, a sabiendas de que la resistencia contra la supermente era estéril.
De momento.
Debía elegir el momento y lugar adecuados.

Una vez instalada y activada, la nueva encarnación de Omnius no expresaría gratitud a los dos titanes, en apariencia leales, por su victoria, ni tampoco lamentaría la pérdida de su crucero. Era una operación militar bien ejecutada, y los Planetas Sincronizados habían añadido una joya más de la humanidad a su imperio. Un éxito psicológico y estratégico.

Cuando terminó la carga, Agamenón activó la nueva copia de la supermente. Los sistemas cobraron vida, y el ordenador omnisciente empezó a examinar sus nuevos dominios.

—Bienvenido, lord Omnius —dijo Agamenón a los altavoces—. Os ofrezco el regalo de otro planeta.

25

Nuestra felicidad es máxima cuando planeamos nuestro futuro, dando rienda suelta a nuestro optimismo e imaginación. Por desgracia, el universo no siempre presta atención a dichos planes.

A
BADESA
L
IVIA
B
UTLER
, diarios personales

Aunque su matrimonio estaba cantado de antemano, Serena y Xavier soportaron sin problemas el lujoso banquete de compromiso ofrecido por el virrey Manion Butler en su finca.

Emil y Lucille Tantor habían traído cestas de manzanas y peras de sus huertos, así como enormes tinajas de aceite de oliva virgen en el que remojar los panecillos de compromiso. Manion Butler ofreció a los invitados buey asado, gallina especiada y pescados rellenos. Serena aportó flores de sus jardines, que había cuidado desde su niñez.

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