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Authors: Frank McCourt

Tags: #Biografía, drama

Las cenizas de Ángela (27 page)

BOOK: Las cenizas de Ángela
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La lluvia escampa y pasan sobre nuestras cabezas aves que graznan. Paddy dice que son patos o gansos, o algo así, que van al África, donde se está a gusto y hace calor. Las aves tienen más sentido común que los irlandeses. Vienen al Shannon de vacaciones y después vuelven a los sitios cálidos, quizás incluso a la India. Dice que me escribirá una carta cuando esté allí y que yo podré ir a la India y tener mi propia chica con un punto rojo.

—¿Para qué es el punto, Paddy?

—Quiere decir que son de primera, de categoría.

—Pero, Paddy, ¿se hablaría contigo la gente de categoría de la India si supieran que vienes de un callejón de Limerick y que no tenías zapatos?

—Claro que sí, pero los ingleses de categoría no. Los ingleses de categoría no te darían ni el vapor que echan al mear.

—¿Ni el vapor que echan al mear? Por Dios, Paddy, ¿se te ha ocurrido eso a ti?

—No, no, eso es lo que dice mi padre allí abajo, en la cama, cuando está tosiendo y escupiendo y echando la culpa de todo a los ingleses.

Y yo pienso «ni el vapor que echan al mear», esto me lo guardo. Iré por Limerick diciendo «ni el vapor que echan al mear, ni el vapor que echan al mear», y cuando llegue a América algún día seré el único que lo sepa decir.

«Quigley el Preguntas» llega hacia nosotros haciendo eses en una bicicleta grande de mujer y me grita:

—Oye, Frankie McCourt, te van a matar. «Puntito» O'Neill ha enviado a tu casa una nota diciendo que no volviste a la escuela después de comer, que hiciste novillos con Paddy Clohessy. Tu madre te va a matar. Tu padre ha salido a buscarte, y también él te va a matar.

Ay, Dios, me siento frío y vacío y pienso que ojalá estuviera en la India, donde se está a gusto y hace calor y no hay escuela, y mi padre no podría encontrarme nunca para matarme.

—No ha hecho novillos, y yo tampoco —dice Paddy «el Preguntas»—. Fintan Slattery nos mató de hambre y llegamos tarde al bollo y la leche.

Después, Paddy me dice:

—No te preocupes por ellos, Frankie, todo es un camelo. Siempre están enviando notas a nuestra casa, y nosotros nos limpiamos el culo con ellas.

Mi madre y mi padre no se limpiarían nunca el culo con una nota del maestro, y ahora me da miedo volver a casa. «El Preguntas» se marcha en la bicicleta, riéndose, y yo no sé por qué, porque él se escapó de casa una vez y durmió en una zanja con cuatro cabras, y eso es peor que hacer novillos medio día, se mire como se mire.

Yo podría subir ahora por la colina del Cuartel y volver a casa y pedir perdón a mis padres por haber hecho novillos y decirles que lo hice por hambre, pero Paddy me dice:

—Vamos a bajar por la carretera del Muelle y a tirar piedras al Shannon.

Tiramos piedras al río y nos columpiamos en las cadenas de hierro que hay a lo largo de la ribera. Se hace oscuro y no sé dónde voy a dormir. Quizás tenga que quedarme allí, junto al Shannon, o que buscar un portal, o quizás tenga que volver a salir al campo y buscar una zanja como hizo Brendan Quigley, con cuatro cabras. Paddy me dice que puedo ir a su casa, que allí podré dormir en el suelo y secarme.

Paddy vive en una de las casas altas del muelle Arthur, que dan al río. En Limerick todo el mundo sabe que estas casas son viejas y que se pueden caer en cualquier momento. Mamá suele decirnos:

—No quiero que bajéis ninguno al muelle Arthur, y como os encuentre allí os parto la cara. Los que viven allí son unos salvajes y os pueden robar y matar.

Vuelve a llover y hay niños pequeños que juegan en el pasillo y por las escaleras.

—Mira dónde pisas —dice Paddy—, porque faltan algunos escalones y en los que están hay mierda.

Dice que es porque sólo hay un retrete, que está en el patio trasero, y que los niños que bajan por la escalera no llegan a tiempo de poner el culito en la taza, Dios nos asista.

En el cuarto rellano está sentada una mujer con chal que se está fumando un cigarrillo.

—¿Eres tú, Paddy? —dice.

—Sí, mamá.

—Estoy agotada, Paddy. Estos escalones me están matando. ¿Te has tomado el té?

—No.

—Bueno, no sé si quedará algo de pan. Sube a ver.

La familia de Paddy vive en una habitación grande con el techo alto y con una chimenea pequeña. Hay dos ventanas altas y se ve hasta el Shannon. Su padre está en una cama en el rincón, gruñendo y escupiendo en un cubo. Los hermanos y las hermanas de Paddy están en colchones por el suelo, dormidos, hablando, mirando al techo. Hay un niño de pecho sin ropas que gatea hacia el cubo del padre de Paddy, y Paddy lo aparta. Su madre entra jadeando por haber subido las escaleras.

—Jesús, estoy muerta —dice.

Encuentra algo de pan y prepara té flojo para Paddy y para mí. Yo no sé qué debo hacer. No dicen nada. No me preguntan qué hago allí ni me dicen que me vaya a mi casa ni nada, hasta que el señor Clohessy pregunta: «¿Quién es ése», y Paddy le dice:

—Es Frankie McCourt.

—¿McCourt? —dice el señor Clohessy—. ¿Qué nombre es ése?

—Mi padre es del Norte, señor Clohessy.

—Y ¿cómo se llama tu madre?

—Ángela, señor Clohessy.

—Ay, Jesús, ¿no será Ángela Sheehan, verdad?

—Sí lo es, señor Clohessy.

—Ay, Jesús —dice, y le da un ataque de tos que le arranca de dentro cosas de todo tipo y lo obliga a inclinarse sobre el cubo.

Cuando se le pasa la tos, se recuesta sobre la almohada.

—Ay, Frankie, conocí bien a tu madre. Yo bailaba con ella. Madre de Cristo, me estoy muriendo por dentro. Yo bailaba con ella, sí, señor, en la sala Wembley, y ella era toda una campeona de baile.

Vuelve a inclinarse sobre el cubo. Jadea por falta de aire y extiende los brazos para respirar mejor. Está sufriendo, pero no deja de hablar.

—Era toda una campeona de baile, Frankie. No era una delgaducha, no creas, pero era como una pluma en mis brazos, y muchos hombres la echaron de menos cuando se marchó de Limerick. ¿Tú sabes bailar, Frankie?

—Pues no, señor Clohessy.

—Sí sabe, papá —dice Paddy—. Fue a las clases de la señora O'Connor y de Cyril Benson.

—Pues baila, Frankie. Por la casa, y ten cuidado con el tocador, Frankie. Levanta los pies, muchacho.

—No puedo, señor Clohessy. No sirvo para esto.

—¿Que no sirves, siendo hijo de Ángela Sheehan? Baila, Frankie, o me levanto de esta cama y te hago dar vueltas yo por la casa.

—Tengo roto el zapato, señor Clohessy.

—Frankie, Frankie, estás haciendo que tosa. ¿Quieres bailar, por el amor de Dios, para que yo recuerde mi juventud con tu madre en la sala Wembley? Quítate el jodido zapato, Frankie, y baila.

Tengo que inventarme danzas y melodías para acompañarlas, como hacía hace mucho tiempo cuando era pequeño. Bailo por la habitación con un solo zapato, porque se me olvidó quítamelo. Intento inventarme letras. «Las murallas de Limerick se caen, se caen, se caen, las murallas de Limerick se caen y el río Shannon nos mata».

El señor Clohessy se ríe en la cama.

—Ay, Jesús, no había oído nada igual ni por tierra ni por mar. Tienes buenas piernas para bailar, Frankie. Ay, Jesús.

Tose y le salen hilos de sustancia verde y amarilla. Me pone enfermo verlo, y me pregunto si debo volver a mi casa y alejarme de toda esta enfermedad y de este cubo, y que mis padres me maten si quieren.

Paddy se acuesta en un colchón junto a la ventana y yo me acuesto a su lado. Me acuesto vestido, como todos los demás, y hasta se me olvida quitarme el otro zapato, que está mojado y hace ruido al andar y apesta. Paddy se queda dormido inmediatamente, y yo miro a su madre que está sentada junto al rescoldo del fuego fumándose otro cigarrillo. El padre de Paddy gruñe y tose y escupe en el cubo.

—Sangre jodida —dice, y ella añade:

—Tendrás que ir al sanatorio tarde o temprano.

—No quiero. Cuando te meten allí, estás acabado.

—Podrías estar contagiando la tisis a los niños. Yo podría hacer que los guardias te llevaran, porque eres un peligro para los niños.

—Si la fueran a coger, ya la tendrían.

El rescoldo se apaga y la señora Clohessy se mete en la cama pasando por encima de él. Al cabo de un minuto ya está roncando, aunque él sigue tosiendo y riéndose al recordar los días de su juventud, cuando bailaba en la sala Wembley con Ángela Sheehan, que era ligera como una pluma.

En la habitación hace frío y yo estoy temblando con la ropa mojada. Paddy también tiembla, pero está dormido y no sabe que tiene frío. No sé si debo quedarme aquí o levantarme y marcharme a mi casa, pero ¿quién se atreve a andar por la calle cuando un guardia le puede preguntar a uno qué hace fuera a esas horas? Es la primera vez que estoy lejos de mi familia, y sé que preferiría estar en mi casa, con el retrete maloliente y el establo de al lado. Se está mal en nuestra casa cuando la cocina es un lago y tenemos que subir a Italia, pero se está peor en casa de los Clohessy cuando hay que bajar cuatro pisos para ir al retrete, resbalándose en la mierda todo el camino. Estaría mejor en una zanja con cuatro cabras.

Duermo a ratos, pero tengo que despertarme del todo cuando la señora Clohessy despierta a empujones a los miembros de su familia. Todos se acostaron vestidos, de modo que no tienen que volver a vestirse y no hay peleas. Gruñen y salen corriendo por la puerta para bajar al retrete del patio. Yo también tengo ganas y bajo corriendo con Paddy, pero su hermana Peggy está sentada en la taza y nosotros tenemos que mear contra una pared.

—Se lo contaré a mamá —dice ella.

—Cállate —dice Paddy—, o te hundo en ese jodido retrete.

Ella salta del retrete, se sube las bragas y echa a correr escaleras arriba, gritando: «Se lo voy a contar, se lo voy a contar», y cuando volvemos a la habitación la señora Clohessy da a Paddy un coscorrón en la cabeza por lo que hizo a su pobre hermanita. Paddy no dice nada porque la señora Clohessy está sirviendo cucharadas de gachas en tazones, en tarros de mermelada y en un cuenco y nos dice que comamos y nos vayamos a la escuela. Ella se sienta a la mesa a comerse sus gachas. Tiene el pelo gris oscuro, y sucio. Le cae hasta el cuenco y recoge con él fragmentos de gachas y gotas de leche. Los niños hacen ruido al tomarse las gachas y se quejan de que no han comido bastante, de que se caen de hambre. Tienen las narices llenas de mocos, los ojos irritados y costras en las rodillas. El señor Clohessy tose y se revuelve en la cama y echa grandes esputos de sangre, y yo salgo corriendo de la habitación y vomito en las escaleras, donde falta un escalón, y cae una lluvia de gachas y de trozos de manzana al piso inferior, donde hay personas que van y vienen del retrete del patio. Paddy baja y dice: —No importa. Todo el mundo devuelve y se caga en las escaleras, y toda la casa se está cayendo, de todas maneras.

No sé qué debo hacer ahora. Si vuelvo a la escuela me matan, y ¿para qué voy a volver a la escuela o a casa para que me maten cuando puedo echarme a la carretera y vivir de leche y de manzanas el resto de mi vida, hasta que me vaya a América?

—Vamos —dice Paddy—. La escuela es un camelo, al fin y al cabo, y todos los maestros están locos.

Alguien llama a la puerta de los Clohessy y es mamá que lleva de la mano a mi hermanito pequeño, Michael, y el guardia Dennehy, que se encarga de la asistencia a la escuela. Mamá me ve y me dice:

—¿Qué haces con un zapato puesto?

Y el guardia Dennehy dice:

—Vamos, señora, creo que sería más importante preguntarle qué hace con un zapato quitado, ¡ja, ja!

Michael viene corriendo a mi lado.

—Mamá estaba llorando. Mamá estaba llorando por ti, Frankie.

—¿Dónde has estado toda la noche? —dice ella.

—Aquí.

—Me tenías loca. Tu padre ha recorrido todas las calles de Limerick buscándote.

—¿Quién está en la puerta? —dice el señor Clohessy.

—Es mi madre, señor Clohessy.

—Dios del cielo, ¿es Ángela?

—Sí, señor Clohessy.

Se incorpora difícilmente sobre los codos.

—Bueno, por el amor de Dios, ¿quieres entrar, Ángela? ¿No me conoces?

Mamá está desconcertada. La habitación está a oscuras, e intenta reconocer a la persona que está en la cama.

—Soy yo —dice él—, Dennis Clohessy, Ángela.

—Ay, no.

—Lo soy, Ángela.

—Ay, no.

—Ya lo sé, Ángela. Estoy cambiado. La tos me está matando. Pero recuerdo las noches en la sala Wembley. Jesús, qué gran bailarina eras. Aquellas noches en la sala Wembley, Ángela, y el pescado frito con patatas fritas que nos comíamos después. Chicos, chicos, es Ángela.

A mi madre le caen lágrimas por la cara.

—Tú también eras un gran bailarín, Dennis Clohessy —dice.

—Podíamos haber ganado concursos, Ángela. Fred y Ginger hubieran tenido que preocuparse seriamente, pero tú tuviste que largarte a América. Ay, Jesús.

Le da otro ataque de tos y tenemos que contemplar cómo se inclina de nuevo sobre el cubo y cómo se saca el veneno de dentro. El guardia Dennehy dice:

—Creo que ya hemos encontrado al chico, señora, y yo me voy. Si vuelves a hacer novillos, chico, te metemos en la cárcel —me dice—. ¿Me escuchas, chico?

—Sí, señor guardia.

—No atormentes a tu madre, chico. Es una cosa que no toleramos los guardias, que se atormente a las madres.

—No, señor guardia. No la atormentaré.

Se marcha, y mamá se acerca a la cama para coger la mano del señor Clohessy. Éste tiene la cara hundida alrededor de los ojos y tiene el pelo negro y reluciente por el sudor que le cae de lo alto de la cabeza. Sus hijos rodean la cama mirándolo y mirando a mamá. La señora Clohessy se sienta junto a la chimenea, rasca la reja del fogón con el atizador y aparta del fuego al niño de pecho.

—Es culpa suya, por no haber ido al hospital, vaya si lo es —dice.

—Estaría bien si pudiera vivir en un sitio seco —dice jadeando el señor Clohessy—. ¿Es seca América, Ángela?

—Lo es, Dermis.

—El médico me dijo que me marchase a Arizona. Qué gracia tenía ese médico. A Arizona, ¿qué te parece? No tengo dinero ni para ir a tomarme una pinta a la vuelta de la esquina.

—Saldrás adelante, Dermis —dice mamá—. Pondré una vela por ti.

—Ahórrate el dinero, Ángela. Yo ya no vuelvo a bailar.

—Tengo que marcharme, Dermis. Mi hijo tiene que ir a la escuela.

—¿Quieres hacer una cosa por mí antes de que te vayas, Ángela?

BOOK: Las cenizas de Ángela
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