Read Las huellas imborrables Online
Authors: Camilla Läckberg
–¿A quién vamos a ver antes? ¿A Axel o a Frans? Porque son los dos en los que nos tenemos que concentrar primero, ¿no?
–Primero Frans –decidió Martin poniéndose la cazadora.
Grebbestad estaba tan desierta como Fjällbacka después del fin de la temporada, y sólo vieron a unos cuantos vecinos mientras cruzaban el pueblo. Martin aparcó el coche de policía en el hueco que encontró delante del restaurante Telegrafen, y cruzaron la calle hacia el piso de Frans. Nadie respondió cuando llamaron.
–Joder, se ve que no está en casa, tendremos que volver más tarde. O llamar antes por teléfono –se lamentó volviendo hacia el coche.
–Espera –lo detuvo Paula, reteniéndolo con un gesto de la mano–. No está cerrada con llave.
–Pero no podemos… –objetó Martin, aunque demasiado tarde. Su colega ya había abierto la puerta y estaba entrando.
–¿Hola? –la oyó gritar Martin, que la siguió muy a su pesar. No se oía nada en el apartamento. Con mucha cautela, recorrieron el pasillo y echaron una ojeada en la cocina y en la sala de estar. Ni rastro de Frans. Todo estaba en silencio.
–Ven, vamos a mirar en el dormitorio –dijo Paula ansiosa. Martin dudaba–. Bah, venga, hombre. –Martin exhaló un suspiro y la siguió.
También el dormitorio estaba vacío, la cama bien hecha y ni rastro de Frans.
–¿Hola? –volvió a probar Paula cuando estuvieron de nuevo en el pasillo. Nadie respondía. Se encaminaron despacio a la última puerta, que aún no habían abierto.
Lo vieron en cuanto la empujaron hacia dentro. Era un pequeño despacho y allí estaba Frans, con la cabeza sobre el escritorio, la pistola aún en la boca y un agujero enorme en la parte posterior del cráneo. Martin sintió que se ponía pálido, se tambaleó un instante y tuvo que tragar saliva hasta que logró recuperar el control sobre sí mismo. Paula, en cambio, seguía impasible. Señaló a Frans, obligó a Martin a mirar, pese a que él no deseaba otra cosa que evitarlo, y declaró tranquilamente:
–Mírale los brazos.
Con las náuseas subiendo y bajando por la garganta y un sabor agrio en la boca, se obligó a mirar los brazos de Frans. Lo vio claro. No cabía la menor duda. Estaban llenos de profundos arañazos.
Una extraña mezcla de euforia y de expectación reinaba el viernes en la comisaría de Tanumshede. El descubrimiento de que Frans era, con toda probabilidad, el asesino de Britta, estaba pendiente de confirmación mediante las pruebas de ADN y la comprobación de las huellas dactilares. Y ya nadie dudaba de que encontrarían la conexión con el asesinato de Erik Frankel. A lo largo del día recibirían además un primer informe preliminar sobre el cadáver hallado en la vieja tumba de los soldados, y todos sentían gran curiosidad por lo que diría ese informe.
Fue Martin quien respondió a la llamada del forense y, blandiendo el protocolo de la autopsia que este le envió por fax, fue llamando de puerta en puerta invitando a todo el mundo a reunirse en la cocina.
Una vez que todos se hubieron sentado, se colocó de espaldas a la encimera, para que lo oyeran bien.
–Como os decía, acabo de recibir el primer informe de Pedersen –declaró Martin haciendo oídos sordos cuando Mellberg murmuró protestando que esa llamada debería haberla recibido él.
–Puesto que no tenemos ni ADN ni odontogramas con los que comparar, no podemos asegurar que el sujeto sea Hans Olavsen. Pero la edad coincide. Y el momento de la desaparición también puede encajar, auque es imposible decirlo con exactitud después de tanto tiempo.
–¿Y cómo murió? –quiso saber Paula tamborileando con el pie en el suelo de puro nerviosismo.
Martin hizo una pausa de efecto y disfrutó de su momento de gloria a la luz de los focos, antes de continuar:
–Pedersen asegura que el cadáver presenta múltiples lesiones. Tanto heridas incisas, efectuadas con algún objeto cortante, como contusiones provocadas por patadas o golpes o por ambas cosas. Alguien que estaba muy enfadado se ensañó con Hans Olavsen y aplacó su ira con él. Podéis leer los detalles en el informe preliminar que Pedersen ha enviado por fax. –Martin alargó el brazo y dejó los documentos en la mesa.
–O sea, que la causa de la muerte es… –Paula seguía dando golpecitos con el pie.
–No es fácil determinar cuál de las heridas le causó la muerte. Según Pedersen, había varias mortales.
–Apostaría cualquier cosa a que también en ese caso fue Ringholm el asesino. Y que por esa razón mató a Erik y a Britta –masculló Gösta, expresando con ello la misma idea que todos tenían en mente–. Siempre fue un tío agresivo –añadió Gösta asintiendo sombrío.
–Es una hipótesis, desde luego –convino Martin–. Pero no podemos precipitarnos en nuestras conclusiones. Cierto que Frans presenta en los brazos los arañazos que Pedersen nos recomendó que buscáramos, pero aún no tenemos los resultados de las muestras que le tomamos a Frans ayer. De modo que no hemos podido verificar que su ADN coincida con los restos de piel que hallamos bajo las uñas de Britta ni con la huella del botón de la funda del almohadón. Así que tranquilidad con las conclusiones. Hasta que lo tengamos todo comprobado, seguiremos trabajando como siempre. –Martin se quedó asombrado al oír lo profesional y lo tranquilo que sonaba. Así era como sonaba Patrik en sus exposiciones. Y no pudo por menos de lanzarle a Mellberg una mirada fugaz y disimulada, para comprobar si estaba indignado porque él hubiese adoptado un papel que debería haber correspondido a Mellberg, como jefe que era de la comisaría. Pero, como de costumbre, este parecía satisfecho de no ser él quien hiciera el trabajo pesado. Ya reaccionaría, llegado el momento, para atribuirse el honor y la gloria por la resolución del caso.
–Bueno, ¿y qué hacemos ahora? –preguntó Paula mirando a Martin y guiñándole un ojo para confirmarle que, a su juicio, lo estaba haciendo estupendamente. Martin notó que se crecía con la alabanza, por más que sólo fuese gestual. Llevaba tanto tiempo siendo el benjamín, el novato de la comisaría, que no se había atrevido a destacar de verdad. Pero la baja paternal de Patrik le había ofrecido la oportunidad de demostrar su valía.
–En estos momentos y por lo que a Frans se refiere, creo que debemos esperar el resultado del laboratorio. Pero empezaremos desde el principio y revisaremos los pasos de la investigación de la muerte de Erik Frankel, para comprobar si hallamos ahí alguna conexión con Frans, aparte de lo que ya sabemos. Eso quizá podrías hacerlo tú, Paula. –La agente asintió y Martin se dirigió entonces a Gösta.
–Gösta, ¿por qué no tratas de averiguar algo más sobre Hans Olavsen? Su familia, si hay alguien que tenga más datos sobre el tiempo que pasó en Fjällbacka… Habla con Erica, la mujer de Patrik, porque parece que ha conseguido un montón de información, así como el hijo de Frans, que también ha investigado el asunto. Procura que te transmitan lo que hayan encontrado. Con Erica no habrá problema, pero en el caso de Kjell, puede que tengas que presionar algo más.
Gösta asintió también, aunque mucho menos solícito que Paula. Hurgar en un montón de documentos de hacía sesenta años no iba a resultar ni fácil ni agradable. Exhaló un suspiro.
–Bueno, pues qué remedio –repuso como si acabase de saber que tenía por delante siete años de penurias.
–Annika, ¿nos avisas en cuanto sepamos algo de los resultados del laboratorio?
–Por supuesto –aseguró Annika dejando en la mesa el bloc en el que había ido tomando notas mientras Martin hablaba.
–Bien, en ese caso, todos tenemos algo que hacer. –Martin notaba que le ardía la cara de orgullo tras haber dirigido su primera reunión de investigación.
Todos se levantaron y salieron de la sala en pelotón. Todos con la mente ocupada en el misterioso destino de Hans Olavsen.
Patrik dejó el auricular una vez concluida la conversación con Martin. Subió a ver a Erica, que estaba en el despacho, y llamó tímidamente a la puerta.
–¡Pasa!
–Perdona que te moleste, pero creo que querrás saber esto. –Se sentó en el sillón y le refirió lo que Martin le había revelado sobre las terribles lesiones de Hans Olavsen, o de quien ellos creían que era Hans Olavsen.
–Sí, yo ya daba por hecho que había muerto asesinado… Pero de ese modo… –dijo Erica visiblemente sobrecogida.
–Sí, quienquiera que fuese, tenía una cuenta que ajustar con él –confirmó Patrik. Luego vio que Erica estaba leyendo otra vez los diarios de su madre.
–¿Has encontrado algo más de interés? –le preguntó señalando los diarios.
–No, por desgracia –negó frustrada pasándose la mano por la melena rubia–. Terminan justo cuando Hans Olavsen llegó a Fjällbacka, justo cuando empieza lo interesante.
–¿Y no tienes ni idea de por qué dejó de escribir el diario? –quiso saber Patrik.
–No, pero es eso, que no estoy tan segura de que lo dejara. Parecía una costumbre muy arraigada en ella, escribía un rato cada día. ¿Por qué iba a dejarlo de repente? No, yo creo que hay más diarios, pero a saber dónde demonios… –dijo pensativa enrollándose un mechón de pelo en el índice, ese gesto que tan bien conocía Patrik a aquellas alturas.
–Bueno, ya has revisado todo lo que hay en el desván, así que allí no pueden estar –afirmó Patrik como pensando en voz alta–. ¿Crees que podrían estar en el sótano?
Erica sopesó la posibilidad, pero terminó por rechazarla.
–No, la verdad es que miré la mayor parte de lo que había allí cuando ordenamos, antes de que te mudaras. No, me cuesta creer que estén en casa, y ya se me han acabado las teorías.
–Bueno, al menos ahora tendrás ayuda en lo que respecta a Hans Olavsen. En parte, cuentas con el apoyo de Kjell, y tengo mucha confianza en su capacidad de desenterrar información. Y por otro lado, Martin me dijo que ellos piensan seguir trabajando esa línea de investigación, y le ha pedido a Gösta que hable contigo para que les cuentes lo que has averiguado.
–Claro, a mí no me importa compartir la información –aseveró Erica–. Pero espero que Kjell adopte la misma postura.
–Yo que tú no lo daría por hecho –respondió Patrik–. Él es periodista y ve en esto una historia que contar.
–Sigo preguntándome… –continuó Erica balanceándose en la silla medio abstraída–. Sigo preguntándome por qué Erik le dio aquellos artículos a Kjell. ¿Qué sabría él del asesinato de Hans Olavsen que quería que Kjell averiguase? ¿Y por qué no contó lo que sabía él? ¿Por qué un procedimiento tan intrincado?
Patrik se encogió de hombros.
–Bueno, seguramente jamás lo sabremos. Pero según Martin, en la comisaría las sospechas se inclinan claramente a que, con la muerte de Frans, podemos atar todos los cabos. Sospechan que fue Frans quien mató a Hans Olavsen. Y que con los asesinatos de Erik y de Britta pretendía ocultarlo.
–Sí, bueno, son bastantes los indicios que respaldan esa hipótesis –convino Erica–. Pero aún hay tanto que… –dejó la frase sin terminar–. Aún hay tantas cosas que no comprendo. Por ejemplo, ¿por qué ahora, sesenta años más tarde? Si llevaba sesenta años tranquilo en su tumba, ¿por qué sale a relucir ahora? –Erica se mordía el interior de la mejilla mientras pensaba.
–Ni idea –aseguró Patrik–. Podría ser por cualquier cosa, pero tendremos que aceptar que una parte de este caso se halla tan alejada en el tiempo que nunca tendremos la imagen completa.
–No, seguramente tienes razón –admitió Erica decepcionada al tiempo que alargaba el brazo para coger la bolsa que tenía sobre el escritorio–. ¿Un Dumle?
–Sí, gracias –aceptó Patrik cogiendo uno de la bolsa. Ambos masticaron en silencio mientras consideraban el misterio de la muerte brutal de Hans Olavsen.
–¿Y tú crees que fue Frans? ¿Seguro? ¿Y que mató a Erik y a Britta también? –insistió Erica mirando a Patrik con extrañeza.
Él sopesó su pregunta un buen rato, antes de confirmar:
–Sí, eso creo. Al menos, no hay muchos indicios de que no fuera así. Martin decía que recibirían el resultado de las pruebas del laboratorio el lunes, y ahí obtendremos la confirmación de que, al menos, mató a Britta. Y yo diría que, a partir de ahí, no debe de ser muy difícil encontrar pruebas que lo relacionen con el asesinato de Erik. El de Hans ocurrió hace tanto tiempo que dudo que logremos aclararlo del todo. Lo único es… –dijo haciendo un mohín.
–¿Y? ¿Encuentras algo raro? –preguntó Erica.
–Sí, bueno, es que, de hecho, Frans tiene coartada para el asesinato de Erik, ¿no? Claro que sus compinches pueden estar mintiendo. Eso es algo que Martin y el equipo tendrán que investigar. Es mi única objeción.
–¿Y no había interrogantes en torno a la muerte de Frans? Quiero decir, ¿ninguna duda de que fue suicidio?
–Parece que no –respondió Patrik meneando la cabeza–. Era su propio revólver, aún lo tenía en la mano, y el cañón, en la boca.
Erica hizo una mueca de aversión al imaginar la escena. Patrik continuó.
–O sea, que si comprobamos que sus huellas coinciden con las del revólver y que tiene restos de pólvora en la mano con la que lo sostenía, ni con la mejor voluntad podremos pensar que no fue suicidio.
–Pero ¿no había ninguna carta?
–No, según Martin, no encontraron nada por el estilo. Los suicidas no siempre dejan una carta. –Patrik se levantó y arrojó el envoltorio del caramelo a la papelera–. Bueno, te dejaré que trabajes en paz, cariño. Intenta avanzar un poco con el libro, ya sabes que la editorial te perseguirá con un soplete si no. –Se acercó a ella y la besó en la boca.
–Sí, sí, ya sé –suspiró Erica–. La verdad es que ya he trabajado bastante con el libro. ¿Qué planes tenéis hoy Maja y tú?
–Me ha llamado Karin –contestó Patrik despreocupado–. Así que daremos un paseo en cuanto Maja se despierte.
–Vaya, sales mucho a pasear con Karin –observó Erica, y ella misma se sorprendió de lo amargo de su tono. Patrik la miró sorprendido.
–¿Estás celosa? ¿De Karin? –Patrik se echó a reír, se le acercó y volvió a besarla–. No hay en el mundo ningún motivo para ello. –Volvió a reírse, pero enseguida se puso serio–. Pero, si para ti es un problema que nos veamos con los niños, dímelo.
Erica meneó la cabeza.
–No, por supuesto que no. Soy una mema. No tienes mucha gente con la que salir a pasear ahora que estás en casa con Maja, así que aprovecha la compañía adulta.
–¿Seguro? –preguntó Patrik escrutándola atentamente.
–Seguro –confirmó Erica despidiéndose con la mano–. Anda, vete, alguien tendrá que trabajar en esta familia, ¿no?