Las llanuras del tránsito (62 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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Se oyó un coro de comentarios positivos que expresaban gratitud e invocaban la buena suerte.

–También debemos dar las gracias a nuestro pariente Jondalar –continuó Tholie–. Cuando estuvo aquí antes, sus descubrimientos permitieron cambiar las herramientas que usamos y fueron una gran ayuda; ahora nos ha explicado el dispositivo de su lanzador, y el resultado es este festín. –De nuevo el grupo expresó verbalmente su conformidad–. En el tiempo que ha vivido con nosotros, ha cazado tanto el esturión como la gamuza, pero nunca habló de sus preferencias sobre el agua o la tierra. Creo que sería un buen hombre del río...

–Tienes razón, Tholie. Jondalar es un ramudoi –gritó un hombre.

–¡O por lo menos la mitad de uno! –agregó Barono, en medio de grandes risas.

–No, no, estuvo aprendiendo las cosas del agua, pero conoce la tierra –dijo una mujer.

–¡Así es! ¡Preguntádselo! Arrojó la lanza antes que su primer arpón. ¡Es un shamudoi! –comentó un hombre de más edad–. ¡Incluso le gustan las mujeres que cazan!

Ayla quiso ver quién había hecho este último comentario. Era una joven, un poco mayor que Darvalo, llamada Rakario. Le gustaba estar siempre cerca de Jondalar, y eso irritaba a la joven. Se había quejado de que Rakario siempre se le cruzaba en el camino.

Jondalar sonreía con agrado ante la amable discusión. Aquel revuelo era una demostración de la competencia cordial entre los dos grupos; una rivalidad en el seno de la familia, que introducía un poco de acaloramiento, pero a la que nunca se permitía sobrepasar límites bien definidos. Las bromas, los alardes y cierto nivel de insultos eran admisibles. Pero todo lo que pudiera ofender impropiamente o provocar verdadera cólera era reprimido rápidamente, y los dos bandos unían fuerzas para calmar los ánimos y suavizar rápidamente los sentimientos heridos.

–Como he dicho, creo que Jondalar sería un buen hombre del río –continuó Tholie, cuando todos se callaron–, pero Ayla está más familiarizada con la tierra, y yo preferiría alentar a Jondalar a continuar con los cazadores de tierra, si él está dispuesto y ellos le aceptan. Si Jondalar y Ayla permanecieran aquí y se convirtieran en sharamudoi, nosotros estaríamos dispuestos a cruzarnos con ellos, pero como Markeno y yo somos ramudoi, ellos tendrían que ser shamudoi.

Se produjo una explosión de nerviosismo entre la gente, con comentarios alentadores e incluso felicitaciones dirigidas a las dos parejas.

–Tholie, es un plan maravilloso –dijo Carolio.

–Roshario me sugirió la idea –dijo Tholie.

–Pero ¿qué piensa Dolando de la posibilidad de aceptar a Jondalar y a Ayla, una mujer que fue criada por los que viven en la península? –preguntó Carolio, mientras observaba los ojos del jefe shamudoi.

Hubo un súbito silencio. Todos comprendían las implicaciones que había detrás de la pregunta. Después de su violenta reacción frente a Ayla, ¿estaría Dolando dispuesto a aceptarla? Ayla había confiado en que el colérico exabrupto de Dolando sería olvidado y se preguntó por qué Carolio había traído a colación el asunto; pero, en realidad, tenía que hacerlo. Era responsabilidad suya.

Al principio Carlono y su compañera habían formado parejas cruzadas con Dolando y Roshario, y juntos habían fundado ese grupo de sharamudoi, el día en que ellos y algunos más se retiraron de su lugar de origen, que estaba demasiado poblado. Las posiciones de liderazgo generalmente se otorgaban por consenso tácito, y ellos fueron los candidatos naturales. En la práctica, la compañera de un jefe generalmente asumía la responsabilidad de una dirección compartida, pero la mujer de Carlono había muerto cuando Markeno era joven. El jefe ramudoi nunca volvió a unirse formalmente, y su hermana melliza, Carolio, que se había prestado a cuidar del niño, comenzó a asumir las obligaciones de la compañera de un jefe. Con el correr del tiempo, se la aceptó en esa posición, y por tanto, era su deber formular la pregunta.

La gente sabía que Dolando había permitido que Ayla continuase tratando a su mujer, pero Roshario necesitaba ayuda, y era evidente que Ayla seguía ayudándola. Ello no significaba necesariamente que él quisiera tenerla cerca para siempre. Era posible que se limitase a controlar momentáneamente sus sentimientos, y aunque todos necesitaban un curador, Dolando era miembro de su propio grupo. No deseaba incorporar a una extraña que pudiera provocar un problema al jefe y hasta la división del grupo.

Mientras Dolando pensaba su respuesta, Ayla sintió que se le contraía el estómago y se le formaba un nudo en la garganta. Tenía la ingrata sensación de que había cometido una falta y de que se la juzgaba por eso. Sin embargo, sabía que no se trataba de nada que ella hubiese hecho. Comenzó a inquietarse y a irritarse un poco; estuvo tentada de ponerse en pie y salir de allí. El error estaba en ser lo que era. Lo mismo le había sucedido con los mamutoi. ¿Así sucedería siempre? ¿Así sucedería con la gente de Jondalar? Bien, pensó, Iza y Creb y el clan de Brun la habían cuidado, y ella no estaba dispuesta a negar a los seres amados; pero, en realidad, se sentía aislada y vulnerable.

Entonces sintió que alguien se le había acercado en silencio. Se volvió y sonrió agradecida a Jondalar; se sintió mejor, pero sabía que de todos modos estaban juzgándola y que él esperaba el resultado. Ayla había estado observándole atentamente y sabía cuál sería su respuesta al ofrecimiento de Tholie. Pero Jondalar esperaba la reacción de Dolando antes de formular su propia réplica.

De pronto, en medio de la tensión, hubo un estallido de risa de Shamio. Después, ella y varios niños más salieron corriendo de una de las viviendas; Lobo estaba en el centro del grupo.

–¿No es sorprendente cómo juega con los niños ese lobo? –preguntó Roshario–. Hace pocos días yo jamás hubiera creído que podría ver a un animal así en medio de los niños a los que amo, sin temer por su vida. Quizá valga la pena no olvidar eso. Cuando uno llega a conocer a un animal al que antes odió y temió, es posible amarlo mucho. Yo creo que es mejor tratar de comprender que odiar ciegamente.

Dolando había estado cavilando en silencio acerca del modo de responder a la pregunta de Carolio. Sabía por dónde iba la pregunta y cuántas cosas dependían de su respuesta, pero aún no estaba tan seguro del modo de decir lo que pensaba y sentía. Sonrió a la mujer amada, agradecido al comprobar que ella le conocía tan bien. Roshario había percibido la comprometida situación de Dolando y le había apuntado la forma de contestar.

–He odiado ciegamente –comenzó a decir–, y he arrebatado ciegamente la vida de aquellos a quienes odiaba, porque creí que habían arrebatado la vida de aquel a quien yo amaba. Pensé que eran animales perversos y deseaba matarlos a todos. Pero eso no me devolvió a Doraldo. Ahora he descubierto que no merecían tanto odio. Animales o no, fueron provocados. Debo vivir soportando esto, pero...

Dolando se interrumpió, empezó a decir algo acerca de los que sabían más de lo que le habían dicho y que, sin embargo, habían fomentado sus explosiones de cólera..., y después cambió de idea.

–Esta mujer –continuó, mirando a Ayla–, esta curadora dice que fue criada por ellos, instruida por los que yo creía que eran animales perversos, los seres a los que yo odiaba. Incluso si todavía los odio, a ella no puedo odiarla. Gracias a ella he recuperado a Roshario. Quizá sea el momento de tratar de comprender. Creo que la idea de Tholie es buena. Me sentiría feliz si los shamudoi aceptaran a Ayla y a Jondalar.

Ayla se sintió profundamente aliviada. Ahora comprendía realmente por qué ese hombre había sido elegido por su pueblo para que lo encabezara. En el curso de su vida cotidiana habían llegado a conocerle bien y sabían cuál era su cualidad fundamental.

–Bien, Jondalar –dijo Roshario–. ¿Qué respondes? ¿Crees que es hora de renunciar a tu largo viaje? Ha llegado la hora de que te asientes, de que organices tu propio hogar, de que ofrezcas a la Madre la oportunidad de bendecir a Ayla con un niño o dos.

–No encuentro palabras para deciros cuán agradecido me siento –comenzó Jondalar–, porque tú, Roshario, nos has dado la bienvenida. Siento que los sharamudoi son mi pueblo, mi estirpe. Sería muy fácil organizar aquí un hogar entre vosotros y me tienta vuestra oferta. Pero debo retornar a los zelandonii –vaciló un momento–, aunque sólo sea por el recuerdo de Thonolan.

Hizo una pausa y Ayla se volvió para mirarle. Sabía que él rehusaría, pero no esperaba que dijese aquello. Percibió un gesto sutil, casi invisible, como si hubiera estado pensando en otra cosa. Después, Jondalar le dirigió una sonrisa.

–Cuando murió, Ayla ofreció al espíritu de Thonolan todo el aliento posible para que emprendiese su viaje al otro mundo, pero su espíritu no descansó, y yo temo y pienso que anda errante, perdido y solo, tratando de hallar el camino de regreso a la Madre.

Su observación sorprendió a Ayla, quien le miró atentamente mientras continuaba:

–No puedo dejar así las cosas. Alguien tiene que ayudarle a encontrar su camino, pero sólo conozco una persona que sabe hacerlo: Zelandoni, un shamud, un shamud muy poderoso que estaba presente cuando él nació. Quizá, con la ayuda de Marthona, su madre y la mía, Zelandoni pueda hallar su espíritu y guiarlo por el camino verdadero.

Ayla sabía que ésa no era la verdadera razón por la cual él deseaba retornar, o por lo menos no era la razón principal. Intuía que lo que él decía era perfectamente cierto, pero de pronto advirtió que, como la respuesta que ella misma le había dado cuando él le preguntó acerca de la planta de hilo dorado, no era toda la verdad.

–Jondalar, hace mucho que te ausentaste –dijo Tholie, con evidente decepción–. Aun cuando pudieran ayudarle, ¿cómo saber si tu madre o ese Zelandoni viven aún?

–No lo sé, Tholie, pero debo intentarlo. Incluso si no pueden ayudar, creo que Marthona y el resto de su linaje querrán saber si aquí fue feliz con Jetamio, contigo y Markeno. Estoy seguro de que mi madre habría simpatizado con Jetamio, y sé que simpatizaría contigo, Tholie. –La mujer trató de disimularlo, pero no pudo evitar la sensación de placer que le producía el comentario de Jondalar, pese a que ahora se sentía decepcionada–. Thonolan realizó su gran viaje, y siempre fue su viaje. Yo le seguí sólo para cuidarle. Quiero contar lo que fue su viaje. Recorrió la distancia hasta el fin del Río de la Gran Madre, pero, lo que fue incluso más importante, aquí encontró un lugar habitado por personas que le amaron. Es una historia que merece ser contada.

–Jondalar, creo que todavía estás tratando de seguir a tu hermano, que intentas buscarle incluso en el otro mundo –dijo Roshario–. Si eso es lo que debes hacer, sólo nos queda desearte suerte. Creo que Shamud nos habría dicho que tú debes seguir tu propio camino.

Ayla reflexionó sobre lo que Jondalar había hecho. El ofrecimiento de Tholie y de los sharamudoi para que se convirtiera en uno de ellos no había sido formulado a la ligera. Era generoso y constituía un honor importante; por esas razones era difícil rehusar sin ofender. Sólo la profunda necesidad de alcanzar una meta más elevada, de perseguir un objetivo más apremiante, podía lograr que el rechazo fuese aceptable. Jondalar decidió no mencionar que, a pesar de que los consideraba a todos como parientes, no eran los parientes que él añoraba; pero su verdad incompleta le había permitido rechazar con elegancia y al mismo tiempo evitar el agravio.

En el clan, abstenerse de mencionar ciertas cosas era aceptable para propiciar algún elemento de intimidad en una sociedad en la que parecía difícil ocultar algo, porque podían discernirse muy fácilmente las emociones y los pensamientos a partir de las posturas, las expresiones y los gestos sutiles. Jondalar había decidido exteriorizar una consideración necesaria. Ayla tenía la sensación de que Roshario había sospechado la verdad y de que había aceptado la excusa de Jondalar por la misma razón que él la había formulado. Esa sutileza no pasó inadvertida para Ayla, pero siguió dando vueltas al asunto y comprendió que en aquellos generosos ofrecimientos podían ocultarse otras cosas.

–Jondalar, ¿cuánto tiempo permanecerás aquí? –preguntó Markeno.

–Hemos llegado más lejos de lo que yo creía que sería el caso por estas fechas. No esperaba llegar aquí antes del otoño. Creo que gracias a los caballos estamos avanzando más rápidamente de lo previsto –explicó–, pero todavía nos falta un largo trayecto y nos esperan obstáculos difíciles. Me gustaría partir cuanto antes.

–Jondalar, no podemos irnos tan deprisa –intervino Ayla–. No puedo marcharme antes de que cure el brazo de Roshario.

–¿Cuánto tiempo llevará eso? –preguntó Jondalar, frunciendo el entrecejo.

–Roshario deberá mantener inmóvil el brazo envuelto en la corteza de haya durante una luna y la mitad de la siguiente –dijo Ayla.

–Es demasiado tiempo. ¡No podemos permanecer aquí tanto tiempo!

–¿Cuánto podemos quedarnos? –preguntó Ayla.

–No mucho.

–Pero ¿quién retirará la corteza? ¿Quién sabrá cuándo es el momento oportuno?

–Hemos enviado en busca de un shamud –dijo Dolando–. ¿Otro curador no sabrá hacerlo?

–Imagino que sí –dijo Ayla–, pero me gustaría hablar con él. Jondalar, ¿no podemos esperar por lo menos hasta que llegue el shamud?

–Si no es mucho tiempo. Pero quizá deberías pensar en explicárselo a Dolando o a Tholie, por las dudas.

Jondalar estaba cepillando a Corredor; parecía que el pelaje del animal había crecido y se espesaba. Jondalar tuvo la sensación de que esa mañana había percibido una oleada más fría y el caballo parecía especialmente inquieto.

–Creo que ansías partir tanto como yo, ¿verdad, Corredor? –dijo. El caballo movió las orejas en dirección a Jondalar al oír su nombre; su madre agitó la cabeza y relinchó–. Tú también quieres partir, ¿verdad, Whinney? A decir verdad, éste no es un lugar apropiado para los caballos. Necesitan un terreno más abierto para correr. Creo que tendría que recordar eso a Ayla.

Descargó una última palmada sobre el anca de Corredor y después regresó hacia el saliente. «Roshario parece sentirse mucho mejor», pensó cuando vio a la mujer que estaba sentada sola, cerca del amplio hogar, cosiendo con una mano y usando uno de los pasahílos de Ayla.

–¿Sabes dónde está Ayla? –le preguntó.

–Ella y Tholie se fueron con Lobo y Shamio. Dijeron que irían al lugar donde se fabrican los botes, pero creo que Tholie deseaba mostrar a Ayla el Árbol de los Deseos y hacer una ofrenda pidiendo un parto fácil y un hijo sano. Tholie comienza a mostrar claramente su bendición –dijo Roshario.

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