Las suplicantes (2 page)

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Authors: Esquilo

BOOK: Las suplicantes
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CORIFEO. Clara y concisa será mi respuesta: nos gloriamos de ser de argiva raza, de la fecunda vaca descendientes. Mi discurso dirá si todo es cierto.

REY. Increíble, en verdad, oh forasteras, es cuanto me decís: ¡Que sois argivas! A mujeres de Libia parecidas más bien sois que a mujeres de esta tierra. También el Nilo pudo haber criado igual retoño; y el estilo ciprio que en femenino molde el macho imprime es semejante al vuestro. Tengo oído también que hay indias nómadas que montan en camellos, cual si fueran caballos, en su silla, y recorren las regiones vecinas del país de los etíopes. También podría, si llevarais arco, creer que sois aquellas Amazonas sin esposo y que comen carne cruda. Si tú me informas yo podré entender cómo es tu linaje argivo y tu simiente.

CORIFEO. ¿NO dicen, pues, que de Hera, en esta tierra de Argos, sacerdotisa fuera Ío?

REY. LO fue, y la tradición se ha difundido.

CORIFEO. ¿Y que, aunque era mujer, Zeus poseyola?

REY. Y que Hera no ignoró estas relaciones.

CORIFEO. ¿Cómo acabó la divinal porfía?

REY. Vaca hizo a la mujer la diosa de Argos.

CORIFEO. Y, ¿no se acercó Zeus a esa ternera?

REY. Bajo forma de toro, según cuentan.

CORIFEO. ¿Qué hizo de Zeus la contumaz esposa?

REY. Apostó ante la vaca al que ve todo.

CORIFEO. ¿Quién era ese pastor omnividente que apacentaba a una ternera sola?

REY. Argos, hijo de Ge, a quien mató Hermes.

CORIFEO. Y, ¿qué más inventó contra la vaca?

REY. Un insecto que azuza a la ternera.

CORIFEO. «Tábano» junto al Nilo se le llama.

REY. La expulsa de su tierra a la carrera.

CORIFEO. También en lo que dices coincidimos.

REY. Finalmente, llegó a Cánobo y Menfis.

CORIFEO. Y con su mano Zeus engendró un hijo.

REY. ¿Qué hijo de Zeus nació de esa ternera?

CORIFEO. Epafo se le llama por su parto.

REY. ...........................

CORIFEO. Libia, que es la región más dilatada.

REY. ¿Qué otra cría nació de la ternera?

CORIFEO. Belo, padre de padre, y sus dos hijos.

REY. Dime ahora ese nombre tan sapiente.

CORIFEO. Dánao, y su hermano con cincuenta hijos.

REY. Dime también su nombre, sin reparos.

CORIFEO. Egipto. Y sabedor de mi linaje trata ya como argivas a estas gentes.

REY. Creo que perteneces desde antiguo a esta mi tierra. Empero, ¿cómo osasteis dejar vuestra morada? ¿Qué os indujo?

CORIFEO. Señor de los pelasgos, es muy vario el humano infortunio. En parte alguna verás de la desgracia igual plumaje. Pues ¿quién pudo pensar que en esta huida inesperada iba a arribar a Argos una antigua familia emparentada, impelida por odio hacia una boda?

REY. ¿Qué pides a estos dioses agorales con blancas ramas poco ha cortadas?

CORIFEO. De los egipcios nunca ser esclavas.

REY. ¿ES por odio? ¿O es que hablas de una infamia?

CORIFEO. ¿Quién, para amarlo, comprará a su dueño?

REY. ASÍ se fortalecen los linajes.

CORIFEO. ¡Del infeliz librarse es fácil cosa!

REY. ¿Cómo podré ser pío con vosotras?

CORIFEO. Por más que me reclamen, no me entregues.

REY. ¡Qué horrible, provocar nuevos embates!

CORIFEO. La Justicia protege a su aliado.

REY. Sí, si desde un principio tuvo parte.

CORIFEO. ¡Respeta a la ciudad así engalanada!

REY. Temo viendo el altar ensombrecido.

CORIFEO. ¡Dura es la ira de Zeus, el Suplicante!

CORO.

ESTROFA 1.ª
¡Escucha, oh hijo de Palecton,
con corazón benigno, rey de los pelasgos! Vuelve tus ojos hacia esta fugitiva que anda errante, cual ternera perseguida del lobo, entre peñascos abruptos, desde donde segura del refugio
muge contando sus penas a su madre.

REY. A la sombra de ramos que, hace poco, fueron cortados, joven grupo veo delante de estos dioses agorales. ¡No traiga males el comportamiento de esas extrañas que son ciudadanas! No caiga de improviso y sin pensarlo mal sobre la ciudad: no lo precisa.

CORO.

ANTÍSTROFA 1.ª
Que mire a este destierro que no daña Temis suplicadora, hija de Zeus que el destino reparte. Aprende, aun siendo viejo, del que es joven. Serás feliz si acoges a aquel que a ti se vuelve. La voluntad divina acepta las ofrendas de hombre puro.

REY. No es el hogar de mi palacio donde estáis sentadas. Si en común se pierde la ciudad, debe el pueblo hallar remedio en común: no me atrevo a hacer promesas sin consultar los hechos con mi pueblo.

CORO.

ESTROFA 2.ª
El estado eres tú, tú eres el pueblo;
señor no sometido a juez alguno,
tú eres rey del altar, del hogar de esta tierra.
Solo con el sufragio de tu frente,
y solo con el cetro de tu trono
tú lo decides todo. ¡Evita el sacrilegio!

REY. Sobre mi enemigo caiga el sacrilegio. Mas no os puedo ayudar sin daño alguno, pero tampoco es sabio no atenderte. No sé qué hacer; el miedo me domina. ¿Obrar? ¿No obrar? ¿O tentaré el destino?

CORO.

ANTÍSTROFA 2.ª
Contempla a quien nos mira desde lo alto, custodio del sufrido
mortal, que, de rodillas ante el semejante, no obtiene la justicia de las leyes. Mas de Zeus suplicante la ira aguarda al que no atiende el grito del que sufre.

REY. Si los hijos de Egipto poder tienen sobre ti, cuando alegan que, por ley, son tus parientes próximos, ¿quién puede oponerse? En tu defensa debes demostrar que esas leyes no te atañen.

CORO.

ESTROFA 3.ª
Que no caiga jamás bajo las garras
poderosas del macho. Un remedio tan solo vislumbrar puedo contra ese infortunado matrimonio: la fuga entre los astros de la noche. Tomando por aliada a la justicia juzga a favor de la piedad divina.

REY. No es fácil decidir en este lance. No me elijas por juez. Ya te lo dije: yo nada haré sin consultar al pueblo. Nunca pueda decir, si un mal ocurre. «Honrando a extraños la ciudad perdiste».

CORO.

ANTÍSTROFA 3.ª
Pariente, por la sangre, de ambos bandos, Zeus contempla el debate equitativamente, y, como es justo, premia
con castigo al malvado, y con piedad al justo. Si todo está con equidad pesado, ¿para qué ese temor de hacer justicia?

REY. Necesito una idea salvadora, profunda; al modo de los buzos, que descienda hasta el abismo un ojo claro, no en exceso embriagado, y que, primero, no cause la cuestión a mis estados daño alguno, y que, luego, bien termine para nosotros mismos: que una guerra de desquite no nos alcance a todos, o que, si yo os entrego, arrodilladas como estáis frente al ara de los dioses, no vaya yo a instalar en nuestra patria al vengador, al dios de la ruina, que ni en el Hades al difunto suelta. ¿No urge una idea salvadora, y honda?

CORO.

ESTROFA 4.ª
Reflexiona y sé, pues, justamente, un anfitrión piadoso. No, no traiciones a esta fugitiva a la que impío exilio de lejos ha lanzado hacia esta tierra.

ANTÍSTROFA 4.ª
No quieras vernos arrancadas de este sagrado asilo, ¡oh tú, que aquí dominas! Del varón reconoce la soberbia. Guárdate de la cólera que sabes.

ESTROFA 5.ª
No quieras, no, ver a esta suplicante de este altar arrancada, en contra del querer de la justicia, cual una yegua, por las bandas de variados colores, ni cómo echan las manos sobre mi vestimenta.

ANTÍSTROFA 5.ª
Porque lo has de saber: sobre tus hijos, sobre tu casa, según la decisión que hayas tomado, a Ares has de pagar, un día, estricta recompensa. Piénsalo bien: porque el poder de Zeus es justiciero.

REY. LO pensé ya, y aquí encalla mi barca: con unos o con otros me es preciso promover dura guerra. Ya la quilla clavada está como si hubiera sido por fuertes cabrestantes arrastrada. Mas sin dolor no hay solución posible: privada ya la casa de sus bienes, mayores que las pérdidas, podrían —por bendición de Zeus dador de bienes— venir otros a compensar la carga. Si una lengua dispara inoportuno dardo que el corazón llena de pena, palabras con palabras se conjuran. Pero para evitar la sangre hermana es fuerza que ofrezcamos sacrificios, ofrecer muchas reses a los dioses, remedio a la desgracia, o es que yo estoy muy desviado del debate. Pero prefiero ser un mal profeta a un profeta verídico de males. ¡Que acabe bien aun contra lo que pienso!

CORIFEO. Oye mis muchas voces suplicantes.

REY. Escucho. Y habla, que no se me escapa.

CORIFEO. Poseo ceñidores y refajos, con los cuales abrocho mis vestidos.

REY. Debe ser adecuado a las mujeres.

CORIFEO. Pues sabe que eso me será un remedio.

REY. Dime cuál es la frase que meditas.

CORIFEO. Si no haces a este corro la promesa...

REY. ¿... qué vas a hacer con esos ceñidores?

CORIFEO. ... con raras tablas ornaré esas tallas.

REY. Oscura es tu palabra: habla más claro.

CORIFEO. Me colgaré, al instante, de estos dioses.

REY. Lo que escucho fustiga mis entrañas.

CORIFEO. Comprendiste: tus ojos he aclarado.

REY. ¡Por doquier hallo escollos insalvables! Sobre mí avanza un río de desgracias: estoy en mar profundo de infortunios difícil de cruzar ¡y aquí no hay puerto! Pues si esta deuda no te satisfago me amenazas con manchas imborrables; si a los hijos de Egipto, tus parientes, de pie ante la muralla yo hago frente, ¿no es trance amargo que unos hombres deban mojar de sangre el suelo por mujeres? Es fuerza, empero, respetar las iras de Zeus que vela por los suplicantes, el supremo temor entre los hombres.

Así que, anciano padre de estas vírgenes, coge al punto en tus brazos estos ramos y colócalos ante otros altares de este país; y así los ciudadanos el signo podrán ver de lo que pides y no rechazarán mis peticiones: criticar al poder le gusta al pueblo. Y acaso ante esta escena brote un punto de compasión y todos aborrezcan la violencia sin freno de estos machos. Que el pueblo os ha de ver con buenos ojos, y siempre hay compasión para el más débil.

DÁNAO. Es ya para nosotros importante hallar un anfitrión que nos respete. Pero dame una tropa y unos guías para hallar los altares de los dioses de la ciudad y su asiento hospitalario. Que a nuestro paso por la villa hallemos seguridad. Pues la naturaleza no nos dio el mismo porte, y no es pareja la raza que han criado Nilo e Ínaco. No levantes temores con tu audacia, que se puede matar a un buen amigo por ignorar quién es.

REY. ¡Id, pues, soldados! Tiene razón el extranjero. Al punto guiadle hacia las aras de la villa, asiento de los dioses, y no es cosa de hablar con quien te vayas encontrando mientras a este marino, suplicante de los dioses, guiáis.

(Sale
DÁNAO
y su acompañamiento).

CORIFEO. Ya le has hablado, ya, instruido por ti, puede marcharse. Mas yo, ¿qué haré? ¿Me das tú garantías?

REY.
(Señalando el altar).
Pon aquí el ramo, signo de tu pena.

CORIFEO. Lo confío a tu mano, a tu palabra:

REY. Desciende, ahora, a este recinto abierto.

CORIFEO. ¿Cómo puede salvarme si está abierto?

REY. NO te expondré a las aves de rapiña.

CORIFEO. ¡Quizás a algo peor que cruel serpiente!

REY. ¡Habla un lenguaje santo, si así te hablan!

CORIFEO. El temor de mi espíritu me ha hecho susceptible en verdad, y ello no es raro.

REY. Y que un rey tema, siempre ha sido extraño.

CORIFEO. ¡Dame fe con palabras y con obras!

REY. No va a dejarte sola largo tiempo tu padre. Y mientras tanto yo a las gentes me marcho a convocar de mis estados, para hacerte propicia la asamblea, e indicar las palabras que tu padre debe pronunciar. Así que espera e implora con tus preces a los dioses de este país lo que alcanzar deseas. Pues yo me voy a disponerlo todo. ¡Que Suerte y Persuasión vayan conmigo!

(El
REY
deja la escena acompañado de su escolta.
LAS SUPLICANTES
colocan sus ramos en el suelo y bajan a la
orquéstra).

CORO.

ESTROFA 1.ª
¡Rey de reyes, beato
entre beatos, oh supremo poder
entre todo Poder, Zeus bienaventurado!
Atiende mi plegaria, y de tu raza
aleja la violencia de estos machos, indignado,
y en el purpúreo vértice sumerge
los tenebrosos bancos de esa peste.

ANTÍSTROFA 1.ª
Propicio a la causa femenina,
vuelve tus ojos hacia nuestra raza,
a nuestra antigua raza, y renueva la piadosa leyenda
de esa amada mujer, mi antecesora.
Recuerda, tú que a Ío tocaste;
De Zeus por el linaje nos gloriamos;
colonos somos, salidos un día de esta tierra.

ESTROFA 2.ª
He acudido a una huella muy antigua,
al pastizal florido en donde alimentaban a mi madre,
a un prado que a una vaca apacentaba,
desde donde Ío
por tábano azuzada
huyera, enloquecida,
cruzando muchos pueblos
y hendiendo, por orden del destino,
el estrecho que azotan las olas,
dejando atrás los lindes de unas tierras que encaradas están una con otra.

ANTÍSTROFA 2.ª
Por las tierras de Asia marcha a la carrera, la Frigia cruzando, madre de corderos; deja atrás la misia ciudad de Teutrante, de Lidia los valles, los montes cilicios, la Panfilia cruza, los ríos que fluyen sin pararse nunca, y la ilustre tierra que da tanto trigo, la tierra de Cipris.

ESTROFA 3.ª
Por el dardo azuzada de aquel boyero alado, llega de Zeus al próspero recinto al prado que las nieves alimentan y que recorre de Tifón la furia; y a las aguas del Nilo, que los morbos no tocan, enloquecida por los sufrimientos que no merece, y el aguijón de Hera, hecha una furia.

ANTÍSTROFA 3.ª
Los hombres que habitaban esas tierras, pálidos de temor, temblaron todos, ante la escena insólita: veían una bestia repulsiva, mezcla de vaca y
hombre —parte ternera, y parte con femeninas formas—.
se admiraron ante aquel portento. Y, ¿quién fue, entonces,
el mago que logró sanar a Ío
errante y miserable,
por cruel aguijón enfurecida?

ESTROFA 4.ª
El que reina por tiempos infinitos
y con su fuerza que no causa estragos, con su divino soplo, pone fin a sus penas. Y ella, entonces, doloroso pudor vierte de lágrimas. Y, pues de Zeus el peso recibiera, según una leyenda que no miente, dio a luz a un niño irreprochable.

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