Las suplicantes (3 page)

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Authors: Esquilo

BOOK: Las suplicantes
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ANTÍSTROFA 4.ª
que iba a ser muy feliz por largo tiempo,
entonces proclamó la tierra entera: «Este brote vivífico, sin duda,
ha nacido de Zeus».
¿Quién pudo, pues,
calmar aquel delirio traicionero
de Hera? ¡Zeus es su autor! Y si proclamas
que tal linaje de Épafo desciende,
no cometes error.

ESTROFA 5.ª
¿A qué dios, con razón, por más justas acciones podría yo invocar en este instante? Al mismo antecesor de mi linaje, que mi brote plantó con propia mano, al gran artífice sapiente de mi raza, y mi único remedio, a Zeus, dios de los vientos.

ANTÍSTROFA 5.ª
No humillado al poder de otro monarca, reina sobre los fuertes. No tiene nadie arriba al que postrarse desde abajo. La acción, tal una orden, a sus órdenes siempre está sumisa para cumplir lo que su mente ordena.

(Aparece
DÁNAO).

DÁNAO. Hijas, valor, el pueblo es favorable: la Asamblea ha votado por nosotros.

CORIFEO. Salud, anciano, amado mensajero. Mas cuéntame el sufragio. ¿De qué modo la mano popular logró el triunfo?

DÁNAO. Argos lo decidió sin titubeos, de modo que, a mi edad, me he vuelto mozo. El aire se ha erizado con los brazos del pueblo que aprobó estas decisiones: «Tendremos residencia en esta tierra, libres, sin gajes, con derecho a asilo. Y nadie del país podrá prendernos ni venido de fuera. Y que si intenta imponernos la fuerza, quien no corra en nuestra ayuda, de los habitantes, la infamia sufrirá y duro destierro». Tal fue la solución que el rey Pelasgo respecto a nuestro caso les propuso. Les convenció y a la ciudad invitaba a no engordar para el tiempo futuro la cólera de Zeus, el Suplicante. «Porque esta doble mancha —les decía— extraña y ciudadana, apareciendo en la ciudad, podría convertirse en yesca inevitable de desgracias». Las razones oyendo, el pueblo argivo decretó, a mano alzada, que así fuera, sin esperar a que el heraldo hablara, así el pueblo pelasgo los meandros escuchó del discurso persuasivos. Pero fue Zeus quien diole cumplimiento.

CORO. Ea, pues, dirijamos sobre este pueblo de Argos nuestros votos, en pago a su servicio, que Zeus que protege al extranjero a unos labios extraños conceda, con verdad, un cumplimiento irreprochable en todo.

ESTROFA 1.ª
Ahora, sí, es el momento, oh dioses de Zeus nacidos, de escuchar las bendiciones que para el pueblo pedimos: Que Ares, el incontinente, que pone fin a las danzas, nunca a la tierra pelasga pueda envolver con sus llamas, Ares, que en campos ajenos, a los mortales guadaña.
Pues tuvieron compasión de nosotras, y votaron con un voto favorable, y a este rebaño atendieron que de Zeus es suplicante.

ANTÍSTROFA 1.ª
No votaron con los machos humillando a las mujeres y a su causa, por respeto a aquel que en su mano tiene de Zeus la dura venganza. ¿Qué casa puede, si viene, sostenerlo en su tejado? Con su peso lo arruina.
Pues como a hermanas honraron a este corro suplicante de Zeus santo, que en altares de pureza los favores de los númenes alcancen.

ESTROFA 2.ª
Que salgan, pues, volando, de mis labios sombreados, los votos que por su gloria hacemos: jamás la peste pueda la ciudad vaciar de sus varones; jamás el extranjero consiga ensangrentar el suelo patrio con sangre ciudadana.
Que permanezca intacta la flor de sus mozuelos ni Ares el sanguinario, amante de Afrodita, pueda agostar su suelo.

ANTÍSTROFA 2.ª
Que de ofrendas flameen, bien repletas, las aras do el anciano se guarece. Conozca su ciudad un buen gobierno, pues al gran Zeus respetan, y de forma especial al que da asilo, que, con su vieja ley, rige los hados,
que nazcan de esta tierra sin cesar, nuevos rectores; este es el voto que hacemos,
que de los partos cuide la diosa Ártemis-Hécate.

ESTROFA 3.ª Y
que no acuda la asesina peste a diezmar esta villa,
armando a Ares —el dios que odia las danzas y la cítara, y padre del gemido—
y ala
guerra que enfrenta a los hermanos.
Que el enjambre odioso de los morbos se asiente lejos de los ciudadanos, que el licio Apolo sea benévolo con todos sus mancebos.

ANTÍSTROFA 3.ª Y
que Zeus con un signo de su testa fértil haga a esta tierra
con cosechas que duren todo el año. ¡Que el ganado que pace en sus praderas fecundo sea! Y que el favor del cielo lo haga todo fecundo.
Junto al altar cante el poeta cantos de vida, y de los puros labios que brote la melodía que ama la lira.

ESTROFA 4.ª
Conserve sin temores el Consejo
guardián de la ciudad sus atributos, providente poder que atiende a todos. Que ofrezca al extranjero, antes de armar los brazos del dios Ares, sesudos arbitrajes sin agravios.

ANTÍSTROFA 4.ª
Y a los dioses nativos de esta tierra honren constantemente con las labores ya tradicionales, sacrificios de bueyes, de laurel coronados. Que el honor
a los padres tercer lugar ocupa en las disposiciones que impone la Justicia veneranda.

DÁNAO. Hijas, alabo estos prudentes votos.

(Procurando ocultar su emoción).

Y ahora no tembléis si de los labios oís de vuestro padre una noticia inesperada y nueva: ya la nave, desde esta almena acogedora, veo. Se destaca muy bien. No se me escapan ni el velamen ni la elevada borda del bajel, ni la proa que señala, de lejos, el camino, con sus ojos, bien sumisa al timón que, por la parte trasera el barco guía —¡harto sumisa, en verdad para quien es su enemigo! De entre las blancas túnicas destacan los negros miembros de los marineros. Son visibles también las otras naves y la dotación toda. Ante la costa, la capitana ya ha amainado velas y la empujan los remos con presteza. Pero con calma y claridad de mente hay que mirar la cosa, de estos dioses sin olvidaros. Parto; a mi regreso traeré campeones y asesores. Que es posible que arribe algún heraldo o una embajada con la pretensión de aprehenderos como a cosa suya. Mas nada ocurrirá. No hay que temerlos. Pero mejor será que, si tardamos en llegar con la ayuda, no olvidéis la protección que este recinto os presta. ¡Valor! Que, con el tiempo, y en la fecha fijada, el que a los númenes desprecia ha de sufrir, al fin, justo castigo.

(Desciende del montículo).

CORIFEO. Padre, me asusto, sí. ¡Con qué presteza avanzan esas naves! ¡Ya no hay tiempo!

CORO.

ESTROFA 1.ª
Hórrido espanto que invade
en verdad. ¿De qué ha servido esta loca carrera hacia el destierro? Estoy muerta de miedo, padre mío.

DÁNAO. Valor, hijitas, ya que el voto argivo se ha de cumplir, por ti irán a la guerra. Lo sé muy bien.

CORIFEO. Maldito es el linaje impúdico de Egipto, y de combate insaciable. Lo digo a quien lo sabe.

CORO.

ANTÍSTROFA 1.ª
Con naves de madera de azul rostro
hasta aquí han navegado en su arrebato, con numerosa hueste de hombres negros.

DÁNAO. A muchos hallarán que, en pleno día, el sol les ha quemado los dos brazos.

CORIFEO. No me abandones, padre, te lo ruego, que, sola, una mujer no puede nada: el dios Ares en ella no reside.

CORO.

ESTROFA 2.ª
Son pérfidos, malvados,
de corazón impuro, y, cual los cuervos, desprecian los altares.

DÁNAO. ¡Qué buena coyuntura, hija querida, que se ganen tu horror y el de los dioses!

CORIFEO. ¡Oh! No será el temor a estos tridentes ni la magnificencia de estos dioses lo que su mano aparte, padre mío.

CORO.

ANTÍSTROFA 2.ª
Son soberbios, su espíritu es impuro
y, audaces como perros, no escuchan a los dioses.

DÁNAO. Más fuertes que los perros son los lobos, —dicen— más que el papiro lo es la espiga.

CORIFEO. Y pues tienen instintos de insensato e impío aborto, hay que guardarse de ellos.

DÁNAO. Es muy lento el atraque de una escuadra y el anclaje también, cuando a la costa hay que fijar los cables protectores. Ni cuando están anclados se confían los pastores de naves, sobre todo al llegar a un país sin puerto alguno y cuando el sol se aleja hacia la noche: ¡la noche pare angustia al buen piloto! No puede, pues, haber buen desembarco si el ancla no asegura, antes, la nave.

(Pausa).

Mas procura que, en ti, ese desespero no provoque el olvido de los dioses tras conseguir su ayuda. Y esta tierra no ha de execrar de un mensajero anciano, que es joven por su espíritu elocuente.

CORO.
(En tono de desesperación).

ESTROFA 1.ª
¡Io, tierra montañosa que en justicia venero!
¿Qué será de nosotras? ¿Adonde, de la tierra de Apis, puedo escapar, si es que aún existe un oscuro escondrijo? ¡Ah, si pudiera en negruzca humareda convertirme vecina del dios Zeus y de las nubes!
¡Que entonces, esfumada del todo,
como el polvo invisible
en un vuelo sin alas, yo muriera!

ANTÍSTROFA 1.ª
Libre de miedo ya no está mi alma: mi corazón palpita, ennegrecido. Lo que mi padre viera es mi ruina. ¡Estoy muerta de miedo! Quisiera disponer de un fatal nudo y pender de una soga,
antes de ver que un hombre al que aborrezco roza mi piel. Mil veces preferible que, muertas, nos señoree el Hades.

ESTROFA 2.ª
Y, ¿dónde hallar un sitial etéreo
contra el que, entrechocando, se convierte en nieve el agua de las nubes?¿Dónde erosionada roca que, sin cabras, invisible y altiva, y suspendida, nido de buitres, testimonio diera de mi caída en un profundo abismo, antes que padecer brutales bodas que violentan mi espíritu?

ANTÍSTROFA 2.ª
Así no me opondría a convertirme en pasto de los perros y en festín de las aves de esta tierra: morir libera de llorosas penas. ¡La muerte antes que el lecho de un esposo! ¿Qué otra ruta alcanzar para mi huida que de este matrimonio me libere?

ESTROFA 3.ª
Lanza gemidos que hasta el cielo alcancen, preces que escuchen númenes y diosas. Pero, ¿cómo obtener su cumplimiento? Dirige, padre mío, hacia nosotras, mirada combativa y salvadora, y contempla con ojos enemigos, como
es justo, estos actos de violencia. No rechaces a quienes te suplican, de la tierra señor, rey prepotente.

ANTÍSTROFA 3.ª
Que la raza de Egipto, en su insufrible soberbia, me persigue con varonil acoso, y a mí, aquí cobijada, violentamente, con lúbrico alarido,
pretende hacerme suya.
Tuyo es, empero, el fiel de la balanza.
¿Qué, sin Ti, ven cumplido los mortales?

(Coro de
DANAIDES
y
EGIPCIOS).

DANAIDES. ¡O, O, O, a, a! ¡Mira el raptor! ¡en barco, en tierra ya; antes, raptor perezcas! iof, om, de nuevo... Un grito lanzo de horror. Estoy viendo ya el preludio del dolor que me espera. ¡Eé, eé! Busca en la huida tu amparo. La soberbia campea, insoportable, en tierra y mar. ¡Dame tu protección, dios de esta tierra!

EGIPCIOS. Arriba, arriba, al barco a toda prisa. Si no, si no, ¡cabellos arrancados, estigmas en la frente, sangrientos y asesinos degüellos has de ver! Presto, presto, a la nave, que muerte has de tener ignominiosa.

DANAIDES.

ESTROFA 1.ª
Ojalá hubieras muerto, mientras el mar cruzabas salado, y sus corrientes, tú y la soberbia de tus amos, junto con el leño con clavos reforzado.

EGIPCIOS. Ante la fuerza deja cualquier empeño, y la ceguera ante razón; lo ordeno, ¡lo, io!Abandona ese templo, dirígete a la nave; tu piedad en esta tierra es cosa impía.

DANAIDES.

ANTÍSTROFA 1.ª
¡Que jamás vuelvas a ver las prolíficas linfas de c¡ue se nutre y crece la sangre que da vida, entre los hombres!

EGIPCIOS.

Pero tú al punto has de embarcar en la nave, sí, en la nave, tanto si quieres como si no quieres; por la fuerza, por la fuerza...

DANAIDES.

ESTROFA 2.ª
¡Ay, ay, ay, ay!
¡Así hallaras la muerte
sin mano que te auxilie,
en las corrientes del salobre prado,
junto a la tumba, que la arena cubre,
de Sarpedón, errante,
juguete de los vientos!

HERALDO. Implora, gime y a los dioses llama: No podrás escapar del barco egipcio. Gime y grita con voces más amargas.

DANAIDES.

ANTÍSTROFA 2.ª
¡Oi, oi, oi, oi!
presumes...
El caudaloso Nilo que contempla tu insufrible insolencia ¡lejos te arroje!

HERALDO. Sube, te ordeno, al barco bien cercado, con presteza, y que nadie se retrase; la fuerza no se arredra ante las trenzas.

DANAIDES.

ESTROFA 3.ª
Ay, padre mío,
postrarme ante esta estatua me ha perdido. Me arrastra, cual araña, paso a paso, negra, sí, negra pesadilla. ¡Otototooi!
¡Oh, Ma, Tierra, Tierra, aparta ese alarido horrendo, oh Padre, Zeus, hijo de Ga!

HERALDO. Yo no temo a los dioses de esta tierra; ni son ellos los que me alimentaron, ni con sus curas yo he llegado a viejo.

DANAIDES.

ANTÍSTROFA 3.ª
Junto a mí brinca bípeda serpiente. Cual un áspid a mi...
¿Qué
¡Otototoi!
¡Oh, Ma, Tierra, Tierra, aparta ese alarido horrendo, oh Padre, Zeus, hijo de Ga!

HERALDO. Si no vienes al barco y te resignas, rasgaré tus vestidos sin recato.

CORIFEO. Perdida estoy. Señor, ¡qué impiedades!

HERALDO. Señores ya verás, y muchos, pronto; a los hijos de Egipto. Por carencia de señores no habrás de preocuparte.

CORIFEO. ¡Io! Caudillos de este pueblo. ¡Me subyugan!

HERALDO. Os tendré que arrastrar por el cabello, parece. No atendéis a mis razones.

(El
HERALDO,
con su hueste, intenta arrastrarlas. Aparece el
REY
con sus tropas).

REY. ¿Qué estás haciendo, tú? ¿Con qué soberbia injurias al país de los pelasgos? ¿Te crees ante un pueblo de mujeres? Presumes demasiado ante los griegos, tú, un bárbaro sin más. Mucho has errado sin haber acertado un solo blanco.

HERALDO. ¿Qué derecho conculco con mis actos?

REY. No sabes proceder como extranjero.

HERALDO. ¿Y cómo no, si encuentro lo perdido?

REY. ¿Qué patrón del lugar has consultado?

HERALDO. A Hermes, el gran patrón de quienes buscan.

REY. Aunque invocas a un dios, tú los deshonras.

HERALDO. Yo respeto a los númenes del Nilo.

REY. Los de aquí nada son, por lo que escucho.

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