Longitud (5 page)

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Authors: Dava Sobel

BOOK: Longitud
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El conflicto entre Hooke y Huygens sobre los derechos de una patente inglesa por el muelle espiral del volante, desbarató varias reuniones de la Royal Society, y después, esta materia se sacó de las minutas, sin darle satisfacción a ninguno de los oponentes.

No hubo ningún fin en esta disputa, porque ni Hooke ni Huygens produjeron un verdadero cronómetro marino. Los fracasos separados de estos dos gigantes parecían estropear las perspectivas de resolución del problema de la Longitud para siempre, a través de un reloj. Los astrónomos desdeñosos, todavía se esforzaban por juntar los datos necesarios para emplear su técnica de la distancia lunar, facilitando la oportunidad de renunciar a tal idea. Hasta donde ellos podían ver, la respuesta vendría del cielo, del universo, el gran mecanismo de relojería y no de cualquier reloj ordinario.

5. El polvo de la simpatía

Medirá el Colegio el mundo entero,

Empresa sin par en su magnitud:

Será navegar paseo placentero

El día que al fin halle la longitud.

Cualquier marinero, con facilidad,

Su barco a las antípodas llevará.

 

 

Anónimo (h.1660), Balada del Gresham Gollege.

 

A finales del siglo XVII, los miembros de sociedades científicas debatían los medios de darle una solución a la Longitud; innumerables locos y oportunistas publicaron folletos para enunciar sus propios sistemas para encontrar la Longitud en el mar.

Ciertamente la más pintoresca de las teorías excéntricas era la teoría del
perro herido
, puesta en boga en 1687. Era pregonada como una medicación de charlatanería, llamada
Polvo de Simpatía
.

Este polvo milagroso, descubierto en el sur de Francia por el elegante Sir Kenelm Digby, podía sanar, supuestamente, a distancia. Todo lo que había que hacer para liberar su magia era aplicarlo a un artículo de la persona enferma. Por ejemplo, cuando se espolvoreaba un pedazo de venda de una herida con el
Polvo de Simpatía
, aceleraba la curación de ella. Desgraciadamente, la cura no era sin dolor, y se rumoreó que Sir Kenelm había hecho saltar a sus pacientes, al espolvorear el cuchillo con el que se habían herido, con sus polvos medicinales, o zambullendo sus ropas, en una solución del polvo, siempre con fines curativos.

La necia idea de aplicar el polvo de Digby al problema de la Longitud, resulta bastante natural para una mente avisada: Se envía un perro herido a bordo de una nave que se hace a la vela. Se deja a un individuo confiable en tierra, para que zambulla la venda del perro, diariamente a mediodía, en una solución de
Polvos de Simpatía
. El perro aullaría forzosamente como reacción, y eso daría al capitán una señal de tiempo. El lamento del perro significaría, "el Sol está en el Meridiano en Londres". El capitán podría comparar esa hora con la hora local en la nave y podría fijar así su Longitud. Se tendría que esperar, claro, que el polvo fuera realmente poderoso como para ser sentido a muchas millas en el mar, y todavía más, la herida no debía sanar en el curso de varios meses (algunos historiadores sugieren que el perro debería ser herido nuevamente, si el viaje era de larga duración).

Si esta solución de Longitud se pensó como teoría científica o sátira, el autor señala que sometiendo "a un perro a la miseria de tener siempre una herida abierta" no es más macabro o mercenario que esperar que un marinero extraiga su propio ojo aras de la navegación.

“Antes que se inventara el cuarto de cuadrante, no había un viejo marinero entre veinte hombres que no hubiese quedado tuerto de mirar fijamente el Sol, día tras día, para hallar el rumbo”, dice en el opúsculo. Y es verdad. Cuando el navegante inglés y explorador John Davis le presentó a su personal el cuarto de cuadrante, en 1595, los marineros proclamaron inmediatamente que era una gran mejora por sobre de la antigua ballestilla o báculo de Jacob.

Los instrumentos originales requerían que se midiera la altura del sol sobre el horizonte, mirando directamente a su intensa luz, con la escasa protección al ojo que proveía un vidrio oscurecido, usados en el ocular del instrumento. Eran suficientes unos años de tales prácticas, para destruirle la visión a cualquiera. Pero así y todo, las observaciones igualmente debían ser hechas. Y después de todo esto, esos navegantes que perdieron, al menos, la mitad de su visión determinando la Latitud ¿harían una mueca de dolor por herir unos perros infelices en demanda de la Longitud?

Una solución mucho más humana era la aguja magnética o brújula, que se había inventado en el siglo XII y había llegado a ser un equipo normal en todas las naves por este tiempo. Se montaba sobre balancines, para que permaneciera horizontal sin importar la posición de la nave, y se guardaba dentro de una bitácora, un pedestal que le servía de apoyo y de resguardo ante los elementos.

La brújula ayudaba a los marineros a encontrar la dirección cuando las nubes del cielo encubrían el sol durante el día o la Estrella Polar durante la noche. Muchos marineros creyeron que una combinación de un cielo nocturno claro y una buena brújula, también podría entregar la Longitud de una nave. Si un navegante podía leer el compás y a la vez, podía ver las estrellas, entonces podría conseguir su Longitud leyendo la distancia entre el polo magnético y el polo verdadero o astronómico.

La aguja de la brújula apunta al norte magnético. La Estrella Polar se sitúa sobre (o cerca, más precisamente) el polo verdadero. Cuando una nave navega hacia el este o hacia el oeste a lo largo de un paralelo cualquiera en el hemisferio norte, el navegante puede medir la distancia entre el polo magnético y el polo verdadero: en ciertos meridianos en el medio del Atlántico la distancia parece grande, mientras que en otros del Pacífico los dos polos parecen solaparse. (Para modelar este fenómeno, clave un clavo dejando una pulgada afuera, en el ombligo de una naranja, y entonces ruede la naranja despacio al nivel del ojo). Se podría dibujar un mapa de puntos vinculando la Longitud a la distancia entre el norte magnético y verdadero.

Este método llamado de la variación magnética tenía una ventaja clara por encima de todas las aproximaciones astronómicas: no dependía de saber la hora simultáneamente en dos lugares o saber cuándo un evento predicho ocurriría. Ninguna diferencia de tiempo tenía que establecerse, o sustraída o multiplicada por cualquier número de grados.

Las posiciones relativas del polo magnético y la Estrella Polar eran suficientes para dar una Longitud leída en grados este u oeste. El método dio respuesta, aparentemente, al sueño de poner la línea de Longitud legible en la superficie del globo, sólo que era incompleto e inexacto. Raro era que la brújula apuntara precisamente al norte en todo momento; la mayoría mostraba algún grado de variación, e incluso la variación cambiaba de un viaje al próximo, siendo difícil conseguir mediciones precisas.

Lo que es más, los resultados se contaminaban aún más allá por los caprichos del magnetismo terrestre, la fuerza aumentaba o menguaba con el tiempo en las diferentes regiones de los mares, como lo demostró Edmond Halley durante un viaje del dos años de observación.

En 1699, Samuel Fyler, párroco inglés de Stockton, en Wiltshire, de setenta años de edad, propuso una manera de dibujar los meridianos de Longitud en el cielo nocturno. Imaginó que él o alguien aún más versado en astronomía, podría identificar hileras discontinuas de estrellas, en la medida que se subía desde el horizonte hacia la cima de los cielos.

Debe haber veinticuatro de estos meridianos estrella, adornados con lentejuelas, o uno en cada hora del día. Entonces sería una cuestión simple, supuso Fyler, preparar un mapa e itinerario que estableciera cuándo una línea sería visible encima de las Islas Canarias, donde se ubicaba el primer meridiano, según la convención de esos días.

El navegante podría observar la hilera de estrellas sobre su cabeza a la medianoche local; si era la cuarta, por ejemplo, y sus tablas le decían que la primera fila debía estar encima de las Canarias sólo entonces, asumiendo que tenía un poco de conocimiento del tiempo, podría establecer su Longitud como tres horas o cuarenta cinco grados oeste de esas islas.

Incluso en una noche clara, sin embargo, el método de Fyler necesitaba de más datos que los acumulados en todos los observatorios de todo el mundo, y su razonamiento era tan redondo como la esfera celestial misma.

El desastre del Almirante Showell las Islas Scilly en los inicios del siglo XVIII intensificó aún más la presión para resolver el problema de Longitud.

Dos notorios personajes entraron en la disputa surgida como consecuencia de este accidente, ellos eran William Whiston y Humphrey Ditton, matemáticos y amigos, que a menudo se trababan en discusiones de gran alcance. Whiston ya había sucedido a su mentor, Isaac Newton, en la cátedra lucasiana de matemática de Cambridge, pero perdió su puesto a causa de sus puntos de vista religiosos poco ortodoxos, como su explicación natural para el diluvio universal de Noé.

Ditton sirvió como maestro de la escuela de matemática en el Hospital de Cristo en Londres. En una tarde de larga y agradable conversación, ambos dieron con un esquema por resolver el problema de Longitud.

Cuando después reconstruyeron la secuencia de sus pensamientos por escrito, Ditton pensó que eso podría servir como una seña a los marinos. El ruido de un cañón u otro ruido muy fuerte, intencionalmente creado a ciertas horas desde puntos de referencia conocidos, podría llenar los océanos de hitos audibles.

Whiston, tratando de ayudar sinceramente, recordó que las explosiones de las grandes armas disparadas en el conflicto con la flota francesa fuera de Beachy Head, en Sussex, habían alcanzado sus propios oídos en Cambridge, a una distancia aproximada de noventa millas. Y también sabía de buena fuente, que las explosiones de la artillería de las Guerras holandesas se habían oído muy tierra adentro en Inglaterra, a una distancia mucho mayor.

Por consiguiente, si se estacionaran bastantes barcos de señales en puntos estratégicos de alta mar, los marinos podrían calibrar su distancia a estas armas estacionarias, comparando la hora conocida de la señal esperada con la hora de a bordo, cuando la señal se oía. Haciendo así, y considerando la velocidad de propagación del sonido, podrían calcular su Longitud.

Desgraciadamente, cuando los hombres ofrecieron su proyecto a los navegantes, les contestaron que los sonidos no serían lo suficientemente fiablemente en el mar, como para determinar la Longitud exacta.

El proyecto podría haber muerto entonces, de no ser porque a Whiston se le ocurrió la idea de combinar sonido y luz. Si las armas propuestas estuvieran cargadas con bengalas y dispararan sus cargas a más de una milla de altura, y explotando allí, los marinos podrían cronometrar el tiempo entre ver el bólido y oír su explosión, de la misma manera como se determina la distancia de las tormentas eléctricas, contando los segundos que pasan entre el resplandor del relámpago y la explosión del trueno.

Naturalmente a Whiston le preocupaba, que esas luces brillantes fallasen al intentar entregar una señal horaria en el mar. Así observó con especial interés el despliegue los fuegos artificiales en la conmemoración del Día de la Acción de Gracias por la Paz, el 7 de julio de 1713.

Lo convenció una bomba bien sincronizada, que explotando a 6.440 pies de altura, lo que le pareció que era el límite de la tecnología disponible en la época, podría verse con claridad desde una distancia de 100 millas; así ya más seguro, trabajó con Ditton en un artículo que aparecería a la semana siguiente en El Guardián, señalando los pasos necesarios.

Primero, debía despacharse una nueva flota que se fijaría a intervalos de 600 millas en el océano. Whiston y Ditton no vieron ningún problema en este sentido porque se equivocaban en cuanto a la longitud que debían tener las cadenas de las anclas, ya que habían estimado la profundidad máxima del océano Atlántico Norte, en no más de 300 brazas, cuando en realidad ella sobrepasa las 2,000 brazas y en algunos puntos singulares excede más de 3,450 brazas.

Según afirmaban los autores del artículo, allí donde las aguas tuvieran tanta profundidad que no fuera posible inmovilizar los buques con anclas, se lanzarían pesos por entre las corrientes hasta regiones más tranquilas. De todos modos, estaban convencidos que podían resolver se estas minucias por el sistema de tanteo.

Una materia más difícil era la determinación de la posición de cada uno los buques. Las señales de tiempo se debían originar en lugares de Latitud y Longitud conocida. Podrían usarse los eclipses de las lunas de Júpiter para esto propósito, o incluso los eclipses solares o lunares, ya que estas determinaciones no se necesitan más que con una frecuencia lejana. El método de la distancia lunar también podría servir para localizar estos buques, y de paso se evitarían las observaciones astronómicas difíciles y los cálculos tediosos.

Todo lo que tenía que hacer el navegante era tomar el tiempo entre la señal luminosa emitida a la media noche local y el rugido del cañón, y seguir navegando, seguro de la posición de la nave entre los puntos fijos en el mar. Si las nubes dificultaban la observación, entonces el sonido tendría que bastar. Y por otra parte, otra señal luminosa vendría luego de otro buque.

Obviamente que estos buques, al menos así lo esperaban los autores, estarían naturalmente libres de todos los actos de piratería o ataques de parte de otros estados belicosos. De hecho, ellos deben recibir protección legal de todas las naciones comerciantes, y agregaban:
"Y debe ser considerado un gran criminal, al que los dañe o haga un esfuerzo por imitar sus explosiones, ya sea por entretención o engaño".

Los críticos fueron rápidos en señalar que aun cuando todos los obstáculos obvios pudieran superarse, no era menor el gasto de semejante tarea, muchos que más que los gastos que se evitarían con esta metodología.

Un emprendimiento de esta naturaleza exigiría de miles de marineros para tripular las naves. Y estos hombres estarían más mal pagados que los guarda faros, a merced de los elementos, posiblemente amenazados por la inanición, y difícilmente sobrios.

El 10 de diciembre de 1713 se publicó el proyecto de Whiston y Ditton por segunda vez, en
The Englishman
. En 1714 apareció en forma de libro, bajo el título
“A New Method for Discovering the Longitude both at Sea and Land”
. (Nuevo método para averiguar la longitud en tierra y mar).

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