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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (24 page)

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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Para entonces, Caramon y Tika eran dueños absolutos de la posada El Último Hogar. Los chicos se hicieron hombres y partieron en busca de aventuras. La casa estaba a cierta distancia de la posada. Las idas y venidas entre una y otra a cualquier hora del día o de la noche (Tika se despertaba a menudo con la firme convicción de que en la posada se había prendido fuego y mandaba a Caramon para que lo comprobara) resultaban agotadoras y les nacían perder mucho tiempo. Finalmente, aunque los dos adoraban la casa, Tika y Caramon decidieron que sería más cómodo instalarse en la posada y vender su vivienda.

Una de las habitaciones de la antigua casa la habían denominado como el «cuarto de Raistlin». En los primeros años de matrimonio, después de que su hermano gemelo hubiera tomado la Túnica Negra y se hubiera instalado en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas, Caramon había seguido manteniendo la habitación con la ferviente —aunque ilusoria— esperanza de que un día Raistlin se daría cuenta de su equivocación y volvería con ellos.

Tras la muerte de Raistlin, Caramon planeó hacer del cuarto «otra habitación más», pero sus esperanzas y sueños se habían centrado en él de tal manera que eran como fantasmas que rehusaran ser desalojados. El «cuarto de Raistlin» siguió siéndolo hasta el día en que se vendió la casa. Cuando los Majere se trasladaron a la posada, no se pensó en hacer otro «cuarto de Raistlin» hasta que un día Caramon se sobresaltó al oír a sus dos hijitas refiriéndose a una de la habitaciones —un pequeño cuarto de almacenamiento en la parte posterior— como el «cuarto de Raistlin».

Tika lo atribuyó al hecho de que las niñas estaban intentando hacer su casa nueva y desconocida lo más parecida posible a la que habían dejado. Caramon estuvo de acuerdo, pero los dos cayeron en la costumbre de llamarlo el cuarto de Raistlin. Dio la casualidad que un mago viajero que hacía noche en la posada los oyó hablar de la habitación en esos términos y pidió que por favor le permitieran ver el cuarto en el que el famoso hechicero sin duda había pasado muchas horas.

Caramon se esforzó por hacer comprender al mago su equivocación, ya que esta parte de la posada ni siquiera existía en vida de Raistlin. Pero el Túnica Roja era persistente y, puesto que también era un buen cliente habitual que pagaba con monedas, no con dientes de lagartija, Caramon permitió que su huésped visitara el cuarto de almacenaje. La habitación le pareció encantadora al mago, aunque un poco atestada con escobas y cajas de madera. Preguntó si podía dejar un anillo mágico como una «muestra de su aprecio». Caramon no podía negarse, y el hechicero dejó el anillo sobre un barril de cerveza vacío y se marchó.

Temeroso de tocar el objeto arcano (el posadero había visto magia suficiente para saber que podía acabar convertido en una lagartija), lo dejó donde estaba. Un mes después, dos Túnicas Blancas llegaron con el propósito específico de visitar el «santuario». Al parecer, el primer hechicero, después de dejar la posada, había tenido una estupenda racha de buena suerte. Siendo esto algo poco habitual para el Túnica Roja, de inmediato lo atribuyó a un gesto de buena voluntad de Raistlin. El hechicero había divulgado lo ocurrido, y estos dos habían venido para contribuir con sus pequeñas «ofrendas».

Sobre el barril de cerveza fueron depositados un rollo de pergamino y una pócima. Los hechiceros se quedaron dos noches, gastando dinero y charlando de Raistlin con Caramon, al que siempre le gustaba recordar el pasado. Al cabo de un mes, llegó una hechicera Túnica Negra. Vino y se marchó sin hablar con nadie, salvo para preguntar dónde estaba «el cuarto». No se quedó a pasar la noche, pero pidió el mejor vino de la casa y pagó con monedas de acero.

A no mucho tardar, había magos de todo Ansalon visitando la posada. Algunos dejaban objetos arcanos como ofrendas, otros dejaban sus componentes de hechizos para que sus cualidades se intensificaran y volvían después para recogerlos. Los que hacían esto, juraban que el poder mágico de los objetos había aumentado.

Tika se mofaba de la idea de que el cuarto tuviera «poderes» especiales, y atribuía el fenómeno a la rareza general de los magos. Caramon le daba la razón, hasta que un día —revolviendo entre algunos de los viejos papeles de Otik, el hombretón se encontró con un burdo plano de la antigua posada, antes de que fuera destruida por los dragones durante la Guerra de la Lanza. Al estudiarlo mientras revivía recuerdos agridulces, Caramon se quedó pasmado (y no poco desconcertado) cuando descubrió que el «cuarto de Raistlin» actual estaba situado directamente encima del lugar cercano a la chimenea donde su hermano tenía por costumbre sentarse.

Tras su descubrimiento, que a Tika le puso el pelo de punta —o eso dijo—, Caramon vació el cuarto de almacenaje, sacando las escobas y las cajas de madera, aunque dejó el barril, sobre el que ahora había innumerables objetos de aspecto misterioso.

Empezó a llevar un cuidadoso registro de todos los artículos arcanos. Nunca vendió ninguno de los entregados como «ofrendas», pero a menudo se los regalaba a magos que pasaban una mala racha o a jóvenes aprendices que estaban a punto de pasar la penosa Prueba, en ocasiones mortal, en la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth. Tenía la sensación de que estos regalos estaban bajo una influencia benéfica porque, a despecho de sus muchas faltas, Raistlin siempre había sentido una especial inclinación por los débiles y los escarnecidos, y se volcaba en ayudarlos.

Fue a esta habitación, al cuarto de Raistlin, adonde Palin condujo a su padre.

El pequeño cuarto había cambiado considerablemente con el paso de los años. El barril de cerveza seguía allí, pero se habían agregado cofres de madera tallada para guardar en ellos los múltiples anillos mágicos, broches, armas y saquillos de conjuros. Unos estantes de madera, colocados contra la pared, contenían todos los rollos de pergaminos, esmeradamente atados con cintas blancas, rojas o negras. Los libros de conjuros cubrían otra pared; los objetos arcanos más horribles estaban escondidos en un rincón oscuro. Una ventana pequeña dejaba entrar la luz del sol y, lo que era más importante para los magos, la luz de las lunas roja y plateada, así como la luz invisible de la luna negra. Un búcaro de flores frescas descansaba sobre una mesa que había debajo de la ventana. Se había puesto una cómoda silla en el cuarto para uso de los que entraban a meditar o estudiar. No se permitía a los kenders acercarse siquiera a este cuarto.

Caramon entró, sin reparar realmente dónde estaba y sin que tampoco le importara, y tomó asiento en la única silla del cuarto. A despecho de su herida y su debilidad, Palin estaba ahora en mejores condiciones que su padre. Para el joven, el espantoso y debilitante pesar empezaba a remitir. Quizá se debiera a la influencia tranquilizadora que ejercía en él esta habitación que siempre había amado. O tal vez la responsable fuera la voz que sonaba en su mente, la voz que conocía tan bien aunque nunca la había oído en vida. En alguna parte, de algún modo, Raistlin vivía.

—Mi obligación es encontrarlo, aunque para ello tenga que entrar en el propio Abismo.

—¿Qué? —Caramon alzó la cabeza bruscamente y miró a su hijo con gesto ceñudo—. ¿Qué has dicho?

Palin no se había dado cuenta de que estaba hablando en voz alta. No tenía intención de llegar al asunto de manera tan brusca, pero, puesto que lo había dicho y era evidente que su padre sabía lo que estaba pensando, el joven decidió que era mejor seguir adelante.

—Quería que lo supieras, padre. He concebido un plan y pienso actuar en consecuencia. No..., no espero que lo apruebes. —Palin hizo una pausa, tragó saliva, y después prosiguió con firmeza:— Pero debes estar al corriente de lo que pienso hacer, por si acaso algo sale mal. No voy a la Torre de Wayreth...

—¡Buen chico! —exclamó Caramon con alivio—. Ya se nos ocurrirá algo. Me enfrentaré con la propia Takhisis para protegerte. No dejaré que esos perversos caballeros te lleven...

—¡Padre, por favor! —lo interrumpió Palin con tono cortante—. No iré a la Torre de Wayreth porque voy a la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas. Pienso entrar en el Abismo. Voy a intentar encontrar a mi tío.

Caramon se quedó boquiabierto, mirando a su hijo estupefacto.

—Pero Raistlin no está en el Abismo, hijo. Paladine aceptó su sacrificio. A tu tío se le concedió la paz de un sueño eterno.

—Eso no lo sabes con seguridad, padre. La última vez que lo viste estaba en el Abismo.

—¡Pero lo vi, hijo! ¡Lo vi durmiendo, como cuando éramos pequeños!

—Era un sueño, padre, tú mismo lo dijiste. Sabes lo que cuentan los bardos: que Raistlin está retenido prisionero en el Abismo, atormentado por Takhisis diariamente, su cuerpo desgarrado y ensangrentado. Que cada día muere de forma horrible y dolorosa, sólo para hacerlo volver a la vida después y...

Caramon había superado la estupefacción. Por lo general al hombretón le costaba cierto tiempo examinar un problema, pero sólo podía haber una respuesta a esta cuestión. Se puso de pie.

—Sé lo que cantan los bardos —dijo sombríamente—. ¡Sé que los bardos relatan que Sturm Brightblade viajó a la luna roja! ¡No son más que disparates! ¡Raistlin está muerto! ¡Lleva muerto y en paz todos estos años! Te prohibo que vayas. Te quedarás aquí, y negociaremos con lord Ariakan. Tanis nos ayudará a...

El Bastón de Mago que Palin sostenía estaba caliente al tacto. Esa calidez lo inundó como un vino caliente con especias, dándole coraje.

—Quieres creer que Raistlin está muerto, padre. Admitir lo contrario significaría que lo abandonaste.

El golpe fue dado; la flecha, disparada; la lanza, arrojada. La herida infligida fue espantosa.

Caramon se puso blanco como un cadáver; podrían haberlo tendido en la tumba junto a sus hijos y no se habría notado la diferencia. Su respiración se volvió entrecortada, jadeante; abría y cerraba la boca sin decir nada. El corpachón temblaba como una hoja sacudida al viento.

Palin se mordió el labio y se aferró con fuerza al bastón buscando apoyo en él. Estaba horrorizado por lo que había hecho, por lo que había dicho. No era su intención. Las palabras habían salido de su boca antes de que pudiera contenerlas. Y ahora que estaban dichas Palin no podía borrar el daño que habían causado del mismo modo que tampoco le había sido posible impedir que la vida abandonara los cuerpos de sus hermanos.

—No lo dices en serio —musitó Caramon en voz queda y temblorosa.

—No, padre, no era mi intención. Lo siento. Sé que habrías arriesgado todo para ir en pos de Raistlin. Sé que aquel sueño te proporcionó alivio y que lo crees de todo corazón. Pero, padre, podrías estar equivocado...

Podrías estar equivocado...

Las palabras resonaron en su cabeza, cobraron vida, forma y consistencia hasta que casi pudo imaginar que las veía llameando delante de él, delante de su padre.

Caramon tragó saliva, sacudió la cabeza, pareció balbucear buscando argumentos.

»Va a intentar convencerme de que abandone el plan. No puedo permitírselo», comprendió Palin. «No resultaría muy difícil disuadirme. Recuerdo lo que sentí en aquella torre. Y aquello no fue más que una ilusión, mi Prueba. Pero el miedo, el terror, eran reales.»

—Lo tengo planeado, padre. Steel Brightblade juró acompañarme. Me llevará a la torre y, una vez que esté allí, hablaré con Dalamar, lo convenceré de que me deje intentar pasar ante el guardián. Si no lo permite —la voz de Palin se endureció—, lo intentaré por mis propios medios. El espectro ya me dejó pasar una vez...

—¡Pero aquello era una ilusión! —Caramon estaba furioso ahora—. ¡Los hechiceros lo inventaron todo!

—¿También inventaron esto, padre? —Palin adelantó el Bastón de Mago—. ¿Es esto una ilusión o es el bastón de mi tío?

Caramon echó una mirada inquieta al cayado y no respondió.

—El bastón estaba guardado en el laboratorio de mi tío, donde también está el Portal al Abismo. Ni siquiera el propio Dalamar puede entrar en esa habitación. Y, sin embargo, el Bastón de Mago salió de allí y vino a mí. Voy a entrar en esa habitación, padre, y voy a encontrar a mi tío. Me enseñará todo cuanto sabe. ¡Jamás volverá a morir alguien porque soy demasiado débil para salvarlo!

—¿Piensas intentar abrir el Portal tú solo? ¿Y dónde está el clérigo puro que tiene que ayudarte? ¿Acaso lo has olvidado? El Portal sólo puede abrirlo un hechicero muy poderoso acompañado por un clérigo verdadero. Por eso es por lo que tu tío necesitaba a lady Crysania...

—No intento abrir el Portal, padre —contestó Palin en voz baja—. No se abrirá desde este lado.

—¡Raistlin! —gritó Caramon—. ¡Esperas que Raistlin lo abra por ti! ¡Esto es una locura! —Sacudió la cabeza—. Los caballeros negros han pedido un rescate imposible. ¡No les debes nada! No te preocupes —añadió con gesto sombrío—, que entre Tanis y yo nos encargaremos del caballero Brightblade que está ahí fuera.

—Di mi palabra de honor, padre, de que no escaparía —replicó el joven con aspereza—. ¿Es que quieres que falte a ella, tú, que siempre me has enseñado a cumplir la palabra de honor empeñada?

Caramon contempló fijamente a su hijo; las lágrimas brillaban en sus ojos.

—Te crees muy listo, ¿verdad, Palin? Me has acorralado, utilizando mis propias palabras contra mí. Tu tío solía hacerlo también. Se le daba muy bien eso. Y hacer su voluntad, cayera quien cayera. Ve, pues. Haz lo que quieres hacer. No puedo impedírtelo, como tampoco pude impedírselo a él.

Dicho esto, Caramon se dio media vuelta y, con gran dignidad, salió del cuarto dejando solo a su hijo.

Helado, tiritando, Palin se quedó de pie en medio del cuarto. Su padre tenía razón, por supuesto. A menudo había utilizado su agudeza mental y su labia para acorralar a su padre y a sus hermanos, más lentos a la hora de razonar, del mismo modo que un perro de presa acosa y muerde a un oso encadenado. Y siempre habían cedido. Fue después de usar esta artimaña para engatusarlos cuando sus hermanos le permitieron —muy a su pesar— que cabalgara con ellos a Kalaman. Había suplicado, argumentado, manipulado. Y habían cedido. Y ahora, por estar más preocupados de protegerlo a él que de concentrarse en la lucha, los dos estaban muertos.

La herida le latía dolorosamente. Miró la silla en la que había estado sentado su padre, y recordó.

* * *

Huir. Era lo lógico, lo prudente.

Huir del enemigo que se aproximaba habría sido lo sensato, y el reducido grupo de caballeros y su joven mago lo discutieron en los frenéticos instantes de que dispusieron para hablar.

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