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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (10 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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«Y más vale que sea capaz de hacerlo», pensó después con preocupación. Las palabras de Leia sobre lo fácil que resultaba perderse entre los mundos habitados reverberaron en su cerebro, llenándolo de inquietud.

Cray sacó la cabeza de las entrañas del ordenador de navegación. —Necesitaré acopladores y un poco de cable plano de doce mils… ¿Te encuentras bien, Luke?

Era una pregunta de lo más lógica, porque Luke acababa de tratar de incorporarse y sólo había conseguido perder el equilibrio y acabar con la espalda apoyada en el mamparo manchado de hollín, el rostro grisáceo y cubierto de sudor.

Luke concentró la Fuerza en su cuerpo, en su química cerebral y en los capilares medio cerrados de sus pulmones, relajando y acelerando la curación y el crecimiento de nuevos tejidos. Se sentía muy cansado. —Sí, no es nada.

«Por favor —pensó mientras hacía esfuerzos desesperados para obtener las energías que tanto necesitaba—, que no haya contrabandistas hostiles en esa base. Que no sea alguna clase de base secreta de un señor de la guerra imperial, o una mina escondida explotada mediante esclavos, o la estación de investigación clandestina de algún poder nefando del que nunca hemos oído hablar hasta ahora…»

Si había algún problema… Bueno, Luke no creía estar en condiciones de enfrentarse a él ni aun suponiendo que se tratara de un pequeño combate sin importancia.

Cray nunca había tenido que vérselas con aquel tipo de problemas, y nunca había tomado parte en una acción bélica. Cetrespeó no estaba diseñado para ese tipo de situaciones, y Nichos…

Ocurriera lo que ocurriese, Luke tenía que volver para avisar de que había algo oculto en la Nebulosa Flor de Luna…, y de que ese algo era bastante peligroso.

—¿Luke?

Se dio cuenta de que había faltado muy poco para que volviese a perder el conocimiento. Cray se había arrodillado delante de él y Luke vio a dos Cray, ambas con los ojos llenos de preocupación. El calor de los motores acumulado en el compartimento todavía no se había disipado, pero ni eso bastaba para explicar aquella sensación de asfixia, calor y falta de aire que estaba sintiendo a pesar de que sus manos y sus pies estaban helados.

Capilares. Recuperación. Curación.

—¿Por qué no dejas que Nichos y yo vayamos a investigar esa señal?

Luke tragó una honda bocanada de aire, y enseguida deseó no haberlo hecho.

—Creo que podríais necesitar ayuda.

Naturalmente, también había muchas personas inofensivas —gente encantadora y dispuesta a ayudar— que vivían en bases desconocidas de planetas remotos. «Oh, por favor, que sea una de esas bases…»

Aquella terrible sensación que había captado y la convicción de que la oscuridad estaba avanzando seguían agitándose dentro de él.

—Bien, cuanto más pronto podamos enviar un mensaje, mejor para nosotros —observó Cray—. Sea lo que sea lo que se esconde en esta nebulosa, no podemos permitirnos correr el riesgo de que los señores de la guerra imperiales lo encuentren, y el riesgo se incrementa a cada hora que pasa. Puedo echar un vistazo a ese campamento o lo que sea, pedir los repuestos que necesitamos y enviar una petición de auxilio mientras tú descansas un poco, y luego podrás empezar a ocuparte de las reparaciones en cuanto te sientas con ánimos para ello. ¿Te parece bien, Luke?

La cabeza estaba dándole vueltas de nuevo. Luke la apoyó en el mamparo que tenía detrás e intentó recuperar el aliento. «No, la verdad es que no me parece nada bien —pensó—. No si hay alguna clase de peligro en ese campamento o en los bosques de los alrededores…»

Las unidades ennegrecidas por los chispazos, los conductos rotos que colgaban como miembros muertos y las escotillas abiertas del compresor de aceleración y los sistemas girogravitatorios parecían oscilar lentamente de un lado a otro, como si la nave estuviera flotando en un océano muy profundo, y los mineros que buscaban roca mental dentro de su cráneo habían decidido volver a emplear las cargas térmicas para encontrar una nueva veta de mineral. La mera idea de ponerse en pie y caminar los dos o tres kilómetros que debería recorrer para llegar hasta el origen de la señal hizo que se le formara un doloroso vacío en el estómago. «Puedo hacerlo —pensó con desesperación—. Con la ayuda de la Fuerza…»

—Creo que puedo haceros falta cuando estéis allí.

Extendió la mano y tensó las mandíbulas para resistir el nuevo acceso de náuseas mientras Cray le ayudaba a incorporarse. Cray le ayudó a salir de la compuerta, y después le sostuvo mientras Luke bajaba tambaleándose por la empinada escalerilla.

—¿Qué te hace estar tan seguro de que habrá problemas?

—No lo sé —murmuró Luke—. Pero percibo problemas de alguna clase. Hay algo que…

Entraron en el puente, se dieron la vuelta y se encontraron contemplando el cañón de un rifle desintegrador empuñado por un soldado de las tropas de asalto imperial que llevaba la armadura de combate.

La mano de Luke se cerró alrededor de la muñeca de Cray cuando ya se disponía a desenfundar su desintegrador.

—¡Cray, no!

El soldado se tensó, y Luke alzó las manos para mostrarle que estaban vacías. Cray le imitó pasados unos momentos. Luke pensó que si intentaba coger su espada de luz, el soldado seguiría teniendo toda la ventaja de su parte y que seguramente podría acabar con los dos de un solo disparo, y además no había forma alguna de saber cuántos soldados más había en el resto de la nave.

—¿Quiénes son y qué han venido a hacer aquí? —preguntó el soldado, y el casco blanco que ocultaba su rostro convirtió su voz en un zumbido mecánico.

Cray y Luke retrocedieron un paso y acabaron con la espalda pegada a la pared. Luke sufrió un nuevo acceso de mareos. Intentó controlarlo y recurrir a la Fuerza en busca de la energía suficiente para poder arrancar el rifle de las manos del soldado si necesitaba llegar a hacerlo, pero tenía la horrible sospecha de que no estaba en condiciones de conseguirlo.

—Somos comerciantes —dijo—. Nos hemos perdido, y nuestra nave ha sufrido muchas averías…

Una oleada de negrura se extendió velozmente por su campo visual, y Luke sintió que se le doblaban las rodillas. Cray intentó sostenerle en pie…, y el soldado imperial saltó hacia adelante, dejando caer su rifle y cogiendo a Luke de un brazo.

—Estás herido —dijo.

Le ayudó a sentarse y se arrodilló junto a él. Nichos y Cetrespeó salieron del almacén con las manos llenas de materiales y repuestos, se quedaron paralizados por la sorpresa y vieron cómo el soldado de las tropas de asalto se quitaba el casco para revelar un rostro de piel muy morena, expresión bondadosa y muchísimas arrugas rodeado por un aparatoso halo de cabellos canosos y barba grisácea.

—Oh, pobres chicos… Parece que lo habéis pasado realmente mal, ¿eh? —preguntó el hombre—. Podéis venir a mi campamento. Os daré algo de comer y os prepararé una taza de té.

En cuanto se hubo despojado de su resplandeciente armadura, Triv Pothman resultó ser un hombre de cincuenta y pocos años, esbelto y de constitución muy robusta.

—Aunque he de admitir que la humedad se me está empezando a meter en los huesos, y que ya no soy tan rápido como antes…

Movió una mano señalando la hilera de armaduras que se curvaba a lo largo de la pared interior de su refugio, una cúpula blanca autoerigible de escasa altura cuyo exterior estaba remendado por todas partes con parches de liquen negro y rosa salmón y que mostraba las señales dejadas por la lluvia y la acumulación de polvo y suciedad fruto de los años. Árboles de crecimiento secundario, plantas chupadoras y lianas rodeaban lo que había sido un claro de las dimensiones reglamentarias militares imperiales, aunque la mayor parte de los refugios y cobertizos y los postes de la valla de seguridad, inactivos hacía ya mucho tiempo, yacían enterrados bajo un amasijo de cables vegetales.

—Éramos cuarenta y cinco. —Había algo muy parecido al orgullo en su voz—. Sí, éramos cuarenta y cinco y ahora sólo quedo yo. Los gamorreanos acabaron con casi todos los demás, salvo por los que perecieron en esa terrible pelea entre el comandante, Killium Neb y sus amigos… Bueno, ya hace mucho tiempo de eso, y le costó la vida a varios hombres buenos.

Meneó la cabeza con expresión melancólica y echó agua del recipiente que colgaba sobre el fuego en una tetera de barro pintado. El olor de las hierbas curativas no tardó en impregnar la atmósfera de la cúpula llena de lianas y zarcillos.

—Y allí están todos —añadió, señalando los cascos con la mano—. No es que les haya servido de mucho, pero ahí están…

El viejo botiquín del puesto era mucho más completo de lo que nunca lo había sido el que llevaban a bordo del
Ave de Presa
incluso antes de que el impacto hubiera hecho añicos la mitad de los recipientes y frascos almacenados en la enfermería del navío de exploración. Pothman administró a Luke dos ampollas de suero anticonmociones más —que unieron sus efectos a la medicación que Cray le había dado después del último impacto—, y le mantuvo conectado durante media hora a un respirador terapéutico que seguía funcionando gracias a algún milagro inexplicable. Luke le contempló por encima de la máscara respiratoria que cubría la mitad inferior de su rostro y sintió una profunda gratitud. Sus días como piloto en la Flota rebelde le habían enseñado que en cuanto sufrías algún daño físico, seguirías padeciendo lesiones una y otra vez a medida que te ibas volviendo progresivamente incapaz de protegerte a ti mismo, y que el recibir ayuda médica era la única forma de evitar que eso llegase a ocurrir.

«Aun así —se dijo con sarcástica diversión—, nunca habría imaginado que me alegraría tanto de que el Imperio hiciera cuanto estaba en sus manos para equipar a sus soldados de las tropas de asalto con el mejor equipo disponible.»

Un lagarto emplumado que tenía el cuerpo del mismo azul turquesa que las flores de palomella apareció por debajo de las cortinas medio recogidas que protegían la entrada de la cúpula, dejó escapar un trino musical y desplegó su melena, y Pothman arrancó un trocito de corteza de uno de los panecillos marrones que había sacado de su horno en honor de sus invitados y se lo arrojó. El lagarto avanzó contoneándose sobre sus delicadas patitas, cogió el trozo de corteza y empezó a mordisquearlo sin apartar ni un solo instante sus ojos que parecían dos gemas negras del canoso ermitaño.

—Ah, no sabéis cómo me alegra volver a ver seres humanos.

Pothman ofreció la bandeja de panecillos y miel a Cray, que estaba sentada sobre el borde del catre de Pothman al lado de Luke, y le guiñó un ojo—. Especialmente cuando uno de ellos es una dama tan joven y tan atractiva…

Cray se irguió en el catre y abrió la boca para replicar que no era una dama joven y atractiva sino toda una profesora del Instituto Magrody, pero Luke movió la mano justo lo suficiente para rozarle el brazo con las yemas de los dedos y evitar que hablara.

El soldado ya había girado la cabeza para contemplar los cascos que se alineaban a lo largo de la pared. Eran de un modelo más antiguo que el que Luke había visto en acción, con la zona de la cara más alargada para adaptarse a la configuración de los respiradores de aquella época y una banda oscura de sensores encima de los ojos.

—Querían seguir luchando con los gamorreanos. —Pothman suspiró—. Eso era como enviarles invitaciones para que tomaran el té, naturalmente… Esos animales son capaces de quedarse sin cenar para disfrutar de una buena pelea. —La sonrisa brilló con una blancura deslumbrante entre su barba—. Claro que por aquel entonces yo también ardía en deseos de pelear…

—¿Mantuvieron a raya a los gamorreanos sin ayuda durante todo ese tiempo?

Luke se quitó cautelosamente la mascarilla del respirador de la cara, respiró hondo y saboreó el delicioso frescor del aire. Seguía mareándose un poco al respirar, pero el dolor había disminuido considerablemente. Luke pensó que el tratamiento debería mantenerle en pie hasta que volvieran a la civilización, y se aferró a esa esperanza. Volvió la cabeza para examinar el espacioso recinto circular, los sencillos platos de barro del estante, las trampas fabricadas con tendones de reptiles y correas de motores y los sedales de monofilamento que resultaba obvio habían iniciado su vida formando parte de algún equipo imperial. Un telar construido con varias clases de cañerías de motores se alzaba al lado de la puerta, y había unos cuantos metros de tela de confección casera colgando de él.

—Oh, cielos, no…

Pothman le ofreció una taza de té de hierbas. Estaba caliente y había sido sazonado con especias, y los sentidos especiales de Luke le informaron de que también tenía virtudes curativas. No había visto ningún horno de alfarería, y se preguntó de dónde habría sacado Pothman los platos y la tela. Debajo de su armadura blanca Pothman llevaba prendas teñidas de suaves tonos verdes y marrones, y la pechera, las mangas y el extremo de su camisa estaban adornados con minuciosos bordados que representaban flores y reptiles del planeta.

—Me capturaron cuando llevábamos muy poco tiempo aquí —explicó Pothman—. Se llevaron todos los rifles y los desintegradores, ¿entiendes? Y. naturalmente, necesitaban a alguien para que los mantuviera en buen estado; pero las células de energía no tardaron en agotarse, y enseguida dejaron de vigilarme. Supongo que el Emperador se olvidó de la misión hace mucho tiempo, ¿no? ¿Habéis llegado a enteraros de qué fue de ella?

—¿Qué misión?

Luke se irguió un poco y tomó un sorbo de té mientras se esforzaba para que su rostro adoptara una expresión lo más inocente posible, algo que siempre se le había dado muy bien.

—El
Ojo de Palpatine.
—Pothman abrió un armario de equipo, sacó una mochila y empezó a llenarla de cable, alambres, acopladores, losetas de datos vírgenes y herramientas—. Es el nombre que le pusieron a la misión. Scuttlebutt dijo que había un par de compañías de las tropas de asalto implicadas, pero que serían dispersadas para que nadie supiera de qué iba la cosa y nadie pudiera adivinarlo. Bien, nos repartieron por los planetas más remotos que lograron encontrar para que esperáramos allí hasta ser recogidos por el navío más gigantesco, temible y secreto que ha existido jamás: un super-navío, un acorazado invencible, una luna de combate… Era el tipo de nave que el enemigo nunca vería llegar hasta que ya fuese demasiado tarde para poder hacer algo al respecto.

—¿Qué enemigo? —preguntó Luke en voz baja y suave.

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