En Pennsylvania, dos hombres asesinan a 68 personas en un restaurante de comida rápida. En California, una adolescente no regresa a casa y un asesino en serie se relame. En Montana, un hijo descubre que tal vez sus padres no estén muertos y sus vidas no sean lo que parecen. Tres incidentes. Las primeras señales de la llegada de los «Hombres de paja». Nadie sabe quienes son, o por qué matan, pero alguien debe detenerlos.
Michael Marshall
Los hombres de paja
ePUB v1.1
GONZALEZ30.06.12
Título original:
The Straw Men
© 2009, Vincenç Tuset Mayoral, por la traducción
© 2009, Rodrigo Fresán, por el prólogo
© 2002, Michael Marshall Smith
ePub base v2.0
Para Jane Johnson
Es demasiado tarde para los dioses
y demasiado pronto para el Ser. El poema del Ser,
apenas empezado, es el hombre.
M
ARTIN
H
EIDEGGER
,
Desde la Experiencia del Pensamiento.
por Rodrigo Fresan
UNO
Algunas cosas que dijeron algunas personas: «Nunca debieron acusarme de algo más serio que de regentar un cementerio sin licencia» (John Wayne Gacy, asesino en serie). «Yo no quería hacerles daño, yo solo quería matarlos» (David Berkowitz, asesino en serie). «Mi problema es la diabetes. Me baja el azúcar y entonces me subo al techo de un edificio y después soy capaz de hacer cualquier cosa» (John Henry Brudos, asesino en serie). «Yo solo hice lo que me pidió mi perro. Es un perro muy bonito» (David Berkowitz, asesino en serie). «La cosa era así: yo trabajaba como chofer de ambulancia, elegía a una mujer, la asesinaba, la arrojaba a un costado del camino, hacía una llamada anónima a la policía, y después volvía con mi ambulancia a recoger el cadáver. Me divertía mucho conversar con todos esos tipos de uniforme y enterarme de lo que pensaban sobre lo sucedido» (Charlie Davis, asesino en serie). «Nosotros, los asesinos en serie, somos sus hijos, somos sus maridos, somos los que están en todas partes. Y claro: mañana muchos de ustedes van a despertarse muertos» (Ted Bundy; asesino en serie).
DOS
Hubo un tiempo en que el agente del FBI John Douglas —autor del libro
Mind Hunter: Inside the FBI's Serial Crime Unit
y creador y alguna vez jefe de la fuerza de élite del FBI conocida como Investigative Support Unit dedicada al estudio para la comprensión y el entendimiento de ese espécimen de una «nueva raza» delictiva mejor conocida como
asesinos en serie
— no hubiera tenido la necesidad y la angustia de sentarse a escribir lo que sigue: «A principios de los años sesenta, el promedio de soluciones exitosas de homicidios en Estados Unidos alcanzaba el 90 por ciento. Hoy, a pesar de los increíbles avances científicos y tecnológicos, de las ventajas y la velocidad de la era de las computadoras, y de la cantidad siempre creciente de oficiales de policía cada vez mejor entrenados y con mayor cantidad de recursos, el promedio de asesinatos ha ido en ascenso y el de esclarecimientos en descenso. Más y más crímenes son cometidos por y contra desconocidos. Y en buena parte de los casos no contamos con una motivación clara que nos permita hacer nuestro trabajo. Por tradición, la mayoría de los asesinatos y crímenes violentos resultaban relativamente sencillos a la hora de ser comprendidos por los oficiales. De un modo u otros, todos eran consecuencia de una forma crítica y extrema de la exageración a la hora de manifestar sentimientos que todos nosotros conocemos: furia, codicia, celos, venganza, interés. Una vez que se conseguía ubicar el problema, el misterio de ese crimen llegaba a su fin. Pero una nueva raza de criminal violento ha aparecido en los últimos años...».
TRES
El sueño de su razón invocaba monstruos. Y John Douglas era el gran invocador, el prócer del oficio, el padre de una patria oscura. John Douglas era un
profiler
. John Douglas era el tan orgulloso como sufrido dueño de un don y de un estigma. John Douglas era un hombre imprescindible a la hora de la persecución de los asesinos seriales, porque John Douglas pernada
igual
que un asesino en serie.
Así, en el juego del gato y del gato, todos se persiguen. Y el dilema no era ser o no ser, sino serial o no serial.
Así también, el punto exacto donde terminaban individuos como Charles «Helter Skelter» Manson, Ed «Psicosis» Gein, Ed Kemper, Jeffrey Dahmer, Richard Marquette, John «Payasito» Gacy y Davis «Hijo de Sam» Berkowitz —para nombrar a unos cuantos— es el sitio preciso donde empezaba alguien como John Douglas hasta que John Douglas se derrumbó. Fatiga de materiales. Erosión mental.
En las novelas de Thomas Harris, el agente Jack Crawford —personaje directamente inspirado en su figura— casi nunca sonríe pero siempre «tiene los ojos muertos». Igual que John Douglas después de lo que él hoy llama «El Incidente». Fue el 2 de diciembre de 1983. Esa noche, antes de dar una conferencia junto a sus doce discípulos del FBI, John Douglas se vino abajo. Fiebre y parálisis y coma. Tiraron la puerta abajo de su cuarto y lo encontraron «sentado como un sapo». De algún modo, los demonios habían alcanzado a John Douglas. Terapia intensiva, sacerdote y últimos ritos. John Douglas volvió del otro lado. No sabe cómo, ni por qué, pero sí sabe que mejor no hablar de lo que vio allí. Tal vez, quién sabe, John Douglas intuyó la verdadera función de los asesinos seriales: ser la encarnación tangible de un Mal Absoluto que acaso nos permita creer —por oposición— en la existencia cierta de un Bien Eterno y acaso triunfante al final de la Historia y de la historia. John Douglas retomó a trabajar al mes siguiente, pero se jubiló al poco tiempo. Veinticinco años de pensar como monstruo fueron más que suficientes, y la advertencia había sido clara: si juegas con fuego, si te acercas demasiado al fuego, si miras fijo al fuego durante demasiado tiempo, es más que seguro que acabes quemado.
En pocos años, la cultura popular se ha encargado de
ficcionalizar
a John Douglas a través de personajes como Frank Black (oscuro protagonista de la serie de televisión
Millennium
) o el ya mencionado Jack Crawford (primero interpretado por Dennis Fariña y luego por Scott Glenn, sombrío jefe del curtido agente Will Graham en
Dragón rojo
y de la promisoria novata Clarice Starling en
El silencio de los corderos
y
Hannibal).Y
así, de alguna manera, la importancia narrativa y dramática de John Douglas equivale a creer y resignarse a la idea de que para combatir a un monstruo se necesita un monstruo bueno pero, finalmente, a un monstruo.
CUATRO
John Douglas recuerda cuando el actor Scott Glenn fue a verlo para prepararse para su personaje: «Entró a mi oficina en Quantico y empezó a bombardearme con un discurso sobre los beneficios de la rehabilitación, el horror de la pena de muerte, y la bondad que se esconde en el fondo de todo ser humano. Le dije que sí a todo. Después saqué unas fotos de mi cajón y le hice escuchar la grabación de dos adolescentes siendo torturadas hasta morir. Scott Glenn salió de allí llorando y pidiéndome perdón por todo lo que había dicho».
Así son las cosas.
Así eran.
Así seguirán siendo.
Aunque, internándose en el corazón de las tinieblas del tercer milenio, los especialistas que descienden de John Douglas juguetean ahora con la idea de cambiarle el nombre al producto, de relanzarlo: lo que hasta ahora se llamaba
asesino en serie
pasará a llamarse
asesino recreacional. Ya
saben: gente que mata gente en sus ratos libres. Personas que, cuando se les pregunta a qué se dedican, sonríen misteriosamente y cambian de tema, o responden: «Soy coleccionista».
Y en todo esto hay una verdad insoslayable, problema casi imposible de resolver: el asesino en serie actúa siguiendo una lógica propia, que casi nunca tiene que ver con la lógica de las mayorías. De ahí la dificultad para comprenderlos, para aprenderlos y aprehenderlos. John Douglas habló con muchos, pero son pocos los que se prestan a ser estudiados. Un asesino serial en cautiverio cae a menudo —a diferencia del temprano Hannibal Lecter— en la profunda depresión de ya no ser. Como si se tratara de un juguete abandonado, una máquina con poca electricidad en las pilas, alguien que solo espera la recarga última y definitiva de la silla eléctrica.
Abundan, por lo tanto, las suposiciones respetables y las teorías descabelladas y la irritación de John Douglas y sus colegas, que intentan, siempre, mantener todo el tema dentro de los límites de lo más o menos científico y estadístico.
Así, algunas cosas que más o menos se saben sobre la especie en cuestión a partir de las investigaciones de John Douglas:
Los asesinos en serie son casi siempre hombres y en muy pocas ocasiones (pero a no confiarse demasiado, recuerden a Aileen Wuornos) son mujeres, dado que éstas prefieren, por lo general, la certera aniquilación de su propia familia antes que el horror al azar de los desconocidos.
Muy pocas veces —recordar a aquella pareja de francotiradores dando vueltas por las gasolineras de Washington— son negros.
Por lo general consideran a los zapatos como el mejor fetiche.
El auto que prefieren es el funcional Volkswagen Escarabajo, vehículo que —nada es casual— se constituyó en uno de los más grandes éxitos del Tercer Reich y primer coche que se compró John Douglas, mucho antes de dedicar su vida al estudio y persecución de asesinos en serie.
La gran mayoría de los asesinos en serie tienen altísimos coeficientes intelectuales pero fueron malos alumnos en el colegio.
Suelen haber recibido fuertes golpes en la cabeza durante su niñez (época en la que gustaban de torturar a su mascota de turno y/o hermanos menores).
Sufrieron infancias disfuncionales o sienten un profundo rencor por ser hijos adoptivos.
Son por lo general personas jóvenes o de mediana edad con buen estado físico.
Alguna vez —sin demasiado entusiasmo— intentaron suicidarse para, enseguida, decidir que es mucho más divertido
suicidar
a otro.
En muy pocas ocasiones asesinan fuera de su grupo étnico.
Pueden llegar a sufrir trastornos de tipo sexual.
Existen varios motivos para que un asesino serial desaparezca o —en la jerga especializada— se «desactive»: el monstruo puede haberse suicidado, o cambiado de ciudad, o alcanzado la «remisión» de la edad madura, o haber perecido en un accidente, o haber sido encarcelado por un motivo mucho más insignificante y encontrarse a la espera de su libertad condicional por buena conducta.
O puede ser un individuo casi normal.
Y esa anormal normalidad es la letra pequeña del contrato. La cláusula secreta que nadie se preocupa demasiado por leer a la hora de considerar a este auténtico perturbador signo de nuestros tiempos: el triunfo del
remake
que no cesa y el asesino en serie como estrella en un firmamento rojo sangre. Aquello que Oliver Stone pintó con trazo grueso en
Asesinos natos
pero que quizá tenga un montaje menos vertiginoso, más pedestre pero también más verosímil y que comienza con un niño sonriendo a quemarropa a cámara y diciendo: «Mamá, adivina lo que quiero ser cuando sea grande».