Los inmortales (11 page)

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Authors: Manuel Vilas

Tags: #Narrativa

BOOK: Los inmortales
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Regresaron a Dublín. En la estación se despidieron de los dos sacerdotes. Se abrazaron, sabiendo que nunca más volverían a verse y dudando de si se habían visto verdaderamente alguna vez. Y Dan y Nefta se fueron a los pubs de Temple Bar. Tomaron más pintas. Dan dijo: «Hoy hemos tenido una aventura muy compleja: los dos ángeles-sacerdotes nos han conducido ante la mirada de un fantasma enamorado, quien nos ha pedido que matemos al presidente de los Estados Unidos y al papa de Roma, y, créeme, Nefta, ambas cosas están conectadas, muy conectadas». Nefta se sintió un poco chuleado, porque Dan se había apropiado indebidamente de las palabras de Joyce.

Regresaron al hotel. Dan volvió a exaltar la habitación del hotel. Dan se puso a escribir en el portátil. Escribió esto:

«1. Debemos meditar una estrategia militar para la liberación de Irlanda del Norte. Irlanda es un país absurdamente dividido en dos.

2. Recordarle a Nefta que me haga una foto con la estatua dublinesa de Molly Malone.

3. Pedir la receta a algún cocinero de pub de la
seafood chowder
.

4. No olvidar que la razón de este viaje es prestar auxilio (cómo me gusta esta palabra, “auxilio”) a los católicos irlandeses. Música para el auxilio y la liberación: Beatles y Sex Pistols. Cómo me gustan los Sex Pistols. El catolicismo es una buena cosa y yo soy un buen tipo.

5. Comprar un suvenir, una camiseta con este lema: I LOVE EIRE, para regalársela a Superbea, mi amor.

6. Apestamos a Italia siempre.

7. Ahora toso inexplicablemente.

8. Tengo que dictarle a Nefta (que no se me olvide) esta historia: un millonario manda llenar de champán francés la bañera de un exclusivo y extremadamente lujoso hotel de París. Se da ese baño. Al poco tiempo, cosa de veinticuatro horas, la piel comienza a escocerle de una forma terrible, abyecta. Contrae una misteriosa y ultrajante enfermedad de la piel. Es una enfermedad incurable, fruto de una alergia cutánea a las bebidas carbónicas. Se gasta casi toda su fortuna en un Congreso Personal de Dermatólogos. No muere. Finalmente, cae en una depresión nerviosa. Un tal John Smith, prestigioso dermatólogo norteamericano, se queda con la mitad de su fortuna y alberga la posibilidad de bañarse también en una bañera llena de champán francés porque está convencido de que su piel es dura y resistente. El millonario no entiende la razón que le llevó a bañarse en el champán. Ahora es un ser con la piel humillada. No entiende por qué era rico. No entiende por qué ahora el rico es John Smith. Piensa en suicidarse. Piensa en agua, en simple agua. Piensa que si se hubiera bañado en agua, en agua clorada y jodidamente común, ahora sería el hombre más resplandeciente de la Tierra.

9. Cantarle una canción de amor a Superbea imitando a Elvis. Anotación sobre el Juicio Final: habrá un concierto de Elvis, no es broma.

10. El Aire Acondicionado es infrecuente en Irlanda, pero esta habitación del Ashling tiene Aire Acondicionado. Rezar seriamente por los profesionales que instalaron este Aire Acondicionado de esta habitación. Rezar por sus hijos, para que vayan al Paraíso, y para que sean tan felices como lo soy yo ahora.»

Se acostaron. Pero al rato Dan tenía miedo y encendió la luz. A su lado no había nadie. Apagó la luz de nuevo. A la mañana siguiente, entró la camarera y dijo: «Vaya, si esta habitación está inmaculada», y cerró la puerta. Caminó por los pasillos con el carro del servicio, pero de repente se dio cuenta de que una tristeza muy honda se le había metido en el cuerpo.

Dos conversaciones y un recuerdo

Primera conversación

Mantuve una conversación con el revolucionario francés Maximiliano Robespierre horas antes de su ejecución. Una de las ejecuciones más famosas de la Historia, dicho sea de paso. Pensé que este tipo de conversaciones serían provechosas para la historia de la humanidad, si es que esta historia puede llegar a existir de una manera que no sea ilusoria e incorpórea. A pesar de que ya sabía que le quedaban unas pocas horas de vida no encontré a Maximiliano deprimido. Qué va, estaba eufórico. Transcribo nuestra conversación.

MAXIMILIANO: Válgame el cielo, si es el Gran Saavedra, el español más divertido y tolerante. Me alegra verlo. Ya sabrá que mi cabeza es, en estos momentos, el órgano más inestable del Universo.

SAAVEDRA: Sí, ya sé que lo van a decapitar en breve. ¿Tiene usted miedo? Ya imagino que no. Pero es mi obligación de amigo hacerle observar la triste inconveniencia de que muere usted excesivamente joven. Tiene usted treinta y cinco años. Es usted aún demasiado joven, mi querido amigo. Aún podría vivir un par de décadas en plenitud de facultades. Incluso podría reinventar Francia.

MAXIMILIANO: Tiene usted toda la razón. No le envidio el mundo que va usted a vivir. Ya sé que usted es un inmortal español. Le cedo con gusto la dudosa gloria de contemplar lo que haya de venir. Le hago notar, no obstante, que me han precedido muy ilustres ejecuciones: una fila interminable de decapitaciones me precede. No me extrañaría que, al ritmo que se decapita en Francia, el hombre de mañana fuese un hombre decapitado, en un lugar la cabeza y en el otro el cuerpo. Una especie de bilocación sin muerte.

SAAVEDRA: Interesante visión. Pero hace mal, muy mal, en no envidiarme. Usted se va derechito a la nada, o al infierno, y yo voy a ver los grandes espectáculos de la democracia, por los que usted ha luchado con tanto denuedo. Ahora mismo, y permítame la rabiosa franqueza, me parece usted una víctima patética, disculpe mi franqueza.

MAXIMILIANO: Me insulta usted sin necesidad.

SAAVEDRA: No creo que nadie le agradezca nada.

MAXIMILIANO: A usted tampoco le agradecerán nada, amigo mío. Nadie agradece nada a nadie. La Tierra tampoco le agradece al Sol la luz. El desagradecimiento forma parte de nuestra miseria como especie.

SAAVEDRA: ¿Ha sido usted feliz?

MAXIMILIANO: ¿Y qué importa eso, amigo mío, qué importa eso ahora?

SAAVEDRA: Tiene razón. No importa nada. Usted se va de este mundo, y cuando uno abandona la vida, carece de sentido preguntar por nada que tenga que ver con la vida.

MAXIMILIANO: Es usted un filósofo.

SAAVEDRA: ¿Me envidia usted?

MAXIMILIANO: Me puedo imaginar el futuro. Créame, la muerte es una gran invención de la naturaleza. Sé que usted no puede degustar ese placer. Mucha gente le envidiará por eso. Yo soy un racionalista. Dentro de unos días no existiré. No habrá gozo, pero tampoco infortunio. Y sobre todo, no habrá desorden. No habiendo capacidad para entender el gozo, tampoco la hay para la desdicha. Quiere que le envidie la respiración, el bienestar del sol sobre la piel, la lujuria, la gula, el vino, el amor. Amigo mío, soy un racionalista. No me apetece la vida en sí. Yo tenía un proyecto político.

SAAVEDRA: Me conmueve usted. ¿No le asustan el dolor físico y el escarnio público?

MAXIMILIANO: Dicen que sólo se siente un agradable frescor en el cuello con olor a eucalipto. Por otro lado, creo adivinar en usted una posición que no es de esta época. Me da la sensación de que usted está juzgando mi ejecución con veleidades humanistas del futuro. Estamos acostumbrados a este tipo de actos. No nos asustan las ejecuciones, pero a usted sí. Las ejecuciones son actos muy ordinarios, no deberían despertar tanto interés. La Francia revolucionaria reivindica la muerte diaria, y eso está muy bien. Repito, no parece usted de esta época. ¿Quién es usted, realmente? Parece mentira tratándose de usted, que es español; con lo bárbaros y salvajes que son los españoles. Tiene gracia que sea usted quien me recuerde la inhumanidad de mi suplicio. ¿No será usted en realidad un fantasma del futuro? ¿No será usted un obispo español? En España los obispos florecen como ensaladas. Ustedes los españoles deberían matar obispos y reyes todos los días. Imagino que el futuro será una fiesta digna de verse. En efecto, yo me la voy a perder. Eso podría entristecerme. No creo en la humanidad. No creo en la realidad. O más bien debería decir que creo en la irrealidad del ser humano. Ahora, déjeme, tengo ganas de estar solo. Tengo ganas de recordar a mi madre. Yo tuve madre, sí, señor mío, una madre encantadora. Sepa usted que el pasado somos legiones de muertos. Millones de muertos. ¿Tiene naturaleza política la gran comparsa de millones y millones de cadáveres bajo la tierra? Espero que sí.

SAAVEDRA: Claro que sí. Indudablemente, tiene naturaleza política esa gran muchedumbre, ese fantasma.

MAXIMILIANO: Eso me anima. Si es así, aún hay motivo para tener esperanza. Alentaremos desde el reino de los muertos alguna forma de organización política que derribe lo preexistente. Todo ser humano tiene la obligación de destruir las organizaciones políticas de su presente histórico para alentar otras posibilidades de la Historia. Creo que ese cometido es el único cometido verdaderamente apasionante. Donde no hay pasión no hay realidad. Le diré una cosa, finalmente, le diré que las leyes de la política guillotinarán a las leyes de la física y de la ciencia. Acabaremos con la naturaleza. Estoy teniendo una visión que le afecta especialmente, tiene que ver con España. Su país, España, sabe, quédeselo, sólo veo curas y reyes, curas y marqueses, curas disfrazados, como camuflados; en el futuro ustedes tendrán siempre curas y marqueses y monarcas, un futuro francamente asqueroso. Y ahora, déjeme, se lo ruego. Quiero recordar lo que ha sido mi vida.

SAAVEDRA: Si es que su vida ha sido algo.

MAXIMILIANO: Está siendo todavía.

Segunda conversación

El 30 de mayo del año 1924 me desplacé hasta el sanatorio de Kierling, en Viena, para visitar a Franz Kafka, entonces un completo desconocido. Me presenté como un amigo español de su tío Alfred Löwy, que estuvo trabajando en Madrid. La verdad es que no mentí, porque conocí en Madrid al tío de Kafka, que hablaba fatal el español. Kafka tenía una habitación muy pequeña. Dora Diamant fue muy amable conmigo. Me pareció una mujer muy tierna. Me senté en una silla que cojeaba de una pata. Tenía a Kafka delante. Kafka estaba amarillento. La habitación olía a desinfectante. Dora tenía el rostro iluminado. A pesar de su estado de salud, Kafka dio muestras de una euforia absoluta. Estaba exaltado. Kafka era una exaltación amarillenta. Parecía un océano quemándose por dentro. Yo creo que los tres nos iluminamos, como si fuésemos ígneos. Ardíamos. Fue una velada tan siniestra como solar. Yo pensé que estaba tocando los hombros de todas las divinidades. Estaba tocando el fundamento.

KAFKA: Ya ve, me muero. No sé qué hace usted aquí.

SAAVEDRA: Una enorme curiosidad me ha traído. He leído cosas suyas, pero en realidad casi vengo como del futuro.

KAFKA: Me lo imaginaba. Se le nota a usted en la cara. ¿Es verdad que es español y que fue amigo del tío Alfred?

SAAVEDRA: Es verdad.

KAFKA: Hábleme de España.

SAAVEDRA: Los veranos son esplendorosos. Hace un calor digno del infierno. Nos bañamos en los ríos. Comemos naranjas. Fornicamos bajo la luna de agosto.

KAFKA: El calor es enemigo de la verdad.

SAAVEDRA: Y de la civilización, según dijo Nietzsche.

KAFKA: ¿Eso dijo Nietzsche? Un señor de la Nada, un caballero del futuro, como usted. Sería gratificante que todos nosotros formásemos una gran hermandad.

SAAVEDRA: ¿Cómo imagina usted el futuro?

KAFKA: Como una gran fiesta, donde nadie será excluido. Los enfermos, los locos, los pobres, los decapitados, los tristes, los deformes, los ciegos, los tullidos se sentarán junto a los hermosos, los ricos, los sabios, los perfectos, los inteligentes, los premiados, los dulces, los grandes. Y ya no habrá abominación ni odio.

SAAVEDRA: Es usted un buen hombre. Pero ahora dígame la verdad.

KAFKA: Me muero, dejo a esta mujer sola, mi dulce Dora. Ni siquiera sé si he estado vivo. Usted quiere que le hable de la Historia. Quiere que le hable de la Gran Máquina de la Realidad. Ha de saber que últimamente me ha interesado mucho la astronomía y la cosmología. El Universo y la Historia son héroes antitéticos. También he pensado mucho en la vida extraterrestre.

SAAVEDRA: ¡Fascinante!

KAFKA: Una vez, hace ya demasiados años, en los montes de Jeseníky, vi un platillo volante.

SAAVEDRA: ¿Sólo lo vio usted?

KAFKA: Sí. ¿Le extraña?

SAAVEDRA: No, pero en esto conviene tener testigos, dada la naturaleza sobrehumana de lo contemplado. Pero, dígame, ¿qué vio?

KAFKA: Era como una nave rectangular, de color dorado, no demasiado grande, más bien era un rectángulo pequeño, como una cama de matrimonio. Se puso de pie delante de mí, a unos cinco metros de mis ojos. Pude ver unos rostros en el rectángulo, rostros dorados que me hablaban en una lengua que se parecía al francés, pero que no era francés obviamente. Eran rostros muy hermosos, y algo descompuestos también, pues parecían estar presos. He de decirle que no eran rostros completamente humanos. Eran una mezcla de cabeza de pez con rostro humano.

SAAVEDRA: ¿Tuvo miedo?

KAFKA: El miedo es una creación social. No, no tuve miedo. El miedo no existe. Tenemos la obligación de intentar ser libres, ¿no le parece? Aunque vivamos poco tiempo, tenemos la obligación de ser felices y libres. Pero no le he contado lo mejor. Los dos rostros, porque eran dos, advirtieron que no entendía su incomprensible lengua; de modo que optaron por dirigirse a mí en una especie de lenguaje telepático, que consistía en que en mi imaginación de repente se encendían algunas palabras, se trataba de una luz cálida. Se encendían sujetos como «nosotros» y verbos como «decir». Era como si en una pantalla blanca se fueran iluminando palabras de colores: unas palabras en rojo, otras en verde, otras en azul, y así se fueron comunicando conmigo. Los verbos eran de color rojo y los sustantivos de color azul. Era agradable, porque esas palabras y esas luces me producían como una caricia en la corteza cerebral, una caricia en la facultad del lenguaje, que está dentro de nuestro cerebro, y es de carne. Una caricia sobre la carne.

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