Los niños del Brasil (25 page)

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Authors: Ira Levin

Tags: #GusiX, Ciencia ficción, Intriga

BOOK: Los niños del Brasil
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—Mañana, ¿estará de regreso en Viena?

—No, desde allí se va a Washington.

—¡Ah! Bueno, tal vez sería mejor que le llamara a Washington. En este momento estoy un poco… alterado, como usted puede imaginarse, pero mañana estaré de regreso y podré hablar con más comodidad ¿Dónde se alojará?

—En el hotel «Benjamin Franklin». —Recorrió el índice telefónico—. Puedo darle el número también. —Lo encontró y se lo leyó, con lentitud y claramente.

—Gracias. ¿Estará allí a las…?

—El avión toma tierra a las seis y media, Dios mediante; a las siete o siete media estará en el hotel. Mañana por la noche.

—Supongo que va allí por algo relacionado con el asunto que Barry estaba investigando.

—Así es —confirmó Esther—. Barry tenía razón, Herr Koehler. Muchos hombres han sido asesinados pero Yakov va a poner término a eso. Puede usted tener la seguridad de que su hijo no ha muerto en vano.

—Es un consuelo oírlo, Fräulein Zimmer. Gracias.

—No faltaba más. Adiós.

Esther colgó, suspiró y meneó la cabeza.

Mengele también cortó, levantó su maleta de tela marrón y se puso en la más corta de las dos colas que partían del mostrador de billetes de «Pan Am». Tenía el pelo castaño peinado con raya al lado y llevaba bigote, también castaño. Hasta el momento, el soporte ortopédico acolchado que llevaba al cuello cumplía con su función de evitar que la gente le mirara a los ojos.

De acuerdo con su pasaporte paraguayo, era Ramón Aschheim y Negrín, comerciante de antigüedades, razón por la cual viajaba con un arma en la maleta: una «Browning HiPower Automatic» de nueve milímetros. Tenía el correspondiente permiso de armas, permiso de conducir, un surtido completo de credenciales sociales y comerciales y en su pasaporte, página tras página, se sucedían los visados. El señor Aschheim y Negrín partía en viaje de compras por diversos países: Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Holanda, Noruega, Suecia, Dinamarca, Alemania y Austria. Llevaba una buena provisión de dinero (y de diamantes). Sus visados, como el pasaporte, tenían fecha de diciembre, pero seguían siendo válidos.

Compró un billete para el primer vuelo a Nueva York, a las 7.45, y que combinado con un vuelo de «American Airlines» le dejaría en Washington a las 10.35 de la mañana siguiente.

Con tiempo de sobra para instalarse en el «Benjamin Franklin».

6

El profesor de Biología —que se llamaba Nürnberger y, tras la barba castaña pulcramente recortada y las gafas con montura de oro no parecía tener más de treinta y dos o treinta y tres años— se dobló hacia atrás el meñique como si quisiera desprendérselo para ofrecerlo como regalo.

—Apariencia idéntica —empezó a enumerar, y repitió la operación con otro dedo—. Similitud de intereses y de actitudes, probablemente en medida mayor de la que ustedes saben por el momento. —Se dobló hacia atrás el dedo siguiente—.
Colocación en familias similares
: eso es lo que los delata. Para todos esos puntos, no hay más que una explicación posible. —Apoyó las manos sobre las piernas cruzadas y se inclinó hacia delante, con un gesto confidencial—. Reproducción mononuclear —informó a Liebermann—. Aparentemente, en ese terreno el doctor Mengele llevaba sus buenos diez años de adelanto.

—No me sorprende —declaró Lena, que sacudía una botellita en la puerta de la cocina—, si ya en la década de los cuarenta estaba investigando en Auschwitz.

—Sí —asintió Nürnberger (mientras Liebermann trataba de sobreponerse al shock de oír en la misma oración dos vocablos como «investigando» y «Auschwitz»; hay que perdonarla. Si es joven y sueca ¿qué puede saber?).

—Los otros —seguía diciendo Nürnberger—, ingleses y norteamericanos en su mayoría, no empezaron hasta los años cincuenta y todavía no han trabajado con óvulos humanos. Por lo menos, eso es lo que dicen, aunque se puede apostar a que han hecho más de lo que admiten. Por eso digo que Mengele se adelantó en diez años solamente, no en quince o en veinte.

Liebermann miró a Klaus, sentado a su izquierda, para ver si él sabía de qué estaba hablando Nürnberger. Klaus estaba masticando, mientras examinaba un trozo de zanahoria. Sus ojos se encontraron con los de Liebermann.
¿Ve usted?
, le preguntaron. Liebermann sacudió la cabeza.

—Y los rusos, claro —continuó Nürnberger, meciéndose cómodamente en su taburete, los dedos entrelazados calzados sobre una rodilla—, estarán probablemente más adelantados, ya que no tienen que luchar con ninguna Iglesia ni con la opinión pública. Es posible que tengan todo un
cardumen
de perfectos Vanias en miniatura en algún lugar de Siberia; y hasta es posible que sean mayores que los muchachos de Mengele.

—Discúlpeme —intervino Liebermann—, pero no comprendo a qué se refiere usted.

Nürnberger le miró, sorprendido.

—Reproducción mononuclear —repitió pacientemente—. La reproducción de copias genéticamente idénticas de un organismo individual. ¿Ha estudiado usted algo de Biología?

—Un poco, hace más o menos cuarenta y cinco años.

Nürnberger sonrió, con una sonrisa juvenil.

—Es precisamente cuando se reconoció por primera vez como posibilidad —explicó—. Quien la descubrió fue Haldane, biólogo inglés, que la denominó
cloning
, tomando el nombre de una palabra griega que significa «estaca», como las de las plantas. «Reproducción mononuclear» es una expresión mucho más explícita. ¿Por qué acuñar una palabra nueva cuando las viejas comunican más?


Cloning
es más breve —señaló Klaus.

—Sí —admitió Nürnberger—, pero ¿no es mejor usar unas cuantas sílabas más y decir exactamente lo que uno quiere?

—Explíqueme lo de la «reproducción mononuclear» —pidió Liebermann—, pero, por favor, tenga en cuenta que si estudié Biología fue únicamente por obligación; lo que me interesaba en realidad era la música.

—Intente cantárselo —sugirió Klaus.

—Aunque pudiera, como canción no sería gran cosa —respondió Nürnberger—. No es una bonita canción de amor como la reproducción ordinaria. En ella tenemos un óvulo, la célula huevo y la célula espermática, cada una con su núcleo que contiene veintitrés cromosomas, filamentos sobre los cuales van enhebrados, como cuentas, por centenares de miles, los genes. Los dos núcleos se fusionan y tenemos una célula huevo fertilizada, con cuarenta y seis cromosomas. Esto hablando de células humanas; el número varía con la especie. Los cromosomas se duplican, duplicando
cada uno de sus genes
… lo que es realmente milagroso, ¿no les parece? y la célula se divide de forma que a cada una de las células resultantes va una serie de cromosomas idénticos. Esta duplicación y división se repite y se repite…

—Mitosis —recordó Liebermann.

—Sí.

—¡Las cosas que conserva la memoria!

—Y en nueve meses —retomó Nürnberger— tenemos los billones de células del organismo completo. Han evolucionado, para adecuarse a las diferentes funciones, para convertirse en hueso, o en sangre, o en pelo; para reaccionar ante la luz o la temperatura o el sabor, y cosas semejantes. Pero
cada una
de esas células, cada una de los billones de células que constituyen el cuerpo, contiene en el núcleo los duplicados exactos de una serie original de cuarenta y seis cromosomas, la mitad provenientes de la madre y la mitad del padre; una mezcla que, salvo en el caso de los gemelos idénticos, es absolutamente única, el diseño originario, por así decirlo, de un individuo absolutamente único. No hay más excepciones a la regla de los cuarenta y seis cromosomas que las células sexuales, los óvulos y espermatozoides que tienen veintitrés, de manera que al mezclarse se completan y dan origen a un organismo nuevo.

—Hasta aquí está claro —asintió Liebermann.

El otro se inclinó hacia delante.

—Eso —resumió— es la reproducción ordinaria tal como se da en la Naturaleza. Ahora pasamos al laboratorio. En la reproducción mononuclear se destruye el núcleo de una célula huevo, dejando el cuerpo celular intacto. Se consigue mediante radiaciones y no necesito decirles que se trata de una operación de microcirugía complejísima. En el interior de la célula sin núcleo se pone
el núcleo de un cuerpo celular tomado del organismo que se desea reproducir
: el núcleo de una célula somática, no de una célula sexual. Ahora tenemos exactamente lo que teníamos a esta altura en la reproducción natural; una célula huevo con cuarenta y seis cromosomas en el núcleo; una célula huevo fertilizada que, colocada en una solución nutritiva, procede a duplicarse y dividirse. Cuando llega al estadio de las dieciséis o treinta y dos células, lo que lleva cuatro o cinco días, se puede implantar en el útero de su «madre», que, biológicamente hablando, no es madre en modo alguno. No hizo más que entregar una célula huevo, y ahora facilita un medio adecuado para el crecimiento del embrión, al que no ha aportado nada de su propia dotación genética. El niño, cuando nace, no tiene padre
ni
madre, sino solamente un dador (el que dio el núcleo) del cual es un duplicado genético exacto. Sus cromosomas y sus genes son idénticos a los del dador. En vez de un individuo nuevo y único, tenemos la repetición de uno ya existente.

—Eso… ¿se puede hacer? —preguntó Liebermann.

Nürnberger asintió, sin hablar.

—Se
ha
hecho —precisó Klaus.

—Con ranas —aclaró Nürnberger—, que es un procedimiento mucho más simple. Es el único caso reconocido, y causó tal alarma, en Oxford, en la década de los sesenta, que todos los trabajos posteriores se han hecho a la chita callando. Como todos los biólogos, yo he tenido referencias de informes relativos a conejos, perros y monos; en Inglaterra, en Estados Unidos, aquí en Alemania…, en todas partes. Y, como ya les dije antes, estoy seguro de que en Rusia lo han hecho con seres humanos; o por lo menos, lo han intentado. ¿Qué sociedad planificada podría resistirse a la idea? Multiplicar a sus ciudadanos superiores y prohibir a los inferiores que se reproduzcan. ¡Calculen lo que se ahorraría en atención médica y en educación! Y lo que mejoraría, en dos o tres generaciones, la calidad de la población.

—¿Y Mengele podría haberlo hecho con seres humanos a comienzos de la década de los sesenta? —interrogó Liebermann.

Nürnberger se encogió de hombros.

—La teoría ya se conocía —señaló—. Lo único que necesitaba era el equipo adecuado, algunas mujeres jóvenes, sanas y bien dispuestas, y una enorme habilidad microquirúrgica, que otros han tenido; Gurdon, Shettles, Steptoe, Chang… Y, naturalmente, un lugar donde poder trabajar sin interferencias y sin publicidad.

—Por entonces estaba en la selva —evocó Liebermann—. Desde el 59… cuando yo le acorralé.

—Tal vez —conjeturó Klaus— no le acorraló usted. Tal vez
eligiera
irse.

Liebermann le miró con inquietud.

—Pero no tiene sentido —declaró Nürnberger— hablar de si
pudo o
no haberlo hecho. Si lo que Lena me contó es verdad, entonces es evidente que lo hizo. El hecho de que los niños hayan sido colocados en familias similares lo demuestra —sonrió—. Naturalmente, los genes, como sin duda ustedes saben, no son el único factor decisivo para nuestro desarrollo. El niño concebido por reproducción mononuclear crecerá teniendo el aspecto de su dador y compartirá con él ciertas características y propensiones, pero si se le educa en un medio diferente, sometido a influencias domésticas y culturales diferentes (como no puede menos que suceder, aunque sólo sea porque nace años después)… bueno, puede resultar psicológicamente muy diferente del dador, pese a la igualdad genética. Es obvio que a Mengele no le interesaba obtener un linaje biológico determinado, como en mi opinión podría interesarles a los rusos sino reproducirse
él
, como individuo particular. Las familias similares son parte del intento de llevar al máximo las probabilidades de que los niños crezcan en el medio adecuado.

Por detrás de Nürnberger, Lena apareció en la puerta de la cocina.

—Los niños —preguntó Liebermann— son… ¿duplicados de Mengele?

—Duplicados exactos, genéticamente —precisó Nürnberger—. El hecho de que lleguen o no a ser duplicados
in toto
es, como ya dije, una cuestión aparte.

—Discúlpeme —terció Lena—, pero ya podemos comer. —Una sonrisa de disculpa embelleció momentáneamente su rostro vulgar—. Es decir, tenemos que comer, porque de otro modo se estropeará todo si es que no se ha estropeado ya.

Se levantaron para pasar de la salita, con sus muebles destartalados, cuadros de animales, y libros en ediciones de bolsillo, a una cocina más o menos del mismo tamaño, con más cuadros de animales, una ventana con rejas y una mesa con mantel rojo, pan, ensalada y vino tinto en vasos que nada tenían que ver entre sí.

Liebermann, incómodo en una sillita con respaldo de alambre, miró a Nürnberger, que, sentado frente a él, untaba de mantequilla un trozo de pan.

—¿A qué se refería usted —le preguntó— al hablar de que los niños crezcan «en el medio adecuado»?

—A un medio lo más semejante posible al de Mengele —respondió Nürnberger, mirándole, sonriente, desde su barba castaña—. Si yo quisiera conseguir otro Eduard Nürnberger, no sería suficiente con que me sacara un trocito de piel del dedo gordo, retirara un núcleo celular y lo sometiera a todo el tratamiento que les describí, supuesto que contara con la capacidad y el equipo…

—Y la mujer —acotó Klaus, mientras le ponía un plato delante.

—Gracias —respondió Nürnberger, sonriendo—. La mujer podría conseguirla.

—¿Para ese tipo de reproducción?

—Bueno, vamos a suponerlo. No significa más que dos minúsculas incisiones, una para extraer el óvulo y la otra para implantar el embrión. —Nürnberger miró a Liebermann—. Pero eso no sería más que
parte
del trabajo —agregó—. Después tendría que encontrar un hogar adecuado para el pequeño Eduard. Necesitaría una madre que fuera muy religiosa… casi maníaca, en realidad, y un padre que bebiera demasiado, de manera que entre los dos hubiera constantes peleas. Y en la casa tendría que haber también un tío de maravilla, profesor de Matemáticas, que sacara al chico de ese medio con toda la frecuencia que pudiera, para llevarle a los museos, al campo… Y esa gente tendría que tratar al niño como si fuera de ellos, no como a alguien concebido en un laboratorio; además, el «tío» tendría que morir cuando el chico tuviera nueve años, y los «padres» deberían separarse dos años más tarde. Y el chico, junto con su hermana menor, tendría que pasarse la adolescencia en un continuo movimiento de lanzadera entre los dos.

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