—¿Sabes si existen tensiones familiares?
—Me parece que no, pero eso no quiere decir nada, Elijah. Que yo sepa, está en buenas relaciones con todas sus esposas anteriores. Ninguna de las disoluciones se llevó a cabo con malos modos. En primer lugar, el doctor Fastolfe no es esa clase de persona. No me lo imagino acogiendo algo con nada más extremo que un bondadoso suspiro de resignación. Bromeará en su lecho de muerte.
Eso, al menos, tenía visos de ser cierto, pensó Baley. Dijo:
—Y las relaciones del doctor Fastolfe contigo. La verdad, por favor. No estamos en situación de esquivar la verdad para evitarnos turbaciones.
Ella levantó los ojos y le miró serenamente. Declaró:
—No hay ninguna turbación que evitar. El doctor Fastolfe es amigo mío, un buen amigo.
—¿Muy bueno, Gladia?
—Como he dicho... muy bueno.
—¿Estás esperando la disolución de su matrimonio para convertirte en su próxima esposa?
—No —respondió ella con calma.
—Entonces, ¿sois amantes?
—No.
—¿Lo habéis sido?
—No... ¿Te sorprende?
—Sólo necesito información —alegó Baley.
—Entonces, déjame contestar a tus preguntas de un modo coherente, Elijah, y no me las hagas a quemarropa como si esperaras sorprenderme para confesarte algo que, de otro modo, mantendría en secreto. —Lo dijo sin ira aparente. Casi fue como si aquello la divirtiera.
Baley, enrojeciendo ligeramente, estuvo a punto de decir que ésta no era en absoluto su intención, pero, naturalmente, lo era y no ganaría nada negándolo. Dijo en un sordo gruñido:
—Bueno, sigamos adelante.
Los restos del té permanecían sobre la mesa situada entre ellos. Baley se preguntó si, en circunstancias normales, ella no habría levantado el brazo y lo habría doblado un poco, y si el robot, Borgraf, no habría entrado silenciosamente y des-pejado la mesa.
¿Molestaba aquel desorden a Gladia, impulsándola a contestar con menos dominio de sí misma? En ese caso, tanto mejor... pero Baley tenía sus dudas, pues no veía que Gladia diera muestras del más leve desasosiego.
Gladia había vuelto a bajar los ojos y su cara pareció ensombrecerse y adquirir una cierta dureza, como si estuviera recordando un pasado que habría preferido borrar.
Dijo:
—Tú sabes la vida que llevaba en Solaria. No era una vida feliz, pero yo no conocía otra. Hasta que experimenté un poco de felicidad no me di cuenta de hasta qué punto, y cuan intensamente, mi vida anterior no había sido feliz. Obtuve el primer indicio a través de ti, Elijah.
—¿A través de mí? —exclamó Baley, sorprendido.
—Sí, Elijah. Nuestro último encuentro en Solaria, espero que lo recuerdes, Elijah, me enseñó algo. ¡Te toqué! Me quité el guante, uno parecido al que llevo ahora, y te toqué la mejilla. El contacto no duró mucho. No sé lo que significó para ti... no, no me lo digas, no es importante... pero para mí significó mucho.
Levantó los ojos, sosteniendo la mirada de Baley con expresión desafiante.
—Para mí lo significó todo. Cambió mi vida. Recuerda, Elijah, que hasta entonces, tras mis pocos años de infancia, nunca había tocado a un nombre, a ningún ser humano, en realidad, a excepción de mi marido. Y a mi marido le tocaba muy raramente. Como es lógico, había contemplado a hombres en triménsico, y así me había familiarizado con todos los aspectos físicos de los varones, absolutamente todos. En cuanto a eso, no tenía nada que aprender.
»Pero no tenía motivos para pensar que el tacto de un hombre podía ser muy diferente al de otro. Conocía el tacto de la piel de mi marido, conocía el tacto de sus manos cuando se decidía a tocarme, conocía el... todo. No tenía motivos para pensar que los demás hombres podían ser diferentes en algo. No había ningún placer en el contacto con mi marido, pero ¿por qué iba a haberlo? ¿Produce algún placer particular en el contacto de mis dedos con esta mesa, excepto en el sentido de que puedo apreciar su suavidad física?
»El contacto con mi marido formaba parte de un ritual esporádico que él ejercía porque se consideraba obligado y, como buen solariano, lo llevaba a cabo según el calendario y el reloj, y la duración y el modo prescrito por la buena educación. Sólo que, en otro sentido, no fue buena educación, pues aunque el estricto propósito de ese contacto periódico eran las relaciones sexuales, mi marido no había solicitado tener un hijo y creo que no le interesaba concebir uno. Y yo le temía demasiado para solicitarlo por mi propia iniciativa, a lo cual tenía derecho.
»Cuando lo recuerdo, veo que la experiencia sexual era rutinaria y mecánica. Nunca tuve un orgasmo. Ni una sola vez. Deduje que existía tal cosa por algunas de mis lecturas, pero las descripciones únicamente me desconcertaron y, como sólo podían encontrarse en libros importados, ya que los libros solarianos jamás abordaban el tema del sexo, no podía fiarme de ellas. Pensé que sólo eran metáforas exóticas. »Tampoco pude experimentar, satisfactoriamente, al menos, el autoerotismo. Creo que masturbación es el término vulgar. Al menos, he oído usar esa palabra en Aurora. Como es natural, en Solaria jamás se habla de ningún aspecto del sexo, ni se usa ninguna palabra relacionada con el sexo entre la gente educada... Y claro, en Solaria no hay otra clase de gente.
»Por cosas que leí de vez en cuando, tenía una idea aproximada de lo que había que hacer para masturbarse y en varias ocasiones intenté hacer lo que se describía. No pude llevarlo a término. El tabú de tocar carne humana hacía que incluso la mía me pareciese prohibida y desagradable. Podía pasarme la mano por el costado, cruzar una pierna sobre la otra, sentir la presión de un muslo contra el otro, pero eran contactos accidentales, no deliberados. Convertir el contacto en un instrumento de placer deliberado era distinto. Todas las fibras de mi ser sabían que no debía hacerse y, como yo lo sabía, no conseguía sentir placer.
»Y nunca se me ocurrió, ni una sola vez, que el contacto podía producir placer en otras circunstancias. ¿Por qué iba a ocurrírseme? ¿Cómo podía ocurrírseme?
»Hasta que te toqué aquella primera vez. Por qué lo hice, no lo sé. Sentí una oleada de afecto hacia ti porque me habías salvado de ser una asesina. Y además, no estabas totalmente prohibido. No eras un solariano. No eras, perdóname, enteramente un hombre. Eras una criatura de la Tierra. Eras humano en apariencia, pero tu corta vida y tu propensión a las infecciones te convertían en algo semihumano, como mucho.
»Por lo tanto, ya que me habías salvado y no eras realmente un hombre, podía tocarte. Y por encima de todo esto, tú no me mirabas con la hostilidad y repugnancia de mi marido, o la indiferencia cuidadosamente disciplinada de alguien que me contemplara por triménsico. Te encontrabas allí mismo, eras palpable, y tus ojos reflejaban cordialidad e interés. Incluso temblaste cuando acerqué la mano a tu mejilla. Lo vi.
»Por qué ocurrió, no lo sé. Fue un contacto muy fugaz y no había razón para que la sensación física fuera distinta de lo que habría sido si hubiera tocado a mi marido o a cualquier otro hombre, o quizás incluso a una mujer. Pero hubo algo más que la sensación física. Estaba allí, lo acogiste con agrado, me diste muestras de lo que yo interpreté como... afecto. Y cuando nuestras pieles, mi mano y tu mejilla, entraron en contacto, fue como si hubiera tocado un fuego que subió instantáneamente por mi mano y mi brazo y me inflamó por completo.
»No sé cuánto duró, no pudo ser más de un momento, pero el tiempo se detuvo para mí. Me sucedió algo que jamás me había sucedido antes y, al recordarlo mucho después, cuando había aprendido algo acerca de ello, comprendí que casi había experimentado un orgasmo.
»Intenté no demostrarlo...
(Baley, sin atreverse a mirarla, meneó la cabeza.)
—Bueno, entonces no lo demostré. Dije, «Gracias, Elijah». Lo dije por lo que habías hecho por mí en relación con la muerte de mi marido. Pero lo dije mucho más por iluminar mi vida y enseñarme, sin siquiera saberlo, qué había en la vida; por abrir una puerta; por revelar un camino; por señalar un horizonte. El acto físico no fue nada en sí mismo. Sólo un contacto. Pero supuso el principio de todo.
Su voz fue desvaneciéndose y, por un momento, no dijo nada, sumida en sus recuerdos. Luego levantó un dedo.
—No. No digas nada. Aún no he terminado.
»Había tenido fantasías antes, cosas muy vagas e inciertas. Un hombre y yo haciendo lo que hacía con mi marido, pero distinto de algún modo, ni siquiera sabía de qué modo, y sintiendo algo distinto, algo que ni siquiera podía imaginar cuando fantaseaba con todas mis fuerzas. Podría haber pasado toda mi vida tratando de imaginar lo inimaginable y podría haber muerto como deben de morir la mayoría de las mujeres de Solaria, y también los hombres, sin saber, incluso después de tres o cuatro siglos. Sin saber. Teniendo hijos, pero sin saber.
»Pero con sólo rozar tu mejilla, Elijah, lo supe. ¿No es sorprendente? Tú me enseñaste lo que podía imaginar. No la mecánica, no la remisa aproximación de cuerpos, sino algo que yo nunca habría relacionado con ello. La expresión de una cara, el brillo de unos ojos, la sensación de... dulzura... bondad... algo que ni siquiera puedo describir... aceptación.., el derrumbamiento de la terrible barrera entre los individuos. Amor, supongo; una palabra adecuada para abarcar todo eso y más.
»Sentí amor por ti, Elijah, porque pensé que tú podrías sentir amor por mí. No digo que me amaras, sino que me pareció que podrías hacerlo. Era algo que yo nunca había experimentado y, aunque en la literatura antigua se hablaba de ello, sabía tan poco a qué se referían como cuando los hombres de esos mismos libros hablaban de "honor" y se mataban unos a otros por su causa. Acepté la palabra, pero nunca descifré su significado, y aún no lo he hecho. Y eso mismo me ocurrió con la palabra "amor", hasta que te toqué.
»Después de eso pude imaginar... y vine a Aurora recordándote, y pensando en ti, y hablándote mentalmente, y pensando que en Aurora encontraría un millón de Elijahs.»
Se detuvo, sumida en sus propios pensamientos por unos instantes, y luego prosiguió de repente:
—No fue así. Aurora, a su modo, resultó tan mala como Solaria. En Solaria, el sexo estaba mal. Era odiado y todos nos apartábamos de él. No podíamos amar por el odio que el sexo despertaba.
»En Aurora el sexo era aburrido. Se aceptaba con indiferencia, con naturalidad... con tanta naturalidad como respirar. Si uno sentía ese impulso, se acercaba a cualquiera que pareciese adecuado y, si esa persona adecuada no estaba entonces ocupada en algo que no podía dejar, se producía el contacto sexual en la forma más conveniente. Como respirar... Pero, ¿qué éxtasis hay en respirar? Si uno estuviera ahogándose, es posible que el primer aliento tras la privación de aire constituyera un inmenso deleite y alivio. Pero, ¿y si uno no se ahogaba nunca?
»¿Y si uno pasaba de buena gana sin el sexo? ¿Y si se enseñaba a los niños igual que la lectura y la programación? ¿Si los niños debían experimentarlo como algo rutinario, y se esperaba que los niños mayores les ayudaran?
»El sexo, permitido y libre, no tiene nada que ver con el amor en Aurora, como el sexo, prohibido y objeto de vergüenza, no tiene nada que ver con el amor en Solaria. En ambos casos, los niños son pocos y sólo pueden tenerse después de presentar una solicitud formal. Y entonces, si se concede el permiso, ha de haber un interludio sexual destinado únicamente a la concepción, tedioso y desagradable. Si, después de un tiempo razonable, no hay fecundación, el espíritu se rebela y se recurre a la inseminación artificial.
»Con el tiempo, igual que en Solaria, no habrá más que ectogénesis, de modo que la fertilización y el desarrollo fetal tendrán lugar en genotaria, y el sexo quedará reducido a una forma de interacción social y a un juego que no tendrá más que ver con el amor que el polo espacial.
»No pude adaptarme a la actitud aurorana, Elijah. Mi educación me lo impidió. Con terror, había buscado contactos sexuales y nadie rehusó... y nadie le dio importancia. Los ojos de los hombres eran inexpresivos cuando yo me ofrecía y continuaban inexpresivos cuando ellos aceptaban. Una más, decían, ¿qué importa? Estaban dispuestos, pero no mucho más que dispuestos.
»Y tocarles no significaba nada. Podría haber estado tocando a mi marido. Aprendí a llegar hasta el final, a seguir su pauta, a aceptar su guía... y siguió sin significar nada. Ni siquiera logré sentir la necesidad de hacerlo para mí misma y por mí misma. La sensación que tú me habías proporcionado no volvió a producirse y, con el tiempo, renuncié.
»En todo esto, el doctor Fastolfe fue mi amigo. Sólo él, en toda Aurora, sabía todo lo que sucedió en Solaria. Al menos, eso creo. Ya sabes que no se hizo pública toda la historia y ciertamente no apareció en ese horrible programa de hiperondas sobre el que he oído hablar... Yo me negué a verlo.
»El doctor Fastolfe me protegió de la falta de comprensión por parte de los auroranos y de su desprecio general por los solarianos. También me protegió de la desesperación que se adueñó de mí al cabo de un tiempo.
»No, no fuimos amantes. Yo me habría ofrecido, pero cuando se me ocurrió que podría hacerlo, ya no creía que la sensación que tú habías despertado, Elijah, pudiera volver a producirse. Pensé que tal vez fuese una jugarreta de la memoria y me di por vencida. No me ofrecí. El tampoco lo hizo. No sé por qué. Quizá vio que mi desesperación era producto de mi fracaso en encontrar algo útil en el sexo y no quiso acentuar la desesperación repitiendo el fracaso. Sería una muestra de bondad típica de él velar por mí de este modo... así que no fuimos amantes. Únicamente fue mi amigo en un momento en que yo necesitaba eso mucho más.
»Eso es todo, Elijah. Tienes la respuesta completa a las preguntas que me has hecho. Querías saber cuáles eran mis relaciones con el doctor Fastolfe y has dicho que necesitabas información. Ya la tienes. ¿Estás satisfecho?»
Baley intentó ocultar su aflicción.
—Siento mucho, Gladia, que la vida haya sido tan dura para ti. Me has dado la información que necesitaba. Me has dado más información de la que, tal vez, tú misma crees.
Gladia frunció el ceño.
—¿En qué sentido?
Baley no contestó directamente. Dijo:
—Gladia, me alegro de que tu recuerdo de mí haya significado tanto para ti. No pensé ni por un momento cuando estaba en Solaria que estuviera impresionándote tanto y, aunque lo hubiera pensado, no habría intentado... Tú lo sabes.