Los robots del amanecer (26 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los robots del amanecer
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Todo estaba hecho a una escala mayor y más refinada de lo que la Tierra podía ofrecer, y no había separaciones tras las cuales pudieran oírse los movimientos y ruidos involuntarios de otra persona, cosas que él tenía que pasar por alto para mantener la ilusión de intimidad.

Resultaba decadente, pensó sombríamente Baley mientras se sometía al lujoso ritual, pero era una decadencia a la que (podía advertirlo ya) le sería fácil acostumbrarse. Si permanecía un tiempo en Aurora, encontraría el choque cultural del regreso a la Tierra dolorosamente intenso, en especial en lo relativo al Personal. Deseó que el reajuste no le llevara mucho tiempo, pero deseó también que los terrícolas que colonizaran nuevos mundos no se vieran obligados a mantener el concepto de Personales Comunitarios.

Baley pensó que quizás era así como cabía definir la decadencia: Aquello a lo que uno podía acostumbrarse fácilmente.

Baley salió del Personal tras terminar diversas actividades, con la barbilla bien rasurada, los dientes relucientes y el cuerpo refrescado por la ducha y seco.

—Giskard, ¿dónde puedo encontrar desodorante?

—No le comprendo, señor —respondió Giskard. Daneel intervino rápidamente.

—Al activar el control de espuma, compañero Elijah, se introduce un efecto desodorante. Pido excusas por la falta de comprensión del amigo Giskard. Carece de mi experiencia en la Tierra.

Baley enarcó las cejas en actitud dubitativa y empezó a vestirse con la ayuda de Giskard.

—Veo que tú y Giskard seguís todavía cada paso que doy. ¿Se ha producido algo que indique que alguien intenta sacarme de en medio?

—Hasta ahora, no, compañero Elijah —dijo Daneel—. Sin embargo, sería aconsejable que el amigo Giskard y yo nos quedáramos contigo en todo momento, si ello es posible.

—¿A qué se debe eso, Daneel?

—A dos razones, compañero Elijah. En primer lugar, podemos ayudarte en cualquier aspecto de la cultura aurorana y de sus costumbres con los que no estés familiarizado. En segundo lugar, el amigo Giskard, en particular, puede grabar y reproducir palabra por palabra todas las conversaciones que sostengas. Eso puede ser de valor para ti. Recordarás que ha habido ocasiones, durante tus conversaciones con el doctor Fastolfe y con la señorita Gladia, en que el amigo Giskard y yo estábamos a cierta distancia, en otra sala...

—¿Así que esas conversaciones no fueron grabadas por Giskard?

—En realidad, sí, compañero Elijah, pero en baja fidelidad. Incluso hay partes que no estarán tan nítidas como quisiéramos. Sería mejor si permaneciéramos lo más cerca posible.

—Daneel, ¿tú crees que me encontraré más cómodo si os considero guías y aparatos de grabación que si os veo como guardaespaldas? ¿Por qué no llegáis a la conclusión de que como guardaespaldas me sois absolutamente innecesarios? Dado que hasta ahora no se ha producido ningún atentado contra mí, ¿por qué no puede deducirse que tampoco los habrá en el futuro?

—No, compañero Elijah. Eso sería una falta de cautela. El doctor Fastolfe opina que sus enemigos te observan con gran aprensión. Intentaron convencer al presidente de que no concediera permiso al doctor Fastolfe para tu visita, y es más que seguro que continuarán intentando convencerle de que ordene tu regreso a la Tierra lo más pronto posible.

—Ese tipo de suposición pacífica no requiere guardaespaldas.

—No, señor. Pero si la oposición tiene razones para temer que puedas probar la inocencia del doctor Fastolfe, es posible que intente alguna otra acción extrema. Después de todo, tú no eres aurorano y las inhibiciones contra la violencia de nuestro mundo pueden, por tanto, debilitarse un poco en tu caso.

—El hecho de que lleve aquí un día entero y no haya sucedido nada —replicó Baley con terquedad— tiene que tranquilizarles mucho y reducir considerablemente la amenaza de violencia.

—Sí, así parece ser —dijo Daneel sin mostrar el menor indicio de reconocer el tono de ironía en las palabras de Baley.

—Por otro lado —dijo Baley— si parece que estoy realizando progresos, el peligro aumenta inmediatamente.

Daneel se detuvo a pensar y luego dijo:

—Parece una consecuencia lógica.

—Y por tanto, tú y Giskard tenéis que venir conmigo a todas partes, por si consiguiera hacer mi trabajo un poco demasiado bien.

Daneel hizo una nueva pausa antes de responder.

—Tu manera de exponerlo, compañero Elijah, me deja perplejo, pero pareces tener razón.

—En tal caso —dijo Baley—, estoy listo para el desayuno. Aunque no contribuye mucho a mi apetito que me digan que la alternativa al fracaso es un intento de asesinato.

32

Fastolfe sonrió a Baley desde el otro lado de la mesa de desayunar.

—¿Ha dormido bien, señor Baley?

Este estudió fascinado la loncha de jamón. Tenía que cortarse con cuchillo, era fibrosa y tenía una discreta tira de grasa en uno de los lados. En pocas palabras, no había sido procesado. El resultado era que sabía más a jamón, por decirlo de algún modo.

También había huevos fritos, con la yema como una semiesfera aplastada en el centro, rodeada de la clara coagulada; se parecían a las margaritas que Ben le había enseñado en el campo, allá en la Tierra. Intelectualmente, sabía muy bien cuál era el aspecto de un huevo antes de ser procesado, y sabía que contenía clara y yema, pero jamás las había visto separadas en el momento de comer. Hasta en la nave que le había traído, e incluso en Solaria, los huevos se servían siempre revueltos.

Baley alzó la mirada hacia Fastolfe.

—¿Cómo dice?

—¿Ha dormido bien? —repitió Fastolfe con paciencia.

—Sí. Muy bien. Probablemente todavía estaría durmiendo de no ser por la antisomnina.

—¡Ah, sí! No es precisamente la hospitalidad que un invitado tiene derecho a esperar, pero he pensado que le gustaría empezar temprano.

—Tiene usted toda la razón. Además, tampoco soy exactamente un huésped.

Fastolfe siguió comiendo en silencio durante un par de minutos. Tomó un sorbo de su bebida caliente y luego preguntó:

—¿Ha tenido alguna intuición esta noche? ¿Se ha despertado, quizás, con una nueva perspectiva o con un nuevo enfoque?

Baley observó a Fastolfe con aire suspicaz, pero el rostro de su interlocutor no reflejaba sarcasmo. Se llevó la taza a los labios mientras respondía:

—Me temo que no. Sigo tan despistado como estaba anoche.

Bebió un sorbo de bebida e hizo una mueca.

—Lo lamento —murmuró Fastolfe—. ¿Encuentra desagradable la bebida?

Baley emitió un gruñido y saboreó el liquido de nuevo, con cautela.

—No es más que café —le informó Fastolfe—. Descafeinado, ¿sabe?

Baley frunció el ceño.

—No sabe a café y además... Disculpe, doctor Fastolfe, no quiero empezar a parecer paranoico, pero Daneel y yo acabamos de sostener una discusión medio en broma, medio en serio, sobre la posibilidad de que se produzca algún acto violento contra mí. Medio en broma por mi parte, claro, no por la de Daneel. Pues bien, me ronda por la cabeza que una de las maneras como alguien podría acabar conmigo es...

Su voz se apagó al llegar a este punto.

Fastolfe enarcó las cejas. Extendió la mano, cogió el café de Baley mientras murmuraba una excusa y olió la taza. A continuación tomó una cucharadita del liquido y lo probó.

—Perfectamente normal, seflor Baley —dijo después—. No es ningún intento de envenenamiento.

—Lamento comportarme de un modo tan estúpido; ya que sé que lo han preparado sus propios robots, pero... ¿está seguro?

Fastolfe sonrió.

—Es cierto que en ocasiones los robots han sido manipulados, pero esta vez no. Sólo sucede que el café, aunque conocido popularmente en todos los mundos, tiene gran cantidad de variedades. Es un hecho conocido que todo ser humano prefiere el café de su propio mundo. Lo lamento, señor Baley, pero no tengo la variedad terrestre para ofrecerle. ¿Prefiere leche? Esta es relativamente igual en todos los mundos. ¿Zumo de frutas? El mosto de Aurora está considerado el mejor de todos los mundos, en términos generales. Hay quien dice, con mala intención, que aquí lo dejamos fermentar ligeramente; sin embargo, eso no es cierto, por supuesto. ¿Agua?

—Probaré el mosto —murmuró Baley mientras observaba de nuevo el café en actitud dubitativa—. Supongo que debería intentar acostumbrarme a esto.

—En absoluto —contestó Fastolfe—. ¿Por qué someterse a lo desagradable si no es necesario? Y bien... —su sonrisa pareció algo tensa cuando insistió en su anterior observación—, ¿así que la noche y el reposo no le han proporcionado reflexiones útiles?

—Así es, lo lamento —contestó Baley. A continuación, frunciendo el ceño ante un leve recuerdo en el fondo de su mente, añadió—: Aunque...

—¿Sí?

—Tengo la impresión de que, justo antes de dormirme, cuando me encontraba en el limbo de asociaciones mentales libres que se produce entre el sueño y la vigilia, me ha parecido haber descubierto algo.

—¿De verdad? ¿Qué era?

—No lo sé. La idea me ha hecho despertar, pero he sido incapaz de recordarla. O quizás ha sido un ruido el que me ha distraído, no recuerdo. He tratado de retomar el pensamiento, pero no lo he conseguido. Se ha esfumado. Creo que este tipo de cosas sucede con frecuencia. Fastolfe se quedó pensativo.

—¿Está seguro de lo que dice?

—En realidad, no. La idea se ha desvanecido tan rápidamente que he llegado a no estar seguro siquiera de haberla tenido. Y si realmente se me ha ocurrido algo, es posible que tuviera sentido para mí sólo porque estaba medio dormido. Quizá si la idea volviera a mí ahora, a plena luz del día, no le encontraría sentido alguno.

—Pero fuera lo que fuese, y por fugazmente que pasara por su cabeza, habrá dejado algún rastro, con toda seguridad.

—Imagino que sí, doctor Fastolfe. En cuyo caso, volverá a surgir. Confío en ello.

—¿Así, tendremos que esperar?

—¿Qué otra cosa podemos hacer?

—Existe algo llamado «sondeo psíquico».

Baley se recostó en el asiento y miró fijamente a Fastolfe durante un instante. Luego respondió:

—He oído hablar de eso, pero la policía no lo utiliza en la Tierra.

—No estamos en la Tierra, señor Baley —dijo Fastolfe en tono tranquilo.

—Puede causar daños en el cerebro, ¿no es así?

—No es lo probable, si lo efectúa la persona adecuada.

—Pero no es imposible, ni siquiera si lo efectúa la persona adecuada —replicó Baley—. Según tengo entendido, no puede ser utilizado en Aurora salvo en ciertas circunstancias severamente determinadas. Quienes son sometidos al sondeo deben ser culpables de un delito importante o...

—Sí, señor Baley, pero eso se refiere a los auroranos. Y usted no lo es.

—¿Significa eso que, como soy terrícola, voy a ser tratado como si no fuera humano?

Fastolfe sonrió y le tendió las manos a Baley.

—Vamos, vamos. Sólo era una sugerencia. Anoche estaba usted tan desesperado que insinuó que intentáramos resolver nuestro problema colocando a Gladia en una posición trágica y horrible. Me estaba preguntando si estaría usted tan desesperado como para arriesgarse.

Baley se frotó los ojos y, durante un par de minutos, permaneció en silencio. Luego, con voz algo alterada, murmuró:

—Anoche estaba equivocado, lo reconozco. En cuanto al tema que ahora estamos tratando, no existe ninguna seguridad de que mis pensamientos de anoche, cuando estaba medio dormido, tuvieran ninguna importancia para lo que intentamos resolver. Pudo tratarse perfectamente de una mera fantasía, de un sinsentido carente de lógica. Quizá ni siquiera he pensado nada. Nada. ¿Consideraría usted conveniente que me arriesgue a sufrir daños en el cerebro ante la posibilidad tan pequeña de sacar algo en limpio, cuando usted mismo ha dicho que depende de mí para encontrar una solución al problema?

Fastolfe asintió:

—Defiende usted su caso con elocuencia, y además, yo no hablaba en serio.

—Gracias, doctor Fastolfe.

—¿Dónde vamos a ir cuando salgamos?

—En primer lugar, desearía hablar con Gladia otra vez. Hay ciertos puntos referentes a ella que preciso clarificar.

—Tendría que haberlo hecho ayer por la noche.

—En efecto, pero anoche tuve más de lo que podía asimilar adecuadamente, y hubo algunos puntos que se me escaparon. Soy un detective, no un ordenador infalible.

—No pretendía culparle. Es simplemente que no me gusta ver a Gladia preocupada innecesariamente. En vista de lo que me dijo usted anoche, no deja de darme vueltas en la cabeza la idea de que quizás se encuentra en un estado de profunda agitación.

—Indudablemente. Pero también está desesperadamente ansiosa por descubrir qué sucedió, quién, si es que fue alguien, mató al que consideraba su marido. También eso es comprensible. Estoy seguro de que Gladia se mostrará deseosa de ayudarme. Además, quiero hablar también con otra persona.

—¿Con quién?

—Con su hija Vasilia.

—¿Con Vasilia? ¿Por qué? ¿Con qué propósito?

—Es una roboticista. Me gustaría hablar con algún otro roboticista aparte de usted.

—Yo no lo deseo, señor Baley.

Ya habían terminado de desayunar. Baley se puso en pie.

—Doctor Fastolfe, de nuevo debo recordarle que estoy aquí a petición suya. No tengo autoridad formal para llevar a cabo una labor policial. No tengo relación con ninguna de las autoridades auroranas. La única oportunidad de llegar hasta el fondo de este triste asunto consiste en aguardar a que diversas personas deseen cooperar voluntariamente conmigo respondiendo a mis preguntas.

»Si me impide que lo intente, está claro que no llegaré más lejos en mis investigaciones de lo que estoy ahora. Es decir, no llegaré a ninguna parte. Eso complicaría muchísimo las cosas para usted, y por lo tanto para la Tierra, por lo que le pido que se aparte de mi camino. Si usted me posibilita entrevistarme con quien yo desee, o simplemente intenta hacerlo intercediendo por mí, la gente de Aurora tomará dicha actitud como señal de inocencia por parte de usted. Por el contrario, si obstaculiza mi investigación, ¿a qué conclusión podrá llegar la gente sino a la de que es usted culpable y teme ser descubierto?

Con disgusto apenas reprimido, Fastolfe respondió:

—Le comprendo, Baley, pero, ¿por qué Vasilia? Hay otros roboticistas en Aurora.

—Vasilia es hija suya. Le conoce. Puede tener una opinión muy formada sobre las probabilidades de que usted destruyera al robot. Dado que Vasilia es miembro del Instituto de Robótica y que apoya a sus enemigos políticos, cualquier evidencia favorable que pueda proporcionamos resultará muy convincente.

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