Los señores de la instrumentalidad (11 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
3.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Bueno, adiós. Espero que podáis cuidar de ella.

—Gracias por traerla —dijo el Oso—. Quizá los hombres verdaderos os den una recompensa.

Contra su voluntad, Bil sintió que la cola se le meneaba de nuevo.

—¿Volveremos a verla alguna vez? —preguntó Oda—, ¿Crees que volveremos a verla? La amo, la amo.

—Quizá —respondió su padre—. Ella sabrá quién la salvó, y creo que nos buscará.

Juli emergió lentamente del sueño.
¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?
Tuvo un recuerdo parcial. La
gente-perro. ¿Dónde está?
Notó que había alguien. Levantó la vista hacia unos ojos azules y turbios que la miraban con ansiedad.

—Soy Herkie —saludó la mujer—. Soy el ama de llaves del Viejo Oso Sabio.

Juli tenía la sensación de haber despertado en un sanatorio mental. Todo le parecía imposible.
gente-perro
y ahora un oso. Y, sin duda, la mujer rubia de ojos defectuosos no era humana. Herkie le palmeó la mano.

—Es lógico que estés confundida —la animó. Juli se sorprendió.


¡Hablas!
Hablas y yo te entiendo. Hablas alemán. No nos estamos comunicando telepáticamente.

—Desde luego —dijo Herkie—. Hablo doych verdadero. Es uno de los idiomas favoritos del Oso.

—Uno de los... —Juli se interrumpió—. Todo es tan desconcertante.

Herkie le palmeó la mano de nuevo.

—Claro que sí.

Juli se recostó y miró el cielo raso:


Debo de estar en otro mundo.


No
—respondió Herkie—,
pero has estado fuera durante mucho tiempo.

El Oso entró en el cuarto.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó. Juli asintió apenas.

—Por la mañana decidiremos qué vamos a hacer —dijo él—.

Tengo ciertos contactos con los hombres verdaderos, y creo que será mejor que te llevemos al Vomacht. Juli se irguió como herida por un rayo.

—¿Qué es el Vomacht? ¡Ése es mi apellido, Vom Acht!

—Ya lo sospechaba —dijo el Oso. Herkie, mirándola desde el borde de la cama, asintió sabiamente.

—Yo estaba segura —dijo. Y añadió—: Creo que necesitas una sopa caliente y un poco de descanso. Por la mañana todo se aclarará.

Un cansancio de años pareció aplastar los huesos de Juli.
Necesito descansar
, pensó.
Necesito aclarar las cosas en mi mente.
Se durmió tan rápido que ni siquiera tuvo oportunidad de sobresaltarse.

Herkie y el Oso le estudiaron la cara.

—El parecido es notable —dijo el Oso. Herkie asintió—. Lo que me preocupa es la diferencia de tiempo. ¿Crees que eso será importante?

—No lo sé —respondió Herkie—. Como no soy humana, no sé qué molesta a la gente. —Se enderezó y se estiró—. ¡Ya sé! ¡Ya sé! ¡La deben de haber enviado aquí para que nos ayude en la rebelión!

—No —decidió el Oso—. Ha pasado demasiado tiempo para que su llegada sea intencional. Es verdad que puede ayudarnos, vaya si puede ayudarnos, pero creo que su llegada en este preciso momento y lugar es fortuita y no deliberada.

—A veces me parece entrever una mente humana particular —dijo Herkie—, pero sin duda tienes razón. No veo el momento de que se conozcan.

—Sí, aunque creo que el encuentro será bastante traumático. En más de un sentido.

Cuando Juli despertó de su profundo sueño, encontró a una pensativa Herkie a su lado.

Juli se desperezó y su mente, aún descontrolada, preguntó:


¿De veras eres una gata?



—respondió Herkie—.
Pero tendrás que disciplinar tus pensamientos. Cualquiera puede leerlos, —Lo lamento
—linguó Juli—,
pero no estoy habituada precisamente a la telepatía.

—Lo sé —respondió Herkie en alemán.

—Aún no entiendo cómo sabes alemán —dijo Juli.

—Es una larga historia. Yo lo aprendí del Oso. Quizá sea mejor que le preguntes a él cómo lo aprendió.

—Espera un momento, empiezo a recordar lo que ocurrió antes de que me durmiera. El Oso mencionó el apellido de mi familia, Vom Acht.

—Te hemos preparado ropa —dijo Herkie, cambiando de tema—. Hemos tratado de imitar el estilo de la que tenías puesta, pero estaba tan deshilachada que no sabemos si la hemos copiado bien.

Parecía tan ansiosa de complacerla que Juli la tranquilizó de inmediato.


Si es de mi tamaño estoy segura de que será adecuada.


Oh, es de tu tamaño
—linguó Herkie—.
Te hemos medido. Ahora, después de tomar un baño y comer, te vestirás, y el Oso y yo te llevaremos a la ciudad. Las subpersonas como yo por lo general no pueden entrar en la ciudad, pero creo que esta vez harán una excepción.

Había algo dulce y sabio en la cara de ojos azules y turbios. Juli sintió que Herkie era su amiga.


Lo soy
—linguó Herkie.

Juli comprendió una vez más que debía aprender a controlar los pensamientos, o al menos la emisión de éstos.


Aprenderás
—linguó Herkie—.
Realmente, sólo se requiere un poco de práctica.

Se acercaron a la ciudad a pie. El Oso iba delante, seguido por Juli, y Herkie andaba detrás. Se toparon con dos manshonyaggers en el camino, pero el Oso les habló en doych verdadero desde lejos y las máquinas viraron en silencio y se alejaron con sigilo. Juli se quedó fascinada.

—¿Qué son? —preguntó.

—Su verdadero nombre es Menschenjáger, y fueron inventadas para matar a personas que no compartieran las ideas del Sexto Reich alemán. Pero quedan pocas que todavía funcionen, y muchos hemos aprendido doych desde... —
¿Si?

—Desde un acontecimiento del cual tendrás noticia en la ciudad. Ahora continuemos la marcha.

Se acercaron a los muros de la ciudad y Juli reparó en un zumbido y en una fuerza poderosa que los rechazaba. Se le erizó el pelo y sintió un cosquilleo eléctrico. Obviamente, un campo de fuerza rodeaba la ciudad.

—¿Qué es? —exclamó.

—Sólo una carga estática para contener el Yermo —explicó el Oso con tono tranquilizador—. Pero no te preocupes, puedo neutralizarla.

Alzó un pequeño artefacto con la pata derecha, pulsó un botón e inmediatamente un pasillo se abrió ante ellos.

Cuando llegaron a la muralla de la ciudad, el Oso tanteó cuidadosamente la arista superior. En cierto punto se detuvo y extendió la pata hacia una llave de aspecto raro que le colgaba del cuello atada a un cordel.

Juli no veía ninguna diferencia entre ese sector de la muralla y el resto, pero el Oso insertó la llave en una ranura que había hallado y una parte de la barrera se levantó. Los tres entraron por el hueco y la muralla volvió silenciosamente a su posición.

El Oso las guió deprisa por calles polvorientas. Juli vio a varias personas, pero la mayoría le parecieron distantes, austeras, apáticas. Guardaban poco parecido con los vitales prusianos que ella recordaba.

Al fin llegaron a la puerta de un edificio grande de aspecto antiguo e imponente. Junto a la puerta había una inscripción. El Oso las urgió a entrar.

—Por favor, señor Oso, ¿puedo pararme a leerla?

—Llámame Oso, simplemente, y sí, claro que puedes. Quizá te ayude a entender algunas de las cosas que aprenderás hoy.

La inscripción estaba en alemán y tenía forma de poema. Parecía tallada cientos de años atrás (y así era, aunque Juli aún no podía saberlo).

Herkie alzó la vista.

—Ah, la primera...

—Cállate —ordenó el Oso. Juli leyó el poema en silencio.

Juventud

fugaz, fugaz,

manando como sangre de las venas...

Casi nada permanece.

Borrado

el rostro glorioso,

reemplazado

por uno que refleja lágrimas,

transcurridos los años.

¡Oh juventud,

no te vayas aún!

Sonríenos

un poco más,

sonríe a los pocos desdichados

que te adoramos...

—No comprendo —dijo Juli.

—Ya comprenderás —anunció el Oso—. Lamentablemente, comprenderás.

Se les acercó un funcionario con una túnica verde brillante, orlada de oro.

—Hace tiempo que no nos honras con tu presencia —saludó respetuosamente al Oso.

—He estado muy ocupado —respondió el Oso—. ¿Cómo está ella?

Juli advirtió con un sobresalto que no se comunicaban telepáticamente, sino en alemán.
¿Cómo saben alemán estas personas?
Sin proponérselo, proyectó su pensamiento hacia fuera.


Silencio
—le aconsejaron simultáneamente Herkie y el Oso.

Juli se sintió avergonzada.

—Lo lamento —casi susurró—. No sé cómo lograré aprender este truco.

—Es un truco —dijo Herkie en tono comprensivo—, pero ya lo haces mejor que cuando llegaste. Sólo debes tener cuidado. No puedes lanzar tus pensamientos a todas partes.

—Eso no importa ahora —dijo el Oso, volviéndose hacia el funcionario de uniforme verde—. ¿Se me concederá una audiencia? Creo que es importante.

—Quizá tengas que esperar un rato —advirtió el funcionario—, pero estoy seguro de que ella te la concederá, tratándose de ti.

Juli notó que el Oso recibía esas palabras con cierta complacencia. Se sentaron a esperar y, de cuando en cuando, Herkie palmeaba el brazo de Juli para tranquilizarla.

El funcionario no tardó mucho en reaparecer.

—Te recibirá ahora —anunció.

Los condujo por un largo pasillo hasta una sala espaciosa en cuyo extremo se levantaba un estrado con una silla.
No es un trono imponente
, pensó Juli para sí misma. Detrás de la silla había un apuesto joven, un hombre verdadero. En la silla se sentaba una mujer, vieja, más vieja de lo imaginable; sus manos agarrotadas parecían zarpas, pero en la cara ojerosa y arrugada aún se entreveía un rastro de belleza.

El desconcierto de Juli se agudizó. Ella conocía a esa persona, pero no la conocía. Su sentido de la orientación, ya debilitado por los acontecimientos del «día» anterior, casi se desmoronó. Se aferró a la mano de Herkie como si fuera el único elemento familiar en un mundo incomprensible.

La mujer habló. Su voz sonaba vieja y débil, pero hablaba en alemán.

—Así que has venido, Juli. Laird me dijo que te haría descender. Estoy muy contenta de verte y de saber que estás bien.

Juli sintió un mareo.
Sabía, sabía
, pero no podía creerlo. Demasiadas cosas habían cambiado, demasiadas cosas habían ocurrido en muy poco tiempo, desde que había vuelto a la vida.

—¿Carlotta? —susurró con un jadeo. Su hermana asintió.

—Sí, Juli, soy yo. Y éste es mi esposo, Laird. —Volvió la cabeza hacia el apuesto joven que estaba tras ella—. Me hizo descender hace doscientos años pero, por desgracia, siendo yo una antigua, no pudo someterme al proceso de rejuvenecimiento que se creó después de que nosotras abandonáramos la Tierra.

Juli rompió a llorar.

—Oh, Carlotta. Resulta tan difícil de creer. ¡Y estás tan vieja! Tenías sólo dos años más que yo.

—Querida, he disfrutado de doscientos años de felicidad. No consiguieron rejuvenecerme, pero al menos pudieron prolongarme la vida. Ahora bien, cuando pedí a Laird que te trajera no fue sólo por motivos altruistas. Karla aún está allá arriba, pero como ella sólo tenía dieciséis años cuando entró en animación suspendida, pensamos que tú serías más adecuada para la tarea. No te hicimos ningún favor al traerte, pues ahora tú también empezarás a envejecer. Pero permanecer en animación suspendida para siempre tampoco es vida.

—Claro que no —dijo Juli—. Y de todos modos, si hubiera vivido una vida normal habría envejecido. Carlotta se inclinó para besarla.

—Al menos por fin estamos juntas —suspiró Juli.

—Querida —dijo Carlotta—, es maravilloso compartir al menos este corto tiempo. Verás, yo voy a morir. Llega un momento en que los científicos, a pesar de toda la tecnología, ya no pueden mantener un cuerpo con vida. Y necesitamos ayuda, ayuda para la rebelión.

—¿La rebelión?

—Sí. Contra los Jwindz. Eran chinos, filósofos. Ahora son los verdaderos amos de la Tierra y nosotros nos hemos convertido en meros instrumentos, en su fuerza policial, o eso creen ellos. No dominan el cuerpo del hombre, sino el
alma.
Ahora ésa es casi una palabra olvidada. Digamos mejor «mente». Ellos se autodenominan los Perfectos, y han tratado de recrear al hombre a su propia imagen. Pero son distantes, altivos, fríos.

»Han reclutado a gente de todas las razas, pero el hombre no ha reaccionado bien. Sólo unos pocos aspiran a la perfección estética que los Jwindz tienen como meta. De modo que los Jwindz han recurrido a su conocimiento de las drogas y los narcóticos para transformar a los hombres verdaderos en gentes adormecidas y sin voluntad. Así les resulta fácil gobernarlos y controlar sus actos. Por desgracia, algunos de nuestros descendientes —señaló a Laird con la cabeza— se han unido a ellos.

»Te necesitamos, Juli. Desde que yo volví del mundo antiguo, Laird y yo hemos hecho cuanto estaba a nuestro alcance para liberar a los hombres verdaderos de esta esclavitud, porque es una esclavitud. Es una carencia de vitalidad, una falta de propósito en la vida. Nosotros teníamos una palabra para ese estado en los viejos tiempos. ¿Recuerdas? "Zombi".

—¿Qué quieres que haga?

Mientras las hermanas dialogaban, Herkie, el Oso y Laird habían guardado silencio.

Finalmente Laird intervino.

—Hasta que Carlotta vino a nosotros, nos dejábamos arrastrar sin más por el poder de los Jwindz. No sabíamos qué era en realidad un ser humano. Pensábamos que nuestro único propósito en la vida era servir a los Jwindz: si ellos eran perfectos, ¿qué otra función nos correspondía? Nuestro deber era satisfacer sus necesidades: mantener y custodiar las ciudades, contener el Yermo, administrar las drogas. Algunos integrantes de la Instrumentalidad incluso cazaban a los hombres no autorizados, a los No Perdonados y, como último recurso, a los hombres verdaderos, para abastecer los laboratorios.

»Pero ahora muchos hemos dejado de creer en la perfección de los Jwindz, o tal vez hemos llegado a creer en algo más que la perfección humana. Habíamos servido a algunos hombres cuando tendríamos que haber servido a la
humanidad.

»Ahora consideramos que ha llegado el momento de poner fin a esta tiranía. Carlotta y yo contamos con aliados entre nuestros descendientes y entre algunos de los No Perdonados y, como has visto, incluso entre los hombres no autorizados y otras personas derivadas de los animales. Creo que aún debe existir una reminiscencia de la época en que los seres humanos tenían "mascotas", en los viejos tiempos.

Other books

Sebastian - Dark Bonds by Rosen, Janey
Jerry Junior by Jean Webster
Crimes Against Liberty by David Limbaugh
1 Motor City Shakedown by Jonathan Watkins
Tale of the Warrior Geisha by Margaret Dilloway
The Most Mauve There Is by Nancy Springer
Lonely Road by Nevil Shute
The Talented by Steve Delaney
Fighting for Infinity by Karen Amanda Hooper