Los tontos mueren (68 page)

Read Los tontos mueren Online

Authors: Mario Puzo

Tags: #Novela

BOOK: Los tontos mueren
2.62Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ella le dirigió una inocente sonrisa y dijo:

—Por supuesto.

Cuando subieron a las habitaciones de Cully, ella hizo las apropiadas exclamaciones de asombro y luego se derrumbó en el sofá en una exagerada demostración de cansancio.

—Ay —dijo—. Qué distinto es Las Vegas de Salt Lake City.

—¿Nunca pensaste en vivir aquí? —preguntó Cully—. Una chica tan guapa como tú podría pasarlo muy bien. Yo te presentaría a la mejor gente.

—¿Lo harías? —dijo Carole.

—Claro —dijo Cully—. A todo el mundo le encantaría conocer a una chica tan guapa como tú.

—Bah, bah —dijo ella—. No soy guapa.

—Claro que lo eres —dijo Cully—. Y lo sabes de sobra.

Por entonces, Cully estaba sentado junto a ella en el sofá. Le colocó una mano en el vientre, se inclinó y la besó en la boca. Ella tenía un sabor muy dulce y, mientras la besaba, le metió la mano en la blusa. No hubo resistencia. Ella le besó a su vez, y Cully, pensando en el tapizado de su caro sofá, dijo:

—Vamos al dormitorio.

—De acuerdo —dijo ella.

Y, cogidos de la mano, entraron en el dormitorio. Cully la desvistió. Tenía uno de los cuerpos más maravillosos que había visto en su vida. Blanco leche, un matorral de un rubio dorado a juego con el pelo, y unos pechos que brotaron como disparados en cuanto se quitó la ropa. Y no era tímida. Cuando Cully se desvistió, le acarició el vientre y la entrepierna y le apoyó la cara en el estómago. Él le empujó la cabeza hacia abajo y, con aquel estímulo, ella hizo lo que quería hacer. Él la dejó un momento y luego la metió en la cama.

Hicieron el amor, y cuando terminó, ella le hundió la cara en el cuello, le abrazó y suspiró satisfecha. Descansaron, y Cully se lo pensó y valoró los encantos de la chica. En fin, era muy guapa, no era un mal polvo, sabía chuparla, pero tampoco era nada del otro mundo. Tenía que enseñarle muchas cosas; su cabeza había empezado a trabajar. Desde luego era una de las chicas más guapas que había visto en su vida, y la inocencia de su rostro era un encanto extra que contrastaba con la exuberancia de su cuerpo esbelto. Vestida parecía más delgada. Sin ropa era una deliciosa sorpresa. Tenía una voluptuosidad clásica, pensó Cully. El mejor cuerpo que había visto en su vida y, aunque no fuese virgen, era inexperta aún, aún no era cínica, aún resultaba muy dulce. Y Cully tuvo un chispazo de inspiración. Utilizaría a aquella chica como un arma. Sería uno de sus instrumentos para conseguir el poder. Había cientos de chicas guapas en Las Vegas. Pero eran demasiado tontas o demasiado duras, o no tenían los mentores adecuados. Él la convertiría en algo especial. No una puta. Él jamás sería un proxeneta. Jamás aceptaría un centavo de ella. La convertiría en la mujer soñada de todo jugador que llegase a Las Vegas. Pero, en primer lugar, por supuesto, tendría que enamorarse de ella y hacer que se enamorara ella de él. Así que esto quedase liquidado, pasarían a los negocios.

Carole nunca volvió a Salt Lake City. Se convirtió en la amante de Cully y andaba siempre por sus habitaciones, aunque vivía en una casa de apartamentos próxima al hotel. Cully hizo que recibiese lecciones de tenis y clases de baile. Hizo que una de las coristas de más clase del Xanadú le enseñase a utilizar el maquillaje y a vestirse adecuadamente. Le consiguió trabajo como modelo en Los Angeles y fingió estar celoso. Le preguntaba cómo pasaría las noches en Los Angeles cuando se quedara toda la noche, y le preguntaba sobre sus relaciones con los fotógrafos de la agencia.

Carole le suavizaba con besos y le decía:

—Querido, ya no podría hacer el amor con otro que no fueses tú.

Y, que él supiera, era sincera. Podría haberlo comprobado, pero no tenía importancia. Dejó que la relación amorosa siguiera tres meses y luego, una noche, estando ella en la suite, le dijo:

—Gronevelt se siente muy deprimido esta noche. Ha tenido malas noticias. Intenté convencerle de que viniera a beber algo con nosotros, pero está arriba en sus habitaciones, solo.

Carole había conocido a Gronevelt en sus idas y venidas por el hotel, y una noche habían cenado los tres. Gronevelt fue muy simpático con ella, a su modo galante. A Carole le agradó.

—Oh, qué pena —dijo Carole.

Cully sonrió.

—Sé que siempre que te ve se le alegra el espíritu —dijo—. Eres tan guapa. Con esa cara que tienes. A todos los hombres les gusta hacer el amor con alguien que tenga una cara tan inocente como la tuya, sabes.

Y era verdad. Tenía los ojos muy separados y toda la cara salpicada de pequeñas pecas. Parecía un trocito de caramelo. Su pelo rubio era de un amarillo tostado y lo llevaba revuelto como un niño.

—Pareces ese niño de las historietas —dijo Cully—. Charlie Brown.

Y ése pasó a ser su nombre en Las Vegas. A ella le encantaba.

—A los hombres de edad siempre les gusto —dijo Charlie Brown—. Algunos amigos de mi padre se me insinuaban.

—No me extraña —dijo Cully—. ¿Y qué hacías tú?

—Bueno, no es que me volviesen loca —dijo—. Me sentía halagada y nunca se lo dije a mi padre. De hecho, eran muy amables, siempre me traían regalos y nunca hicieron nada malo, en realidad.

—Tengo una idea —dijo Cully—. ¿Por qué no llamo a Gronevelt y subes allí a hacerle compañía? Yo tengo cosas que hacer en el casino. Haz lo posible por animarle.

Dijo esto con una sonrisa, y ella le miró muy seria.

—De acuerdo —dijo.

Cully le dio un beso paternal.

—Entiendes lo que quiero decir, ¿no? —dijo.

—Sé lo que quieres decir —dijo ella.

Y, por un momento, Cully, contemplando aquel rostro angelical, sintió una punzada de culpabilidad.

Pero entonces ella esbozó una alegre sonrisa.

—No me importa —dijo—. De veras que no, él me agrada, pero, ¿estás seguro de que querrá?

Y entonces Cully se sintió tranquilo.

—Querida —dijo—, no te preocupes. No tienes más que subir y yo le llamaré. Estará esperándote, y procura ser lo más natural posible. A él le encantará. Créeme.

Y después de decir esto, cogió el teléfono.

Llamó a la suite de Gronevelt y oyó que Gronevelt decía:

—Si estás seguro de que ella quiere subir, con todo lo que significa, a mí me parece una chica deliciosa.

Y Cully colgó el teléfono y dijo:

—Vamos, querida, yo te subiré.

Fueron a las habitaciones de Gronevelt. Cully la presentó como Charlie Brown y pudo ver que a Gronevelt le encantaba el nombre. Cully preparó bebidas para todos, se sentaron y charlaron. Luego Cully se disculpó. Dijo que tenía que bajar al casino y les dejó solos.

No vio a Charlie Brown aquella noche y supo así que la había pasado con Gronevelt. Al día siguiente, cuando vio a Gronevelt, le dijo:

—¿Estuvo bien la chica?

Y Gronevelt dijo:

—Magníficamente. Una chica encantadora. Muy dulce. Intenté darle dinero, pero no lo quiso.

—Bueno —dijo Cully—. Ya sabes que es una chica joven. Es un poco nueva en esto, pero ¿se portó bien contigo?

—Magníficamente —dijo Gronevelt.

—¿Quieres que le diga que vaya a verte siempre que quieras?

—Oh no —dijo Gronevelt—. Es demasiado joven para mí. Me siento un poco incómodo con chicas tan jóvenes, sobre todo si no aceptan dinero. Oye, ¿por qué no le compras un regalo de mi parte en la joyería?

Cully, cuando volvió a su oficina, llamó al apartamento de Charlie Brown.

—¿Lo pasaste bien? —preguntó.

—Oh sí, él estuvo muy bien —dijo Charlie Brown—. Es todo un caballero.

Cully empezó a preocuparse un poco.

—¿Qué quieres decir con eso de que es todo un caballero? ¿No hicisteis nada?

—Oh, claro que sí —dijo Charlie Brown—. Fue estupendo. Resulta increíble que una persona tan mayor pueda ser tan estupenda. Subiré a animarle siempre que él quiera.

Cully concertó una cita con ella para aquella noche, y cuando colgó el teléfono se apoyó en la silla y examinó la situación. Había tenido la esperanza de que Gronevelt se enamorase y él pudiese utilizarla como un arma contra Gronevelt. Pero Gronevelt había percibido, de algún modo, todo esto. No había medio de cazar a Gronevelt a través de las mujeres. Había tenido demasiadas. Había visto demasiadas mujeres corrompidas. No conocía el significado de la virtud y por eso no podía enamorarse. Y tampoco podía enamorarse a través de la lujuria porque era demasiado fácil.

—Con las mujeres tú no tienes un porcentaje a tu favor —decía Gronevelt—. Y uno nunca debe prescindir del porcentaje.

Y así Cully pensó: bueno, quizás no con Gronevelt, pero hay muchos otros peces gordos en la ciudad a los que Charlie podría enganchar.

Al principio había pensado que era la falta de experiencia técnica de la chica. Después de todo, era muy joven y no era ninguna especialista. Pero en los últimos meses, le había enseñado unas cuantas cosas y la chica se desenvolvía mucho mejor que al principio. No había duda. En fin, no podía enganchar a Gronevelt, lo cual habría sido ideal para todos ellos, y ahora tendría que utilizarla de un modo más general. Así pues, en los meses siguientes, Cully se dedicó a conectarla. Le preparó citas de fin de semana con los tipos más importantes que aparecieron por Las Vegas, le enseñó a no aceptar dinero de ellos y a no irse siempre con ellos a la cama. Le explicó su razonamiento:

—Tienes que buscar sólo la gran ocasión. Alguien que se enamore de ti y que te dé gran cantidad de dinero y te compre muchos regalos. Pero no lo harán si creen que pueden soltarte un par de billetes de cien sólo por joderte. Tienes que jugar tus cartas con mucha habilidad. De hecho, a veces puede ser mucho mejor no joder con ellos la primera noche. Como en los viejos tiempos. Pero si lo haces, tienes que hacer ver que lo has hecho porque te subyugaron.

A Cully no le sorprendió el que Charlie aceptase hacer cuanto le decía. Ya la primera noche había detectado el masoquismo que es tan frecuente en las mujeres guapas.

Estaba familiarizado con él. La falta de sentido de la dignidad y del propio valor, el deseo de complacer a alguien que creía que se interesaba realmente por ella. Era, por supuesto, un truco de chulo, y Cully no era un chulo, pero hacía esto por el bien de ella.

Charlie Brown tenía otra virtud. Cully nunca había visto a nadie que comiese tanto como ella. La primera vez que no se reprimió comiendo, dejó a Cully asombrado. Se comió un filete con patatas cocidas, una langosta con patatas fritas, pastel, helado. Después ayudó a limpiar la bandeja de Cully. Se dedicó luego a exhibir sus cualidades como comedora, y algunos hombres, algunos de los peces gordos, se sentían orgullosos de esta cualidad suya. Les encantaba llevarla a cenar y verla comer enormes cantidades de comida, lo cual nunca parecía embarazarla, ni disminuía su hambre ni añadía jamás un centímetro de grasa a su silueta.

Charlie compró un coche, algunos caballos para montar; compró la casa en la que tenía alquilado el apartamento y le dio a Cully dinero para que se lo ingresara en el banco. Cully abrió una cuenta especial. Tenía un asesor fiscal sólo para los asuntos de ella. La incluyó en la nómina del casino del hotel para que pudiese demostrar una fuente de ingresos. Jamás tocó un céntimo del dinero de ella. Pero en unos cuantos años, ella se acostó con todos los encargados de los casinos importantes de Las Vegas y con algunos propietarios de hotel. Se jodió a peces gordos de Texas, Nueva York y California, y Cully estaba pensando en la posibilidad de echársela a Fummiro. Pero cuando se lo sugirió a Gronevelt, éste, sin darle ninguna razón, dijo:

—No, no, Fummiro no.

Cully le preguntó por qué, y Gronevelt le dijo:

—Hay algo raro en esa chica. No la arriesgues con los verdaderos peces gordos.

Cully aceptó esta opinión.

Pero el mejor golpe que consiguió Cully con Charlie Brown fue el juez Brianca, el juez federal de Las Vegas. Cully preparó el encuentro. Charlie esperaría en una de las habitaciones del hotel, el juez entraría por la entrada trasera de la suite de Cully y pasaría a la habitación de Charlie. El juez Brianca acudía fielmente todas las semanas. Y cuando Cully empezó a pedirle favores, ambos supieron cuál iba a ser el precio.

Repitió este sistema con un miembro de la comisión de juego y fueron las cualidades especiales de Charlie las que lograron todo eso. Su encantadora inocencia, su cuerpo maravilloso. Era muy curioso. El juez Brianca se la llevaba en sus viajes de vacaciones a pescar. Algunos de los banqueros se la llevaron en viajes de negocios para joder con ella cuando no estaban ocupados. Cuando estaban ocupados, ella se iba de compras; cuando estaban calientes, jodían con ella. Ella no necesitaba que la galanteasen con palabras tiernas, y sólo admitía dinero para las compras. Tenía la habilidad de hacerles creer que estaba enamorada de ellos, que le parecía maravilloso estar con ellos y hacer el amor con ellos, y esto sin pedir nada a cambio. Lo único que tenían que hacer era llamarla o llamar a Cully.

El único problema de Charlie era que en casa era muy desordenada. Por entonces, su amiga Sarah se había trasladado de Salt Lake City a su apartamento, y Cully la había «conectado» también después de un período de adiestramiento. A veces, cuando iba a su apartamento, se enfadaba por el desorden reinante, y una mañana se enfureció tanto después de ver la cocina que las sacó a patadas de la cama, las hizo lavar y limpiar los cacharros del fregadero y poner cortinas nuevas. Lo hicieron a regañadientes, pero cuando las sacó a cenar estuvieron tan afectuosas que pasaron la noche los tres juntos en el apartamento de él.

Charlie Brown era la chica soñada de Las Vegas, y luego, al final, cuando Cully más la necesitaba, desapareció con Osano. Cully nunca comprendió esto. Cuando volvió parecía la misma, pero Cully sabía que si Osano volvía a llamarla alguna vez, ella dejaría Las Vegas.

Cully fue durante mucho tiempo la mano derecha devota y leal de Gronevelt. Luego, empezó a pensar en sustituirle.

La semilla de la traición quedó sembrada en la mente de Cully cuando le hicieron comprar diez acciones del Hotel Xanadú y su casino.

Le citaron en la suite de Gronevelt y allí conoció a Johnny Santadio. Santadio era un hombre de unos cuarenta años, sobria pero elegantemente vestido, al estilo inglés. Tenía un aire seco y militar. Se había pasado cuatro años en West Point. Su padre, uno de los grandes dirigentes de la mafia de Nueva York, utilizó sus relaciones políticas para asegurar a su hijo el ingreso en la academia militar.

Other books

Don't Look Back by Lynette Eason
The Language of Baklava by Diana Abu-Jaber
The Abduction of Julia by Karen Hawkins
The Vampire's Angel by Damian Serbu