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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

Lujuria de vivir (13 page)

BOOK: Lujuria de vivir
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Y abandonó la habitación apresuradamente, mientras Vincent, volviendo a tomar el lápiz entre sus dedos, continuó dibujando. En poco menos de una hora Theo regresó seguido por los muchachitos cargados de paquetes. Traía dos sábanas, una almohada, algunas cacerolas y platos y paquetes con comestibles. Tendió la cama e hizo acostar a su hermano en ella.

—Ahora, dime cómo se hace funcionar esta cocina —preguntó mientras se quitaba el gabán y se levantaba las mangas de su camisa.

—Ahí tienes un poco de papel y unas ramitas, enciende primero eso y luego ponle carbón.

Theo miró al terril que había en un rincón y exclamó:

—¡A esto llamas carbón!

—Sí. Es lo que usamos aquí. Déjame, te enseñaré a encenderlo.

Y se disponía a saltar de la cama, pero su hermano se lo impidió: —¡Quédate ahí! —exclamó— ¡No te muevas, de lo contrario tendré que atarte! En el semblante de Vincent se reflejó una sonrisa. Era la primera vez que sonreía desde hacía muchos meses. Su hermano puso dos huevos en una cacerola que acababa de comprar y unas chauchas a hervir. Calentó un poco de leche e hizo tostar unas rebanadas de pan blanco. Vincent lo miraba, feliz, y la presencia de su hermano le hizo más bien que toda la comida.

Por fin estuvo todo listo; Theo acercó la mesa a la cama, extendió sobre ella una toalla blanca que sacó de su valija, puso un buen pedazo de manteca en las chauchas, partió los dos huevos en una taza y tomó una cuchara.

—Ahora, abre la boca, muchacho —dijo—. Hoy te vas a alimentar como hace tiempo no lo has hecho.

—¡Pero Theo! ¡Puedo comer solo! —protestó el joven.

—Abre tu boca —insistió su hermano— de lo contrario te lo pondré en el ojo...

Cuando Vincent hubo terminado de comer, se recostó sobre la almohada con un profundo suspiro de satisfacción.

—Qué rica es la comida —dijo— hacía tiempo que lo había olvidado.

—Ahora me cuidaré de que no te vuelvas a olvidar.

—Cuéntame las novedades, hermano. ¿Cómo van las cosas en lo de Goupil? Hace tanto que no tengo noticias.

—Pues te tendrás que aguantar un tiempo más. Bebe esto que te hará dormir. Quiero que descanses para que la comida te haga bien.

—¡Pero no quiero dormir, Theo! Quiero hablar...

—Nadie te ha preguntado lo que querías... Bebe esto como un buen muchacho. Y cuando despiertes te prepararé un buen bife con papas que terminará de reponerte.

El joven durmió hasta la entrada del sol. Cuando despertó, su hermano estaba mirando sus dibujos cerca de la ventana. Durante un momento Vincent no se movió, ¡se sentía tan feliz! Cuando Theo advirtió que estaba despierto, se acercó sonriendo.

—Y bien ¿cómo te encuentras? ¿mejor? ¡Qué modo de dormir!

—¿Qué piensas de mis dibujos? ¿Te agrada alguno de ellos?

—Antes de hablar espera que ponga en marcha el bife. Las papas ya están peladas.

Hizo calentar un poco de agua y la trajo cerca de la cama en una palangana. —

¿Quieres que use tu navaja o la mía? —preguntó.

—¿No puedo comer sin afeitarme? —inquinó Vincent haciendo una mueca.

—¡No, señor! Tienes que lavarte, afeitarte y peinarte... Vamos, ponte esta toalla al cuello.

Una vez que hubo terminado de arreglar a su hermano y que le hubo puesto una de sus camisas limpias, exclamó satisfecho:

—¡Ahora pareces de nuevo un Van Gogh!

—¡Theo! ¡El bife! ¡Se quema! —exclamó Vincent oliendo a quemado.

El joven preparó la mesa, colocando sobre ella las papas hervidas, la manteca, el hermoso bife y leche.

—Dios mío, Theo, supongo que no querrás que coma todo ese bife.

—No, por cierto, la mitad me lo comeré yo. Comencemos. Ahora, si cerramos los ojos, podríamos creernos en Etten.

Después de la cena, el joven llenó la pipa de su hermano de buen tabaco y dijo:

—No debería dejarte fumar, pero supongo que este tabaco te hará más bien que mal.

Mientras fumaban, Theo observaba a su hermano, y toda su infancia en el Brabante vino a su memoria. Para él, Vincent siempre había sido la persona más importante en el mundo. Aún más importante que su madre y su padre. El le había hecho su infancia feliz, agradable. Se había olvidado de ello durante ese último año en París, pero nunca más lo olvidaría. La vida sin Vincent le parecía incompleta. Sentía como si el formase parte de su hermano y que su hermano formase parte de él. Juntos, siempre habían comprendido el mundo, habían encontrado la razón de ser de la vida, dándole su justo valor. Sólo, le parecía que no valía la pena trabajar ni triunfar. Necesitaba de Vincent para hacer su vida completa, y Vincent le necesitaba a él, pues en realidad no era más que una criatura. Debía sacarlo de este inmundo agujero y hacerle comprender que había estado perdiendo el tiempo.

—Vincent —díjole— dentro de uno o dos días, cuando hayas recuperado tus fuerzas, te llevaré a casa, a Etten.

Antes de contestar, Vincent echó varias bocanadas de humo en silencio. No sabía cómo explicarse, pero sin embargo tendría que hacer comprender a su hermano muchas cosas.

—¿Para qué volvería yo a casa? —dijo por fin—. Allí me consideran como a un ser imposible... Creo que lo más razonable es quedarme alejado de ellos, como si no existiese. Soy un hombre arrebatado, capaz de actuar bajo el primer impulso en lugar de esperar pacientemente. ¿Querrá eso decir que soy un hombre peligroso, incapaz de hacer nada en la vida? Yo no lo creo. Pero es necesario conseguir que mis impulsos sean buenos. Por ejemplo, tengo una pasión irresistible por los cuadros y los libros, y necesito instruirme continuamente, lo necesito tanto como el pan que como. Creo que tú comprenderás eso.

—Sí, lo comprendo. Pero leer libros y admirar dibujos a tu edad es solo una diversión, y no tiene nada que ver con el objeto principal de la vida de un hombre. Hace casi cinco años que has estado de un lado para otro, sin trabajar, sin hacer otra cosa que dañarte a ti mismo.

—Es cierto que la mayoría de ese tiempo no he sabido ganarme el pan; es cierto que he perdido la confianza de muchos, y que mi futuro se presenta sombrío. Pero eso, ¿"es necesariamente haberme dañado a mí mismo? Debo continuar en el camino que he tomado, Theo. Si no estudio, si no continúo buscando... ¡estoy perdido!

Su hermano meneó la cabeza con tristeza.

—Evidentemente estás tratando de decirme algo, viejo —dijo— pero lamento decirte que no comprendo.

Vincent encendió su pipa que se había apagado.

—¿Recuerdas el tiempo en que andábamos por el viejo molino de Ryswyk? Entonces nos entendíamos.

—Pero Vincent, has cambiado mucho.

—Eso no es muy exacto. Mi vida era más fácil entonces, pero tenía el mismo modo de ver y pensar. En eso no he cambiado.

—Quiero creerlo por tu bien.

—Sí, Theo, en medio de mi inconstancia permanezco fiel, y mi sola ansiedad es saber cómo puedo ser útil en el mundo. ¿Acaso no podré lograrlo?

Theo se puso de pie, encendió la lámpara y llenó un vaso de leche que entregó a su hermano.

—Bebe esto —díjole—. No quiero que te agotes con tus divagaciones.

Vincent bebió apresuradamente y prosiguió:

—¿Acaso pueden exteriorizarse siempre nuestros pensamientos interiores? Podemos tener un gran fuego interior que nos consume y que nadie comprende. ¿Debemos acaso descuidarlo por eso?

Su hermano se sentó a su lado sobre el lecho.

—¿Sabes el cuadro que acaba de presentárseme a la memoria? —No.

—El del molino de Ryswyk.

—Era hermoso ¿verdad?

—Sí.

—Y nuestra infancia también lo fue.

—Gracias a ti, Vincent. Lo primero que recuerdo de mi vida eres tú.

Hubo un largo silencio entre los dos hermanos.

—Vincent, —dijo por fin Theo , cree que mis palabras de reprobación han sido dictadas por mi familia. Fueron ellos que me persuadieron de venir aquí para tratar de hacerte avergonzar por tu pereza y obligarte a regresar a Holanda.

—Sus palabras son ciertas, Theo. Lo que no comprenden son mis motivos, ni mi vida. Pero, si yo he descendido en el mundo, tú en cambio te has elevado. Si he perdido simpatías, tú las has ganado. Y eso me hace feliz, muy feliz. Te lo digo con toda sinceridad. Pero, si fuera posible, quisiera que no vieras en mí a un haragán de la peor especie.

—Olvidemos esas palabras, hermano. Si no te he escrito durante este último año fue por negligencia pero no por reprobación. He creído en ti y te he tenido fe desde los tempranos días en que me guiabas de la mano por los campos de altos pastos en Zudert. Ahora mi fe no es menor. Sólo necesito estar a tu lado para saber que todo lo que haces, algún día será reconocido.

Vincent esbozó una amplia sonrisa.

—Eres muy bueno, Theo, te lo agradezco.

—Vamos a hacer un pacto y arreglar las cosas de una vez por todas —dijo el joven con decisión—. Sospecho que detrás de todas tus abstractas cavilaciones hay algo que deseas hacer, algo que necesitas para tu felicidad y triunfo. Pues bien, viejo, dime lo que es. En lo de Goupil me han aumentado dos veces el sueldo en estos 18 meses últimos, y tengo más dinero del que puedo gastar. Sea lo que sea que quieras hacer, necesitarás ayuda al principio, por lo tanto formaremos una sociedad. Tú trabajarás y yo pondré el dinero. Si algún día puedes, me lo devolverás. Ahora confiesa, ¿qué es lo que quieres hacer? ¿Cuál es tu anhelo?

Vincent dirigió su mirada hacia la pila de los dibujos que Theo había estado mirando cerca de la ventana. Su semblante reflejaba asombro, felicidad e incredulidad. Abrió sus ojos como si viera algo de extraordinario que lo dejara anonadado.

—¡Bendito sea Dios! —murmuró por fin—. ¡Eso es lo que estaba tratando de decir y no lo sabía.

Theo siguió la dirección de su mirada hacia los dibujos:

—Ya lo sospechaba —dijo.

Tembloroso y lleno de alegría, parecía que Vincent acabara de despertar de un profundo sueño.

—¡Tú lo adivinaste antes que yo! Yo no me atreví a pensar en eso, tenía miedo. Naturalmente que hay algo que quiero hacer, toda mi vida ha tendido hacia ello sin que yo lo sospechara. Siempre he sentido una imperiosa necesidad de dibujar, pero nunca me lo he permitido. Ya en Amsterdam cuando estudiaba, y luego en Bruselas. ¡Pero temía interrumpir mi verdadero trabajo!
¡
Mi verdadero trabajo
!
Qué ciego he sido¡ Algo pugnaba por surgir en mí y siempre lo he ahogado. Y héme aquí, a los veintisiete años, sin haber hecho nada. ¡Qué idiota, qué ciego y qué estúpido he sido¡

—No importa, Vincent, Con tu fuerza y tu voluntad podrás realizar mil veces más que un principiante. Tienes toda la vida por delante.

—Por lo menos tengo diez años. En ese tiempo podré hacer algún trabajo bueno.

—¡Seguramente! Y podrás vivir donde quieras, ya sea en París, en Bruselas, en Amsterdam o en La Haya. Yo te enviaré mensualmente el dinero que te haga falta. Y aunque necesites años para triunfar, Vincent, nunca perderé mis esperanzas mientras tú no las pierdas.

—|Oh! Theo, durante estos amargos meses que he pasado estuve tratando inútilmente de conocer el verdadero sentido de mi vida. ¡Pero ahora lo conozco, estoy seguro! Nunca más me dejaré descorazonar. ¿Comprendes lo qué significa eso, Theo? Después de todos estos años perdidos me he encontrado a mi mismo por fin! Por eso fue que fracasé en mis demás trabajos, ¡no estaba destinado a ellos! |Oh, hermano mío, por fin la prisión se ha abierto y eres tú quien abrió sus rejas!

—Nada podrá separarnos jamás, ¿verdad, Vincent? Estamos unidos para siempre.

—Sí, Theo, para toda la vida.

—Bien, ahora descansa, y dentro de unos días, cuando estés mejor, te llevaré a Holanda o a París o donde quieras.

Vincent dio un brinco.

—¡Dentro de unos días! —exclamó—. No, no, nos vamos en seguida. Sale un tren para Bruselas a las nueve.

Y comenzó a vestirse apresuradamente.

—Pero, Vincent, no puedes viajar; estás enfermo.

—¡Enfermo! Eso es historia vieja, nunca me sentí mejor en mi vida. Vamos, Theo, tenemos unos diez minutos para llegar a la estación. Mete tus lindas camisas en tu valija y ¡marchando!

LIBRO SEGUNDO

ETTEN

Theo y Vincent pasaron un día en Bruselas, y luego el primero regresó a París. Llegaba la primavera, la campiña del Brabante estaba hermosa y el hogar atraía a Vincent como un asilo mágico. Se compró un grueso traje rústico de terciopelo negro, igual a los usados por los trabajadores, y algunas hojas de papel de colores para dibujar y tomó el primer tren para Etten.

Ana Cornelia desaprobaba la vida que llevaba Vincent porque sentía que le causaba más penas que felicidad; pero los motivos de desaprobación de Theodorus eran otros. Si Vincent hubiese sido el primogénito de cualquiera otra persona, no hubiera tenido obligaciones hacia él y no le hubiera importado nada. Sabía que no debía ser del agrado de Dios el modo de vivir del muchacho, pero también sabía que el Altísimo reprobaría a un padre que abandonase a su hijo.

El joven notó que su padre había encanecido bastante y que ya no tenía la expresión de seguridad que antes prevalecía en su semblante.

En cuanto a su madre, Vincent la encontró más fuerte que antes. La edad, en vez de debilitarla parecía fortificarla. Su sonrisa bondadosa parecía querer perdonar el pecado antes de que fuese cometido.

Durante varios días la familia se esforzó en tributar todo su afecto al joven, obligándolo a comer y reponer su salud quebrantada. Todos parecían olvidar que Vincent carecía de fortuna, situación y de porvenir. Pasaba sus días caminando por el campo y observando a los leñadores que trabajaban en un pequeño bosque de pinos que estaban derribando. No tardó en sentirse bien, con fuerzas, y deseoso de empezar a trabajar.

Una mañana lluviosa, cuando Ana Cornelia bajó temprano a la cocina como de costumbre se extrañó al encontrarla encendida y a Vincent sentado frente a ella con un dibujo empezado entre las manos.

—Buenos días, hijo mío —exclamó.

—Buenos días, madre —repuso el joven besándole la mejilla.

—¿Por qué te has levantado tan temprano, Vincent?

—Porque quería trabajar.

—¿Trabajar? —repitió la señora mirando primero al dibujo comenzado y luego al fuego encendido—. Así, quieres decir que quisiste encender el fuego para mí. Pero no debes levantarte para eso, hijo.

—No, quiero decir trabajar en mis dibujos.

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