Marte Verde (39 page)

Read Marte Verde Online

Authors: Kim Stanley Robinson

BOOK: Marte Verde
6.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

Maya puso los ojos en blanco, y cuando el invitado les pidió que lo dejasen en el Mirador de Echus, ella soltó una risa grosera y dijo:

—Pongámonos serios.

—¿Qué quiere decir?

Michel le explicó que puesto que no podían liberarlo sin revelar su presencia, no les quedaba más remedio que retenerlo.

—Oh, yo no le diría nada a nadie. Maya volvió a reír.

—No podemos confiar en un extraño en un asunto tan serio para nosotros —dijo Michel—. Y tal vez usted no pudiese guardar el secreto. Tendría que explicar por qué se alejó tanto del vehículo.

—Podrían llevarme de vuelta a él.

—No podemos demorarnos tanto. No nos hubiésemos acercado de no ser porque vimos que estaba en dificultades.

—Bien, lo agradezco de veras, pero debo decir que esto no se parece mucho a un rescate.

—Es mejor que la alternativa —dijo Maya con acritud.

—Muy cierto. Y lo aprecio de veras. Pero les prometo que no diré una palabra. Por otra parte no es un secreto que ustedes están aquí afuera. La televisión no hace más que hablar de ustedes.

Esta declaración silenció incluso a Maya. Siguieron viaje. Maya mantuvo una breve conversación en un ruso lleno de estática con Coyote, que viajaba en el rover de cabeza con Kasei, Nirgal y Harmakhis. Coyote se mostró inflexible: puesto que le habían salvado la vida, ciertamente podían arreglar la liberación de manera que ellos no corriesen ningún riesgo. Michel le comunicó lo esencial de la conversación al prisionero.

Randolph frunció apenas el ceño, y luego se encogió de hombros. Michel nunca había visto un ajuste tan rápido a un cambio de rumbo: la sangre fría del hombre era impresionante. Michel lo observó con atención, al tiempo que no quitaba ojo a la pantalla de la cámara frontal. Randolph ya estaba preguntando de nuevo, sobre los controles del rover. Sólo hizo una referencia más a su situación después de mirar los controles de la radio y el intercomunicador.

—Espero que me dejarán enviar un mensaje a mi compañía para que sepan que estoy sano y salvo. Trabajaba para Dumpmines, una filial de Praxis. Ustedes y Praxis tienen mucho en común, en serio. Ellos también pueden llegar a actuar muy secretamente. Deberían contactar con ellos por el bien de ustedes, créanme. Seguro que utilizan algunas frecuencias codificadas, ¿no es cierto?

Ni Maya ni Michel respondieron. Y más tarde, cuando Randolph pasó al pequeño retrete del rover, Maya siseó:

—Es obvio que es un espía. Estaba ahí con la intención de que lo recogiésemos.

Ésa era Maya. Michel no trató de discutir con ella; se limitó a encogerse de hombros.

—Desde luego, lo estamos tratando como si lo fuese.

Y entonces el hombre salió y siguió haciéndoles preguntas. ¿Dónde vivían? ¿Qué sentían viviendo todo el tiempo ocultos? Michel empezó a encontrar divertida lo que parecía cada vez más una actuación, o incluso un examen. Randolph se mostraba perfectamente abierto, ingenuo, sociable, su rostro moreno casi parecía el de un simplón. Pero sus ojos los estudiaban con atención, y a cada pregunta no contestada parecía más interesado y más complacido, como si las respuestas de ellos le llegaran por telepatía. Todo humano tenía un gran poder, todo humano en Marte era un alquimista. Y aunque Michel había abandonado la psiquiatría hacía mucho tiempo, aún reconocía el estilo de un maestro. Casi se rió de la urgencia que sentía de confesárselo todo a aquel hombre grande, pesado y enigmático, todavía torpe en la gravedad marciana.

Entonces la radio emitió un pitido, y un mensaje comprimido que no duró más de dos segundos zumbó por los altavoces.

—¿Ven? —dijo Randolph, solícito—, podrían recibir un mensaje de Praxis de esa manera.

Pero cuando la IA terminó de pasar la secuencia descodificadora, ya no hubo más bromas. Habían detenido a Sax en Burroughs.

Al alba todos se reunieron en el rover de Coyote y pasaron el día conferenciando sobre lo que debían hacer. Se sentaron en un apiñado círculo en el compartimiento de estar, con la preocupación marcada en los rostros. Todos excepto el prisionero, sentado entre Nirgal y Maya. Nirgal le había estrechado la mano y lo había recibido como si fuesen viejos amigos, aunque ninguno dijo una palabra. Pero el lenguaje de la amistad no las necesitaba.

Las noticias sobre Sax procedían de Spencer a través de Nadia. Spencer trabajaba en Kasei Vallis, una especie de nueva Koroliov, un complejo de seguridad, muy sofisticado y al mismo tiempo discreto. Habían trasladado a Sax allí, y Spencer se había enterado y se lo había comunicado a Nadia.

—Tenemos que sacarlo de allí —dijo Maya—, y deprisa. Sólo hace dos días que lo tienen.

—¿Sax Russell? —decía Randolph—. Caramba. No puedo creerlo.

¿Quiénes son ustedes? Eh, ¿usted es Maya Toitovna?

Maya lo maldijo en un ruso furibundo. Coyote los ignoraba a todos; no había dicho una palabra desde que llegara el mensaje, absorto en la pantalla de su IA, mirando lo que parecían ser fotografías de un satélite meteorológico.

—Podrían dejarme marchar —dijo Randolph en medio del silencio—. Yo no podría decirles nada que ellos no puedan sacarle a Russell.

—¡Él no les dirá nada! —dijo Kasei fieramente. Randolph agitó una mano.

—Lo asustarán, quizá lo maltraten un poco, lo enchufarán, lo drogarán y estimularán su cerebro en los lugares apropiados... Conseguirán respuesta a todo lo que pregunten. Según tengo entendido, lo han convertido en todo un arte. —Se quedó mirando a Kasei.— Usted también me resulta familiar. En fin, si no pueden sacárselo así, emplearán sin duda métodos más brutales.

—¿Cómo es que sabe todo eso? —preguntó Maya.

—Es de dominio público —dijo Randolph—, y por tanto quizá nada sea cierto, aunque...

—Quiero sacarlo de allí —dijo Coyote.

—Pero entonces sabrán que estamos aquí —dijo Kasei.

—Eso ya lo saben. Lo que no saben es dónde estamos.

—Además —añadió Michel—, es nuestro Sax.

—Hiroko no se opondrá —dijo Coyote.

—¡Si lo hace, dile que se vaya al infierno! —exclamó Maya—. ¡Dile que
shikata ga nai
!

—Será un placer —dijo Coyote.

Las vertientes occidental y septentrional de la protuberancia de Tharsis estaban muy poco pobladas en comparación con la pendiente oriental, sobre Noctis Labyrinthus. Había unas pocas estaciones areotermales y algunos acuíferos, pero la mayor parte de la región estaba cubierta todo el año por un manto de nieve, neveros y glaciares jóvenes. Los vientos que venían del sur chocaban con los fuertes vientos del noroeste que viraban en el Monte Olimpo, y las ventiscas podían ser violentas. La zona protoglacial se extendía desde los seis o siete mil metros hasta casi la base de los grandes volcanes. No era un buen lugar para construir, tampoco para esconder los rovers furtivos. Cruzaron deprisa las
sastrugi
y las cordadas de lava que les servían como carretera al norte de la mole de Tharsis Tholus, un volcán que tenía el tamaño del Mauna Loa, aunque bajo la pendiente de Ascraeus parecía un cono de cenizas. La noche siguiente dejaron atrás la nieve y se dirigieron al nordeste a través de Echus Chasma. Pasaron el día ocultos bajo la formidable pared oriental de Echus, sólo unos cuantos kilómetros al norte del viejo cuartel general de Sax en lo alto del acantilado.

El muro este de Echus Chasma era el Gran Acantilado con su absoluta magnificencia: un risco de tres mil metros de altura que se extendía casi mil kilómetros en línea recta en el eje norte-sur. Los areólogos aún discutían sobre su origen, pues ninguna fuerza parecía adecuada para crearlo. Era una rotura en el tejido de las cosas, que separaba el suelo de Echus Chasma de la llanura elevada de Lunae Planum. Michel había visitado el valle Yosemite en su juventud, y todavía recordaba aquellos imponentes acantilados de granito. Pero el muro que tenían delante era tan largo como el estado de California y tenía tres mil metros de altura en la mayor parte de su extensión, un mundo vertical cuyos inmensos planos de roca roja miraban al oeste sin ver y resplandecían en el atardecer vacío como el costado de un continente.

En su extremo norte, este increíble acantilado era más bajo y menos escarpado, y justo sobre los 20° norte lo atravesaba un canal ancho y profundo que corría hacia el este a través de la meseta de Lunae y bajaba hasta la cuenca de Chryse. Este gran cañón era Kasei Vallis, una de las manifestaciones más claras de antiguas inundaciones que podían encontrarse en Marte. Una simple mirada a las fotografías de satélite bastaba para darse cuenta de que hacía mucho tiempo una crecida enorme había bajado por Echus Chasma hasta alcanzar una abertura en el gran muro oriental, quizás un grahen. El agua se había desviado a la derecha por ese valle y erosionado la entrada con su fuerza formidable hasta convertirla en una curva lisa, y derramándose sobre la orilla exterior de la vuelta había desgarrado las grietas en la roca transformándolas en una cuadrícula de estrechos cañones. Una cresta central en el valle principal había sido modelada como una larga isla lemniscata, en forma de lágrima, una figura tan hidrodinámica como el lomo de un pez. La orilla interior del curso de agua fósil aparecía cortada por dos cañones apenas tocados por el agua, fossae corrientes que revelaban la configuración del canal principal antes de la inundación. Posteriormente, dos impactos tardíos de meteoritos en la parte más alta de la orilla interior habían completado la fisonomía del terreno, dejando unos cráteres abruptos.

Subiendo despacio por la pendiente exterior uno encontraba el valle curvo, con la cresta lemniscata y las murallas circulares de los cráteres de la pendiente interior como rasgos más destacados. Un paisaje cuya majestad espacial recordaba la región de Burroughs. La gran extensión del canal principal pedía agua a gritos, agua que sin duda formaría una corriente trenzada poco profunda que discurriría sobre guijarros y tallaría nuevos lechos e islas...

Allí se emplazaba ahora el cuartel de seguridad de las transnacionales. Los dos cráteres interiores así como grandes secciones del terreno cuadriculado de la orilla exterior y parte del canal principal a ambos lados de la isla lemniscata habían sido cubiertos con tiendas. Pero nada de esto apareció nunca en los reportajes de vídeo, ni en las noticias. Ni siquiera estaba en los mapas.

Sin embargo, Spencer había estado allí desde el comienzo de la construcción, y en sus raros mensajes al exterior les había explicado cuál sería la actividad de la nueva ciudad. En esos tiempos, casi todos los condenados por un crimen en Marte eran enviados al cinturón de asteroides para trabajar en naves mineras. Pero algunos integrantes de la Autoridad Transitoria querían una cárcel en Marte, y Kasei Vallis lo era.

Escondieron los rovers en un grupo de rocas a la entrada del valle, y Coyote estudió los informes meteorológicos. Maya estaba furiosa por la demora, pero él la ignoró.

—Esto no va a ser fácil —le dijo con severidad—, y no es viable si no se dan ciertas circunstancias. Tenemos que esperar hasta que lleguen algunos refuerzos y las condiciones meteorológicas sean favorables. Es un plan que Sax y Spencer me ayudaron a diseñar, y es muy ingenioso, pero tienen que darse las condiciones adecuadas.

Volvió a los monitores, ajeno a todos, hablando consigo mismo o con el alquimista de las pantallas, la luz parpadeando en su rostro enjuto y oscuro. Un alquimista, en verdad, pensó Michel, murmurando como si se inclinase sobre un alambique o un crisol, preparando las transmutaciones del planeta... Un gran poder, concentrado ahora en la meteorología. Al parecer, Coyote había descubierto unas pautas en el comportamiento de la corriente de chorro, ligadas a ciertos puntos de anclaje en el terreno.

—Es por la escala vertical —le explicó con irritación a Maya, que empezaba a sonar como Art Randolph con tanta pregunta—. Este planeta tiene treinta mil metros de altura desde el fondo hasta la cumbre. ¡Treinta mil metros! Eso origina vientos fuertes.

—Como el mistral —propuso Michel.

—Exacto. Vientos katabáticos. Y uno de los más fuertes baja del Gran Acantilado justo aquí.

Los vientos dominantes de la región, sin embargo, eran los del oeste. Cuando chocaban contra el acantilado de Echus originaban poderosas corrientes ascendentes, y los aficionados al vuelo que vivían en el Mirador de Echus las aprovechaban y se pasaban el día volando en planeador o en traje de pájaro. Sin embargo, los sistemas ciclónicos pasaban con frecuencia, trayendo vientos del este. Cuando esto ocurría, el aire frío barría la meseta nevada de Lunae y se cargaba de nieve, haciéndose más denso y más frío, y toda esa masa acababa encauzándose a través de los desfiladeros en el borde del gran acantilado, y los vientos se desplomaban como una avalancha.

Coyote había estudiado esos vientos katabáticos durante algún tiempo, y sus cálculos le habían hecho llegar a la conclusión de que cuando las condiciones eran las adecuadas —contrastes violentos de temperatura, una tormenta activa avanzando de este a oeste por la meseta—, una ligera intervención en ciertos lugares convertiría las corrientes descendentes en tifones verticales, que se abatirían sobre Echus Chasma y correrían por el eje norte-sur con una fuerza tremenda. Cuando Stephen les informó de la naturaleza y propósito del nuevo asentamiento en Kasei Vallis, Coyote decidió de inmediato preparar los medios para hacer posibles esas intervenciones.

—Los muy idiotas construyeron su prisión en un túnel de viento — musitó, respondiendo a una pregunta de Maya—. Y nosotros hemos construido un ventilador. O mejor dicho, un interruptor para poner en marcha el ventilador. Enterramos algunos distribuidores automáticos de nitrato de plata en la cima del acantilado, que actúan como enormes mangas de reacción, y también unos láseres para calentar el aire por encima de la zona de corrientes. Eso crea un gradiente de presión desfavorable que represa la corriente normal, y cuando ésta rompe el bloqueo baja con mucha más fuerza. Además, instalamos explosivos a lo largo de toda la cara del acantilado para cargar el viento de polvo y hacerlo más pesado. Verán, el viento se calienta a medida que cae, y eso lo frena si no está cargado de nieve y polvo. Escalé esa pared cinco veces para prepararlo todo, tendrían que haberme visto. Y hay algunos ventiladores también. Desde luego, el poder de todo el dispositivo es insignificante comparado con la fuerza total del viento, pero la dependencia de factores inestables es la clave de la meteorología, ya saben, y nuestras simulaciones por ordenador localizaron los puntos donde podemos forzar las condiciones iniciales que nos convienen. O eso esperamos.

Other books

The Edge of Normal by Carla Norton
Foreign Agent by Brad Thor
Trail of Echoes by Rachel Howzell Hall
Single Sashimi by Camy Tang
Waters Run Deep by Liz Talley
Double Image by David Morrell
Dom Wars - Round One by Lucian Bane
The Tide (Tide Series Book 1) by Melchiorri, Anthony J
The Laird of Lochandee by Gwen Kirkwood