Más Allá de las Sombras (62 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Capítulo 83

Logan y Lantano Garuwashi estaban con sus séquitos en la cima de una torre todavía intacta que defendía la embocadura del paso, oteando lo que sería el campo de batalla, al norte. La gran cúpula del Túmulo Negro y la mancha oscura de la devastación que lo rodeaba estaban a kilómetros de distancia, al otro lado del río Guvari. Logan vio maravillas en todas las direcciones. Antes de que Jorsin Alkestes sepultara Trayethell bajo el Túmulo Negro, había sido una de las grandes ciudades de un mundo en el que abundaban las maravillas. Al este estaba el lago Ruel, cuya presa databa de tiempos inmemoriales. Todavía se mantenía en pie, y alimentaba el río Guravi no a través de las compuertas del dique en sí, que llevaban siglos cerradas, sino por encima de la presa. Una serie de esclusas, inutilizadas desde hacía mucho, había hecho posible que los buques de carga llegaran a la ciudad desde el océano. Media docena de puentes o más habían sorteado el río en un tiempo, pero todos habían caído salvo dos, el puente de los Bueyes, más ancho, y el puente Negro, cercano a la presa.

La torre en la que se encontraban protegía la entrada al puente de los Bueyes. Ofrecía vistas del paso que tenían detrás, de las laderas aterrazadas del monte Terzhin al sudoeste y de todo salvo lo que acechaba al otro lado del Túmulo Negro. Contemplando la ladera con sus bancales y la explanada vacía de debajo, a la que llamaban el gran mercado, Logan tuvo una revelación. Siempre había creído que el Túmulo Negro había encerrado la ciudad de Trayethell. No era así. Jorsin solo había sepultado el corazón de la ciudad. Trayethell había cubierto leguas de terreno. Si lo que Logan estaba calculando era correcto, la ciudad había sido más grande y populosa que cualquiera que existiese en ese momento en el mundo.

—Tendremos que cruzar el puente de los Bueyes con nuestros hombres esta noche —dijo Garuwashi—. Harán falta unas cuatro horas para que crucen treinta mil. El bagaje, vivanderos y demás tendrán que pasar a oscuras.

—¿Cruzar? —preguntó Logan—. ¿Veis el ejército de Langor? Nosotros tenemos veintiséis mil hombres, la mitad de los cuales no han visto nunca una batalla. Langor dispone de veinte mil, otros diez mil montañeses y dos mil meisters, cada uno de los cuales vale por una docena de soldados. ¿Deseáis que combatamos de espaldas a un río? No. Protegeremos los puentes y colocaremos a nuestros hombres en el gran mercado por si Langor intenta vadear el río por ese punto. Veremos lo bien que combaten sus hombres metidos hasta la cintura en el agua. Si es necesario, podemos retirarnos poco a poco hacia los pasos.

—¿Planificáis la derrota? —inquirió Lantano Garuwashi con incredulidad—. Eso es una locura. Cruzamos el puente y lo destruimos a nuestra espalda. Los hombres desesperados son los que mejor luchan. Si les dejáis una salida, huirán, sobre todo vuestros vírgenes de batalla. No les deis más opción que ganar o morir, y combatirán casi como sa’ceurai.

—Nos superan en número y tenemos cuatro magos. ¡Cuatro!

—Los números no significan nada. Cada sa’ceurai es un centenar de hombres. Hemos venido a conseguir la victoria. —Detrás de ellos, varios de los hombres de Garuwashi expresaron su conformidad con apagados comentarios.

—Os daré una victoria —dijo Logan.

—No nos
daréis
nada.

—No me refería a eso. Esta noche, aprovechando la oscuridad, mandaré diez mil hombres hacia el oeste, río abajo. Mis exploradores haduríes me cuentan que hay un vado a unos kilómetros. Dieciséis kilómetros corriente abajo está Reigukhas. No es una gran ciudad, pero la única línea de suministros de Langor pasa por ella, y es muy fácil de defender. Si enviamos a nuestros magos con mis diez mil hombres, pueden tomar Reigukhas antes de que amanezca. Si hacemos que el ejército de Langor pase hambre, serán sus hombres los que se esfumen por la noche.

—Verán que nuestros hombres se dirigen al oeste, a menos que pretendáis hacer marchar a diez mil soldados sin ninguna luz.

—Las antorchas solo quedarán a la vista durante el primer kilómetro o así, después habrá un bosque entre ellos y los khalidoranos. Parecerán hombres deambulando entre nuestras hogueras.

Garuwashi guardó silencio durante un buen rato. Al final, escupió.

—Así sea, cenariano. Pero pienso mandar a mil de mis sa’ceurai con vuestros hombres para tomar la ciudad. Nadie cosechará una gloria mayor que los sa’ceurai.

Así empieza.

Capítulo 84

Dorian estaba reunido con sus generales por la tarde cuando notó los primeros síntomas de un acceso de locura.

—Basta —dijo, interrumpiendo el informe del general Naga—. Esto es lo que quiero: aseguraos de que nuestras posiciones defensivas son inexpugnables. No quiero que ni siquiera lo intenten. Que vean nuestra fuerza. Entretanto, necesito mejor información sobre los efectivos de Moburu. Sabemos que tiene dos mil kruls. ¿De cuántos hombres dispone? ¿Y dónde demonios está...?

Una visión apareció ante sus ojos. La propia Khali, elevándose del suelo, perfecta, entera, bella, encarnada y sonriendo victoriosa. La habitación había desaparecido y solo quedaba ella, potente, con un océano negro de kruls alzándose a su alrededor.

—¿Y dónde demonios está Neph Dada? —oyó decir a una voz. Aunque no veía a la fuente, supo que debía de ser Jenine—. Su santidad exige que lo descubráis. Espera vuestro informe para el atardecer. Por ahora, marchaos.

Dorian parpadeó y la visión desapareció. El general Naga se volvió al llegar a la entrada de la tienda de campaña. Pareció reconfortarle ver que Dorian correspondía a su mirada.

—La reina habla con mi voz —dijo este—. ¿Supone eso un problema, general?

—Por supuesto que no, santidad. Os daré parte en cuanto sepamos algo. —Hizo una profunda reverencia y partió.

Cuando salió el último de ellos, Dorian exhaló un largo aliento. Jenine le cogió la mano y él se sentó.

—Necesito usarlo —dijo.

—Cada vez que lo haces, cuesta más de parar —observó Jenine.

Tenía razón pero, con tantos ejércitos en las inmediaciones, Dorian necesitaba usar su don para asegurarse de que no desencadenaba un cataclismo. Había hecho todo lo que sabía desde un punto de vista militar para disuadir a los cenarianos de atacar, pero con los hombres de Neph y de Moburu cerca, había demasiados factores en juego para que no intentase ver los futuros que aguardaban en los caminos que tenía delante.

Había estudiado su don con ojos de sanador, y creía entender por qué la profecía parecía cada vez más fácil de arrancar y más difícil de detener. El vir había abierto nuevos canales por todo su Talento, y también había penetrado en su don profético. Toda su magia, y ahora todas sus profecías, pasaban por los tentáculos del vir en vez de por sus canales naturales. Como el vir era más grueso, todo circulaba con mayor libertad. Era muy posible que el vir, contaminado de por sí, estuviese infectando el don de Dorian con visiones extravagantes como las que había tenido de los Extraños y su mujer embarazada de gemelos, pero eso ya no tenía arreglo. Dejaría de usar el vir y solo emplearía el Talento... después de aquello.

—Te quiero —dijo.

—Yo también —respondió Jenine. Tenía una pluma y pergamino para tomar nota de cualquier cosa que dijera, por si él no lo recordaba después.

Entonces se abandonó al trance. Intentó aferrarse a lo suficiente de sí mismo para expresar lo que veía, pero la corriente era demasiado fuerte. Vio alzarse un titán del Túmulo Negro, y después nadó corriente abajo quince años hasta Vuelta del Torras. Allí estaba Feir, ante una fragua, ordenándole a su aprendiz que trajera leña. Luego Dorian se desplazó cien años río abajo, hasta Trayethell, mágicamente reconstruida de alguna manera, donde se celebraba algo y un inmenso desfile avanzaba por la calle. Se resistió e intentó remontar hasta un tiempo en el que sus visiones le ayudaran. Se descubrió plantado en las entrañas de Khaliras, decidiendo si sacar a Jenine por las tolvas de desagüe o intentar abrirse paso luchando; todo dependería de aquella única elección... No, eso era el pasado, maldición.

—¿Rodnia? ¿Nidora? —Oyó que la voz lo llamaba, pero estaba demasiado lejos y él todavía no había descubierto nada. Volvió a llamarle con un susurro, y después se perdió.

Jenine abrió la cortina que separaba el trono de Dorian, donde este murmuraba en voz baja, del resto de su tienda.

—¡Dorian! —susurró una vez más, pero el rey no se movió. Ella salió, corrió la cortina y dijo—: Adelante, general Naga.

El hombre llevaba más de un minuto llamando.

—Alteza —dijo, entrando y mirando sin disimulo a la cortina echada—. Mis disculpas, pero acaba de llegarnos el informe de un espía. Su santidad debe oírlo.

—No puede molestarse a su santidad ahora mismo.

—Me temo que esto requiere una acción inmediata.

Jenine alzó las cejas como si el general se estuviese acercando peligrosamente a ser maleducado.

—Entonces dadme vuestro informe.

El general Naga vaciló, boquiabierto, mientras luchaba con la idea de rendir cuentas a una mujer, que por si fuera poco era lo bastante joven para ser su hija, y después tuvo el sentido común de cerrar la boca. Cuando la abrió de nuevo, fue para decir:

—Alteza, nuestro espía informa de que los cenarianos y los ceuríes planean atacar nuestra línea de suministros en la ciudad de Reigukhas. Pretenden que diez mil hombres se escabullan esta noche al amparo de la oscuridad. El rey de Cenaria ha dicho...

—¿El rey de Cenaria? —interrumpió Jenine.

Por un instante, el general Naga pareció palidecer.

—Lo siento, quería decir que el rey ceurí ha dicho que pensaríamos que cualquier antorcha que viéramos esta noche no eran más que hombres moviéndose entre hogueras. En verdad, una marcha como esa solo nos resultaría visible durante un trecho muy corto. La reina cenariana, y pido perdón, alteza, es obvio que estoy teniendo un ligero problema para adaptarme a tantas reinas, la reina de Cenaria, decía, se ha mostrado de acuerdo. —Tragó saliva con nerviosismo.

—¿Confiáis en este espía? —preguntó Jenine. No sabía si pesaba más su deseo de que Dorian se despertase en el acto para tomar esa decisión por ella o su temor a que lo hiciera gritando como en las últimas ocasiones.

—Totalmente, alteza.

—Si esperamos hasta que veamos movimiento de antorchas esta noche, ¿podrán nuestros hombres llegar a Reigukhas a tiempo para defenderla? —preguntó Jenine.

—Vendría muy justo.

—Entonces envíad a quince mil hombres ahora. Si no vemos moverse las antorchas esta noche, podemos enviar jinetes para que les hagan dar media vuelta.

—¿Quince mil? Desde una posición defensiva, cinco serían más que suficientes para defender Reigukhas, y nos permitirían conservar nuestra superioridad numérica aquí.

Probablemente tenía razón, y Jenine habría cedido ante su experiencia si aquello hubiera sido una guerra, pero no lo era. Además, los del otro bando eran su gente. Quince mil hombres constituirían una fuerza defensiva tan abrumadora que los cenarianos descartarían cualquier ataque contra la ciudad como un suicidio. Jenine estaba salvando vidas en ambos bandos y, al día siguiente, podrían mandar emisarios al campamento de Cenaria antes de que corriera la sangre.

—Quince mil, general. Eso si todavía no estáis teniendo problemas para adaptaros a esta reina.

El general Naga apenas vaciló antes de inclinar la cabeza y retirarse. Por un extraño momento, Jenine pensó que parecía aliviado.

* * *

Al caer la noche, Logan y Garuwashi volvieron a encontrarse en lo más alto de la torre, en esa ocasión a solas, aunque ambos tenían guardaespaldas apostados en la escalera, donde no podían oírlos. Observaron la línea de sa’ceurai que se dirigían río abajo, cada uno con una antorcha en la mano. Después los reyes se volvieron, escudriñando los millares de hogueras que salpicaban la llanura en torno al Túmulo Negro. El ejército khalidorano y los montañeses se mantenían fuera del círculo que rodeaba la cúpula negra y estaba alfombrado con aquellos escalofriantes cuerpos que no se descomponían. Lo llamaban la Marca Muerta.

—¿Creéis que ha funcionado? —preguntó Logan.

—Langor es un brujo, no un guerrero —respondió Garuwashi—. Opino que se creerá todo lo que su espía le haya dicho sobre nuestra conversación anterior.

Logan había enviado realmente diez mil hombres al oeste, pero solo hasta que el bosque los ocultara a ojos de los khalidoranos. Después recibieron órdenes de apagar las antorchas y regresar al campamento. Logan estaba seguro de que en ese preciso instante los gruñidos debían de ser la norma: los hombres no tenían ni idea de por qué les hacían marchar en círculos, y no podía explicárselo por si había más espías entre sus filas. Entretanto, los mil de Garuwashi seguían rumbo al oeste. Vadearían el río y regresarían por la orilla opuesta con la máxima discreción posible. Vestidos con prendas embarradas, se arrastrarían a través de la Marca Muerta. Cuando saliera el sol, se tumbarían en las sombras y se cobijarían junto a los cadáveres como si también ellos estuvieran muertos. Rodearían el Túmulo Negro por el camino más largo. Garuwashi calculaba que tardarían dos noches en llegar a su puesto, pero entonces, bien a su señal, bien cuando lo consideraran apropiado, los hombres se pondrían la armadura, se levantarían de entre los muertos y atacarían las tiendas de campaña de los mandos enemigos. Si los espías de Mama K estaban en lo cierto, Jenine se encontraba allí. Si no, por lo menos podrían matar a varios de los generales de Langor o incluso al rey dios en persona.

Era probablemente una misión suicida, pero no habían escaseado los voluntarios. Sin embargo, los únicos cenarianos participantes eran cien de los Perros de Agon, antiguos rateros y ladrones de casas y sus cazadores de brujos con los arcos ymmuríes.

Por supuesto, como Agon y Garuwashi no paraban de decir a Logan, la clave era sincronizarse. Esos mil hombres se contaban entre los mejores del ejército. Si Langor acababa dividiendo sus fuerzas y el día siguiente transcurría como estaba planeado, Logan y Garuwashi podrían hallarse cerca de la victoria. Esos mil veteranos de más podían convertir una retirada khalidorana en una desbandada.

—Los exploradores haduríes dicen que la fuerza ceurí que nos sigue está encabezada por el regente en persona —dijo Garuwashi con voz queda—. Me veré obligado a matarme cuando descubra que no tengo espada. Mis hombres serán invitados a unirse a mí en el suicidio o regresar a Ceura de inmediato.

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