Más Allá de las Sombras (40 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
4.74Mb size Format: txt, pdf, ePub

Algo cayó al agua a siete metros de la barcaza.

—¡Arriba los escudos! —ladró un oficial.

Los hombres se agacharon y alzaron sus escudos por encima de sus cabezas. Encadenado al poste del centro, Kylar no podía moverse. Las piedras repiqueteaban en los escudos y chapoteaban en el agua, pero entonces Kylar vio cómo una de ellas trazaba una parábola perfecta. Volvió la cabeza. La piedra le abrió una brecha en el cuero cabelludo y le hizo trastabillar contra el poste, sangrando por encima de la oreja. Otra roca le alcanzó el hombro de refilón y una tercera le golpeó en la entrepierna. La muchedumbre vitoreó al verlo encogerse.

Volvió a enderezarse, aunque las chiribitas que flotaban en su visión lo cegaban. Cuanto más se acercaban, más arreciaba el pedrisco. La mayoría de los proyectiles fallaban, pero varias rocas le machacaron los costados y las piernas. Una de un palmo de ancho le aterrizó en el pie y le rompió los huesos. Gritó.

Eligió un mal momento. Una piedra que se habría pasado de alta le alcanzó en la boca, donde le partió varios dientes y le clavó otros en el labio. Se elevó otra ovación.

Por fin, la barcaza topó con la plataforma.

—¡Basta! —gritó una mujer.

Kylar alzó la cabeza y vio a una joven con armadura completa plantada en el centro de la plataforma con las manos alzadas, intentando calmar a la multitud. Entonces una piedra acertó a Kylar en el ojo.

—¡Basta! —repitió la mujer, pero Kylar perdió su voz bajo el chillido insidioso del dolor. Le quemaba la cara, y no podía levantar las manos encadenadas para protegerse o palpar los daños. Unos soldados lo llevaron hacia delante medio en vilo y medio a rastras.

Abrió los ojos, pero solo podía ver con el derecho. Su primera imagen fue su pie descalzo, sangrando y destrozado. Al verlo le vino un mareo. Alzó la vista y parpadeó, pero el gesto hizo que un rayo le recorriera el ojo izquierdo. Los labios partidos le estaban llenando la boca de sangre. No sabía si se había tragado los dientes o los había escupido, pero lo único que quedaba eran cantos irregulares.

Cuando por fin pudo distinguir los detalles, vio que el séquito de Logan llenaba la plataforma, incluidos por lo menos un centenar de sus guardaespaldas. Había muchos soldados más repartidos entre la muchedumbre y a lo largo de los tres puentes, donde mantenían un camino despejado. En el lado opuesto de la plataforma, orientada hacia el castillo, estaba la rueda. A un lado, Logan ocupaba una silla dorada.

Arrastraron a Kylar ante él y un heraldo leyó en alto los cargos. Kylar no les prestó atención. Solo miró a Logan. El rey paseó la mirada por sus heridas y tragó saliva, pero no retiró los ojos. Se encontraron con los de Kylar, que vio en ellos un sufrimiento tan grande como el suyo, pero ningún titubeo.

El heraldo acabó la lectura de los cargos con una pregunta.

—Sí —respondió Kylar en voz alta—. Yo maté a Terah de Graesin, y volvería a hacerlo.

Logan se puso en pie y los murmullos que habían comenzado cesaron al instante.

—Kagé, Ensombrecido, a quien conocí como Kylar Stern, te debo la vida. Eres un héroe y yo te llamo amigo, pero has traicionado a este país y asesinado a su reina. No seré un rey que administre una justicia distinta a sus amigos. Kylar, amigo mío, te condeno a colgar de la rueda hasta que mueras.

Kylar no dijo nada. Se limitó a inclinar la cabeza hacia Logan. El rey se sentó y no hizo intento alguno de acallar a la muchedumbre, que se deshacía en murmullos al ver confirmados los rumores que había oído.

Los soldados arrastraron a Kylar hasta la rueda. Era algo más alta que un hombre y no tenía cerco, solo cuatro radios que partían del eje, que quedaría detrás de la espalda de Kylar para que diera la cara a la multitud. Había unos bloques para los pies que se ajustaban a los tobillos de forma que el reo no se escurriera, una gruesa correa de cuero para la cintura y dos barras de bordes afilados como asideros para las manos. El resto de la rueda estaba erizado de pinchos de hierro, todos orientados hacia dentro.

Los guardias reales que lo habían sacado de las Fauces empezaron a sujetarlo al aparato.

—¿De verdad eres el Ángel de la Noche? —preguntó Kaldrosa Wyn en voz baja mientras le cerraba el cinturón de cuero.

—Sí —respondió Kylar.

Kaldrosa se le acercó mientras le ataba la muñeca a la rueda y susurró:

—Hay doscientas cincuenta mujeres aquí que estaríamos muertas si no nos hubieses salvado de Hu Patíbulo. Nos mataría traicionar a Logan, pero si tú...

—Cumplid con vuestro deber —dijo Kylar. Cerró los ojos con fuerza.

—Gracias —musitó Kaldrosa.

En cuanto estuvo amarrado, los guardias ajustaron los pinchos. Si Kylar se sostenía como estaba, ninguno tocaría su cuerpo. Sin embargo, a medida que la rueda girase, tendría que soportar su peso por los tobillos y las manos, aferrando esas barras afiladas como cuchillos que le dejarían los dedos y las palmas hechos carne picada. En cuanto cediera, los pinchos se le clavarían en los costados, las piernas y los brazos, lo suficiente para aguijonearlo a que redoblase sus esfuerzos, pero nunca tanto que lo mataran. Al final moriría desangrado, o su corazón estallaría.

Cuando acabaron, levantó la vista una vez más y escudriñó la multitud. Distinguió a Mama K y al conde Drake. Vio a la embajadora de la Capilla, que resplandecía ligeramente a sus ojos y sin duda esperaba que ese tal
Ángel de la Noche
hiciera algo mágico de lo que dar parte, y al embajador de los lae’knaught, desapasionado, más pendiente de la reacción de Logan que del sufrimiento de Kylar. Vio a las mujeres de la Orden, horrorizadas, una llorando en silencio. Vio algunas caras conocidas de las Madrigueras: taberneros, putas, ladrones y un herborista. Vio a los nobles que se habían codeado con Kylar Stern y que lo habían ignorado.

Entonces Logan dio una señal, y la rueda retrocedió con un traqueteo y luego se quedó inmóvil sobre el agua, que salpicó los pies de Kylar.

Ah, sí, acababa de recordarlo; había más de dos maneras de morir en la rueda. El instrumento en sí estaba situado en perpendicular al flujo del Plith, de modo que aprovechaba la corriente del río para girar. Cuando Kylar estuviera boca abajo, su cabeza se hundiría en el agua lo suficiente para cubrirle la boca. Solo bastaría para ahogarlo si ya estaba inconsciente o al borde la muerte, pero el acceso de tos le haría pincharse en docenas de puntos.

Logan asintió. La rueda empezó a girar.

Capítulo 55

—Gracias por recibirme —dijo Mama K.

Salió al balcón del castillo donde estaba Logan, con su cena intacta. El rey no apartó los ojos del río. Habían pasado doce horas desde que la rueda empezó a girar. Detrás de él, el Chirríos comía haciendo ruido y, con una falta total de disimulo, robaba las galletas de Logan.

—¿Cómo iba a negarme? Cuando el shinga toca, los reyes bailan —dijo Logan con tono neutro. No se volvió.

Un ejecutor había entregado esa misma mañana la carta de Mama K, su confesión de que era el shinga del Sa’kagé. Sin embargo, la pena de Logan neutralizaba la impresión de la noticia.

Mama K se colocó a su lado junto a la barandilla. Desde esa distancia, lo único que veían era que todavía quedaban unas docenas de personas en la plataforma, la mitad de ellas guardias, y que la rueda seguía girando. La bandera con la que señalizarían que Kylar había muerto todavía no estaba izada.

—Esto lo cambia todo —dijo Mama K.

—¿Qué papel tuviste en la muerte de Terah de Graesin? —preguntó Logan.

—Ninguno —respondió Mama K—, aunque no porque no lo intentase. Yo puse a Quoglee Mars sobre la pista, con la esperanza de que descubriera que Terah había traicionado a su hermana pequeña Natassa. Llegué a disponerlo todo para que cantase la noche de la coronación. Me aseguré de que ningún guardia lo parase en cuanto hubiera empezado y tomé medidas para que Luc estuviera presente y lo oyese. Confiaba en que él matara a Terah. Una vez que fueseis rey, pensaba sostener esta conversación con vos de todas maneras, aunque planeaba esperar un mes.

—En el transcurso del cual... —empezó Logan.

—Se agotarían nuestras reservas de comida y las de los ceuríes —siguió Mama K.

—¿Y?

—Yo acudiría a vos con bastante comida para alimentar a la ciudad durante todo el invierno.

Logan la miró, sin preguntarle cómo la pensaba conseguir.

—¿A cambio de qué?

—La cuestión es, majestad, que con esto... —Hizo un gesto hacia la rueda—... habéis demostrado que tenéis integridad. La integridad escasea por estos lares, pero no cambiará esta ciudad por sí sola. Para eso necesitáis aliados y, si queréis aliados en esta ciudad, tendrán que poseer un historial cuestionable.

—¿Como tú?

—Y como el conde Drake, de quien astutamente olvidáis que también fue un alto cargo del Sa’kagé.

Logan parpadeó.

—A lo que voy es a que, si intentáis pedir cuentas a todos los funcionarios de la ciudad que alguna vez han aceptado un soborno, faltado a una confianza o quebrantado una ley, os quedaréis sin funcionarios.

—¿Qué propones? —preguntó Logan.

—La cuestión es qué proponéis vos. ¿Qué significará el reinado del rey Gyre I?

Logan miró hacia su amigo que agonizaba en la rueda a lo lejos.

—Pretendo lograr que esto signifique algo. Pretendo destruiros, a todo el Sa’kagé.

—Eso es un medio, no un fin.

—Pretendo hacer de Cenaria un gran centro de comercio y saber, un lugar que nuestro pueblo se enorgullezca de llamar suyo. Podremos defendernos a nosotros mismos. Viviremos en paz, no dominados por el miedo y la corrupción. Puede que las Madrigueras nunca estén a la altura del lado este, pero pretendo que sea posible que un hombre nazca en ellas y muera en un palacio de la orilla oriental.

—¿Y si es una mujer? —preguntó Mama K con tono liviano.

—Por supuesto —respondió él.

Mama K esbozó una modesta sonrisa.

—Suena bien. Lo acepto.

Una fugaz expresión de rabia pasó por las facciones de Logan.

—Tú ya puedes comprarte un palacio.

—Quiero que me hagáis duquesa y me concedáis las tierras de los Graesin, majestad.

—No hay arroz suficiente en el mundo para comprar eso.

Era su cólera la que hablaba. Su mejor amigo estaba muriendo. Mama K no le hizo caso.

—El Sa’kagé es un parásito pegado a la cara de Cenaria. Erradicarlo por completo es imposible, pero puede quebrantarse su poder. Quizá lleve años, y costará buena parte de vuestro tesoro y quizá vuestra popularidad. El éxito no es seguro. ¿Sois un rey capaz de mantener el rumbo surcando un río de sangre?

Logan miró girar la rueda durante un minuto entero. Después dijo con voz queda:

—Mientras me quede aliento en el cuerpo, lucharé por hacer que la muerte de Kylar signifique algo. ¿Qué harás tú si te concedo lo que pides?

—Os entregaré mi completa lealtad. Seré vuestra maestra de espías. Por último, aunque no sea ciertamente lo menos importante, destruiré el Sa’kagé.

—¿Por qué iba yo a creer que traicionarás alegremente a una organización en la que deben de figurar todos los amigos que has tenido nunca? —preguntó Logan.

—¿Amigos? El Sa’kagé nos ahorra la carga de la amistad. La verdad es que en todos mis años solo he tenido tres amigos en el Sa’kagé. Uno fue un ejecutor llamado Durzo; Kylar tuvo que matarlo por algo que hice. Otro fue Jarl, que murió intentando lo que estoy proponiendo. El último está muriendo por ello mientras hablamos. Lo que planteo es una traición, cierto, pero no una traición llevada a cabo de cualquier manera. Si hacemos esto, tendremos que mantener en secreto mi nombramiento durante una temporada. Cuando el Sa’kagé se entere de mis nuevas lealtades, se esconderán, y necesito hablar con todos los que sea posible antes de eso.

—¿Se les puede vencer? —preguntó Logan.

—No con espadas solamente.

—¿Qué puede salir mal?

—¿Queréis la versión corta o la larga? —preguntó Mama K.

—La larga.

De manera que se la expuso. Después le contó los planes que tenía ideados para contrarrestar cada una de esas adversidades. Tardó una hora. Fue sucinta y también intercaló preguntas a Logan: ¿estaba dispuesto el rey a usar ejecutores para hacer el trabajo que superase a los guardias? ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar con una amnistía? ¿Saldrían libres los ladrones? ¿Los matones? ¿Los extorsionadores? ¿Los violadores? ¿Los asesinos? ¿Qué pena les caería a quienes aceptasen sobornos en la nueva Cenaria?

—Nuestro primer golpe tendrá que ser contundente. Confiscación de fondos, arrestos, creación de empleo legítimo. Grandes zanahorias y grandes palos. Con todo, la mayor parte de nuestros planes probablemente durarán solo hasta que se desenvaine la primera espada.

Logan no dijo nada durante un buen rato.

—Si hacemos esto —dijo al fin—, no te pondré a ti a cargo de erradicar el Sa’kagé.

—¿Qué?

—No pondré tanto poder en tus manos. Podrías destruir a cualquiera con una palabra, y yo no tendría ni idea de si me decías la verdad. Rimbold Drake estará al mando. Trabajarás para él. ¿Te parece justo?

La mirada de Mama K se mantuvo fría durante un largo tiempo. Después se despejó.

—Ya veo que acatar órdenes me va a costar un poco. Sí, es justo. Quizá seáis el rey capaz de hacer esto, al fin y al cabo. Majestad, os juro lealtad. —Se arrodilló con elegancia y le tocó el pie.

—Gwinvere Kirena, de aquí en adelante establezco la Casa de Kirena, par de las grandes casas del reino. Te concedo a ti y a tu casa a perpetuidad las tierras que se extienden desde el archipiélago de los Contrabandistas en el oeste hasta el río Wy en el este, y desde las fronteras de Havermere en el norte hasta la frontera ceurí en el sur. Levantaos, duquesa de Kirena.

Ella se puso en pie.

—Majestad, falta una cosa. Ayer recibí confirmación de un informe anterior que no había creído. En ninguno de los casos mis fuentes tenían algo que ganar mintiendo. Las dos se han demostrado fiables en el pasado. No sé cómo es posible, pero creo que es cierto. No deseaba contároslo antes de que concluyéramos nuestras negociaciones particulares porque no quería que creyeseis que intentaba influir en ellas.

—Son muchos preámbulos. ¿De qué se trata? —preguntó Logan.

—Vuestra esposa no murió en el golpe, majestad. Jenine está en Khalidor. Está viva.

Other books

Three Wicked Days by Trista Ann Michaels
The Long Way Home by Louise Penny
The Adoption by Anne Berry
Doctor Who by Nicholas Briggs
All I Ever Wanted by Francis Ray
No Rules by Starr Ambrose
Enticed by J.A. Belfield
My Everything by Heidi McLaughlin