Memoria del fuego II (29 page)

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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

BOOK: Memoria del fuego II
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(167 y 208)

1867 - Querétaro
Maximiliano

El ejército de Juárez y las mil guerrillas del pueblo mexicano corren a los franceses. Maximiliano, el emperador, se desploma en el barro gritando
que viva México
.

Al final, Napoleón III le había quitado el ejército, el papa le odiaba y los conservadores le llamaban
Empeorador
. Napoleón le había ordenado administrar la nueva colonia francesa, pero Maximiliano no obedecía. El papa esperaba la devolución de sus bienes terrenales, y los conservadores creían que iba a exorcizar a México del demonio liberal, pero Maximiliano, en plena guerra contra Juárez, dictaba leyes iguales a las de Juárez.

Un carruaje negro llega a Querétaro bajo la lluvia. El presidente Juárez, el vencedor de los intrusos, se asoma al ataúd abierto y sin flores, donde yace el príncipe de lánguidos ojos azules que gustaba pasear por la alameda vestido de charro, con sombrerote y lentejuelas.

(94 y 143)

1867 – París
Ser o copiar, éste es el problema

A la Exposición Universal de París llegan los óleos sobre tela que el Ecuador envía. Todos los cuadros son copias exactas de las obras más famosas de la pintura europea. El catálogo exalta a los artistas ecuatorianos, que
si no tienen gran valor de originalidad, tienen al menos el mérito de reproducir, con fidelidad notable, las obras maestras de la escuela italiana, española, francesa y flamenca
.

Mientras tanto, otro arte florece en los mercados indios y en los suburbios populares del Ecuador. Es la despreciada tarea de manos capaces de transformar en hermosura el barro y la madera y la paja, la pluma de pájaro y la concha de mar y la miga de pan. Ese arte se llama, como pidiendo disculpas, artesanía. No lo hacen los académicos, sino las pobres gentes que comen corazones de pulga o tripas de mosquito.

(37)

Cantar del pobre en Ecuador

—¿Tienes hambre?

—Sí.

—Come calambre.

Mata un mosquito,

chupa la sangre

y guarda el mondongo

para fiambre.

(65)

1869 - Ciudad de México
Juárez

En piedra de Oaxaca ha sido tallada la cara de este indio mexicano que venció al papa de Roma y al tercer Napoleón. Sin sonrisas ni palabras, siempre de frac y cuello alto, siempre de negro, Benito Juárez es una roca rodeada por un coro de doctores que giran a su alrededor discurseando y declamando y recitando, letrados ilustrados dotados de picos de oro y doradas plumas.

México tenía más sacerdotes que maestros y la Iglesia era dueña de la mitad de todo cuando Juárez llegó al poder y los liberales recetaron su pócima civilizadora al país enfermo de ignorancia y atraso. La terapia de la modernización exige paz y orden. Es preciso acabar con las guerras que matan más gente que el paludismo o la pulmonía, pero la peste de la guerra acosa a Juárez sin cuartel. Primero fue la guerra contra los frailes y los conservadores y después la guerra contra los invasores franceses; y desde entonces la guerra contra los caudillos militares, héroes que se niegan a jubilarse, y contra los indios que se niegan a perder la tierra de sus comunidades.

Los liberales mexicanos profesan ciega fe en el sufragio universal y en la libertad de expresión, aunque el sufragio sea privilegio de pocos y sean pocos los que se expresan. Creen en la salvación por la educación, aunque las escasas escuelas estén todas en las ciudades, porque los liberales se entienden mejor, al fin y al cabo, con las musas que con los indios. Mientras crecen los latifundios, ellos sueñan con emprendedores granjeros fecundando los eriales, y sueñan con rieles milagrosos, humo de locomotoras, humo de chimeneas, ideas y gentes y capitales que traerán el progreso desde Europa.

El propio Juárez, hijo de indios zapotecas, está convencido de que si México copia las leyes norteamericanas, crecerá como los Estados Unidos, y si consume productos ingleses se convertirá en una nación industriosa como Inglaterra. Importando ideas francesas, cree el vencedor de Francia, será México una nación ilustrada.

(142, 143 y 316)

1869 - San Cristóbal Las Casas
No están mudos la tierra ni el tiempo

Vibra la tierra de tanto que charlan los muertos debajo. La fosa parece plaza en día de mercado. Celebran novedades los mayas caídos en las viejas rebeliones de Chiapas. Aquí se ha peleado a lanza y hacha desde el lejano día en que el primer usurpador, hijo de mujer y perro, se abalanzó sobre las tierras de las comunidades. Hablan entre sí los muertos, diciendo alegrías, y a través del sueño felicitan a los vivos y les dicen verdades que el oído ignora.

Nuevamente se han alzado los indios de aquí. Los indios, esclavos por deudas, arrasan haciendas y queman cárceles y defienden las últimas tierras que tienen en comunidad y que en comunidad trabajan a pesar del gobierno de Juárez.

Los dioses de la montaña celebran también. Ellos son los que desvían al ventarrón cuando trae enfermedad o codicia.

(155 y 274)

1869 - Ciudad de México
Juárez y los indios

Por revoltoso, por bandido, por rabioso socialista
, fue fusilado, hace un año, Julio López. A la cabeza de los indios de la región de Chalco, Julio López había jurado guerra a los ricos y se había alzado reclamando las tierras usurpadas.

A los indios prisioneros en Chalco, les han puesto uniformes de soldados y los han obligado a pelear contra los indios alzados en Yucatán. Los
pacificados
de cada guerra se hacen
pacificadores
en la siguiente, rebeldes vencidos y forzados a matar rebeldes, y así el gobierno del presidente Juárez va enviando tropas contra los mayas de Yucatán y los mayas de Chiapas, los coras de Nayarit y los tarascos de Michoacán, los yaquis de Sonora y los apaches del norte.

Por recuperar las tierras de sus comunidades, los indios voltean las mojoneras de las haciendas: caen los primeros muertos y ya se vuelve el aire puro humo de pólvora. La Constitución de Juárez quiere convertir a los indios en pequeños propietarios y trabajadores libres. Las leyes de Juárez prohíben el cepo y los grillos, la esclavitud por deudas y los salarios de hambre. La realidad, mientras tanto, arranca a los indios las tierras que todavía poseían en común y los hace esclavos de latifundios o mendigos de ciudades.

Benito Juárez nació en la sierra, entre las rocas que se le parecen, a orillas del lago de Guelatao. Aprendió a nombrar el mundo en una de las cien lenguas indias de México. Después, al amparo de un hombre piadoso, se hizo doctor.

(142 y 274)

1869 - Londres
Lafargue

Cuando Paul Lafargue se lanzó al asalto de Laura Marx, el fundador del socialismo científico estaba terminando de corregir el primer tomo de
El capital
. A Karl Marx no le cayeron nada bien las ardientes embestidas del cubano, y le exigió
maneras inglesas más tranquilas
para hacer la corte a su hija de ojos verdes. También le exigió garantías económicas. Expulsado de Alemania, Francia y Bélgica, Marx había pasado tiempos muy duros en Londres, mordido por las deudas, a veces sin un penique para comprar el diario, y las miserias del exilio le habían matado tres hijos.

Pero no pudo espantar a Lafargue. Siempre supo que no podría. Lafargue era muy joven cuando Marx y él empezaron a pelearse y a quererse. Y del mestizo cubano nace ahora el primer nieto de Marx, biznieto de una mulata de Haití y de una india de Jamaica.

(177 y 279)

1869 - Acosta Ñú
Cae el Paraguay, aplastado bajo las patas de los caballos,

y caído pelea. Con campanas de iglesias se hacen los últimos cañones, que disparan piedras y arena, mientras embisten hacia el norte los ejércitos de la Triple Alianza. Los heridos se arrancan los vendajes, porque más vale morir desangrándose que servir al ejército enemigo o marchar a los cafetales brasileños con la marca de hierro de la esclavitud.

Ni los sepulcros se salvan del saqueo en Asunción. En Piribebuy, los invasores arrasan las trincheras, defendidas por mujeres, mutilados y viejos, y prenden fuego al hospital con los heridos adentro. En Acosta Ñú, resisten la ofensiva batallones de niños disfrazados con barbas de lana o hierba.

Y sigue la carnicería. Quien no muere de bala, muere de peste. Y cada muerto duele. Cada muerto parece el último, pero es el primero.

(61 y 254)

1870 - Cerro Corá
Solano López

Esta es una caravana de muertos que respiran. Los últimos soldados del Paraguay peregrinan tras los pasos del mariscal Francisco Solano López. No se ven botas ni correajes, porque se los han comido, pero tampoco llagas ni harapos: son de barro y hueso los soldados que deambulan por los bosques, máscaras de barro, corazas de barro, carne de alfarería que el sol ha cocinado con el barro de los pantanos y el polvo rojo de los desiertos.

El mariscal López no se rinde. Alucinado, la espada en alto, encabeza esta última marcha hacia ninguna parte. Descubre conspiraciones, o las delira, y por delito de traición o de flaqueza manda matar a su hermano y a todos sus cuñados y también al obispo y a un ministro y a un general… A falta de pólvora, las ejecuciones se cumplen a lanza. Muchos caen por sentencia de López, y muchos más por extenuación, y en el camino quedan. La tierra recupera lo que es suyo y los huesos dan el rastro al perseguidor.

Las inmensas huestes enemigas cierran el cerco en Cerro Corá. Derriban a López a orillas del río Aquidabán y lo hieren a lanza y lo matan a espada. Y de un tiro lo rematan, porque ruge todavía.

(291)

Elisa Lynch

Rodeada por los vencedores, Elisa cava con sus uñas una fosa para Solano López.

Ya no suenan los clarines, ni silban las balas, ni estallan las granadas. Las moscas acribillan la cara del mariscal y le acometen el cuerpo abierto, pero Elisa no ve más que niebla roja. Mientras abre la tierra a manotazos, ella insulta a este maldito día; y se demora el sol en el horizonte porque el día no se atreve a retirarse antes de que ella termine de maldecirlo.

Esta irlandesa de pelo dorado, que ha peleado al mando de columnas de mujeres armadas de azadas y palos, ha sido la más implacable consejera de López. Anoche, al cabo de dieciséis años y cuatro hijos, él le dijo por primera vez que la quería.

(25)

El guaraní

Del Paraguay aniquilado, sobrevive la lengua.

Misteriosos poderes tiene el guaraní, lengua de indios, lengua de conquistados que los conquistadores hicieron suya. A pesar de prohibiciones y desprecios, el guaraní es la lengua nacional de esta patria en escombros y lengua nacional seguirá siendo aunque la ley no quiera. Aquí el mosquito se seguirá llamando
uña del Diablo y caballito del Diablo
la libélula. Seguirán siendo
fuegos de la luna
las estrellas y el crepúsculo
la boca de la noche
.

En guaraní han pronunciado los soldados paraguayos su santo y seña y sus arengas, mientras duró la guerra, y en guaraní han cantado. En guaraní callan, ahora, los muertos.

(152)

1870 - Buenos Aires
Sarmiento

El presidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento, recibe el parte militar de la victoria en Paraguay. Ordena a la banda de música que toque serenatas y escribe:
Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana.

Sarmiento, fundador de la Sociedad Protectora de Animales, predica el racismo sin pelos en la lengua y lo practica sin que le tiemble la mano. Admira a los norteamericanos,
exentos de toda mezcla de razas inferiores
, pero de México al sur no ve más que barbarie, mugre, superstición, caos y locura. Esas tinieblas lo aterran y lo fascinan: él se lanza al ataque con un sable en una mano y un candil en la otra. Como gobernador y presidente, multiplica los cementerios y las escuelas y fomenta las nobles virtudes del degüello, el ahorro y la lectura. Como escritor, publica prosas de mucho talento a favor del exterminio de gauchos, indios y negros y su sustitución por blancos labriegos del norte de Europa, y en defensa del uso del frac y del corte de pelo a la inglesa.

(310 y 311)

1870 - Río de Janeiro
Mil candelabros multiplican luces en los espejos

y los zapatos de seda dibujan círculos de valses sobre el lustroso suelo del palacio del barón de Itamaraty. La pareja imperial atraviesa las nubes de invitados, de salón en salón, incesantes besamanos y tintineos de cristales, y a su paso los sones marciales y los estruendosos vítores interrumpen el baile. Parecen pingüinos los caballeros y mariposas las damas, ceñidas por los miriñaques, desplegando encajes; y más de una luce senos europeos, importados por mademoiselle Arthémise, que acompañan perfectamente el movimiento ondulatorio de la respiración. Con champaña francés y música de moda, el Brasil celebra el arrasamiento del Paraguay.

Los carruajes que acuden a la fiesta se cruzan con las caravanas de negros cargados de pestilentes ollas y barriles. Nubes de moscas persiguen la procesión hacia las playas de Río de Janeiro. Cada anochecer, los esclavos arrojan la mierda de los amos a las aguas de la bella bahía.

(204)

Mauá

Mientras festejan la aniquilación del Paraguay, los países vencedores disputan el mapa del vencido a mordiscones.

En Río de Janeiro, alguien asiste con el ceño fruncido a las burbujosas celebraciones y se encoge de hombros cuando escucha hablar de las nuevas fronteras. Irineo Evangelista de Souza, barón de Mauá por gracia del emperador Pedro II, nunca quiso esta guerra. Desde el principio presintió que sería larga y desangradora y que también la perdería quien la ganara. ¿Laureles para el imperio del Brasil? ¿La paz iluminada por la gloria? ¿El imperio prosperando como si la guerra nunca hubiera sido? El barón de Mauá, socio brasileño de los Rothschild de Londres, sabe ahora que los exterminadores deben a la banca británica el doble de lo que debían. Dueño de grandes plantaciones, Mauá sabe que los cafetales han perdido en los campos de batalla muchos miles de esclavos negros. Acostumbrado a financiar los presupuestos y a emitir la moneda de los países vencedores, Mauá sabe también que se han empapelado de vales que nada valen. Y quizás sabe, quién sabe, que esta guerra recién terminada es el comienzo de su ruina personal, que los acreedores terminarán por arrancarle hasta los lentes de oro y que en sus últimos años volverá a ser aquel niño tan sólito que un navegante había abandonado en los muelles de Río.

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