Memorias (18 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

BOOK: Memorias
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—Bueno, pues era cuatro años más joven de lo que eres tú ahora.

Gertrude tenía un hermano, John, que cuando nos casamos tenía diecinueve años. Nunca llegué a entenderle. Era un poco más alto que yo, tenía un buen cuerpo y era muy guapo. Para mí, se parecía tanto a Cary Grant como su hermana a Olivia de Havilland.

John era bastante inteligente y, al parecer, le gustaba humillar a los amigos de Gertrude cuando los invitaba a su casa de vez en cuando. Aparentemente, uno de los pocos puntos a favor que Gertrude halló en mí fue que John no podía conmigo. (Ni siquiera me di cuenta de que lo estaba intentando.)

A mí me extrañó que John fuera un depresivo sin que, a mi entender, hubiera ningún motivo para su depresión. Era obvio que, a pesar de su aspecto y de su inteligencia, padecía de falta de autoestima. En realidad, a Gertrude le sucedía lo mismo.

Respecto a esto, tengo una teoría. Creo que su madre, a la que John amaba con locura, le había forzado a subir a un nivel por encima de su capacidad. Se sentía incapaz de alcanzar los objetivos que se esperaban de él o de resignarse a otros objetivos inferiores. No pudo entrar en la Facultad de Medicina y se hizo dentista, así que acabó convirtiéndose, según su madre, en un "doctor de cirugía mental". Pero nunca tuvo una consulta propia.

Se interesó por la psiquiatría de Jung y fue a Suiza para estudiar psicoanálisis, pero volvió al cabo de bastante tiempo sin terminar el curso. Y nunca se casó.

Gertrude era seis años mayor que John (había nacido el 16 de mayo de 1917) y fue muy mimada por su madre hasta que él nació. John era un chico y Gertrude se convirtió de inmediato en ciudadana de segunda, lo que le causó una gran conmoción. Además, ella me dijo que su madre insistía en decirle que no era guapa para que no se volviera vanidosa. No es extraño que la pobre Gertrude careciera de autoestima.

Recuerdo que en cierta ocasión, durante una discusión entre Gertrude y yo, cuando me quejé de su actitud innecesariamente pesimista hacia la vida, me dijo:

—Cualquiera que estuviera casado contigo se deprimiría.

A lo que respondí:

—Pero tu hermano John es todavía más depresivo que tú y no está casado conmigo. ¿No hay nada que tengáis los dos en común?

Gertrude comprendió lo que quería decir. Tuvo que hacerlo, porque se puso furiosa.

Mi suegra y yo no nos llevábamos bien. Ella no podía dominarme. No se lo permití nunca. Supongo que mi evidente antagonismo hacia ella se contabilizó como un punto negativo.

También le molestaba que mi éxito social pareciera proyectar una sombra sobre su querido hijo, a quien siempre llamaba Sonny, en lo que a mí me parecía un intento deliberado de mantenerle en estado infantil. Una vez, me dijo con arrogancia:

—Mi hijo es un artista, no un hombre de negocios como tú.

A lo que repliqué:

—Soy profesor de universidad y novelista, ¿no es lo bastante artístico para usted? (Lo era; otro punto negativo.)

Los consejos profesionales de Mary a su marido, quien los seguía sin rechistar, fueron desastrosos. Cediendo a sus ruegos, Henry dejó su trabajo después de la Segunda Guerra Mundial y abrió su propia consulta, que fracasó enseguida. No obstante, Mary siempre insistió en declinar toda responsabilidad y echó la culpa al pobre e inocente Henry.

Yo fui el único miembro de la familia que protestó e intentó hacer responsable del desastre a la verdadera culpable, y eso añadió más puntos negativos en mi contra.

Pero demos a cada uno lo suyo. No he conocido a nadie que cocine mejor que Mary Blugerman. Cuando comía su pollo relleno asado, o su budín de pasta con trocitos de hígado o su
strudel
, estaba dispuesto a perdonárselo todo. Esto significaba que Gertrude, que había aprendido de su madre, también era una buena cocinera, aunque no tanto.

39. NAES

En la primavera de 1942, Robert Heinlein trató de reclutarme para trabajar en la Naval Air Experimental Station de Filadelfia, junto con Sprague de Camp. Me puso en un auténtico dilema, ya que tenía argumentos convincentes tanto para aceptar como para rechazar su oferta.

En contra de ir a Filadelfia estaba el hecho de que yo no quería ir a ninguna parte. Quería quedarme en casa. Con veintidós años, aún tenía miedo de ocuparme de mí mismo. Segundo, quería seguir haciendo mi doctorado; no deseaba interrumpirlo durante un período indefinido, tal vez para siempre.

Pero los argumentos para aceptar ir a Filadelfia eran más consistentes. De todas formas, no estaba seguro de que me dejaran terminar mi tesis doctoral. Los primeros meses después de Pearl Harbor no habían sido muy buenos para Estados Unidos y, aunque en Europa las tropas de la Unión Soviética se habían replegado y resistían frente al ejército alemán, esto podía ser el fin de la resistencia soviética.

Muchos jóvenes estadounidenses iban a ser llamados a filas y yo no podía alegar que mi doctorado era más importante que la guerra. Si trabajaba para la NAES, mi ocupación podría aplicarse directamente a la guerra, y sabía que un químico bastante capaz haría muchas más cosas que un soldado de infantería muerto de miedo y, probablemente, el gobierno pensaría lo mismo.

Otro argumento a favor de Filadelfia era que se trataba de un trabajo. Quería casarme con Gertrude, pero ¿cómo iba a mantenerla? Había ahorrado cuatrocientos dólares, que me parecía mucho, pero necesitaba un trabajo que me proporcionara unos ingresos continuos y seguros. El trabajo que me ofrecía Heinlein me proporcionaría dos mil seiscientos dólares al año. Sería suficiente.

Mis deseos de casarme ganaron. Me trasladé a Filadelfia el 13 de mayo de 1942 y me las arreglé para vivir solo durante diez semanas (con visitas de fin de semana a Nueva York para ver a Gertrude). Después de casarme pasé una semana de luna de miel en Allaben Acres, en los montes Catskill.

Allí me las arreglé para demostrarle a Gertrude mi inteligencia cuando me presenté voluntario a un concurso y le aseguré que lo ganaría. Se sentó sola, en la terraza, para evitar que alguien viera su turbación cuando yo perdiera, pero, por supuesto, vencí. Me gané la antipatía de la mayor parte de la gente del hotel porque cuando me puse de pie para responder a las preguntas, muy ansioso por no humillar a Gertrude, la tensión de mi cara fue interpretada como estupidez, y todo el mundo se rió. (No se rieron de nadie más.) Cuando gané, tomaron una actitud de enfado: no tenía derecho a parecer estúpido y engañarlos.

Después de la luna de miel llevé a mi mujer a Filadelfia y alquilamos un apartamento (y después otro mejor) por algo más de cuarenta dólares al mes. Descubrí que, después de todo, no me importaba estar fuera de casa, porque con Gertrude me sentía como en mi propia casa. Por desgracia, a Gertrude no le pasaba lo mismo. El apartamento era pequeño, no tenía aire acondicionado (en esa época casi ninguno lo tenía), ni siquiera podíamos establecer corrientes y padecimos uno de esos veranos calurosos y húmedos de Filadelfia. Gertrude tenía que quedarse en casa pasando calor mientras yo trabajaba en un laboratorio con aire acondicionado. Se quejaba con amargura, tanto más porque echaba de menos a su madre y su antigua casa.

Todas las semanas íbamos a Nueva York. Salíamos el viernes por la tarde, yo volvía el domingo por la tarde y ella se quedaba hasta el miércoles, y su madre hacía todo lo posible para que estuviera cómoda y para que así se sintiera más desdichada en Filadelfia. Todas las semanas yo creía que no volvería, pero siempre lo hizo. De todas maneras, no tenía ninguna posibilidad de hacerla feliz y eso, a veces, me desesperaba.

Permanecí en la NAES durante tres años y cuatro meses, de 1942 a 1945. Espero que mi trabajo fuera útil para la guerra; me decían que lo era.

El trabajo evitó que me llamaran a filas durante ese período y no pude dejar de observar que había una gran cantidad de jóvenes de mi edad (y en mejores condiciones físicas) que también trabajaban allí y a los que no parecía importarles lo más mínimo el no ser llamados a filas. Siempre consciente de mi falta de valor, me sentía eternamente atrapado entre el deseo de permanecer fuera del ejército y la pena por estar fuera de él. A la larga, no necesito decirlo, el deseo venció a la pena, sobre todo desde que me enamoré perdidamente de Gertrude y no podía soportar la idea de dejarla.

La estancia en la NAES no resultó nada feliz. En conjunto, era un fracaso completo. Estoy convencido de que si no hubiera habido guerra y no hubiera estado en el cuerpo de funcionarios del estado, y por tanto sujeto a la increíble inercia con que éste funciona en todos los países, me habrían despedido. Por el contrario, recibí enseguida un ascenso, que aumentó mi sueldo de dos mil seiscientos dólares a tres mil doscientos al año, y eso fue todo. Me hicieron ver claro, sin decirme nada realmente, que no debía esperar nada más.

¿Por qué? Lo de siempre. Estoy seguro de que usted está harto de oírlo (lo extraño es que yo no estuviera harto de vivirlo): no me llevaba bien con mis superiores. Por supuesto, años después, algunos de ellos, los que sobrevivieron, me trataron con mucho afecto y yo también fui muy amable con ellos (¿por qué no?), pero seguramente todos somos lo bastante cínicos como para saber lo poco que esto significa. Cuando trataban conmigo durante la guerra, yo era el "problema" del laboratorio.

Cuando lo recuerdo, lo que realmente me asombra es que no me esforzara más por aplacar a los poderes fácticos. Después de todo, por primera vez no estaba solo. Podía minimizar el fracaso de no conseguir un aumento de sueldo argumentando que se trataba de un trabajo temporal y que un futuro bastante más prometedor se abriría ante mí. Pero tenía que enfrentarme a Gertrude con la evidencia del fracaso, y a ella le molestaba que los demás ganaran más que yo. Yo solía decir: "Quédate conmigo, nena, y dentro de diez años estarás cubierta de diamantes." Aunque después me dijo que me había creído, en esa época no parecía muy impresionada.

¿Y mi obra literaria?

La presión de un trabajo de seis días a la semana y mi deseo de pasar con Gertrude todo el tiempo libre del que disponía redujeron drásticamente mi trabajo literario. De hecho, en mi primer año en la NAES no escribí nada. A pesar de todo, ni siquiera el trabajo y el matrimonio pudieron refrenar mi impulso de escribir y en 1943 empecé a hacerlo de nuevo.

Había escrito un relato llamado
Foundation
, que apareció en el número de mayo de 1942. de
ASF
. También escribí una continuación llamada
Bridle and Saddle
, que se publicó en el número siguiente. Esta última es la narración en la que me encontré bloqueado cuando Fred Pohl me ayudó a seguir adelante en el puente de Brooklyn. Apareció en los quioscos el mismo mes en que empecé a trabajar en la NAES.

Éstas dos fueron mis entregas de la Fundación y cuando volví a escribir mientras estaba en la NAES, publiqué cuatro relatos más, continuación de éstos que aparecieron en
ASF
durante la guerra. Fueron
The Big and the Little
,
The Wedge
,
The Dead Hand
y
The Mule
.

Ahora explicaré el significado de todo esto.

Ya he hablado de mi temprano interés por la historia, mi deseo de especializarme en este campo e incluso de hacer un doctorado. Dejé todo esto de lado porque creí que no funcionaría bien. En vez de eso, me dediqué a la química, pero mi interés por la historia permaneció.

Me encantan las novelas históricas (si no contienen ni demasiada violencia ni demasiado sexo sucio) y todavía las sigo leyendo siempre que puedo. Naturalmente, igual que mi amor por la ciencia ficción me llevó al deseo de escribir ciencia ficción, mi afición por las novelas históricas me indujo a querer escribir novelas históricas.

Pero para mí era imposible escribir una novela histórica. Requería una enorme cantidad de lectura e investigación y no podía perder tanto tiempo haciéndolo. Quería escribir.

Así que se me ocurrió que podría escribir una novela histórica si me inventaba mi propia historia. En otras palabras, podría escribir una novela histórica del futuro, una historia de ciencia ficción que se leyera como una novela histórica.

No pretendo haber inventado la idea de escribir historias del futuro. Se había hecho en muchas ocasiones; el más acertado y asombroso era el escritor británico Olaf Stapledon, que escribió
First and Last Men
y
Hacedor de estrellas
. Pero estos libros se leen como relatos y yo quería escribir una novela histórica, un relato con diálogos y acción, igual que cualquier otro de ciencia ficción, aunque no sólo trataría de tecnología sino también de problemas políticos y sociológicos.

Intenté hacerlo en 1939, cuando escribí
Pilgrimage
. Era horrible y Campbell no tenía nada que hacer con él. Por fin lo vendí a
Planet Stories
, con el título de (elección del editor y no mía)
Black Friar of the Flame
y apareció en el número de primavera de 1942. Probablemente es el peor relato que jamás haya publicado y el que tiene peor título. (Lo corregí siete veces antes de venderlo y cada revisión lo empeoró. Desde entonces casi no corrijo mis obras, excepto en circunstancias realmente extraordinarias.)

Esto me desalentó bastante, pero el deseo de escribir una novela histórica del futuro seguía rondándome. Acababa de leer por segunda vez
Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano
, de Edward Gibbon, y se me ocurrió que podía escribir una novela sobre la decadencia del Imperio galáctico. El 1 de agosto de 1941 se lo comenté a Campbell y la idea le entusiasmó. No quería sólo una novela, sino una gran saga, sin límite previo, de la caída del Imperio galáctico, la Edad oscura que le sigue y el resurgimiento de un Segundo Imperio galáctico, todo mediante la ciencia inventada denominada "psicohistoria", que permitía a los psicohistoriadores capacitados prever los movimientos de masas de la historia del futuro.

Dio la casualidad de que la serie de la Fundación resultó ser mi obra más popular y mi mayor éxito, y la continuación de estos relatos en los años ochenta, después de una larga interrupción, tuvo todavía más éxito y fue aún más popular. Estas narraciones contribuyeron más que ninguna otra a hacerme más rico y famoso de lo que nunca podría haber imaginado. La mayor parte de la serie de la Fundación la escribí mientras era un completo fracaso en la NAES.

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