Metamorfosis en el cielo (5 page)

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Authors: Mathias Malzieu

Tags: #Fantástico, romántico

BOOK: Metamorfosis en el cielo
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La noche me oculta mientras trepo por la escalera de incendios con mucho cuidado para no dejar ningún rastro de mi paso. Actúo como un ladrón de sueños; tendré que robar una cantidad suficiente para aguantar todo el día que sucederá a esta noche. Una melodía se escapa de la pajarera. A cada peldaño que subo el volumen aumenta. Trinos salpimentados de armonías salvajes. Parece una orquesta de silbidos. Empujo la pesada trampilla, que chirría igual que las articulaciones de un gigante de cuatro metros cincuenta. Entonces descubro un pequeño piano de cola de madera roja. Bajo la tapa, una docena de jilgueros cabecea, cómodamente instalados en los martillos de fieltro. Están colocados por orden de altura. Endorfina balancea sus posaderas de ángel rojo en un taburete de algodón. Sus dedos acarician las teclas y sus pies accionan los pedales simultáneamente. Cada nota desencadena un trino distinto. Mi mirada se sumerge entre las plumas que adornan el bamboleo de sus caderas.

Endorfina empieza a cantar acompañando al piano de pájaros. Su voz juega a la montaña rusa: susurra, ulula, salpica la letra de gritos. Opera para pájaros en
la
menor. La mujer pájaro acelera el ritmo y golpea las teclas con más fuerza cada vez. Los pájaros se sobresaltan, echan a volar despavoridos. Cuando todos los jilgueros han abandonado el barco, Endorfina canta
a cappella,
solo la acompaña el batir de alas. Luego vuelve el silencio. Los pájaros se instalan de nuevo en los martillos de fieltro. Entonces la sacude un escalofrío, aplasta la colilla con un movimiento sensual del tacón de aguja y se vuelve hacia mí.

—Estos pájaros han aprendido a memorizar sus respectivas notas y al mismo tiempo conservan toda su libertad de interpretación. Gorjean a coro de una forma tan natural como un pájaro haciendo el acompañamiento al amanecer. Si usted quiere aprender a volar con la misma naturalidad con la que estos pájaros cantan, tendrá que actuar igual que ellos. Ésta será la primera fase de su iniciación hacia una segunda vida.

—¿Me encerrará en un piano para que cante cuando a usted... le dé por cantar?

—No, eso no será necesario. No obstante, cantar es un excelente ejercicio para entrenarse en el despegue. La respiración específica de los vocalistas flexibiliza el diafragma. El canto le permite a uno relajar el cuerpo y al mismo tiempo focalizar la atención sobre lo que quiere obtener.

—¿Cómo?

—Cuando uno canta se abre a las emociones que le traspasan y a la vez se mantiene conectado a las notas que quiere alcanzar para formar una melodía, ¿no es así?

—De acuerdo...

—Pues bien, para volar es lo mismo, salvo que en lugar de notas de música tendrá que tocar una partitura de placer.

—¿Es decir...?

—La idea consiste en que piense con todas sus fuerzas en lo que mayor bien le procure, en lo que más ama o amará... Se lo demostraré.

Endorfina se cala un Camel
light
entre los rubíes que le sirven de labios y exhala un cúmulo para Playmóbiles. Me gustaría ser un Camel
light
: rodar entre sus dedos, atravesar su paladar de princesa, transformarme en humo ligero y descender haciendo rápel por su esófago, lamer sus senos desde dentro antes de acabar convertido en una flor de alquitrán plantada en sus pulmones.

—¿Todo bien?

—Sí, sí... Me entrenaba pensando en qué podría hacerme despegar.

—¿Quiere un cigarrillo?

—No, gracias, no fumo.

—Bueno. Mire y escuche.

Se apoya en una tecla y un pájaro emite una bonita nota, luego acerca sus delicados dedos al cantor y lo acaricia. Comienza debajo del pico y desciende hasta la entrepata. El pájaro empieza a lanzar un trémolo vibrante, afina la primera nota y sube una octava mientras el movimiento de los dedos de Endorfina acelera el concierto.

—¡Excita a los pájaros!

—Inmediatamente las palabras grandilocuentes... Yo actúo para que los cuerpos drenen de la mejor manera posible la endorfina que segrega el cerebro. Y de paso, les ofrezco una pequeña dosis suplementaria.

—Acepto el trato.

—Pero si todavía no le he expuesto las condiciones...

—Acepto cualquier condición.

—Con eso no basta.

—Valoro la espontaneidad con la que se entrega, sin embargo, aún no sabe lo suficiente para tomar semejante decisión. No se trata de aprender a volar como quien se apunta a un curso de parapente, sino de metamorfosearse. Transformarse en pájaro, en cuerpo y alma. Abandonar la vida humana por una nueva aventura animal. Y eso le traerá consecuencias... Pero lo salvará.

—La escucho.

—Las metamorfosis son hereditarias, toda mi familia es como yo. Se transmiten a través del acto amoroso. El origen de este fenómeno se remonta a mi tátara tatarabuelo.

—¿A su tátara tatarabuelo?

—Un médico inventor de aquellos que había en el siglo dieciocho, al que siempre le fascinó el arte de las metamorfosis; en su opinión, la única forma de permanecer plenamente vivo. Un constante lector de Ovidio que trabajó toda su vida para dar vida al concepto que desarrolló el poeta latino. Convertirse en un ser híbrido entre humano y animal permite exacerbar los sentidos. Cuando se enamoró de mi tátara tatarabuela, ella se convirtió en la primera mujer pájaro de la familia.

Endorfina enciende de nuevo el pitillo con nerviosismo, escupe unas cuantas nubes a modo de pausa y reanuda el relato.

—Esta clase de mutación es muy violenta. Uno se cuestiona todo, la mente se convierte de alguna manera en un trozo de celuloide sumergido en un baño de líquido de revelado del que nadie conoce la composición. El chute de adrenalina es tan intenso que puede provocar crisis cardíacas y, teniendo en cuenta su estado de salud, yo no puedo garantizar que sobreviva. El éxito de la transformación también dependerá de su capacidad para dejarse poseer por otro yo, su verdadero yo. Esto lo lleva a superarse. Si la metamorfosis concluye con éxito, estará salvado, porque también hará que desaparezca la enfermedad.

—Créame, no tengo nada que perder.

—Sí, su humanidad, podría desaparecer. Nadie reacciona de la misma manera, cada persona genera sus propios efectos secundarios. Su enfermedad le impedirá desarrollar una transformación mixta. Yo soy mitad mujer, mitad pájaro; me transformo todas las noches y vuelvo a ser humana por la mañana. Cuando mi cuerpo de mujer envejezca, irá desapareciendo progresivamente a beneficio del del pájaro. El día que muera, me convertiré en pájaro completamente. Pero en su caso, el cáncer le impedirá esa progresión natural. Sólo una mutación completa le permitirá escapar de la muerte.

—Eso no me asusta.

—¡Precisamente, eso es lo que me preocupa! Sé de lo que es capaz. Y también de lo que es incapaz.

En este instante me siento el más fuerte y el más frágil de los hombres.

—También heredará los puntos fuertes y las debilidades del pájaro en el que se convierta.

—¿Se puede elegir?

—Inconscientemente, se elige. Uno se convierte en lo que es.

—¿Lo cual quiere decir que podría verme dentro del cuerpo de un pobre pájaro bobo que ni siquiera sabe volar?

—No es del todo imposible... Pase lo que pase, en el mejor de los casos se convertirá en algo raro ante los ojos de los humanos. Podrá causar fascinación o pavor.

—Pues como todos los humanos que intentan construir algo diferente, ¿no?

—Sí, pero en proporciones infinitamente más peligrosas. Por eso, si decide arriesgarse a esta metamorfosis, es muy importante que jamás hable de ella; tanto por su propio bien como por el mío.

—Sé guardar un secreto.

—Ya dispone de elementos para reflexionar antes de dar el gran salto... Yo tenía un tío anciano que se convirtió en caballo y no pudo soportar vivir escondido. Era un enorme caballo pinto de ojos grises que estaba perdiendo la vista. Una noche, decidió salir a la aventura por los hermosos barrios parisienses. Anduvo vagando y apenas frenó su galope una lluvia torrencial que hacía crujir el cielo. Aún lo oigo exclamar fascinado: «¡Ay!, ¡no sabes qué bella es la Torre Eiffel cuando lleva puesto su vestido de destellos!». Creo que había decidido verla iluminada por última vez antes de que la noche cayera sobre sus ojos grises para siempre. Desgraciadamente, un caballo corriendo por las calles de París... La gente lo perseguía en coche, hacían sonar el claxon por diversión o porque les molestaba que se saltara los semáforos y lo esquivaban por escaso margen. Alguien intentó subir a su grupa y acabó lanzado violentamente: mi tío nunca soportó que lo montaran. La muchedumbre se puso cada vez más agresiva. Diez minutos después de medianoche, la bella Eiffel se apagó. La plaza de Trocadero brillaba como un lago helado. Él casi no veía. Sus cascos derraparon en la calzada empapada. Mi tío se empotró contra los pies de su metálica dulcinea. A la mañana siguiente, su cuerpo yacía cubierto de rocío. Parecía sonreír. Nadie se atrevía a acercarse al cadáver inmenso. Los niños querían hablarle, los hombres fotografiarlo, las mujeres tocarlo.

»Le cuento todo esto para demostrarle que tras la metamorfosis no puede jugarse a dos bandas. Mostrarse en pleno día resulta peligroso y nos expone a situaciones de rechazo. Más vale proteger el secreto. Uno está completamente solo. Y se siente mucho frío pues la soledad es inmensa.

—¿En su familia todos terminan así?

—No, afortunadamente, algunas historias acaban bien. Por ejemplo, la de la mujer cigüeña que se ocultaba en medio del bosque. Durante una fase de metamorfosis, un cazador le disparó. Cuando el hombre se disponía a rematarla, ella empezó a hablarle dulcemente y le suplicó que le salvara la vida. El cazador la llevó a su casa y la curó. La cuidó tan bien que acabaron enamorándose.

—¿Cómo están ahora?

—Igual de enamorados pero más viejos... Son mis padres.

—No obstante, usted acaba de divulgar el secreto, ¡creía que no había que hablar de ello nunca!

—Esto es un acto de confianza. Si desea que ponga en marcha su metamorfosis, tendrá que pagarme con la misma moneda.

El chirrido del columpio salpica sus palabras como el redoble de un tambor. De pronto, Endorfina parece una niña perdida que no puede detener la máquina que agita sus pestañas compulsivamente. Por primera vez me mira a los ojos.

—¿Aceptaría hacerme un hijo?

En el silencio que reina el viento recupera sus derechos. Empieza a soplar a través de las ramas del abeto enorme que linda con el hospital.

—El amor físico es la única vía de transmisión posible... Por tanto, tendrá que prestarse a la eventualidad de convertirse en padre —dice Endorfina con una voz tan aflautada que sus palabras desaparecen al contacto de la brisa—. Y además me haría muy feliz, incluso me sentiría colmada...

El efecto sorpresa me congela la mente. Corazón y cerebro cortocircuitados. Un soplador de vidrio intenta dar forma a mis pensamientos, empiezo a sentir las chispas.

Dije que no tenía miedo, pero creo que mentí.

—Ya le había advertido, el pacto faustiano es una minucia en comparación con el trato que le propongo: su vida a cambio de una vida nueva.

Estoy tan sonado como una campana después de las doce campanadas de medianoche.

—No he encontrado a nadie al que no le asuste una pájaramujer que, además, desea tener un hijo.

Endorfina acaricia su vientre de plumas igual que una cartomante la bola de cristal. Consigue mantener el aplomo, más o menos, encendiéndose un pitillo. Un largo silencio se enreda en el humo del Camel
light
.

Ella lo rompe con su voz metálica.

—Entonces, ¿qué me dice? Si quiere pensarlo con la cabeza fría lo entenderé. Pero si se inclina por el sí, ¡no espere demasiado tiempo!

Me levanto, las piernas me tiemblan al contacto con su respiración. Siento vértigo. Me acerco hasta percibir los perfumes de rocío que le emanan del escote. Una tormenta de plumas me traspasa a cámara lenta. Ondulaciones de su cuerpo contra el mío, la sensación de vivir dentro de un nido, de metamorfosearse en ovillo de lana. Nuestras sombras se anudan y desanudan a través del polvo de luna. La pajarilla entreabre los labios con una precisión seductora. Mi lengua explora su paladar donde una lengua con sabor a azahar me enlaza como una trenza. Sus caderas vienen y van muy cerca del piano; las teclas se hunden solas. Los primeros suspiros se escapan. Un suave roce. Sus pupilas limpias se dilatan desmesuradamente echando chispas. Un placer que desgarra. Creo que voy a salir volando, me agarro a sus alas por si acaso. El ritmo se acelera, las estrellas chocan entre sí, el cielo se engalana de plumas, nosotros rodamos entre ellas con todas nuestras dulces fuerzas. Entonces Endorfina realiza el más sorprendente de los trucos de magia; todo en meandros de caderas. Hechicería de color rojo. Creo que me estoy transformando. Nuestros vientos se vuelven huracanes, nuestras alas restallan como velas de una carabela. Éxtasis
ex aequo.
Incluso la luna se vuelve rosácea. Durante veinticuatro segundos el mundo se convierte en plumas. Y las plumas se posan una a una como los copos de una tormenta de nieve a cámara lenta.

—Regrese rápido a la habitación..., antes de que lo hagan sopa de verduras —susurra Endorfina, lánguidamente.

—¡Usted sí que sabe hablar a los hombres!

—¡Son las seis menos siete minutos, señor!

—Bueno, ya voy...

—¿No olvida algo?

La beso en los labios igual que un adolescente que no sabe utilizar la lengua. Endorfina deja escapar su risa de cascabel, un silencio de apnea divertido se desliza entre nosotros.

Me cuelo a toda prisa por la trampilla que separa mis dos mundos. Aún sigo escuchando el tintinear de su risa. Tres arañazos me rayan el hombro izquierdo; de un combate erótico con una pájaramujer no se sale indemne. El aire acaricia agradablemente mis caderas. ¡Ay, me he dejado el pantalón del pijama arriba! Bien a gusto utilizaría las alas de cubresexo, imagino el espectáculo que podría coreografiar entre las bandejas del desayuno. Cantaría «Fly Me to the Moon» de Frank Sinatra y bailaría claqué en el linóleo, ¡inventaría la comedia musical seminudista!

No obstante, mi cerebro se pone en funcionamiento para volver en busca del pantalón. Abro la trampilla a toda prisa, sin llamar. El reloj de la pajarera marca las seis menos tres minutos. El pantalón del pijama está tirado sobre la cama de plumas. A su lado, una metamorfosis en curso. La pájaramujer con la que acabo de pasar un momento de extrema intimidad está perdiendo el plumaje. Los pájaros del piano empiezan a trinar, ¡esos imbéciles van a conseguir que me descubra!

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