Misterio de los mensajes sorprendentes (6 page)

BOOK: Misterio de los mensajes sorprendentes
6.17Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ern se paró y miró a sus compañeros.

—Bien, Ern. Muy bien. ¡Continúa! —dijo Fatty animándole—. Esto está muy bien.

—Es que me he quedado estancado aquí —dijo Ern muy compungido—. Me ha costado cerca de seis meses escribir estas pocas líneas, y ahora no veo manera de seguir adelante. Tú que estás siempre tan inspirado, puedes ayudarme.

Fatty se rio y le dijo en un tono protector:

—Sí, Ern, y voy a demostrarte cómo se puede proseguir una poesía en la que uno se ha atascado. Déjame que relea todo cuanto tú has escrito y cuando llegue al final voy a dejar que mi lengua siga hablando libremente sin que ni un pensamiento prefijado le ponga trabas. Esto puede conducirnos al final de tu poesía. ¿Vamos a probarlo?

Y Fatty empezó a leer de nuevo la poesía de Ern. No se paró cuando llegó al final de lo que Ern había escrito, sino que continuó adelante como si estuviera leyendo línea tras líneas. Ern tenía los ojos clavados en Fatty, asombrado de lo que para él significaba poseer aquella extraordinaria facultad de improvisar.

Era una pobre casa vieja, muy vieja,
Que algún día estuvo llena de gente,
Pero que ahora está triste y vacía.
Y esta casa vieja me ha hablado
Y me ha dicho: ¡Todos me han dejado!
Mis habitaciones están tristes y vacías,
Mis puertas están cerradas y aherrojadas.
Todas mis ventanas claveteadas y
Ni humo sale por mis chimeneas,
Ni rosa alguna florece sobre mis muros.
¡Solamente la yedra me amortaja,
Como verde y brillante manto!
El cartero ya no trae ninguna carta,
Y mi nombre ya no figura en el portal.
Un día fui llamada «Las Yedras»,
Pero hoy este nombre está ya fuera de uso.
El jardín está pobre y cubierto de hierba,
Los árboles no están ya frondosos,
Pero aunque yo caiga destrozada...
La yedra permanecerá.

Se hizo un gran silencio cuando Fatty terminó. Todos tenían clavada en él la mirada con asombro y admiración. Ern se había quedado sentado, con la boca abierta, sin poder articular una sola palabra. ¿Cómo se las había arreglado Fatty para improvisar con aquella sencillez? Él estuvo trabajando como un negro durante seis meses para poder escribir unas pocas líneas, y he aquí que Fatty, ¡sin siquiera detenerse un momento para pensar, recitaba de corrido el resto! Además, Ern tenía que confesarse que los versos de Fatty eran mucho mejores que los suyos.

Por fin pudo articular tartamudeando alguna palabra y murmuró:

—Siempre he pensado lo mismo de ti, Fatty. Tú eres un genio y yo disto mucho de serlo. Ésta es tu poesía, ya no es la mía.

—No, Ern, este poema es el tuyo —le replicó Fatty sonriéndole cariñosamente—. Este poema es muy tuyo; tú lo has empezado y yo creo que lo que yo he añadido es el mismo final que tú querías darle. No lo dudes: el poema es tuyo porque yo no lo hubiera podido terminar si tú no hubieras inspirado el principio.

—Realmente me ha chocado mucho —comentó Ern— que en tu desatada fantasía hayas mezclado en el poema tu obsesión por las yedras trepando por las paredes. Claro que, como tú dices, aunque su nombre no ondeara sobré la verja, todos sabrían que se trataba de «Las Yedras», puesto que la yedra la cubría «como verde y brillante manto». Ha sido una idea muy feliz y muy romántica a la vez. ¡Fatty, eres en verdad un gran poeta!

Pero Fatty no escuchaba las últimas palabras de Ern. Permanecía inmóvil y anonadado con la vista fija en el espacio, como si estuviera totalmente ausente; tanto, que Bets se alarmó creyendo que estaba indispuesto.

—¿Que no te encuentras bien? —le preguntó, alarmada.

—Pero ¿que no veis? —exclamó Fatty ya recobrado—. ¿No recordáis lo que dice el poema: «Y mi nombre ya no figura en el portal», es decir que, aun cuando el nombre no hubiera figurado nunca en la verja, la finca sería conocida por «Las Yedras», pues fue la yedra la que dio su antiguo nombre. ¿Por qué, pues, no salimos en busca de una casa que esté cubierta de yedra? Montados en nuestras bicicletas podemos husmear por todos estos alrededores, y es posible que lleguemos a encontrar esa casa por la que estamos interesados.

—¡Repato! —exclamó Ern, sobresaltado—. ¡Eres el único, Fatty! Realmente lo eres. No sólo lees entera una poesía de la que solamente se ha escrito la mitad, sino que, además, la tal poesía te da la primera pista a seguir en el asunto que ahora absorbe todos tus pensamientos. ¡La verdad es que no he conocido en mi vida un chico tan admirable como tú!

CAPÍTULO VI
¡EN BUSCA DE YEDRA!

Los muchachos empezaron a comentar la repentina idea luminosa de Fatty. Desde luego, cualquier casa antigua que algún día se llamó «Las Yedras» debe de estar hoy cubierta de yedra, o bien no habría un motivo lógico para dar tal nombre a una casa.

—Pero, me pregunto yo, ¿por qué la tal casa no se llama hoy «Las Yedras»? —dijo Daisy.

—Es que esto de dar nombre a las casas no se usa hoy en día. Está pasado de moda —contestó Larry—. Es posible que el actual propietario sea de los que prefieren dar un número a la casa en vez de darle un nombre. Hoy mucha gente lo hace. Sin ir más lejos, la casa que está frente por frente a la nuestra se la conocía por la casa de los «Cuatro Torreones» y ahora es sencillamente el número «diecisiete» y el tal número está escrito con todas sus letras en vez de cifras.

—Yo pienso que estás en lo justo, Larry —dijo Fatty—. Y, por lo tanto, yo creo que lo que debemos hacer es salir por la ciudad y sus alrededores en busca de aquellas casas que estén recubiertas de yedra. Yo no creo que quien compró la casa arrancara la yedra, puesto que la yedra se aferra a las paredes y sus apretadas raicillas arraigan en todos y cada uno de los rincones y grietas de las paredes. La yedra estará todavía allí, seguramente.

—«Un verde y brillante manto» —repetía Ern, casi inconsciente, pues todavía no se había recobrado del pasmo que le había producido el ver a Fatty recitar y terminar su poema—. ¡Oh, Fatty, eres extraordinario! El verte allí de pie y...

—Olvídalo ya, Ern —replicó Fatty—. Tú lo hubieras podido hacer también si hubieras dejado libre a tu lengua. Todo lo que necesitas es solamente hacer práctica.

—Ahora —continuó Fatty— vamos a proseguir nuestros raciocinios sobre el caso. Todos hemos estado de acuerdo que lo primero que hemos de hacer es salir en busca de una casa que esté recubierta de yedra en cuya puerta ostente simplemente un número de vez de un nombre, puesto que ya sabemos que en Peterswood no hay una sola casa llamada «Las Yedras».

—Puede tener otro nombre —dijo Bets.

—Sí, tienes razón —le replicó Fatty—. Es muy posible que quien la llamó «Las Yedras» no viva ya allí. Quizás ha cambiado de domicilio.

—También sabemos que la gente que vive allí se apellida Smith si es cierto, claro está, lo que dicen esas notas tan particulares —dijo Daisy.

—Por lo tanto, dondequiera que encontremos una casa recubierta de yedra hemos de tratar de averiguar si la gente que habita en ella se llama Smith —dijo Larry triunfalmente—. Me siento como si ya estuviéramos consiguiendo algo en estos momentos.

—Y yo apostaría cualquier cosa que a mi tío no se le ha ocurrido nada que fuera tan claro como todo esto —dijo Ern, riéndose a mandíbula batiente.

—Es que él no ha leído los versos de Fatty —le hizo observar Pip—. Si nosotros no los hubiéramos oído tampoco se nos hubiera ocurrido esta pista: la búsqueda de una casa recubierta con yedra y que no se llama «Las Yedras». Fatty, ¿cuándo salimos en busca de esa casa?

—Lo mejor es salir ahora mismo —contestó Fatty—. Si tienes tu bicicleta, Ern, puedes venir con nosotros.

—Suponte que mi tío me pregunte qué he hecho esta mañana —preguntó Ern a Fatty—. ¿Debo de contestarle que no os he visto?

—¡De ninguna manera! —le contestó Fatty algo molesto—. ¡No hay que mentir nunca! Y si lo haces y vemos que tienes tan feo vicio, no te querremos en nuestras reuniones. Ahora ya estás advertido del poco aprecio que tenemos a la gente mentirosa.

—¡Oh! Lo siento, Fatty —se excusó Ern, muy sumiso—. Pero el caso es que yo no quisiera soltar prenda alguna, y, es de suponer, que mi tío va a querer que le cuente todo lo que hemos hecho y hablado. Yo no quisiera que por mí él obtuviera datos, suposiciones y pistas que al fin y al cabo te pertenecen a ti, y, ¡claro!, tú lo comprendes: lo más cómodo es decirle que no os he visto.

—No, Ern, no. Nunca sigas el camino más cómodo si ello te obliga a decir alguna mentira o a portarte de una manera innoble —le reprendió Fatty severamente—. Tienes muchas cosas que aprender, Ern, y ésta es una de ellas. No lo olvides.

—No te preocupes. Haré cuanto me indicas, Fatty —contestó—. Pero ¿es que he de decir a mi tío el porqué de todos nuestros planes?

Fatty se quedó pensativo.

—Ya veo, Ern, que la cosa te es difícil. Si rehúsas a decirle algo, es posible que tu tío te trate brutalmente, como ya ha hecho en otras ocasiones. Puedes decirle, por ejemplo, que hemos salido todos a la busca de las casas que estuvieran recubiertas de yedra; y dejémosle que él haga el uso que más le convenga de eso.

—Pero él saldrá también a inspeccionarlas —objetó el joven Ern.

—Bueno, no hay ninguna ley que prive a nadie el ir viendo casas que estén recubiertas de yedra —argumentó Fatty saliendo de su cobertizo—. ¡Vamos ya! ¡Brrr! ¡Qué frío hace aquí! ¿Vienes, «Buster»?

Y «Buster» efectivamente «iba». Salió detrás de todos ladrando alegremente y Fatty cerró muy cuidadoso la puerta de su escondrijo.

Pronto estuvieron todos montados en sus bicicletas y pedalearon hasta el final del sendero del jardín de Fatty. Allí, a una señal suya, se apearon todos.

—Si vamos todos juntos perderemos lastimosamente un tiempo precioso —dijo Fatty—. Es mejor que salgamos por parejas y veremos de inspeccionar todas las avenidas de Peterswood. ¿Tenéis todos vuestros blocs de notas? Tan pronto veáis una casa recubierta de yedra desmontaros y anotar su nombre o su número y también el nombre de la calle donde esté situada. No os preocupéis lo más mínimo por las casas nuevas, porque la yedra tarda muchos años en crecer lo suficiente para cubrir una casa. Debemos buscar una casa antigua. Bets y yo nos vamos por aquí y vosotros decidid la calle que queréis explorar.

Bets salió con Fatty, Ern con Pip y Daisy y Larry fueron juntos.

—Nos encontraremos de nuevo en esta esquina, exactamente dentro de una hora —les gritó Fatty al separarse.

Fatty y Bets pedalearon despacio por la primera avenida.

—Tú mira bien las casas de nuestra mano izquierda, mientras yo me ocuparé de las de la derecha —dijo Fatty a su compañera.

Pedalearon buen rato y se decepcionaron pues no se encontraba ni una sola casa cuyas paredes estuvieran recubiertas de yedra. Retrocedieron por otra calle y de pronto Bets exclamó:

—Aquí hay una casa cubierta de verde de pies a cabeza. ¡Mírala, Fatty!

—Sí, pero no de yedra, Bets —replicó su compañero—. Es una enredadera, una vulgar enredadera de Virginia. Al menos así es cómo nuestro jardinero nombra a las de esta clase. ¡Mala suerte!

Fueron luego más abajo, a otra avenida por la que tenían que pedalear muy despacio porque había casas muy grandes, pero situadas a bastante distancia de la calle y difíciles de observar debido a los frondosos árboles que crecían en los jardines.

—¡Aquí hay una recubierta de yedra! —exclamó Fatty—. ¡Mírala, Bets!

—Sí, pero tiene un nombre puesto en la verja —respondió Bets—. Mira: «Granja Barton».

—Bueno; pero ya sabemos que no podemos encontrar ninguna casa que se llame «Las Yedras» porque no hay ninguna en la Guía —insistió Fatty—. Tomaremos nota de ésta, Bets. Espérate un momento mientras saco mi bloc de notas.

Sacó el bloc de su bolsillo y Bets, que estaba fisgoneando por encima de su hombro vio que escribía rápidamente: «Granja Barton. Una casa vieja recubierta de yedra hasta el tejado. En la avenida Hollins.»

Cerró su bloc de notas.

—¡Bien! Sea lo que fuere, he aquí una casa que está recubierta de yedra. Quisiera saber si algún Smith vive por aquí. Tendremos que averiguarlo —razonó Fatty.

Encontraron solamente otra casa recubierta de yedra, pero era una casa pequeña en la avenida Jordans. Evidentemente que algún día había sido una dependencia de alguna gran casa de los alrededores, que algún día debió ser vendida y ahora tenía, aunque pequeño, su propio jardín y un seto que la cercaba.

—¿Cómo se llama? —preguntó Fatty—. ¡Oh! Es de las que no tienen nombre. Solamente un número. El número veintinueve de la avenida Jordans. Parece bien cuidada. Fíjate, cortinas muy decorativas y un bonito y bien cuidado jardín. ¿Qué te parece, Bets, si fuéramos a preguntar si aquí vive alguien llamado Smith? Uno no sabe nunca si estará de suerte o no.

—Ve tú solo, Fatty —dijo Bets„ que siempre recelaba de las personas desconocidas.

—Perfectamente —asintió Fatty, y dejando su bicicleta apoyada en el recortado seto, entró en el jardín seguido de «Buster», que iba pegado a sus tobillos—. ¡Apuesto cualquier cosa que aquí vive algún ampuloso Cholmondley o Montagué-Paget, cuando yo estoy, simplemente, buscando a un vulgar Smith!

Tiró de la campanilla, que estaba muy limpia y brillante. Al momento un perro empezó a ladrar dentro de la casa y «Buster» se puso alerta. Fatty lo cogió en brazos rápidamente. No estaba interesado lo más mínimo en tener que apaciguar una reyerta de perros en la puerta de la casa.

Alguien acudió a la puerta principal y abrió. Al momento salió un diminuto pekinés, que empezó a brincar y danzar a su alrededor, ladrando a pleno pulmón. «Buster» se retorcía entre los brazos de Fatty, que lo retenía cogido fuertemente, y empezó a ladrar también.

—¡Ven aquí, Ming! —dijo la viejecita que salió a la puerta, y Ming obedeció, aunque ladrando todavía—. ¿Qué desea usted?

—Verá usted, estoy buscando a unos señores llamados Smith —contestó Fatty muy cortésmente—. No sé si usted podría indicarme dónde viven.

—¿Smith? Éste es nuestro apellido —dijo la viejecita—. ¿Y quién es usted y a cuál de los dos busca, a mí o a mi marido?

Esta vez Fatty fue cogido de improviso. Ni por un momento se había imaginado que se pudiera encontrar tan pronto a un Smith en una casa recubierta de yedra, y se quedó sin saber lo que decir. Afortunadamente reaccionó a los pocos momentos y preguntó:

—Quisiera ver a la señorita Annabella-Mary Smith, si es que está en la casa, desde luego.

Other books

Elemental by Brigid Kemmerer
Entombed by Keene, Brian
Jericho Point by Meg Gardiner
Mr Perfect by Linda Howard
Deceived by Kate SeRine