Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (57 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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El destierro del Cid

Hay que recordar algo importante, que a muchos les parecerá una obviedad, pero que otros, por desgracia, en la España de hoy ignoran: el Cid no es un personaje de leyenda, sino un personaje real. O para ser más precisos: es un personaje real que después de su muerte se convirtió en personaje de leyenda. De manera que, a la hora de contar las cosas que le pasan, hay que precisar qué es historia y qué es literatura. Aquí lo hare mos.Y su historia nos servirá como hilo para conocer las vicisitudes de la Reconquista en este periodo.Volvamos al Cid.

Volvamos a este personaje, que es crucial. Nacido hacia 1043 enVivar, cerca de Burgos. Hijo de un infanzón y una noble. Huérfano a corta edad, educado en el palacio real junto al infante Sancho, en cuya mano derecha se convirtió, hasta el punto de que Sancho, ya rey, le nombró su alférez. A Rodrigo le hemos visto combatiendo, y siempre con éxito, en Pazuengos, Zaragoza, Llantada, Golpejera y Zamora. La tradición dice —y ya sabemos que es un episodio sujeto a discusiónque fue él, como cabeza de los ejércitos castellanos, quien tomó juramento a AlfonsoVI en Santa Gadea. Después dejó de ser alférez, pero el rey Alfonso procuró tenerle contento: otorgó inmunidad a sus señoríos, le arregló un buen matrimonio con la dama Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo, y le encomendó misiones de relieve. Por ejemplo, cobrar las parias de Sevilla.

Eso, cobrar las parias, es lo que el Cid estaba haciendo en Sevilla a finales de 1079, quizá principios de 1080. La taifa de Sevilla, gobernada por el rey al-Mutamid, era tributaria de León y pagaba las correspondientes parias, pero no por eso había dejado de jugar a dos barajas en el conflicto toledano. La misión de Rodrigo era cobrar las parias adeudadas, renovar la sumisión sevillana a León y garantizar la protección leonesa sobre al-Mutamid. Ahora bien, mientras Rodrigo estaba en Sevilla, Alfonso había enviado a otro de sus hombres a Granada: García Ordóñez.Y con una misión especial.

El episodio es francamente complicado: una de esas maniobras políticas a base de encajes de bolillos con las que uno intenta dos carambolas simultáneas. Repasemos la situación. Las tropas de Alfonso VI han puesto cerco a Toledo. Las otras taifas moras vacilan entre seguir peleando entre sí, aliarse con el rey de León o acudir sobre la vieja capital imperial. Para evitar una coalición de reinos taifas, Alfonso mueve ficha o, más precisamente, varias fichas a la vez. ¿Dónde está el peligro? En Sevilla y en Granada; ambos reinos moros son, en principio, tributarios de León, pero nadie puede asegurar que no vayan a cambiar de bando. De manera que Alfonso VI, para mantenerlos entretenidos, urde una compleja maniobra. Por una parte, envía a Rodrigo Díaz de Vivar a la Sevilla de al-Mutamid para cobrar las parias y recordarle al moro sevillano quién es el jefe. Por otra, envía a Granada a García Ordóñez para que la taifa granadina ataque a los moros de Sevilla.

García Ordóñez, llamado Crespo de Grañón, Boquituerto y también Crispín. ¿Quién era este señor? Uno de los grandes del reino.A García le hemos visto unos capítulos atrás tomando en sus manos el territorio de La Rioja. Cuñado de Sancho el de Peñalén y conde de Nájera, García Ordóñez fue uno de los nobles que abrieron el camino a Alfonso VI para recuperar la Castilla oriental. Alfonso le dio el mando sobre Grañón y Calahorra, y Diego se ocupó de situar en esta última ciudad una importante sede episcopal. Ahora, con todos los esfuerzos de la corona leonesa puestos en Toledo, a García se le había encomendado una misión arriesgada: ir a Granada y reforzar al rey taifa Abdalá para hostigar a Sevilla. Pero la jugada salió mal.

La jugada salió mal porque al lado de al-Mutamid estaba el Campeador. Rodrigo no sabía que la taifa sevillana iba a ser atacada por los moros granadinos con refuerzos castellanos. Es probable que tampoco García Ordóñez supiera que en Sevilla no estaban sólo los moros, sino también la hueste de Rodrigo. El hecho es que el ataque granadino fue un desastre. Los caballeros de Rodrigo tenían una misión: cobrar las parias de al-Mutamid y, precisamente por ese tributo, prestar al moro de Sevilla la protección pactada. Su obligación era combatir a cualquier agresor, fuera quien fuere; también si eran castellanos aliados con Abdalá de Granada.Y cuando los de Granada atacaron, encontraron frente a sí al de Vivar.

Rodrigo debía de ser un ciclón en el campo de batalla. El choque fue en Cabra, Córdoba. Los de García Ordóñez quedaron seriamente quebrantados. El ataque granadino terminó en desastre.Y más aún: García Ordóñez y otros caballeros castellanos quedaron presos del Cid. Pasados tres días, Rodrigo liberó a sus cautivos, pero en el orgullo de Ordóñez quedaba abierta una herida dificil de cerrar. Dice la tradición que aquí comenzaron los problemas del Campeador.

Es difícil saber hasta qué punto la victoria de Rodrigo en Cabra desbarató la maniobra política del rey Alfonso. Lo más lógico es pensar que Alfonso no quería otra cosa que mantener entretenidos a sevillanos y granadinos, para que no le estorbaran mientras aguardaba la caída de Toledo; por tanto, poco podía incomodarle que el choque tuviera un desenlace u otro: lo importante era que tanto Granada como Sevilla permanecieran sumisas. Ahora bien, si al rey pudo no inquietarle el episodio de Cabra, muy distinta fue la reacción de los nobles del rey, y particularmente la de García Ordóñez, que a partir de ese momento no perderá oportunidad de hostigar a Rodrigo.

La oportunidad de oro se la dará, muy poco más tarde, un lance desdichado en las plazas fronterizas de Gormaz. En la primavera de 1081, una hueste mora de Toledo hace una incursión en las cercanías de Gormaz; no debió de ser más que una expedición de rapiña. Los moros de Toledo eran aliados del rey de León, y el rey, por su parte, seguía esperando pacientemente a que pase el tiempo para cobrarse la anhelada deuda de al-Qadir: la vieja capital visigoda. En consecuencia, nada podría importunar más a Alfonso VI que un conflicto armado con moros toledanos. Pero eso fue exactamente lo que hizo el Cid: en represalia por aquella incursión mora, sale a caballo, penetra en tierras toledanas y saquea a su vez el área fronteriza. Era exactamente lo contrario de lo que Alfonso hubiera querido.Y era la oportunidad que estaban esperando los que deseaban ver a Rodrigo bien lejos de Castilla.

Rodrigo Díaz de Vivar incurrió en lo que formalmente se llamaba «ira regia»: la sanción con la que se castigaba a los que habían caído en desgracia ante el rey.Y la ira regia tenía consecuencias legales tremendas: pérdida del favor real, ruptura del vasallaje y destierro.Así, en el otoño de 1081, Rodrigo Díaz de Vivar tuvo que abandonar Castilla. En su casa de San Pedro de Cardeña quedan su mujer, Jimena, y sus hijos: Diego, María y Cristina. Todos los demás partieron al exilio: su hueste, sus vasallos… Debió de ser una caravana importante.Y ahora Rodrigo tenía un problema mayúsculo: ¿Adónde ir? Porque a toda aquella gente, a sus vasallos y a sus huestes, había que darles de comer. Al Campeador no se le presentaba más que una opción: ofrecer sus servicios guerreros a quien pudiera pagarlos.

La primera puerta a la que Rodrigo llamó fue la de los condes de Barcelona, los hijos gemelos de Almodís: Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. Los condes, sin embargo, desestimaron su ofrecimiento.Y así el caballero castellano, el Campeador, acudió a la taifa mora de alMugtadir, el rey de Zaragoza, vinculado por lazos de vasallaje al rey de León y Castilla. Al-Muqtadir era moro, pero aliado de Alfonso: Rodrigo no alteraba ninguna ley de honor.Y así el Campeador se convirtió en un caballero mozárabe: un guerrero cristiano en tierras del islam. Fueron ellos, los moros, los que le dieron el nombre de Cid, del árabe sidi, que quiere decir «señor. Ahora veremos por qué.

El Cid en Zaragoza

Corre el año 1081 cuando el Cid se instala en Zaragoza. E inmediatamente ocurren cosas importantes. El viejo rey de Zaragoza, al-Muqtadir, moría en ese mismo 1081 tras haber reinado treinta y cinco años. Con él la taifa de Zaragoza había llegado a su máxima extensión, desde la frontera navarra y castellana hasta el litoral mediterráneo. Ahora el poder quedaba repartido entre sus hijos: al-Mutamín, el favorito, y al-Mundir. Se repartía el poder, pero no el reino: la taifa seguiría siendo una, con cabeza en Zaragoza, y bajo la mano de al-Mutamín; el otro hermano, al-Mundir, actuaría como gobernador de los territorios orientales, con sede en Lérida, pero obediente a Zaragoza.

Al-Mundir, sin embargo, no estuvo de acuerdo con el reparto. Quizá pensó que, en un reino tan grande, había sitio para dos reyes. O tal vez, como era costumbre en las familias reales de la época, decidió quedárselo todo para él solo. El hecho es que inmediatamente declaró la guerra a su hermano: Lérida contra Zaragoza.Y en Zaragoza estaba el Campeador, al lado de al-Mutamín.

La situación era verdaderamente explosiva. La ruptura entre los dos hermanos, al-Mutamín y al-Mundir, había desequilibrado por completo el mapa político. Al-Mundir quiere más y juega una baza arriesgada: convertir su plaza fuerte de Lérida en un reino más poderoso que el de la vecina Zaragoza. Como solo no puede hacerlo, busca ayuda: los condes de Barcelona y Sancho Ramírez de Aragón, todos ellos interesados por igual en descabalar la taifa zaragozana. Se construye así una extravagante coalición cuyo único objetivo es arrancar pedazos de tierra a la taifa de Zaragoza. Pero para eso tendrán que vencer al Cid.

Cuando al-Mutamín se enteró de los movimientos de su hermano, envió a Rodrigo Díaz deVivar hacia la frontera con los territorios de Lérida. Era el verano de 1082. La primera preocupación de Rodrigo fue asegurar la fidelidad de las plazas fronterizas. Se dirigió en primer lugar al norte, a Monzón.Y en el camino apareció, a cierta distancia, una presencia inesperada: nada menos que Sancho Ramírez, el rey de Aragón, al frente de sus huestes. Sin embargo, no hubo choque, ni siquiera contacto. La presencia de Sancho Ramírez tenía una función simplemente disuasoria. El rey de Aragón, sin duda, sabía bien qué cosas podía sacrificar y cuáles otras no. El Cid, por su parte, no había ido hasta allí para guerrear contra Sancho, sino para asegurar Monzón. La ciudad le recibió con honores: la plaza permanecería fiel a Zaragoza. Garantizada la fidelidad de Monzón, Rodrigo se dirigió rumbo sur, a Tamarite de Litera.Y después de asegurar también esta plaza, marchó hacia Almenar, ya muy cerca de Lérida, donde dejó una guarnición antes de seguir su camino de norte a sur.

Fue entonces cuando al-Mundir hizo un movimiento decisivo: pidió el socorro de las tropas de Barcelona y de Cerdaña y se lanzó contra Almenar, poniendo sitio a la fortaleza. Rodrigo estaba ya lejos, en el castillo del Escarp, pero hasta allí llegaron las noticias del asedio.Y algo más: los sitiados empezaban a quedarse sin agua. El Campeador envió inmediatamente mensajes a Zaragoza pidiendo al rey al-Mutamín que acudiera con el grueso de las tropas.Y Rodrigo se puso de nuevo en movimiento hacia el norte: hacia la sitiada Almenar, donde los ejércitos moros de Lérida, con sus refuerzos cristianos de Barcelona y Cerdaña, esperaban que la plaza cayera por hambre y sed.

Al-Mutamín llegó al campamento del Cid. El rey propuso que las tropas de Zaragoza se lanzaran contra los sitiadores. Rodrigo no vio clara la jugada: prefería un arreglo pacífico y rescatar la plaza pagando un rescate. El rey moro aceptó. Los sitiadores, sin embargo, despreciaron la oferta del rey de Zaragoza: estaban seguros de vencer. Fue entonces cuando las tropas zaragozanas, con Rodrigo a la cabeza, se lanzaron contra los ejércitos de al-Mundir y sus aliados catalanes. Eso fue la batalla de Almenar.

Quizá al-Mundir había confiado demasiado en la determinación de sus aliados. O quizá es que Rodrigo era, simplemente, invencible. El hecho es que los de Lérida sufrieron un tremendo descalabro. Después de unas pocas horas de combate, las tropas de Barcelona huyeron. Las de Cerdaña, también.Y las huestes moras de Lérida siguieron el mismo camino. Los guerreros de Rodrigo liberaron la plaza e hicieron un impor tante botín. Pero aún más: Rodrigo apresó a Berenguer Ramón II, el conde de Barcelona; el mismo que, junto a su hermano, había rechazado pocos meses atrás la espada del Cid.

Berenguer Ramón II tuvo que soltar una buena cantidad de oro para quedar libre. Cuando volvió a Barcelona, sería para protagonizar un detestable episodio. Su hermano gemelo, el otro conde, Ramón Berenguer II, el Cabeza de Estopa, había salido de cacería al bosque de Perxa del Astor. Allí fue asesinado por unos desconocidos. Sobre Berenguer Ramón, llamado desde entonces El Fratricida, cayeron todas las sospechas. El Fratricida será obligado a demostrar su inocencia en un combate. Lo perdió. Desterrado, marchó a Jerusalén, tal vez como peregrino, tal vez como cruzado. Allí, en Tierra Santa, murió en fecha desconocida. Al trono condal de Barcelona subía mientras tanto un hijo del Cabeza de Estopa: Ramón Berenguer III, que no tardaría en cruzarse en la vida del Cid.

En cuanto a nuestro caballero, aunque siempre al servicio del rey de Zaragoza, un lance fortuito iba a darle la oportunidad de recomponer su relación con Alfonso VI, el rey leonés. Poco después de la batalla de Almenar, un alcaide moro de Rueda de jalón envió un mensaje a la corte leonesa ofreciendo nada menos que la entrega del castillo. Alfonso envió a Rueda una pequeña expedición encabezada por el infante Ramiro de Navarra y el conde de Lara. Pero todo era una trampa: el moro tendió una emboscada a los enviados de Alfonso, que murieron en el sitio. ¿Por qué hizo eso el alcaide de Rueda? Se supone que por miedo: primero quiso traicionar, pero, cuando reflexionó sobre las consecuencias de su traición, le invadió un enorme pavor a las represalias del rey de Zaragoza, y así optó por solucionar el problema de la manera más bárbara. La traición de Rueda —que así se la llamó desde entonces— creaba un problema político importante: la taifa de Zaragoza era tributaria de Castilla; en modo alguno podía tolerarse que ocurrieran cosas así. Por eso el Campeador acudió al campamento de AlfonsoVI, le rindió homenaje y le ofreció su espada. Todo podía empezar de nuevo entre los dos.

Todo podía empezar de nuevo, pero no empezó: el homenaje de Rodrigo fue acogido con frialdad. Tampoco las circunstancias, con la muerte alevosa del infante Ramiro y el conde de Lara, invitaban a la cordialidad. Rodrigo volvió a Zaragoza.Y parece que fue entonces, después de este episodio, cuando Rodrigo Díaz de Vivar comenzó a concebir la posibilidad de construir una política propia; al servicio de la corona de León y de Castilla, sí, pero al margen de las decisiones del rey.

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