¡Muérdeme! (5 page)

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Authors: Christopher Moore

BOOK: ¡Muérdeme!
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Así que le preguntaron al Emperador y él intentó contarles toda la historia, lo cual era un error, pero el tío está pallá y hay que darle cierto margen. Lo metieron de todos modos en el coche y se lo llevaron con sus perros, aunque era de lo más evidente que sabían quién era y que solo estaban siendo unos capullos. Todo el mundo conoce al Emperador. Por eso lo llaman el Emperador.

Pues eso, que Fu volvió por fin a casa y yo salté a sus brazos y como que lo tiré al suelo al darle un beso con lengua tan brutal que pude saborear la canela quemada de su alma, pero luego le di una bofetada para que no me tomara por una zorra. (Y estaba palote.)

Y él me soltó: «¡Deja de hacer eso, no creo que seas una zorra!».

Y yo solté: «¿Entonces cómo sabes por qué te he abofeteado, y dónde coño te habías metido, mi loco esclavo sexual con el pelo a lo manga?».

Cuando no tienes buenos argumentos, a veces es mejor darle la vuelta a la tortilla y ponerte a preguntar tú. Lo aprendí en la clase de Introducción a los medios de comunicación.

Y Fu va y me dice: «Estaba ocupado».

Y yo: «Pues te has perdido mi heroico ataque de piba guerrera». Y entonces se lo conté todo y le dije: «Así que ahora hay un montón de gatos vampiro. ¿Qué dices a eso, cacho empollón?». Así es como le llamo cuando me refiero a sus habilidades de científico loco.

Y él dice: «Bueno, ya sabes que tiene que haber un intercambio de sangre entre vampiro y víctima antes de que la víctima muera, o se hará polvo».

Y yo digo: «¿Y Chet es lo bastante listo para saber eso?».

Y Fu: «No, pero ¿qué hace un gato cuando lo muerden?».

Y yo: «Oye, que quien pregunta soy yo. Que aquí mando yo, ¿sabes?».

Y Fu me ignora del todo y suelta: «Muerden a su vez. Creo que Chet está vampirizando a los gatos por accidente». «Pero dejó seca a la guardia de tráfico y no se convirtió.» «Porque ella no lo mordió.»

Y yo le digo: «Lo sabía».

Y Fu va y dice «Puede que haya centenares».

Y voy yo y digo: «Y Chet los condujo hasta aquí. Hastanosotros».

Y Fu suelta: «Marcó esto como su territorio antes de que el viejo vampiro lo convirtiera. Lo considera su casa. La escalera sigue oliendo a meados de gato».

Y yo suelto: «Eso no es todo».

Y Fu va y dice: «¿Qué? ¿Qué?».

Y yo pongo mi voz de Señora Oscura y le suelto: «Chet ha cambiado. Es más grande».

Y Fu: «Igual ha vuelto a crecerle el pelo».

Y yo me pongo ominosa en plan «no, Fu, sigue afeitado, pero es mucho más grande, y creo que…». Hice una pausa. Me quedó de lo más teatral.

Y Fu grita: «¡Dilo ya!».

E hice como que me desmayaba en sus brazos en plan emo. Y él me cogió como el oscuro héroe de los páramos que es, pero le quitó todo el drama romántico al momento haciéndome cosquillas y diciendo: «Dilo, dilo, dilo».

Y se lo dije, porque estaba a punto de mearme encima, y no me van nada esas cosas. «Creo que deberíamos preocuparnos por si el samurái bajito se vuelve vampiro, lo cual no molaría nada, porque es un malote de cuidado pese a esos calcetines y ese sombrero ridículo.»

Y Fu soltó: «¿Lo mordieron?».

Y yo solté: «Estaba completamente cubierto de sangre de minino vampiro. Igual le cayeron algunas gotas en la boca. Mi señor Flood dijo que convirtió a la fulana azul por accidente, cuando ella le besó los labios ensangrentados».

Y él: «Pues hay que encontrarlo. Igual no podemos solos con esto, Abby. Necesitamos ayuda». Y meneó la cabeza hacia la estatua de la condesa y de mi señor Flood.

Y voy yo y le digo: «¿Sabes qué será lo primero que pasará si los soltamos?».

Y Fu: «Jody nos dará de hostias hasta en el carné».

Y yo:«Oui, mon amour,unas hostias épicas pour toi y pour moi. ¿Y sabes qué me asusta aún más?».

Y Fu: «¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?». Porque el francés le vuelve loco.

Así que le suelto: «¡Si sigues palote!». Y le apreté la unidad y corrimos al dormitorio.

Pues eso, que Fu dio varias vueltas al loft persiguiéndome y yo me dejé coger dos veces, las suficientes para que pudiera besarme antes de verme obligada a darle una bofetada —ya sabéis por qué— y seguir corriendo. Pero cuando me disponía a hacerle creer que me rendía ante su encanto viril, le dije: «Podrías convertirme en vampiro y así usaría mis poderes oscuros para encontrar la caja de arena de la destrucción de Chet».

Y Fu dijo: «Ni de coña. No sé lo suficiente».

Entonces alguien se puso a llamar a la puerta. Y no era una llamada tipo: «Eh, ¿qué hay de nuevo?». Era como si hubiera oferta de llamadas en la tienda de llamadas. Compra una llamada y llévate otra gratis en Llamadas y Cosas.

Lo sé. ¿QCÑ? ¿Y nuestra intimidad? Mira que llamar a nuestra guarida de amor.

Jody

En tiempos pretéritos, tres meses antes de ser vampira, la vida en su cubículo de la compañía de seguros era un perpetuo «aún no es la hora del almuerzo». Ahora Jody despertaba cada anochecer durante quince segundos y sentía pánico por el hambre y la inmovilidad hasta que conseguía convertirse en niebla y flotar en lo que ella llamaba el sueño de sangre: un borrón etéreo y placentero que le duraba hasta la salida del sol, durante el cual su cuerpo se solidificaba dentro de la cáscara de bronce y se volvía carne muerta a todos los efectos, hasta que el sol volvía a ponerse. En algún momento al final de la primera semana se dio cuenta de que estaba tocando a Tommy. Estaba con ella dentro de la cáscara de bronce y, a diferencia de ella, él no podía convertirse en niebla. Sabía que debió haberle enseñado, tal y como el viejo vampiro le había enseñado a ella, pero ya era tarde. Como no podía moverse lo bastante como para golpetear un mensaje en morse, y menos hablar, igual podía llegar hasta él conectándose telepáticamente de algún modo. ¿Quién sabía la clase de poderes que podía tener y que el viejo vampiro olvidó mencionar? Se concentró, empujó y hasta intentó enviar alguna clase de pulsación a los lugares donde se tocaban piel con piel, pero lo único que obtuvo por respuesta fue un pánico eléctrico, rasgado, prolongado.

Pobre Tommy. Estaba allí, sí. Vivo y despiadadamente consciente. Intentó llegar a él hasta que no pudo seguir soportando la carga de su propia hambre y su propio pánico. Abby, si alguna vez salgo de aquí, tu estrecho culo será mío, pensó antes de hacerse niebla y perderse en su bendita escapatoria.

Inspector Rivera

Siendo estrictos, no era un homicidio porque no había cadáver, pero una oficial de tráfico había desaparecido en acto de servicio, y estaban implicados el Emperador y cierta manzana de edificios con industrias ligeras y lofts de artistas al sur de la calle Market que Rivera había marcado para estar atento por si pasaba algo. Y había pasado algo, pero ¿qué?

Levantó con el bolígrafo el cuello del vacío uniforme de policía de tráfico para confirmar si había ceniza gris en la acera de debajo, y no la había. Sí, la había dentro del uniforme y en la acera junto a las muñecas y en el cuello del uniforme, pero no en la acera bajo el uniforme.

—No veo ningún delito —dijo Nick Cavuto, compañero de Rivera, que de ser un sabor de helado habría sido el de Defensa de Fútbol Gay Crujiente—. Vale, aquí ha pasado algo, pero igual es cosa de críos. El Emperador está chiflado. No es fiable.

Rivera se levantó y miró a su alrededor, la calle bañada de sangre, las cenizas, la luz aún encendida del cochecito de tráfico y luego al Emperador y sus perros, que presionaban sus narices contra la ventanilla trasera de su turismo marrón sin dejar marcas. El sabor de Rivera habría sido el de Cínico Hispano Bajo en Grasas en cucurucho de Armani.

—Dice que esto lo hicieron gatos.

—Bueno, ahí lo tienes, es cosa de Control de animales. Los llamaré.

Cavuto hizo una gran exhibición abriendo el móvil y tecleando los números con sus dedos gordos como salchichas.

Rivera negó con la cabeza y volvió a acuclillarse ante el uniforme vacío. Sabía qué era ese polvo, y Cavuto también sabía qué era ese polvo. Sí, habían necesitado varios meses, y un montón de asesinatos sin resolver, y ver que el viejo vampiro encajaba balas suficientes para matar a todo un pelotón y sobrevivía para matar a media docena más de personas, pero al final lo entendieron.

—No fueron gatos —dijo Rivera.

—Prometieron irse —dijo Cavuto, haciendo una pausa en sus incesantes llamadas—. La chica espeluznante dijo que se habían ido de la ciudad. —Se refería a Jody y Tommy, que habían prometido dejar la ciudad y no volver—. El Emperador dijo que vio al viejo vampiro subir a un barco, y que se fue con un montón de ellos.

—Pero no es fiable —dijo Rivera.

—La mayor parte del tiempo. Esto no es…

Rivera alzó un dedo para acallarlo. Habían acordado no usar la palabra que empieza con uve cuando hubiera gente delante.

—Tenemos que ver a la chica espeluznante.

—Noooo —gimió Cavuto, callándose entonces, al darse cuenta de que el hecho de que un hombre de su tamaño, aspecto y profesión gimoteara por tener que vérselas con una adolescente esquelética era… bueno, que estaba siendo una nenaza, vamos.

—Sé un hombre, Nick, no solo le diremos que tiene derecho a guardar silencio, sino que es su obligación. Además, he pedido refuerzos.

—Debería quedarme en el coche con el Emperador. Por si recuerda algo más.

En ese momento se produjo un alboroto junto a la cinta que rodeaba la escena del crimen y un agente uniformado dijo:

—Inspector, esta mujer quiere pasar. Dice que tiene que ver a su hija, que vive en ese apartamento.

El agente señaló a la salida de incendios del loft donde vivía la chica espeluznante con su novio.

Una atractiva rubia que rondaba el final de la treintena, vestida con una bata médica de cachemira, intentaba sortear al agente.

—Déjela pasar —dijo Rivera—. Mira, Nick, ha venido un ángel a protegerte.

—Oh, Dios me salve de los putos neojipis —dijo el Defensa Gay Crujiente. 

5

Las nuevas crónicas de Abby Normal,

desdichada fulana emo de la noche con el corazón roto

Pues eso, que mira por dónde tenemos ante mi puerta sino a la condesa Cortarrollos en persona, la robomadre, acompañada por los polis de homicidios más mierderos, Rivera y Cavuto.

Y yo suelto: «Qué bien, ¿y ha traído dónuts esta caterva de seres dopados con cafeína?». Pero resultó que no, así que, ¿de QCÑ sirve venir con polis?

Y la robomamá se pone en plan «no puedes hacer esto, y quién es este chico, y dónde has estado, y no tienes derecho, y bla, bla, bla, responsabilidad, muerta de preocupación, eres una niña horrible, horrible y me has arruinado la vida con tus botas de plataforma y tus
piercings
».

Vale, esas no fueron sus palabras exactas, pero ese era el trasfondo. Y mirando hacia atrás, puede que yo me equivocase al usar dos meses seguidos el mismo truco de «me voy a dormir a casa de Lily», cuando, en realidad, estaba viviendo en mi très guay guaridita de amor con un misterioso ninja del amor. Así que decidí darle la vuelta a la tortilla haciéndole preguntas antes de que pillara el ritmo de su interrogatorio y me acogotara con su culpabilidad de madre.

Así que voy y le digo: «¿Cómo me has encontrado?».

Y el poli hispano y moreno da un paso adelante y suelta: «La he llamado yo».

Así que me revuelvo contra él. Bueno, contra el nudo de su corbata, porque es más alto que yo. Y le digo: «No puedo creer que te hayas chivado. ¡Cabrón traidor!».

Y el poli se pone todo frío y me dice: «No soy un traidor porque no estoy de tu lado, Allison», usando mi nombre de esclava diurna solo por joder.

Así que me pongo a pensar. De acuerdo, poli, veo que crees que a ti nadie te toca tu mierda, y que quieres aparentar ante la robomamá que eres un tío malote y astuto para que luego te eche un buen meneo. Ya sé que los rituales de apareamiento de los viejos y carrozas te dan ganas de potar en la boca, ¿a que sí?

Entonces me acerco al poli gay grandullón y pongo mi vocecita de niña buena. «Creía que estábamos del mismo lado porque, bueno, porque sabemos lo de los nosferatu, y lo del dinero que os dieron por su colección de arte. ¿Y resulta que no es así? Oh, me dejas destrozada.» Y todo en plan llevándome la mano a la frente, y simulando que me desmayo porque me ha roto el corazón. Iba a llorar un poco, pero me había aplicado el rímel con el dibujo de la verja de las puertas del infierno y no quería ponerme mapache tan a primera hora del día, así que solo solté un sollozo. Y me soné la nariz en la manga del policía gay grandón.

Y la monstruomadre en plan «¿qué? ¿Qué? ¿Nosferatu? ¿Qué? ¿Dinero? ¿Qué?».

Y Rivera es todo: «Discúlpenos un momento, señora Green, necesitamos hablar con Allison».

Así que la robomamá se va camino del dormitorio y yo le suelto: «Oh, me parece que no. Puedes esperar fuera», o algo así, porque no quiero que vea el santuario interior de nuestro nidito de amor, porque es enfermera y podría hacerse una idea equivocada al ver los collares de perro, los tubos de ensayo, la centrifugadora y eso. (A Fu y a mí nos gusta mantener el numerito de científico loco en la intimidad del tocador.)

Así que mamá sale fuera.

Y Fu va y dice: «¡Os hemos follado, cabrones!», y se pone a hacer una patética imitación de mi soberbia danza de caderas de la victoria, y yo me siento conmovida por su apoyo al tiempo que avergonzada por su trágica carencia de ritmo y
caderosidad
.

Y Rivera: «Allison, no sé cómo te enteraste de lo del dinero y lo del viejo vampiro y el yate y no tienes pruebas de eso y bla bla, así que no sé si soy el poli bueno o el poli malo, o si voy a seguir simulando que soy un malote o si me lo voy a hacer en los pantalones por la tenaza verbal con la que me tienes pillado el escroto, bla, bla».

Y yo: «Lo sé todo, poli», pronunciando mucho la pe de poli porque eso hace que se encojan un poco. «Ahora saldrás y te llevarás a la robomamá a casa o me veré obligada a revelar tus maldades a tus amos, y no de buen rollo.»

Y el policía hispano estaba todo tranquilo, asintiendo y sonriendo, lo que endureció un tanto mi confianza. Y suelta: «¿Esas tenemos, Allison? Bueno, pues aquí el señor Wong tiene veintiún años, y tú sigues siendo menor, así que podemos, entre otras cosas, llevárnoslo por cómplice en los delitos de abuso de una menor, secuestro y estupro». Y se cruzó de brazos en plan «chúpate esa, zo-rra». Muy en plan hip-hop.

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