Muerte en Hamburgo

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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Muerte en Hamburgo
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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional.

Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

Craig Russell

Muerte en Hamburgo

ePUB v1.0

NitoStrad
05.04.13

Título original:
Blood Eagle

Autor: Craig Russell

Fecha de publicación del original: abril 2006

Traducción: Escarlata Guillén Pont

Editor original: NitoStrad (v1.0)

ePub base v2.0

A Wendy, Jonathan, Sophie y Helen

La Edad Media no fue en ninguna parte tan tenebrosa como en las tierras de los vikingos.

Florecieron cultos poderosos: cultos cuyas supersticiones y rituales sangrientos giraban en torno a las creencias más arcanas.

Uno de los rituales más horrorosos era el rito del Águila Sangrienta.

Un rito de sacrificio humano.

PRIMERA PARTE

Miércoles, 4 de junio

y jueves, 5 de junio

Mordkommission de la policía de Hamburgo

DE: HIJO DE SVEN

PARA: ERSTER KRIMINALHAUPTKOMMISSAR JAN FABEL

ENVIADO: 3 de junio de 2003, 23:00 h

ASUNTO: EL TIEMPO

EL TIEMPO ES ALGO RARO, ¿VERDAD? YO ESCRIBO Y USTED LEE, Y COMPARTIMOS EL MISMO MOMENTO. SIN EMBARGO, HERR HAUPTKOMMISSAR, MIENTRAS ESCRIBO ESTAS LÍNEAS, USTED DUERME Y MI PRÓXIMA VÍCTIMA AÚN VIVE; MIENTRAS USTED LEE ESTE MENSAJE, YA ESTÁ MUERTA. NUESTRO BAILE CONTINÚA.

ME HE PASADO TODA LA VIDA EN LOS MÁRGENES DE LAS FOTOGRAFÍAS DE LOS DEMÁS. INADVERTIDO. PERO EN LO MÁS HONDO DE MI INTERIOR, IGNORADA POR MÍ Y OCULTA AL MUNDO, DESCANSA LA SEMILLA DE ALGO GRANDE Y NOBLE.

AHORA ESA GRANDEZA RESPLANDECE EN MI INTERIOR. NO ES QUE REIVINDIQUE GRANDEZA PARA MI PERSONA: YO SÓLO SOY EL INSTRUMENTO, EL VEHÍCULO.

YA HA VISTO DE LO QUE SOY CAPAZ: MI ACTO SAGRADO. AHORA MI DEBER SAGRADO, MI MISIÓN, ES CONTINUAR, Y EL SUYO, DETENERME. LE LLEVARÁ TIEMPO ENCONTRARME, HERR FABEL. PERO ANTES DE QUE LO HAGA, EXTENDERÉ LAS ALAS DEL ÁGUILA. DEJARÉ MI MARCA, EN SANGRE, EN NUESTRA TIERRA SAGRADA.

PODRÁ DETENERME, PERO NUNCA ME ATRAPARÁ.

DEJARÉ DE ESTAR EN LOS MÁRGENES DE LAS FOTOGRAFÍAS DE LOS DEMÁS. AHORA ME TOCA ESTAR EN EL CENTRO.

HIJO DE SVEN

Miércoles, 4 de junio. 4:30 h

PÖSELDORF (HAMBURGO)

Fabel estaba soñando.

El elemento de Hamburgo es el agua: hay más canales en Hamburgo que en Amsterdam o Venecia; el Aussenalster es el mayor lago urbano de Europa. También llueve durante todo el año. Aquella noche, después de un día en el que el aire se había posado sobre la ciudad como una capa húmeda y sofocante, los cielos descargaban con vehemencia.

Mientras la tormenta cruzaba el cielo de la ciudad llenándola de luces y rugidos, la mente de Fabel reproducía varias imágenes. El tiempo implosionaba y se replegaba sobre sí mismo. Personas y hechos separados por décadas se encontraban en un lugar fuera del tiempo. Fabel siempre soñaba las mismas cosas: el desorden de la vida real, los cabos sueltos, las piedras que se habían dejado por remover. Los finales resueltos de una docena de investigaciones asomaban la cabeza en cada recoveco de su cerebro dormido. En este sueño, Fabel caminaba, igual que había hecho en tantos otros sueños anteriores, entre las víctimas asesinadas a lo largo de quince años. Los conocía a todos, cada rostro palidecido por la muerte, del mismo modo en que la mayoría de personas recordaría las caras de sus familiares. La mayoría de muertos, aquellos a cuyos asesinos había atrapado, no lo reconocían y pasaban de largo; pero los ojos muertos de aquellos cuyos casos no había resuelto lo miraban acusadoramente y le mostraban afligidos sus heridas.

La multitud se abrió y Ursula Kastner apretó el paso para ir al encuentro de Fabel. Llevaba la misma chaqueta gris y elegante de Chanel que la última vez, la única vez, que Fabel la había visto. Fabel se lijó en una minúscula mancha de sangre que tenía en la chaqueta. La mancha fue creciendo. El rojo se hizo más intenso. Sus labios grises, sin vida, se movían y formaban palabras: «¿Por qué no lo has atrapado?». Por un momento, Fabel se quedó perplejo, de ese modo vago e indiferente que experimenta uno en los sueños; no entendía por qué no podía escuchar su voz. ¿Era porque nunca la había oído en vida? Entonces se dio cuenta: por supuesto, era porque le habían arrancado los pulmones y, por lo tanto, no había aire que transportara sus palabras.

Un ruido lo despertó. Oyó el estruendo de un trueno más allá de los ventanales y el suave golpeteo de la lluvia contra los cristales, luego el timbre urgente del teléfono. Frotándose los ojos, levantó el auricular.

—¿Diga…?

—Hola, Jan. Soy Werner. Será mejor que vengas, jefe… Ha habido otro.

La tormenta seguía rugiendo. Destellos eléctricos danzaban por el cielo de Hamburgo, destacando las siluetas negras de la torre de la televisión y de la torre de Sankt Michaelis como si fueran el decorado plano de un teatro. Los limpiaparabrisas del BMW de Fabel, activados en la posición más rápida, se esforzaban por retirar del parabrisas la cortina de gotas gordas y densas que se precipitaban contra el cristal y que convertían las farolas y los faros de los coches que venían en dirección contraria en estrellas fracturadas. Fabel había recogido a Werner Meyer en el Polizeipräsidium, y ahora el cuerpo voluminoso de Werner se apretujaba en el asiento del copiloto, llenando el coche con el olor del tejido empapado de su abrigo.

—¿Estás seguro de que se trata de nuestro hombre? —preguntó Fabel.

—Por lo que dijo el tipo de la Kriminalpolizei de Davidwache, sí, parece que es nuestro hombre.


Shit
. —Fabel utilizó la palabra inglesa—. Entonces, no hay duda de que se trata de un asesino en serie. ¿Has llamado al forense?

—Sí. —Werner encogió sus anchos hombros—. Me temo que es ese capullo de Möller. Ya estará allí. Maria también está en la escena del crimen, y Paul y Anna nos esperan en Davidwache.

—¿Qué hay del correo electrónico? ¿Ya ha llegado algo?

—Aún no.

Fabel cogió la Ost-West Strasse que daba acceso a Sankt Pauli y dobló por Reeperbahn, la Sündige Meile de Hamburgo —la milla pecaminosa—, que aún brillaba lúgubremente bajo la lluvia de las cinco de la madrugada. Mientras Fabel se adentraba con el coche en la Grosse Freiheit, el aguacero se convirtió en una llovizna copiosa. La indecencia tradicional y la banalidad importada de nivel intelectual medio estaban en guerra, y aquella zona era la primera línea de la batalla. Las tiendas de porno y los clubes de striptease resistían la invasión de los bares de moda especializados en vino y los musicales importados de Broadway o del West End londinense: las promesas brillantes de Sexo en vivo, Peep Show y Películas de porno duro competían con los carteles aún más brillantes de
Cats, El rey león y Mamma Mia
. Por algún motivo, a Fabel la sordidez le resultó menos ofensiva.

—¿Te han pasado el mensaje de que un tal profesor Dorn ha estado intentado ponerse en contacto contigo? —le preguntó Werner—. Dijo que tenía que hablar contigo sobre el caso Kastner.

—¿Mathias Dorn? —preguntó Fabel con la vista fija en la carretera, como si el acto de seguir concentrado fuera a mantener a raya los fantasmas que se agitaban en algún lugar profundo y oscuro de su memoria.

—No lo sé. Sólo dijo que era el profesor Dorn y que lo conociste en la Universidad de Hamburgo. Tiene mucho interés en hablar contigo.

—¿Qué diablos tiene que ver Mathias Dorn con el caso Kastner? —se preguntó Fabel a sí mismo. Dobló a Davidstrasse. Pasaron por delante de la estrecha entrada de Herbertstrasse, oculta tras las pantallas. Fabel había trabajado en aquel distrito hacía años y sabía que, detrás de las mamparas, las prostitutas descansaban en sus aparadores bajo la luz sombría, mientras las formas vagas de los clientes que las miraban flotaban de forma incorpórea en la llovizna iluminada por las farolas. El amor del siglo XXI. Fabel siguió conduciendo, atravesando el ritmo de la música de baile que se filtraba en la noche desde el Weisse Maus de Taubenstrasse, y se detuvo delante de la fachada delantera de ladrillo rojo de la comisaría de policía de Davidwache. Una pareja se refugiaba en el portal: el hombre era alto y desgarbado y tenía el pelo rubio rojizo; la chica era menuda y guapa, llevaba el pelo negro de punta y los labios pintados de un rojo intenso. Llevaba una chaqueta de piel negra unas tallas demasiado grande. Al verlos en aquel contexto, Fabel no pudo evitar pensar en lo jóvenes que parecían los dos.

—Hola, jefe. —La Kriminalkommissarin Anna Wolff se dejó caer en el asiento trasero y se movió para que su compañero, Paul Lindemann, pudiera subir al coche y cerrar la puerta—. En la Kriminalpolizei de Davidwache me han explicado cómo llegar. Te iré indicando por dónde ir.

Salieron de Davidstrasse. El falso glamour de Sankt Pauli pasaba ahora a ser pura sordidez. Las promesas libidinosas en neón estridente tenían toda la noche para ellas y se reflejaban sombríamente en las aceras inundadas. El peatón ocasional caminaba arrastrando los pies, con los hombros encorvados bajo la lluvia, rechazando o aceptando las invitaciones que con un entusiasmo desabrido le ofrecían los porteros de los clubes de striptease. Doblaron otra esquina: la decadencia continuaba. Los portales estaban ahora ocupados por prostitutas delgaduchas y de aspecto triste, algunas terriblemente jóvenes, otras indudablemente viejas, o por vagabundos borrachos. Desde un portal, un grupillo animado de harapientos compartía una botella y gritaba obscenidades a los coches que pasaban, a las prostitutas, a todo el mundo y a nadie en particular. Y detrás de las puertas, detrás de aquellas ventanas opacas, se llevaba a cabo el negocio de la carne. Aquélla era la eterna zona decadente de Hamburgo: un lugar donde podía comprarse a seres humanos para cualquier propósito y por cualquier precio; un lugar de oscura anarquía sexual al que la gente acudía para explorar los recovecos más sucios de su alma.

Como parte de una investigación, una vez Fabel tuvo que ver una película
snuff
. Debido a la naturaleza de su trabajo, normalmente Fabel entraba en escena cuando el acto ya estaba terminado. Veía el cadáver, las pruebas, a los testigos, y a partir de todo aquello tenía que formarse una imagen del asesinato: imaginar lentamente el momento de la muerte. En aquel caso, por primera vez, Fabel se convirtió en testigo del crimen que estaba investigando. Había mirado fijamente la pantalla del televisor, con un torbellino de miedo y asco arremolinándose en su estómago, mientras una actriz porno que no sospechaba nada de lo que iba a sucederle interpretaba su papel habitual fingiendo como de costumbre un éxtasis insípido. A lo largo de toda la penetración cruda y sin amor que realizaban tres hombres con caretas de P.V.C., la chica emitía gemidos de embeleso claramente fingidos, ignorante del desenlace de aquel drama. De repente, con un único movimiento rápido y experto, uno de los hombres le ató una correa de cuero al cuello. Fabel advirtió la sorpresa y la vaga inquietud en el rostro de la chica: aquello no estaba en el guión, si es que había un guión para estas cosas; pero les siguió el juego, fingiendo una excitación sexual aún mayor. Entonces, a medida que apretaban la correa, el éxtasis simulado se convirtió en terror genuino. Su rostro se oscureció, y la chica se revolvió con fuerza mientras le arrebataban la vida.

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