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Authors: Charlaine Harris

Muerto en familia (35 page)

BOOK: Muerto en familia
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—Soy la encargada de El Pelo del perro. La propiedad pasó a Alcide, y pensó que podría encargarme del trabajo. Cuento con ayuda —dijo. Una confesión que no dejó de sorprenderme.

Ham, con un brazo alrededor de una morena con vestido veraniego, aguardaba al otro lado del recibidor, junto a las puertas abiertas que daban al salón. Me dio una palmada en el hombro y presentó a su compañera como Patricia Crimmins. La reconocí como una de las mujeres que se habían unido a la manada del Colmillo Largo tras la rendición de la suya, durante la guerra de los licántropos. Intenté centrarme en ella, pero mi atención estaba de lo más disipada. Patricia rió y comentó:

—Menudo sitio, ¿eh?

Asentí en silencio. Era la primera vez que pisaba esa casa, y mis ojos se escaparon hacia las puertas francesas del otro lado de la estancia. Había luces encendidas en el amplio jardín trasero, que no sólo estaba rodeado por un vallado de dos metros de altura, sino también por un perímetro exterior de cipreses de crecimiento rápido que se disparaban hacia lo alto como lanzas. En el centro del jardín había una fuente de la que no costaría nada beber si uno fuese un lobo. Había mucho mobiliario de hierro forjado dispuesto sobre el abundante suelo de losa. Caramba. Sabía que los Herveaux estaban acomodados, pero aquello era impresionante.

El salón parecía un club masculino, todo lleno de brillante cuero negro y revestimientos de madera. La chimenea era lo más grande a lo que podía aspirarse en estos tiempos. Había cabezas de animales colgadas en las paredes, algo que me pareció divertido. Todo el mundo parecía tener la mano ocupada con una copa, y localicé el bar en el rincón donde se aglomeraba el grupo más numeroso de licántropos. No divisé a Alcide, quien solía destacar siempre debido a su altura y corpulencia en medio de cualquier aglomeración.

Pero sí que vi a Annabelle. Estaba en el centro de la sala, arrodillada, si bien no estaba atada de ninguna manera. Había un notable espacio vacío a su alrededor.

—No te acerques —me sugirió Ham en voz baja cuando di un paso en ese sentido. Me detuve en seco.

—Es probable que más tarde puedas hablar con ella —susurró Patricia. Ese «probable» me inquietaba. Pero era un asunto de la manada y yo estaba en su territorio.

—Voy a buscar una cerveza —anunció Jason después de echar un largo vistazo a la situación de Annabelle—. ¿Qué te traigo, Sook?

—Tienes que subir al piso de arriba —me informó Jannalynn en voz muy baja—. No bebas nada. Alcide te tiene algo preparado —indicó con la cabeza las escaleras que arrancaban a mi izquierda. Fruncí el ceño y Jason pareció estar a punto de protestar, pero ella volvió a sacudir la cabeza.

Encontré a Alcide en un estudio del piso superior. Miraba por la ventana. Había un vaso lleno de un denso fluido amarillo depositado sobre un papel absorbente, en el escritorio.

—¿Qué? —pregunté. Empezaba a albergar peores sensaciones sobre la noche de las que ya tenía.

Se volvió para mirarme. Su melena negra estaba descuidada y no le habría ido mal un afeitado, pero el aseo (o la falta del mismo) nada podía contra el carisma que lo rodeaba como un cascarón. No sabía si el papel había engrandecido al hombre, o si el hombre se había hecho al papel, pero Alcide distaba mucho del tipo amistoso y encantador que había conocido hacía dos inviernos.

—Ya no tenemos chamán —anunció sin preámbulos—. Hace cuatro años que no lo tenemos. Es difícil encontrar a un licántropo dispuesto a desempeñar esa función; y hace falta mucho talento para siquiera planteárselo.

—Bien —dije, esperando ver adónde quería ir a parar.

—Eres lo más parecido que tenemos.

Si hubiese habido tambores de fondo, habría comenzado un tenebroso redoble.

—No soy ningún chamán —rebatí—. De hecho, no sé qué es un chamán. Y vosotros no me tenéis.

—Es el término que empleamos para referirnos al hombre o la mujer medicina —informó Alcide—. Alguien con el don de interpretar y aplicar la magia. No suena mejor que «bruja». De este modo sabemos de quién estamos hablando. Si tuviésemos un chamán de manada, tendría que beberse el contenido de este vaso para ayudarnos a determinar la verdad de lo que ocurrió con Basim, así como el grado de culpa de los implicados. Entonces la manada emitiría un fallo proporcional.

—¿Qué es? —pregunté, señalando hacia el líquido.

—Es lo que sobró del último chamán.

—¿Qué es?

—Es una droga —contestó—. Pero, antes de que te vayas, deja que te diga que el último chamán la bebió varias veces sin experimentar ningún efecto duradero.

—Duradero.

—Bueno, sintió unos calambres de estómago al día siguiente, pero pudo volver al trabajo dos días después.

—Claro, porque era un licántropo, y seguro que era capaz de comer cosas que yo no. ¿Qué efectos tiene en ti? O, mejor, ¿qué efectos podría tener en mí?

—Te da una percepción distinta de la realidad. Eso es lo que me explicó el tipo. Y como yo no soy un chamán ni de lejos, es todo lo que sé.

—¿Por qué iba a tomar una droga desconocida? —pregunté con genuina curiosidad.

—Porque, de lo contrario, nunca llegaremos al fondo de este asunto —declaró Alcide—. Ahora mismo, Annabelle es la única culpable que a mí se me ocurre. Puede que sólo lo sea de serme infiel. Es un comportamiento que odio, pero ella no merecería morir por ello. Sin embargo, si no consigo descubrir quién mató a Basim y lo enterró en tu propiedad, creo que la manada la condenará, ya que era la única que se relacionaba con él. Creo que yo sería un sospechoso ideal de matarlo por celos. Pero yo podría haberlo hecho desde la legalidad, y sin cargarte a ti el muerto.

Eso era verdad.

—Van a matarla —recalcó, enfatizando el hecho que sabía que más me afectaría.

Casi fui lo bastante fuerte como para encogerme de hombros. Casi.

—¿No puedo intentarlo a mi manera? —pregunté—. ¿Poniéndoles las manos encima?

—Tú misma me has contado que es complicado leer con claridad los pensamientos de un licántropo. —Alcide casi lo dijo con pena—. Sookie, hubo un día en el que anhelé que fueses mi pareja. Ahora que yo soy líder de manada y que tú estás enamorada de ese pedazo de hielo que es Eric, supongo que mi sueño nunca ocurrirá. Pensé que tendríamos una oportunidad porque no podías leerme los pensamientos con tanta claridad. Desde que lo sé, creo que, para obtener una lectura fiable, no podemos depender sólo de que les impongas las manos.

Tenía razón.

—Hace un año —dije— no me habrías pedido algo así.

—Hace un año —repuso— no habrías dudado en beber.

Crucé hasta el escritorio y me bebí el vaso.

Capítulo
14

Bajé las escaleras de la mano de Alcide. La cabeza ya empezaba a darme vueltas. Era la primera vez en mi vida que tomaba una droga ilegal.

Era idiota.

Aun así, era una idiota que cada vez se encontraba más acalorada y cómoda. Uno de los maravillosos efectos secundarios de la bebida del chamán era que había dejado de sentir a Eric, Alexei y Apio Livio con la misma inmediatez, y el alivio era inconmensurable.

Pero otro efecto, éste menos agradable, era que no acababa de sentir las piernas del todo. Quizá por eso Alcide me agarraba con tanta fuerza del brazo. Me acordé de lo que me dijo acerca de su antiguo anhelo de que fuésemos pareja y pensé que estaría bien besarlo para recordar lo que se sentía. Entonces me di cuenta de que lo mejor sería que canalizase todas esas cálidas y tiernas emociones hacia la búsqueda de respuestas a los interrogantes que amenazaban a Alcide. Tomé las riendas de mis emociones, lo cual fue una excelente decisión. Estaba tan orgullosa de mi excelencia que podría haberme rebozado en ella.

Es probable que un chamán veterano conociese uno o dos trucos para centrar toda esa algarabía mental en los asuntos importantes. Hice un enorme esfuerzo para afilar la mente. Durante mi ausencia, el grupo de la sala había aumentado considerablemente. Había acudido toda la manada. Podía sentir su totalidad, su plenitud.

Muchos ojos se volvieron para mirarnos mientras descendíamos por las escaleras. Jason parecía alarmado, pero le lancé una sonrisa tranquilizadora. Algo no debió de salir bien con el gesto, porque no pareció relajarse en absoluto.

La lugarteniente de Alcide se colocó al lado de Annabelle, que seguía arrodillada. Jannalynn le echó la cabeza hacia atrás y lanzó varios ladridos. Había llegado a la altura de mi hermano y me estaba sosteniendo. De alguna manera, Alcide me había cedido a Jason.

—Demonios —murmuró mi hermano—. ¿Y no sería mejor llamarnos con la mano o usar un triángulo de percusión? —Podía dar por sentado que los ladridos no eran la forma habitual de solicitar la atención en la comunidad de las panteras. Sin problema. Le dediqué una sonrisa. Me sentía como Alicia en el País de las maravillas después de darle el bocado a la seta.

Me encontraba a un lado del espacio vacío que rodeaba a Annabelle, mientras que Alcide ocupaba el otro. Paseó la mirada a su alrededor para captar la atención de la manada.

—Nos hemos reunido aquí esta noche con dos invitados para decidir qué hacer con Annabelle —anunció sin preámbulos—. Estamos aquí para juzgar si ha tenido algo que ver con la muerte de Basim, o si hemos de condenar a otra persona.

—¿Por qué están ellos aquí? —inquirió una voz femenina. Intenté localizarla, pero estaba muy por detrás de la multitud y no podía verla. Calculé que habría unas cuarenta personas en la sala, de edades comprendidas entre los dieciséis (el cambio empieza después de la pubertad) y los setenta. Ham y Patricia estaban a mi izquierda, a un cuarto de círculo de distancia. Jannalynn no se había movido del lado de Annabelle. Los demás miembros de la manada a los que conocía estaban diseminados entre la multitud.

—Escuchad bien —pidió Alcide mirándome directamente. «Vale, Alcide, mensaje recibido». Cerré los ojos y proyecté mis sentidos. Bueno, aquello era condenadamente alucinante. Supe que él estaba repasando a los miembros de la manada con la mirada por el estallido de miedo que siguió. Yo podía ver ese miedo. Era amarillo oscuro—. Se ha encontrado el cadáver de Basim en la propiedad de Sookie —les informó—. Alguien lo dejó allí para culparla de su muerte. La policía vino a buscarlo justo después de que lo cambiásemos de sitio.

Se produjo una oleada general de sorpresa… de casi todo el mundo.

—¿Has cambiado el cuerpo de sitio? —preguntó Patricia. Abrí los ojos como platos. ¿Por qué habría decidido Alcide mantenerlo en secreto? Porque no cabía duda de que había sido toda una conmoción para Patricia y algunos otros que Basim no siguiese en el hoyo original. Jason se puso detrás de mí y dejó su cerveza. Sabía que necesitaría tener ambas manos libres. Puede que mi hermano no fuese un portento de inteligencia, pero tenía buen instinto.

Me maravillé ante la astucia de Alcide en la preparación de la escena. Puede que no captase con mucha claridad los pensamientos de los licántropos, pero las emociones… Eso era lo que quería que aflorase. Ahora que estaba centrada en las criaturas de la sala, casi ajena a mi propio cuerpo por la intensidad que impregnaba la atmósfera, vi a Alcide como una bola de energía roja, latente y atractiva, alrededor de la cual todos los licántropos se arremolinaban en círculo. Comprendí por primera vez que el líder de la manada era el planeta alrededor del cual orbitaban los demás en el universo licántropo. Los miembros de la manada desprendían diversas tonalidades de rojos, violetas y rosas, los colores de su devoción hacia él. Jannalynn relucía de un intenso carmesí; su adoración por Alcide la hacía casi tan brillante como él. Incluso Annabelle era de un cereza acuoso, a pesar de su infidelidad.

Pero había algunos puntos verdes. Extendí la mano ante mí como si exigiese al mundo que se detuviera mientras meditaba sobre esta nueva interpretación de la percepción.

—Esta noche Sookie es nuestra chamán —restalló la voz de Alcide desde la distancia. Podía ignorarla sin problema. Podía seguir los colores, porque los colores delataban a las personas.

El verde, debía buscar el verde. A pesar de que tenía la mente en calma y los ojos cerrados, los volví de alguna manera para observar a los que lucían de verde. Ham era verde. Patricia era verde. Miré hacia el otro lado. Había otro verde, pero fluctuaba entre amarillo pálido y verde claro. ¡Ja! «Ambivalentes», me dije sabiamente. «No llega a traidor, pero dubitativo en cuanto al liderazgo de Alcide». La imagen acuosa pertenecía a un joven, y lo deseché como irrelevante. Volví a mirar a Annabelle. Seguía con su tono cereza, pero con estallidos de ámbar a medida que el miedo resquebrajaba su lealtad.

Abrí los ojos. ¿Qué se suponía que debía decir? ¿«¡Son verdes, a por ellos!»? Sentí que me desplazaba, flotando entre la manada como un globo entre los árboles. Finalmente me detuve justo delante de Ham y Patricia. Ahí era donde las manos me hubiesen echado una mano. ¡Ja! ¡Qué divertido! Me reí un poco.

—¿Sookie? —preguntó Ham. Patricia retrocedió, dejando todo el protagonismo a su compañero.

—No vayas a ninguna parte, Patricia —le advertí con una sonrisa. Dio un respingo, a punto de echar a correr, pero una docena de manos la retuvieron y la aferraron con firmeza. Levanté la mirada hacia Ham y le puse los dedos sobre las mejillas. Si los hubiese tenido pintados, le habría dejado el aspecto de un indio de las películas a punto de librar una guerra—. Cuántos celos —continué—. Hmmm, le dijiste a Alcide que había gente acampando en el arroyo y que por eso la manada debía hacer su salida en mi bosque. Tú los invitaste, ¿no es así?

—Ellos… No.

—Oh, ya veo —dije, tocándole la punta de la nariz—. Ya veo. —Podía oír sus pensamientos con la misma claridad que si estuviese metida en su cabeza—. Así que eran del Gobierno. Intentaban obtener información acerca de las manadas de licántropos de Luisiana y de cualquier cosa mala que hubiesen hecho. Te pidieron que sobornaras a uno de los hombres fuertes, el segundo al mando, para que relatara todas las cosas malas que había hecho. Así podrían aprobar esa ley, la que exigiría que os inscribieseis como inmigrantes ilegales. Hamilton Bond, ¡debería darte vergüenza! Les dijiste que obligasen a Basim a que les contase algo; eso que había provocado su expulsión de la manada de Houston.

—Es todo mentira, Alcide —contestó Ham. Intentaba sonar como Míster Seriedad, pero a mí me pareció más bien un ratoncito chillón—. Alcide, nos conocemos de toda la vida.

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