Authors: Ben Mezrich
—¿Que no voy a encontrar un programador para nosotros en el
Crimson?
—anunció Divya casi a gritos, a modo de saludo. Tyler le echó una mirada furibunda, con un pedazo de mortadela a medio masticar colgándole de la boca.
—¿Qué coño te pasa a ti?
—Perdona por lo del bocadillo. Pero mira el titular.
Tyler cogió el periódico y lo sacudió para quitar el kétchup de la página trasera. Le lanzó otra mirada a Divya y luego dirigió los ojos hacia el lugar donde señalaba su amigo indio. Tyler enarcó las cejas mientras leía el titular al artículo y repasaba en diagonal los primeros párrafos.
—Ok. Está bastante bien —reconoció.
Divya asintió con una sonrisa. Tyler se echó atrás en su silla y alargó el cuello tanto como pudo para atisbar por detrás del estante que tenía al lado. Apenas podía ver las largas piernas de Cameron saliendo de debajo de una idéntica combinación silla-escritorio, apenas a tres metros.
—¡Cameron, despierta y mueve el culo hacia aquí!
Unos cuantos estudiantes levantaron la mirada, vieron que era Tyler y volvieron a lo suyo. Cameron tardó unos momentos en desencajarse de la combinación, pero finalmente logró arrastrarse hasta donde estaban ellos y tomó posición junto a Divya. Cameron llevaba el pelo levantado en la coronilla y tenía los ojos enrojecidos y soñolientos. El viento había soplado fuerte aquella mañana en el río, y el entrenamiento había sido especialmente duro. Pero Tyler ya no se sentía tan cansado como su hermano parecía estar, no después de ver lo que Divya le había mostrado.
Tyler le pasó el periódico a Cameron. Éste le echó una mirada al artículo, asintiendo con la cabeza.
—Sí, oí que unos tipos del Porc hablaban de esto la noche pasada. Sam Kensington estaba bastante cabreado, porque su novia Jenny Taylor quedó clasificada en tercer lugar según la página, mientras que su compañera de habitación Kelly fue la número dos…
—Y su otra compañera Ginny la número uno —interrumpió Divya—. Ninguna sorpresa.
Tyler no pudo evitar una sonrisa. Jenny, Kelly y Ginny eran desde cualquier punto de vista razonable las tres tías más buenas de segundo curso. También habían sido casualmente compañeras de habitación en primero. Sólo que nadie en el campus creía que fuera realmente una casualidad, sobre todo después de que alguien dedujera que los últimos cinco dígitos del teléfono de su habitación en primero resultaban ser «3-POLVO». La oficina de alojamiento de Harvard era famosa por detalles extraños como aquél. Poner a chicos con nombres parecidos en la misma habitación. En su primer año en Harvard, Tyler había visto un Burger con un Fries y al menos dos Blacks y Whites. Y luego estaban Jenny, Kelly y Ginny, las tres rubias más espectaculares del campus, en una habitación con el número de teléfono 3-POLVO.
Probablemente había que despedir a alguien.
Pero la oficina de alojamiento no era el tema del artículo del
Crimson.
Las tres rubias habían sido clasificadas por una página Web —según
Crimson
, su nombre era Facemash, una especie de versión de «hot-or-not» donde los estudiantes podían clasificar a las chicas en base a sus fotografías— que había causado un gran revuelo en el campus.
—La cerraron enseguida —continuó Divya, señalando hacia el
Crimson
—. Dice que la cerró el mismo tío que la había hecho. Cuando creó la página no se había dado cuenta de que la gente se iba a cabrear. Y eso que en su blog había hablado de comparar a las chicas con animales de granja.
Tyler se echó atrás en su silla.
—¿Quién se cabreó?
—Bueno, las tías. Muchas. Los grupos feministas del campus enviaron un montón de cartas. Y luego está la universidad: había tanta gente visitando la página al mismo tiempo que saturó el ancho de banda de la universidad. Los profesores no conseguían conectarse a sus cuentas de e-mail. Fue una locura.
Tyler soltó un silbido.
—Uau.
—Sí, uau. Recibió algo así como veinte mil clics en veinte minutos. Ahora el tío que lo creó tiene bastantes problemas. Parece que robó todas las fotografías de las bases de datos de las residencias. Se coló dentro y simplemente las descargó. Parece que él y algunos de sus amigos van a tener que pasar por la junta administrativa.
Tyler sabía muy bien lo que era pasar por la junta administrativa, el organismo disciplinario de la administración, habitualmente integrado por decanos y por asesores estudiantiles pero que a veces contaba con abogados universitarios e incluso con los administradores superiores. Tyler tenía un amigo en el Porc que había sido acusado de copiar en un examen de historia. El tío había tenido que presentarse ante dos decanos y un tutor sénior. La junta administrativa tenía mucho poder: podía suspenderte, incluso recomendar tu expulsión. Pero Tyler dudaba de que en un caso como éste el castigo fuera tan severo.
El tío que hizo Facemash seguramente saldría en libertad provisional. Pero con la reputación bastante jodida. Ciertamente las chicas del campus no tendrían una opinión demasiado elevada de él, aunque, al parecer, el chico no era exactamente un Casanova. ¿Comparar tías con animales de granja? Esa no es la clase de idea que se te ocurre cuando te acuestas con tías regularmente.
—Aquí dice que no es su primer programa —comentó Cameron, hojeando el artículo—. También hizo eso del Course Match. Te acuerdas Tyler, ese horario
online
para escoger tus clases. Y en el instituto se supone que era una especie de
megahacker.
Tyler comenzaba a entusiasmarse. Todo lo que oía le gustaba. El tío la había cagado con su página web, pero no había duda de que era un brillante programador y a todas luces una persona con ideas propias. Tal vez fuera exactamente lo que estaban buscando.
—Tendríamos que hablar con este tío.
Divya asintió.
—Ya he llamado a Víctor. Dice que coincide con él en algunas clases de informática. Me advirtió de que era un poco rarito.
—¿Cómo de rarito? —preguntó Cameron.
—Ya sabes, un poco autista.
Tyler le echó una mirada a Cameron. Ambos sabían exactamente a qué se refería Divya. Autista no era la palabra correcta;
inadaptado social
era probablemente más exacto. Había decenas de chicos así en Harvard. Para ingresar en Harvard, tenías que ser o bien una persona increíblemente completa (un alumno de sobresalientes que además fuera bueno en algún deporte universitario), o bien tenías que ser muy, muy bueno en algo: tal vez mejor que nadie en el mundo. Como un virtuoso del violín, o un poeta laureado.
A Tyler le gustaba pensar que él y su hermano eran personas completas, pero tampoco se engañaba: sabía que los dos eran muy, muy buenos en remo.
Este chico resultaba ser muy, muy bueno en informática, pues no tenía pinta de que ser bueno en ningún deporte universitario.
—¿Cómo se llama el tío? —preguntó Tyler, con la mente funcionando a toda máquina.
—Mark Zuckerberg —respondió Divya.
—Mándale un e-mail —decidió Tyler, repicando con los dedos sobre el
Crimson
—. Veamos si este tal Zuckerberg quiere entrar en la historia.
Desde los escalones de la Biblioteca Widener, bajo la brillante luz de las once de la mañana, Harvard Yard tenía un aspecto muy parecido al que había tenido los últimos trescientos años. Senderos bordeados de árboles zigzagueando entre extensiones de hierba pulcramente recortada. Viejos edificios de ladrillo y piedra cubiertos de hiedra, complicados trazos verdes que se entrelazaban como venas sobre la vieja piel arquitectónica. Desde el punto de vista de Eduardo, en lo alto de la escalinata se adivinaba la punta de la Iglesia Memorial a lo lejos, pero no se veía más allá; sin duda no se veía el edificio futurista de ciencias o el claustrofóbico dormitorio de primer curso de Canaday, en fin, ninguno de los edificios nuevos que destrozaban la austera atmósfera del campus. Era una vista cargada de historia, de siglos de momentos como aquél, aunque Eduardo tenía la sensación de que a lo largo de todos esos centenares de años ningún estudiante había pasado por la extraña tortura que acababa de pasar el tío que tenía al lado.
Eduardo le echó una mirada a Mark, que estaba sentado a su lado en el escalón con las piernas cruzadas, parcialmente cubierto por la sombra que proyectaba uno de los inmensos pilares que sostenían el edificio de la gran biblioteca de piedra. Mark llevaba traje y corbata y parecía incómodo, como de costumbre, aunque en este caso Eduardo estaba bastante seguro de que la incomodidad de su amigo no tenía que ver únicamente con su ropa.
—Ha sido desagradable supongo —comentó Eduardo, devolviendo su atención a Harvard Yard.
Contempló a una pareja de chicas guapas de primer curso que pasaban a toda prisa por uno de los caminos. Las dos llevaban bufandas carmesí a juego y una tenía el pelo recogido en un moño, dejando al aire una franja de cuello de porcelana.
—Algo así como una colonoscopia —respondió Mark.
Mark también estaba contemplando el avance de las chicas por Harvard Yard. Tal vez estuviera pensando lo mismo que Eduardo: que esas chicas probablemente hubieran oído hablar de Facemash, leído sobre el asunto en el
Crimson
o visto algo colgado en alguno de los tablones de anuncios
online
del campus. Tal vez las chicas supieran incluso que una hora antes Mark se había tenido que sentar frente a la junta administrativa —en presencia de no menos de tres decanos, además de un par de expertos en seguridad informática— y presentar disculpas, una y otra vez, por el desaguisado que había provocado sin querer.
Lo divertido del caso —aunque los decanos no le habían visto exactamente la gracia— era que Mark no parecía haber entendido realmente por qué estaba todo el mundo tan cabreado. De acuerdo, había pirateado los ordenadores de la universidad y se había descargado unas cuantas fotografías. Sabía que eso estaba mal, y ciertamente se disculpaba por ello. Pero estaba sinceramente confundido por la indignación que había despertado en varios grupos femeninos del campus, y no sólo en los grupos sino también entre las propias chicas, muchas de las cuales le habían enviado e-mails, cartas y a veces hasta novios para que asegurarse de que le llegaba el mensaje. Y los mensajes le llegaban en el comedor, en las clases, incluso entre los estantes de la biblioteca: cada vez que se cruzaban con Mark.
Durante la sesión con la junta administrativa, Mark había admitido abiertamente su culpa por el pirateo pero también había observado que sus acciones habían puesto al descubierto algunos fallos graves de seguridad en el sistema informático de la universidad. Había un aspecto positivo en todo el asunto, según Mark, que se presentó voluntario además para ayudar a resolver las deficiencias de los sistemas de las residencias.
Mark también había insistido en que había cerrado personalmente la página cuando se dio cuenta de que corría por todo el campus. En ningún momento había tenido intención de lanzar Facemash de ese modo: era una especie de test beta que se le había escapado de las manos. La página era sólo un reto que se había propuesto a sí mismo, sin ninguna finalidad retorcida.
Francamente, la mejor defensa de Mark había sido su inadaptación social, sumada a su confusión por la respuesta que había generado Facemash. Los decanos reunidos habían observado y escuchado su artificial amaneramiento y se habían dado cuenta de que Mark no era en realidad un mal chico, simplemente no pensaba como los demás. No se había dado cuenta de que las chicas se iban a ofender porque los chicos las clasificaran en función de su aspecto: por Dios, Mark, Eduardo y probablemente todos los tíos de la universidad llevaban haciendo ese tipo de clasificaciones desde el nacimiento de la educación estructurada. Eduardo estaba convencido de que algún día un paleontólogo encontraría dibujos en cuevas con clasificaciones de chicas neandertales. Formaba parte de la naturaleza humana.
Un observador externo habría dicho que Mark no parecía haberse dado cuenta de que cierto tipo de cosas que le pasaban por la cabeza —la clase de conversaciones que uno tenía con sus amigos colgados en la privacidad de sus guaridas de colgados— no quedaban bien cuando se decían en público. Si sugieres comparar fotografías de chicas con animales de granja, vas a ver a mucha gente cabreada.
Ciertamente, Mark había cabreado a mucha gente. Pero en su benevolencia los decanos habían decidido no suspenderle o expulsarle por el asunto de Facemash. Le darían a Mark una especie de libertad vigilada: simplemente le habían dicho que no creara problemas durante los próximos dos años, o ya vería. No habían especificado qué sería lo que «vería», pero en todo caso era una buena zurra.
Mark había sobrevivido al incidente sin demasiado perjuicio para su estatus académico. Su reputación en el campus, sin embargo, no se había recuperado tan fácilmente. Si antes tenía problemas con las chicas, ahora lo iba a tener realmente crudo.
Además, la gente conocía ya el nombre de Mark Zuckerberg. El artículo del
Crimson
se había asegurado de eso. El periódico había desarrollado incluso el artículo inicial acerca de la debacle Facemash con un editorial acerca de la popularidad de la página y del interés que cabía deducir de ello por alguna clase de comunidad virtual para compartir imágenes, aunque tal vez debería dársele una orientación más positiva. Mark ciertamente había movido algo, y eso era bueno, ¿no?
Cuando las dos chicas de primero desaparecieron de su vista, Mark se metió la mano en el bolsillo de atrás y sacó un pedazo de papel doblado y se giró hacia Eduardo.
—Quiero mostrarte algo. ¿Qué piensas de esto?
Le pasó el papel y Eduardo lo desdobló; era un e-mail impreso del ordenador de Mark:
Hola Mark, un amigo me dio tu e-mail. En fin, mi equipo y yo necesitamos a un diseñador de páginas web que sepa php, sql y, con un poco de suerte, java. Tenemos muy avanzado el diseño de una página en la que nos gustaría que participaras y que estamos seguros que dará que hablar en el campus. Llámame por favor a mi móvil o escríbeme un e-mail para decirme cuándo tendrías un momento para charlar por teléfono y verte con nuestro diseñador actual. Podría ser una experiencia muy positiva, especialmente si tienes una personalidad emprendedora. Te daremos los detalles cuando nos des tu respuesta. Saludos.
El e-mail estaba firmado por alguien llamado Divya Narenda, e iba con copia para un tal Tyler Winklevoss. Eduardo leyó dos veces el e-mail, tratando de digerir la propuesta. Parecía que los tipos estaban trabajando en alguna clase de página secreta; probablemente habían leído algo sobre Mark en el
Crimson,
habían visto Facemash y pensaban que podía ayudarles en lo que fuera que estuvieran construyendo. Estaba claro que no conocían a Mark, sólo respondían a su reputación, a su reciente notoriedad.