Nacidos para Correr (33 page)

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Authors: Christopher McDougall

BOOK: Nacidos para Correr
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Para ser un tipo que aconsejaba a tanta gente sobre cómo correr, Bowerman corría bastante poco. Había empezado a correr un poquito a los cincuenta años, luego de pasar un tiempo en Nueva Zelanda con Arthur Lydiard, el padre de la carrera como ejercicio y el entrenador de carreras de larga distancia más influyente de todos los tiempos. Lydiard había fundado el Auckland Joggers Club a finales de los años cincuenta para ayudar a que las victimas de ataques al corazón se recuperaran. En su momento el club fue increíblemente controversial, los médicos estaban convencidos de que Lydiard estaba organizando un suicidio en masa. Pero una vez que esos hombres anteriormente enfermos fueron descubriendo lo bien que se sentían tras unas pocas semanas corriendo, empezaron a invitar a sus mujeres, hijos y padres a unírseles en sus dos horas de paseo por la pista.

Cuando Bill Bowerman lo visitó por primera vez en 1962, el grupo de corredores de los domingos por la mañana que dirigía Lydiard era la mayor reunión social de Auckland. Bowerman intentó unírseles, pero su estado físico era tan deplorable que tuvo que ser ayudado por un hombre de setenta y tres años que había sobrevivido a tres infartos de miocardio. “Dios, lo único que me mantenía con vida era la esperanza de que moriría pronto”, diría después Bowerman.

Pero regresó a casa hecho un converso, y poco después escribió un bestseller, cuyo título daría vida a una nueva palabra y se convertiría en una obsesión para el público americano:
Jogging
. Mientras escribía y entrenaba, Bowerman ocupaba sus ratos libres arruinando su sistema nervioso y la waflera de su esposa, jugueteando en el sótano con caucho líquido para inventar un nuevo tipo de calzado. Sus experimentos le valieron a Bowerman una afección nerviosa pero también la invención de las primeras zapatillas de correr con amortiguación. Con un golpe de negra ironía, Bowerman las bautizó las Cortez, en honor al conquistador que saqueó el oro del Nuevo Mundo y desató una horrible epidemia de viruela.

El golpe maestro de Bowerman pasó por defender un nuevo estilo de correr que solo era posible con el nuevo tipo de calzado que había inventado. Las Cortez permitían a la gente correr de una manera en que ningún ser humano había sido capaz de correr sin hacerse daño: aterrizando en sus huesudos talones. Antes de la invención de la zapatilla con amortiguación, los corredores habían corrido de la misma forma a lo largo de la historia: Jesse Owens, Roger Bannister, Frank Shorter e incluso Emil Zatopek, todos corrían con la espalda recta, las rodillas dobladas y los pies arañando el suelo bajo las caderas. No tenían otra opción: la única manera de absorber el golpe pasaba por doblar las piernas y aterrizar sobre la gruesa capa de grasa en la mitad de la planta de los pies. Fred Wilt lo comprobó en su clásico del atletismo de 1959,
How They Train
, libro en el que detallaba la técnica de carrera de más de ochenta corredores de élite a nivel mundial. “El pie delantero se mueve hacia delante en un movimiento suave (no un golpe fuerte, ni una caída violenta) que va hacia abajo y hacia atrás, en el que el borde delantero de la planta del pie realiza el primer contacto con la pista”, escribe Wilt. “El progreso en la carrera resulta de la combinación de estas fuerzas que empujan hacia atrás el centro de gravedad del cuerpo…”.

De hecho, cuando el diseñador biomédico Van Phillips creó en 1984 una prótesis de tecnología de punta para corredores cojos, ni siquiera se molestó en dotarla de talón. Philips había perdido la pierna izquierda por debajo de la rodilla en un accidente de esquí acuático y, como corredor, entendía que el talón era necesario para mantenerse en pie, no para correr. La prótesis inventada por Phillips, conocida como “Pie de guepardo” tiene forma de C e imita la función de una pierna orgánica con tanta eficacia que permitió al corredor sudafricano Oscar Pistorius, quien tiene las dos piernas amputadas, competir con los mejores velocistas del mundo.

Pero Bowerman tenía una idea: quizá se podía ganar un poco de distancia si uno pisaba delante del centro de gravedad. Si colocamos un trozo de hule debajo del talón, pensó, podremos enderezar las piernas, aterrizar sobre los talones y dar una zancada más larga. En su libro
Jogging
, comparaba ambos estilos: Con la zancada de “pie plano” de eficacia comprobada, admitía Bowerman, “una superficie amplia amortigua la pisada y reduce el impacto en el resto del cuerpo”. Sin embargo, pensaba que una zancada que fuera “del talón a los dedos” produciría “menos cansancio en las distancias largas”.
Si
uno contaba con el calzado adecuado.

El marketing de Bowerman era brillante. “El mismo tipo creó un mercado para un producto y luego creó el producto en cuestión”, en palabras de un columnista económico de Oregón. “Es genial, el tipo de cosa que se estudia en las escuelas de negocios”. El socio de Bowerman, un corredor convertido en empresario llamado Phil Knight, cerró un trato para fabricar el nuevo producto en Japón y estaba rápidamente vendiendo zapatillas antes de que dejaran la cadena de montaje. “Con el sistema de amortiguación de las Cortez, probablemente nos encontraremos en una situación de monopolio para las olimpiadas de 1972”, se regodeaba Knight. Para cuando las otras compañías estuvieron en posición de imitar la famosa zapatilla, el
Swoosh
[14]
era ya una potencia mundial.

Encantado con la reacción que sus diseños de aficionado habían recibido, Bowerman dejó que su creatividad volara. Imaginó una zapatilla impermeable hecha de escamas de pez, pero dejó que la idea muriera en la mesa de dibujo. Inventó las LD-1000 Trainer, unas zapatillas con la suela tan ancha que correr con ellas era como correr con un molde de tarta en los pies. Bowerman creía que estas zapatillas acabarían con la pronación, pasando por alto que a menos que el pie del corredor cayera completamente recto, el talón abultado podría torcerle la pierna. “En lugar de proveer estabilidad, aceleró la pronación y consiguió hacer daño tanto al pie como al tobillo”, escribió el antiguo corredor de Oregón Kenny Moore en su biografía de Bowerman. En otras palabras, la zapatilla que supuestamente debía darte una pisada perfecta, solo funcionaba si ya tenías una. Cuando Bowerman descubrió que estaba produciendo lesiones en lugar de prevenirlas, tuvo que dar marcha atrás y redujo el talón en versiones posteriores.

Mientras tanto, de vuelta en Nueva Zelanda, un consternado Arthur Lydiard veía los llamativos productos de exportación que salían de Oregón y se preguntaba qué demonios estaba haciendo su amigo. Lydiard era un especialista en atletismo con muchísima más experiencia y conocimientos que Bowerman; había entrenado a muchos más campeones olímpicos y plusmarquistas mundiales, y había inventado un programa de entrenamiento que seguía siendo el punto de referencia dentro de la disciplina. A Lydiard le caía bien Bill Bowerman y lo respetaba como entrenador, pero, ¡por Dios santo! ¿Qué era esa basura que estaba vendiendo?

Lydiard sabía que toda esa cháchara acerca de la pronación no era más que sandeces publicitarias. “Si uno le dice a una persona de cualquier edad que se quite las zapatillas y corra por el pasillo, casi siempre descubrirá que el movimiento del pie no tiene ni rastro de pronación y supinación”, se quejaba Lydiard. “Esas torceduras laterales del tobillo comienzan cuando la gente se ata los cordones de unas zapatillas de correr, porque el diseño de las zapatillas inmediatamente altera el movimiento natural del pie”.

“Nosotros corríamos en zapatillas de lona”, continuaba Lydiard. “No sufríamos fascitis plantar, ni pronábamos ni supinábamos, quizá nos rasgáramos un poco la piel debido a la rugosidad de la lona pero, en términos generales, no teníamos problema alguno en los pies. Pagar varios cientos de dólares por el último grito de la tecnología en zapatillas deportivas no te garantiza que no sufrirás alguna de estas lesiones, es más, puede incluso garantizarte que las sufrirás de una u otra forma”.

Finalmente, incluso Bowerman fue asaltado por las dudas. Conforme Nike seguía avanzando con el paso de una apisonadora, fabricando zapatillas como salchichas en infinitas variedades y modelos que cambiaban sin más razón que tener un producto más para vender, Bowerman llegó a sentir que su misión inicial de fabricar una zapatilla honrada había sido corrompida por una nueva ideología, que el mismo resumió en dos palabras: “Hacer dinero”. En una carta a un colega, se quejaba de que Nike estaba “distribuyendo un montón de basura”. Por lo que parecía, incluso para uno de los padres fundadores de Nike las palabras del escritor y filósofo Eric Hoffer estaban volviéndose verdad: “Toda gran causa comienza como un movimiento, se convierte en un negocio y termina siendo un fraude”.

Cuando la revolución de los descalzos empezó a tomar forma en 2002, Bowerman ya había muerto, así que Nike se dirigió a su mentor para saber si todo este asunto de correr sin zapatillas tenía sentido. “¡Por supuesto!”, parece que dijo resoplando Arthur Lydiard. “Si refuerzas una zona, esta se debilita. Si la usas exhaustivamente, se hace más fuerte… Si se corre descalzo, se evitan todos estos problemas”.

“El calzado que deja que los pies funcionen como si estuvieran descalzos, es el calzado que a mí me sirve”, sentenció Lydiard.

Nike decidió investigar por su cuenta. Jeff Pisciotta, un veterano investigador del Nike Sports Research Lab, colocó a veinte corredores en un campo de hierba y los filmó mientras corrían descalzos. Cuando realizó un zoom a los pies de los corredores, se quedó perplejo: en lugar de esas pisadas pesadas y ruidosas que damos cuando corremos con zapatillas, vio cómo los pies se comportaban como animales con mente propia, extendiéndose, agarrándose al terreno, explorándolo con los dedos abiertos, planeando cada vez que aterrizaban como un cisne brincando sobre la superficie de un lago. “Era algo hermoso”, me diría más adelante Pisciotta, todavía embelesado. “Y empezamos a pensar que cuando nos ponemos una zapatilla es ella la que toma el control”. Inmediatamente hizo que su equipo reuniera material fílmico de todas las culturas que todavía corrían descalzas alrededor del mundo. “Encontramos grupos de personas por todo el planeta que seguían corriendo descalzas y descubrimos que, cuando se corre descalzo, durante la propulsión y el aterrizaje el pie tiene un ámbito de movimiento mayor e involucra más a los dedos. Los pies de quienes corren descalzos se flexionan, extienden, abren y se agarran a la superficie, lo que se traduce en menos pronación y una mayor distribución de la presión”.

Enfrentada a la casi ineludible conclusión de que había estado vendiendo limones, Nike decidió entrar en el negocio de vender limonada. Jeff Pisciotta se convirtió en la cabeza de un proyecto ultrasecreto aparentemente imposible: encontrar la forma de sacar dinero de un pie desnudo.

Pisciotta tardó dos años en desvelar su obra maestra. Fue presentada al mundo en unos comerciales de televisión que mostraban tantos atletas descalzos —maratonistas keniatas trotando sobre una pista de tierra, nadadores retorciendo los dedos del pie en el taco de salida de la piscina, gimnastas y bailarines de capoeira y luchadores y maestros karatecas y jugadores de fútbol de playa— que pasado un rato era difícil recordar
quién
llevaba zapatillas y por qué.

Sobre las imágenes centellaban mensajes inspiradores: “Tus pies son tus cimientos. ¡Despiértalos! ¡Fortalécelos! Conecta con el suelo… La tecnología natural permite el movimiento natural… Poder para tus pies”. Sobre la planta de un pie desnudo se ve garabateado: “El rendimiento comienza aquí”. Y luego llega el gran final: conforme llega el crescendo de la canción “Tiptoe Through the Tulips” al fondo, aparecen en escena esos corredores keniatas, que antes llevaban los pies descalzos pero ahora calzan unas zapatillas delgadas. Son las nuevas Nike Free, con el
Swoosh
a un lado y más delgadas que las viejas Cortez.

¿Y el slogan?

“Corre Descalzo”.

CAPÍTULO 26

Nena, esta ciudad te arranca los huesos de la espalda.

Es una trampa mortal, es una llamada al suicidio…


Bruce Springsteen
,
“Born to Run”

LA CARA DE CABALLO BLANCO estaba rosa de orgullo, así que intenté pensar en algo bonito que decirle.

Acabábamos de llegar a Batopilas, un viejo pueblo minero enclavado ocho mil pies por debajo del filo del cañón. Fue fundado cuatrocientos años atrás, cuando los exploradores españoles descubrieron mineral de plata en el río, y no ha cambiado mucho desde entonces. Es todavía una delgada línea de casas abrazando la ribera del río, un lugar donde los burros son tan comunes como los autos y donde el primer teléfono fue instalado cuando el resto del mundo había empezado a programar sus iPods.

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