Navegante solar (11 page)

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Authors: David Brin

BOOK: Navegante solar
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—¿Por qué están todas las cámaras aquí abajo? No he visto ninguna arriba.

—Descubrimos que los observadores vivos y las máquinas se interferían mutuamente cuando rodaban en el mismo plano. Por ésta y otras razones los instrumentos se alinean al borde del plano aquí abajo, y nosotros vamos en la otra mitad.

»Podemos acomodar ambas cosas orientando la nave para que el borde de la cubierta se alinee hacia el objeto que queremos observar.

Resultó ser una solución excelente pues la gravedad no supone ningún problema; podemos ladearnos en cualquier ángulo y conseguir que el punto de vista de los observadores mecánicos e inteligentes sea el mismo para hacer comparaciones posteriores.

Jacob trató de imaginar la nave, inclinada y sumergida en las tormentas de la atmósfera del sol, mientras que los pasajeros y la tripulación observaban tranquilamente.

—Hemos tenido algunos problemas con esta disposición —continuó Kepler—. Esta nave más nueva y más pequeña que llevará Jeff tiene algunas modificaciones, así que esperamos que pronto... ¡Ah!

Aquí vienen algunos amigos...

Culla y Jeffrey salieron por la puerta, el rostro medio simio medio humano del chimp deformado por su expresión de desprecio.

Palpó la pantalla de su pecho.

«LR MAREADO AL SUBIR LA RAMPA. CAMISA BASTARDO.»

Culla habló con suavidad al chimpancé. Jacob apenas pudo oírlo.

—Habla con reshpeto, Amigo-Jeff. El sheñor LaRoque esh humano.

Jeffrey tecleó acalorado, con bastantes faltas de ortografía, a la que tenía tanto respeto como el que más, pero que no estaba dispuesto a someterse a cualquier humano exigente, sobre todo uno que no había tenido nada que ver con la Elevación de su especie.

¿TIENES QUE SOPORTAR TODA ESA MIERDA DE BUBBACUB SÓLO PORQUE SUS ANTEPASADOS ICIERON UN FABOR A LOS TULLOS HACE MEDIO MILLÓN DE AÑOS?

Al pring le brillaron los ojos y hubo un destello de blanco entre sus gruesos labios.

—Por favor, Amigo-Jeff, shé que pretendesh lo mejor, pero Bubbaccub esh mi Tutor. Losh humanosh han dado libertad a tu raza.

Mi raza debe shervir. Esh la forma en que eshtá eshtructurado el mundo.

Jeffrey hizo una mueca.

—Ya veremos —gruñó.

Kepler se llevó a Jeffrey aparte, tras pedirle a Culla que enseñara a Jacob los alrededores. Culla guió al humano al otro lado de la semiesfera para mostrarle la máquina que permitía que la nave funcionara como una batisfera en el plasma semifluido de la atmósfera solar. Desmontó varios paneles para mostrarle a Jacob las unidades de memoria holográfica.

El Generador de Estasis controlaba el flujo de tiempo y espacio a través del cuerpo de la Nave Solar, de forma que sus ocupantes sintieran las violentas sacudidas de la cromosfera como un suave bamboleo. Los científicos de la Tierra aún no comprendían más que parcialmente la física fundamental del generador, aunque el gobierno insistía en que fuera construido por manos humanas.

A Culla le brillaban los ojos, y su voz susurrante reveló el orgullo por las nuevas tecnologías que la Biblioteca había traído a la Tierra.

Los bancos de lógica que controlaban el generador parecían un amasijo de filamentos cristalinos. Culla explicó que las varillas y fibras almacenaban mucha más información óptica que la tecnología terrestre anterior, y además respondían con más rapidez. Mientras observaban, pautas de interferencia azul corrieron arriba y abajo por la varilla más cercana, paquetes fluctuantes de datos centelleantes. A Jacob le pareció que había algo casi vivo en la máquina. El láser de entrada y salida se hizo a un lado bajo el contacto de Culla, y los dos contemplaron durante varios minutos el crudo pulso de la información que era la sangre de la máquina.

Aunque debía de haber visto las entrañas del ordenador cientos de veces, Culla parecía tan embelesado como Jacob, meditando fijamente con aquellos ojos brillantes que nunca parpadeaban.

Por fin Culla volvió a colocar la tapa. Jacob advirtió que el extraterrestre parecía cansado. Debía de estar trabajando demasiado.

Hablaron poco mientras recorrían lentamente el camino de regreso para reunirse con Jeffrey y Kepler.

Jacob escuchó con interés, pero sin comprender demasiado, cómo el chimpancé y su jefe discutían sobre algún detalle menor del enfoque de una de las cámaras.

Jeffrey se marchó entonces, tras decir que tenía cosas que hacer en el suelo de la Caverna, y Culla le siguió poco después. Los dos hombres se quedaron allí unos minutos, hablando de la maquinaria.

Entonces Kepler indicó a Jacob que se adelantara mientras regresaban alrededor del bucle.

Cuando Jacob estaba a medio camino, escuchó una súbita conmoción arriba. Alguien gritaba, furioso. Intentó ignorar lo que le decían sus ojos sobre el curvado bucle de gravedad y aceleró el ritmo.

Sin embargo, el sendero no estaba hecho para ser tomado con rapidez.

Por primera vez sintió una confusa mezcla de sensaciones de gravedad mientras diferentes porciones del complicado campo tiraban de él.

En lo alto del arco, el pie de Jacob tropezó con una placa suelta, que se dispersó junto con algunos tornillos por la cubierta curva. Luchó por conservar el equilibrio, pero la enervante perspectiva, a mitad de camino del sendero curvo, le hizo tambalearse. Cuando llegó a la escotilla del lado superior de la cubierta, Kepler le había alcanzado.

Los gritos procedían de fuera de la nave.

En la base de la rampa, Fagin agitaba las ramas, trastornado.

Varios miembros del personal de la base corrían hacía LaRoque y Jeffrey, que estaban enzarzados en un violento abrazo.

Con la cara completamente roja, LaRoque resoplaba y se esforzaba mientras intentaba soltar la mano de Jeffrey de su cabeza. Descargó un puñetazo, sin ningún efecto aparente. El chimpancé gritó repetidas veces y enseñó los dientes mientras pugnaba por agarrar mejor la cabeza de LaRoque y hacerla llegar al nivel de la suya. Ninguno de los dos advirtió el corrillo que se había reunido a su alrededor. Ignoraron los brazos que intentaban separarlos.

Mientras se apresuraba hacia abajo, Jacob vio que LaRoque liberaba una mano y buscaba la cámara que colgaba de un cordón en su cintura.

Jacob se abrió paso hasta los combatientes. Sin detenerse, hizo que LaRoque soltara la cámara tras propinarle un duro golpe con el canto de una mano, y con la otra agarró el pelaje de la nuca del chimpancé. Tiró hacia atrás con todas sus fuerzas y lanzó a Jeffrey a los brazos de Kepler y Culla.

Jeffrey se debatió. Los grandes y poderosos brazos del simio lucharon contra la tenaza de sus captores. Echó atrás la cabeza y aulló.

Jacob sintió movimiento a sus espaldas. Giró y plantó una mano sobre el pecho de LaRoque cuando el hombre se abalanzaba hacia adelante. Los pies del periodista resbalaron y el hombre aterrizó en el suelo.

Jacob agarró la cámara del cinturón de LaRoque, justo cuando el otro intentaba cogerla. El cordón se partió con un chasquido. Los hombres contuvieron a LaRoque cuando éste intentaba ponerse en pie. Jacob alzó las manos.

— ¡Ya basta! —gritó. Se colocó de forma que ni LaRoque ni Jeffrey pudieran verse bien. LaRoque se acarició la mano, ignorando a los hombres que le contenían, y le miró airado.

Jeffrey todavía intentaba soltarse. Culla y Kepler lo agarraron con más fuerza. Tras ellos, Fagin silbaba, indefenso.

Jacob cogió la cara del chimpancé en sus manos. Jeffrey le miró.

—¡Chimpancé-Jeffrey, escúchame! Soy Jacob Demwa. Soy un ser humano. Soy supervisor del Proyecto Elevación. Te estás comportando de una manera indigna... ¡Estás actuando como un animal!

Jeffrey sacudió la cabeza como si le hubieran abofeteado. Miró aturdido a Jacob durante un instante. En su rostro se dibujó media mueca, y luego los profundos ojos marrones se desenfocaron. Se hundió fláccido en los brazos de Culla y Kepler.

Jacob agarró la peluda cabeza con una mano y con la otra colocó en su sitio el pelaje agitado. Jeffrey se estremeció.

—Ahora relájate —dijo suavemente—. Intenta recuperarte. Todos te escucharemos cuando nos digas qué ha sucedido.

Jeffrey dirigió una mano temblorosa hacia su aparato fonador.

Tardó unos instantes en teclear lentamente LO SIENTO. Miró a Jacob: lo decía en serio.

—Muy bien —dijo Jacob—. Hace falta ser un hombre auténtico para pedir disculpas.

Jeffrey se enderezó. Con elaborada calma hizo un gesto de asentimiento a Kepler y Culla. Éstos le liberaron y Jacob dio un paso atrás.

A pesar de su éxito en el trato con delfines y chimpancés en el Proyecto, Jacob se sentía un poco avergonzado de la manera condescendiente con que había tratado a Jeffrey. Usar ese recurso con el chimpancé científico había funcionado. Por lo que Jeffrey había dicho antes, Jacob supuso que tenía en gran estima a sus tutores, pero la reservaba para algunos humanos. Jacob se alegró de haber podido recurrir a esa reserva, pero no se sentía particularmente orgulloso por ello.

Kepler se hizo cargo en cuanto vio que Jeffrey se tranquilizaba.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —gritó, mirando a LaRoque.

— ¡Ese animal me atacó! —chilló LaRoque—. Acababa de superar mis temores y salí de ese lugar terrible y cuando estaba hablando con el honorable Fagin saltó la bestia contra mí como un tigre, y tuve que luchar por mi vida.

MENTIROSO. ESTABA SABOTEANDO. DESCUBRÍ SUELTA LA PLACA DE ACCESO T.C. FAGIN DIJO QUE EL GUSANO ACABABA DE SALIR CUANDO NOS OYÓ LLEGAR.

—¡Pido disculpas por la contradicción! —trinó Fagin—. No utilicé el término peyorativo «gusano». Simplemente respondí a una pregunta para afirmar...

—¡Passsó una hora ahí dentro! —interrumpió Jeffrey, haciendo una mueca por el esfuerzo.

Pobre Fagin, pensó Jacob.

—Ya lo he dicho antes —gritó LaRoque—. ¡Ese loco me asaltó! ¡Me pasé la mitad del tiempo agarrado al suelo! Escucha, pequeño mono, no gastes tu saliva en mí. ¡Guárdala para tus compañeros arborícolas!

El chimp aulló, y Culla y Kepler se abalanzaron hacia delante para separarlos. Jacob se acercó a Fagin, sin saber qué decir. Por encima del tumulto, el kantén le dijo amablemente:

—Parece que vuestros tutores, fueran quienes fuesen, Amigo-Jacob, debieron ser realmente únicos.

Jacob asintió, aturdido.

9
RECORDANDO AL GRAN AUK

Jacob observó al grupo al pie de la rampa. Culla y Jeffrey, cada uno a su modo, hablaban ansiosamente con Fagin. Un grupito del personal de la base se había congregado cerca, tal vez para escapar a las insistentes preguntas de LaRoque.

Desde el altercado, el hombre no paraba de recorrer la Caverna, lanzando preguntas a los trabajadores y quejándose a quienes no lo eran. Durante algún tiempo su ira por haberse visto privado de su cámara fue enorme, y sólo declinó lentamente hasta un estado que Jacob consideraba cercano a la apoplejía.

—No estoy seguro de por qué se la quité —le dijo Jacob a Kepler, sacándola del bolsillo. La estilizada cámara negra tenía un puñado de botoncitos y teclas. Parecía la herramienta perfecta de un periodista, compacta, flexible y sin duda muy cara.

Se la tendió a Kepler.

—Pensé que estaba buscando un arma.

Kepler se guardó la cámara en el bolsillo.

—Lo comprobaremos de todas formas, por si acaso. Mientras tanto, me gustaría darle las gracias por la manera en que se hizo cargo de las cosas.

Jacob se encogió de hombros.

—No hay de qué. Lamento haberme interpuesto en su autoridad.

Kepler se echó a reír.

—¡Pues me alegro de que lo hiciera! ¡Seguro que yo no habría sabido qué hacer!

Jacob sonrió, pero todavía se sentía preocupado.

—¿Qué va a hacer ahora?

—Bueno, voy a inspeccionar el sistema T.C. de Jeff, para asegurarme de que no pasa nada, aunque estoy seguro de ello. Si LaRoque hubiera hurgado en la máquina, ¿qué podría hacer? Los circuitos necesitan herramientas especiales. Él no tenía ninguna.

—Pero el panel estaba suelto cuando llegamos al arco de gravedad.

—Sí, pero tal vez LaRoque sólo sentía curiosidad. De hecho, no me sorprendería demasiado si descubriera que Jeff aflojó la placa para tener una excusa y así pelearse con él.

El científico se echó a reír.

—No se sorprenda tanto. Los niños siempre serán niños. Y sabe que incluso el chimpancé más avanzado oscila entre la pedantería extrema y el vandalismo de un colegial.

Jacob sabía que eso era cierto, pero siguió preguntándose por qué la actitud de Kepler era generosa hacia LaRoque, a quien indudablemente despreciaba. ¿Tan ansioso estaba de tener buena prensa?

Kepler volvió a darle las gracias y se marchó, recogiendo a Culla y Jeffrey en su camino de vuelta a la entrada de la Nave Solar. Jacob encontró un sitio donde no estorbar y se sentó sobre una de las cajas de embalaje.

Sacó un puñado de papeles del bolsillo interior de su chaqueta.

Habían llegado masergramas de la Tierra para muchos de los pasajeros de la Bradbury. Jacob se esforzó por no echarse a reír cuando captó la mirada recelosa que intercambiaron Bubbacub y Millie Martine cuando el pil fue a recoger su propio mensaje codificado.

Durante el desayuno, ella se sentó entre Bubbacub y LaRoque, intentando mediar entre la embarazosa xenofilia del terrestre y la recelosa tirantez del Representante de la Biblioteca. Parecía ansiosa por tender un puente entre ambos. Pero cuando llegaron los mensajes, LaRoque se quedó solo y Bubbacup y ella corrieron escaleras arriba.

Probablemente eso no había servido para mejorar el estado de ánimo del periodista.

Al terminar el desayuno, Jacob pensó en visitar el Laboratorio Médico, pero en cambio decidió recoger sus propios masergramas. De vuelta a sus habitaciones, vio que el material de la Biblioteca tenía un palmo de altura. Lo colocó sobre la mesa antes de sumergirse en un trance de lectura.

Era una técnica para absorber un montón de información en poco tiempo. Había resultado útil muchas veces en el pasado, y el único inconveniente era que interrumpía las facultades críticas. La información se almacenaba, pero el material tenía que ser leído de nuevo para que todo fuera recordado.

Cuando se recuperó, el material se hallaba amontonado a su izquierda. Estaba seguro de que lo había leído todo. Los datos que había absorbido se encontraban al borde de la consciencia, fragmentos aislados que saltaban caprichosamente a la mente sueltos y sin conectarse a un conjunto. Durante una semana como mínimo volvería a aprender, con una sensación de
dejá vu
, cosas leídas durante el trance. Si no quería permanecer mucho tiempo desorientado, sería mejor que empezara a hojear el material cuando antes.

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