Nivel 5 (27 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

BOOK: Nivel 5
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—¿Capilares permeables?

—Vasos sanguíneos de los que se derrama sangre. De algún modo, un porcentaje de sus células sanguíneas se ha desintegrado, liberando hemoglobina. Esa hemoglobina se ha filtrado por sus capilares en diversas partes del cuerpo. Como usted sabe, la hemoglobina en estado puro puede ser tóxica para los tejidos humanos.

—¿Contribuyó eso a su colapso psicológico?

—Aún es demasiado pronto para saberlo —contestó Teece—. No obstante, los niveles elevados de dopamina son muy significativos. ¿Qué sabe usted sobre la dopamina? ¿Y sobre la serotonina?

—No mucho. Sé que son neurotransmisores.

—Correcto. A niveles normales no hay problema. Pero un exceso de cualquiera de los dos en el cerebro afectaría al comportamiento humano. Los esquizofrénicos paranoides tienen elevados niveles de dopamina. Los viajes producidos por el LSD son causados por un aumento temporal en el mismo neurotransmisor.

—¿Qué está diciendo? — preguntó Carson—. ¿Que Andrew tiene esos elevados niveles porque está loco?

—Quizá —contestó Teece—. O a la inversa. Pero no sirve de nada especular mientras no sepamos más detalles. Pasemos al propósito que me trajo aquí y hablemos de esa cepa de gripe X en la que trabaja usted. Quizá pueda usted explicarme cómo se las arregló para que el virus fuera más mortal cuando creía estar neutralizándolo.

—Dios santo, si pudiera contestar a esa pregunta… Todavía no comprendemos del todo cómo hace el virus su trabajo sucio. Cuando se recombinan los genes, nunca se sabe qué sucederá. Series de genes trabajan juntos de formas complementarías, y quitar uno o poner uno nuevo en la mezcla causa a menudo efectos inesperados. De algún modo, es como un programa informático increíblemente complejo que nadie entiende del todo. Nunca se sabe qué puede suceder al incluir datos extraños o cambiar una línea del código. Es posible que no suceda nada, o que el programa funcione mejor, o que todo el programa se desmorone. — Tenía la impresión de que estaba siendo más franco con el inspector de la OSHA de lo que le hubiera gustado a Brent Scopes. Pero Teece era inteligente y no serviría de nada andarse con rodeos.

—¿Por qué no utilizar un virus menos peligroso como vehículo para el gen de la gripe X? — preguntó Teece.

—Eso resulta difícil de explicar. El cuerpo está compuesto por dos tipos de células: las somáticas y las germinales. Para que la gripe X sea una cura permanente, que pueda ser transmitida a los descendientes, tenemos que insertar el ADN en las germinales. Las somáticas no servirían. El huésped de la gripe X es singularmente virulento con respecto a las células germinales humanas.

—¿Qué me dice acerca de la ética de alterar las células germinales? ¿De introducir nuevos genes en la especie humana? ¿Se ha producido alguna discusión sobre este tema en Monte Dragón?

Carson se preguntó por qué ese mismo tema resurgía una y otra vez.

—Mire, estamos efectuando el cambio más diminuto que se pueda imaginar al insertar un gen compuesto sólo por unos pocos cientos de pares básicos. Eso permitirá que el ser humano sea inmune a la gripe. No hay nada de inmoral en eso.

—Pero ¿no acaba de decir que introducir un pequeño cambio en un gen puede tener efectos inesperados?

Carson se levantó, impaciente.

—Claro que sí. Pero precisamente por eso se realizan tantas pruebas y experimentos, para buscar efectos secundarios inesperados. Esta terapia genética tendrá que ser sometida a una gama de pruebas que costarán millones de dólares a la GeneDyne.

—¿Pruebas con seres humanos?

—Naturalmente. Se empieza por realizarlas in vitro y con animales. Una vez se llega a la fase alfa, se usa a un pequeño grupo de voluntarios humanos. La fase beta es más prolongada. Las pruebas se realizarán entonces en un grupo externo controlado por la GeneDyne. Todo se hace con el más meticuloso cuidado. Usted sabe todo esto tan bien como yo.

Teece asintió con un gesto.

—Discúlpeme por entretenerme con el tema, doctor Carson, pero si se producen «efectos secundarios inesperados», ¿no estaría perpetuando esos efectos secundarios en la raza humana si introdujera el gen de la gripe X en las células germinales, aunque sólo fuera en unas pocas personas? ¿No estaría creando, quizá, una nueva enfermedad genética? ¿O una raza de personas diferentes al resto de la humanidad? Recuerde que sólo se necesitó una única mutación en una persona para introducir el gen de la hemofilia en la raza humana. Ahora hay miles de hemofílicos en todo el mundo.

—La GeneDyne nunca habría invertido quinientos millones de dólares sin haberlo previsto todo antes —espetó Carson, sin saber por qué se sentía tan a la defensiva—. No somos una empresa novata en estos temas. — Rodeó la mesa de trabajo para situarse frente al inspector—. Mi trabajo consiste en neutralizar el virus. Y, créame, eso ya es más que suficiente. Lo que hagan con él una vez neutralizado, no es asunto mío. Existen agobiantes regulaciones gubernamentales que abarcan cada uno de los aspectos de este problema. Usted, precisamente, debería saberlo muy bien. Probablemente habrá redactado usted mismo la mitad de esas regulaciones.

En el interior de su casco sonaron tres tonos.

—Tenemos que marcharnos —dijo Carson—. Esta noche van a efectuar un proceso de descontaminación.

—De acuerdo —asintió Teece—. ¿Le importaría indicarme el camino? Temo perderme en este laberinto.

Ya en el exterior, Carson permaneció de pie en silencio, con los ojos cerrados, y dejó que el aire cálido de la noche le diera en la cara. Casi podía percibir la tensión y el temor disiparse, arrastrados por la brisa del desierto. Parpadeó y observó el insólito color de la puesta de sol. Luego se volvió hacia Teece.

—Siento mucho si he estado un poco brusco ahí dentro —se disculpó—. Ese lugar me desgasta, sobre todo al final del día.

—Lo entiendo perfectamente. — El inspector se desperezó, se rascó la pelada nariz y observó los edificios blancos, destacados con un relieve espectacular bajo la puesta del sol—. No se está tan mal aquí una vez se pone ese gran y sangriento sol. — Miró su reloj—. Será mejor que nos demos prisa si queremos cenar.

—Imagino que sí —dijo Carson sin poder evitar que su tono traicionara su desgana.

Teece se volvió a mirarlo.

—Parece usted tan ansioso por cenar como yo.

—Mañana se me habrá pasado —dijo Carson con un encogimiento de hombros—. Hoy no tengo tanto apetito.

—Yo tampoco. — El inspector se detuvo, y sugirió—: Tomemos una sauna.

—¿Una qué? — repuso Carson, y lo miró con incredulidad.

—Una sauna. Le veré allí dentro de quince minutos.

—¿Se ha vuelto loco? Lo último que… —Se interrumpió al observar la expresión de Teece. Aquello era una orden, no una invitación—. De acuerdo; dentro de quince minutos.

Se dio la vuelta y se dirigió a su habitación sin añadir una palabra más.

Cuando se trazaron los planos para la construcción de Monte Dragón, los arquitectos, al darse cuenta de que los ocupantes se encontrarían prácticamente encerrados en el vasto desierto que los rodeaba, hicieron todo lo posible por añadir diversas distracciones y comodidades. La instalación recreativa, un edificio bajo y alargado situado junto al complejo residencial, estaba mejor equipada que la mayoría de balnearios de salud. Disponía de una pista de cuatrocientos metros para correr, de pistas de squash y tenis, piscina y gimnasio. Pero los diseñadores no previeron que los científicos que trabajaban en Monte Dragón se sentían obsesionados por su tarea, y evitaban el ejercicio físico como al diablo. Los únicos residentes que utilizaban el centro recreativo eran Carson, al que le gustaba correr por las noches, y Mike Marr, que pasaba horas entrenándose en el gimnasio.

Quizá la instalación más paradójica del centro recreativo era la sauna: un modelo sueco totalmente equipado, con paredes de madera de cedro y bancos. La sauna era utilizada durante los fríos inviernos del desierto, pero todo el mundo la evitaba en el verano.

Al acercarse a la sauna procedente del vestidor de caballeros, Carson se dio cuenta de que Teece ya estaba dentro. Abrió la puerta y retrocedió involuntariamente ante la bocanada de aire caliente. Al entrar, distinguió con los ojos entrecerrados la pálida figura de Teece, sentado cerca del banco de carbones, en el extremo más alejado de la cámara, con una toalla blanca envuelta alrededor de la cintura. Su piel, pálida y lechosa, formaba un contraste casi ridículo con el rostro quemado por el sol. El sudor le brotaba de la frente y se acumulaba en el extremo de la nariz.

Carson tomó asiento a prudente distancia del inspector, y se reclinó con recelo contra la madera caliente. Aspiró el terrible aire caliente con boqueos superficiales.

—Está bien, señor Teece —dijo con brusquedad—. ¿A qué viene todo esto?

Teece le miró con una sonrisa.

—Debería verse a sí mismo, doctor Carson. Enfurecido con justa indignación masculina. Pero no se deje llevar por la cólera. Le he pedido que viniera aquí por una buena razón.

—Espero a escucharla.

Carson ya sentía que una capa de sudor le cubría la piel. El muy imbécil debe de haber puesto el termostato a sesenta grados, pensó.

—Hay algo más que deseo discutir con usted —dijo Teece—. ¿Le importa que añada más vapor?

En algún momento, a algún bromista de Monte Dragón se le había ocurrido la peregrina idea de sustituir el habitual depósito de madera para el agua por una retorta llena de agua destilada. Antes de que Carson pudiera protestar, el inspector había levantado la retorta y vertido medio litro de agua sobre los carbones ardientes. Inmediatamente se elevaron nubes de vapor abrasador.

—¿Por qué demonios hemos tenido que venir aquí? — preguntó Carson, que se sentía asfixiar.

—Señor Carson, no me importa compartir la mayoría de mis análisis —oyó a través del vapor, como procedente de la nada—. De hecho, la mayoría de las veces eso ha servido para mis propósitos, como ha sucedido esta tarde con la conversación que hemos mantenido en su laboratorio. Pero lo que deseo en este momento es intimidad.

Lentamente, la comprensión se abrió paso en la mente de Carson. En Monte Dragón, todo el mundo sabía que cualquier conversación mantenida con los trajes azules puestos era controlada y registrada. Así pues, Teece no deseaba que nadie oyera lo que se disponía a decirle. Pero ¿por qué no haberse reunido en la cafetería, o en el complejo residencial? Él mismo se contestó a su pregunta: según se rumoreaba en la cantina, Nye controlaba todas las instalaciones con micrófonos ocultos. Al parecer, Teece creía en esos rumores. Eso hacía que la sauna fuera el único lugar donde podían hablar con la seguridad de no ser escuchados. ¿O podían escucharlos aun allí? — ¿Por qué no haber salido a dar un paseo fuera del perímetro? — preguntó entrecortadamente.

De repente, Teece se materializó a través del vapor. Se sentó al lado de Carson y sacudió la cabeza.

—Me horrorizan los escorpiones —explicó—. Y ahora, escúcheme. Se pregunta por qué le he pedido que venga aquí. Pues bien, tengo dos razones. En primer lugar, he observado varias veces en el vídeo su respuesta ante la emergencia del caso Brandon-Smith. Fue usted el único científico que supo comportarse con sensatez y sangre fría. Es muy posible que necesite de esa clase de compostura en los próximos días. Por esa razón es usted el último con el que he hablado.

—¿Ha hablado ya con los demás? — preguntó extrañado, ya que Teece sólo llevaba unos días en el lugar.

—Este es un sitio pequeño. Me he enterado de muchas cosas. Y sospecho muchas más, pero todavía no las he confirmado. — Se quitó el sudor de los ojos con el dorso de la mano—. La segunda y más importante razón tiene que ver con su predecesor.

—¿Se refiere a Franklin Burt? ¿Qué ocurre con él?

—En su laboratorio, le comenté que Vanderwagon sufría de filtraciones capilares y de elevados niveles de dopamina y serotonina. Lo que no le dije fue que Franklin Burt presenta esos mismos síntomas. Y, según el informe de la autopsia, también lo experimentó, aunque en menor grado, Rosalind Brandon-Smith. La pregunta es por qué sucede eso.

Carson reflexionó un momento. No tenía sentido. A menos que… A pesar del calor de la sauna, un pensamiento repentino le provocó un escalofrío en la espalda.

—¿Podrían estar infectados por algo? ¿Un virus?

Dios mío, ¿podía tratarse de una cepa de gestación prolongada de la gripe X? Por un momento se sintió aterrorizado.

Teece se restregó las manos en la toalla y sonrió con una mueca.

—¿Qué ha ocurrido con su fe en los procedimientos de seguridad? Vamos, relájese. No es usted el primero en llegar a esa conclusión. Pero ni Burt ni Vanderwagon han desarrollado anticuerpos de la gripe X. Están limpios. En cambio, Brandon-Smith estaba llena de anticuerpos. Así que no existe, ninguna relación.

—En ese caso no se me ocurre ninguna explicación —dijo Carson exhalando aliento caliente—. Es muy extraño.

—Desde luego que lo es —murmuró Teece.

Añadió más agua a los carbones. Carson esperó.

—Imagino que estudió usted detalladamente el trabajo del doctor Burt en cuanto llegó aquí —prosiguió Teece. Carson asintió con la cabeza—. Eso quiere decir que ha leído sus archivos, ¿verdad?

—Así lo he hecho —contestó Carson.

—Imagino que muchas veces.

—Casi los he memorizado.

—¿Dónde cree que puede estar el resto? — preguntó Teece.

Se produjo un breve silencio.

—¿Qué quiere decir?

—Mientras leía los archivos del ordenador, algo me llamó la atención, como si me encontrara ante una melodía en la que faltaban algunas notas. Así pues, efectué un análisis de las entradas y descubrí que, durante el transcurso del último mes, el texto diario medio había descendido de unas dos mil palabras a sólo unos cientos. Eso me llevó a la conclusión de que Burt, por razones personales o paranoides propias, había empezado a llevar un diario privado, algo que no pudieran ver ni Scopes ni los demás.

—En Monte Dragón está prohibido tomar notas sobre papel —dijo Carson.

—Dudo mucho que las reglas contaran para el doctor Burt, al menos en aquellos momentos. En cualquier caso y por lo que tengo entendido, al señor Scopes le gusta recorrer el ciberespacio de la GeneDyne por las noches, entremetiéndose y espiando los asuntos de todo el mundo. Llevar un diario oculto sería una respuesta lógica a ello. Estoy convencido de que Burt no fue el único en hacerlo. Probablemente hay aquí varias personas completamente sanas que llevan registros personales.

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