Noche cerrada en Bergen (30 page)

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Authors: Anne Holt

Tags: #Intriga, policíaca

BOOK: Noche cerrada en Bergen
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—Tengo que irme —murmuró él—. El vuelo a Bergen saldrá dentro de dos horas.

—Ragnhild duerme —susurró ella—. Kristiane y
Jack
están en casa de Isak. ¿No puedes esperar quince minutos?

Eso le costó el desayuno, y cuando casi una hora más tarde estaba sentado en el coche camino de Gardermoen, con retraso y con el estómago enojado y ardiendo, casi se arrepintió.

Inger Johanne, por el contrario, se sintió mejor que lo que se había sentido desde hacía mucho tiempo. La velada con Karen Winslow no había terminado antes de las tres de la mañana del sábado. Hubiese durado más si Karen no hubiese tenido que conducir los casi doscientos kilómetros hasta Lillesand al día siguiente. Yngvar llevó a Ragnhild a visitar a su yerno y a su nieto Amund el sábado por la mañana, y estuvo fuera todo el día. Inger Johanne durmió más de lo que recordaba haberlo hecho alguna vez. Después de un largo desayuno y de tres horas con los periódicos del sábado, fue a Tøyenbadet y allí nadó kilómetro y medio. Por la noche, Sigmund Berli llegó de visita. Sin haber sido invitado. Traía consigo pizza de Dolly Dimple y cerveza tibia. La inesperada visita le dio a Inger Johanne un pretexto para acostarse antes de las diez.

Había hecho buen uso de él.

La alegría del encuentro con su antigua compañera de estudios estaba todavía con ella. Ragnhild se había ido a la cama muy tarde el domingo, y ya estaba en esa edad en que recuperaba algo del sueño perdido al día siguiente. Inger Johanne deambuló en el enorme pijama de Yngvar, preparó una gran jarra de café y se sentó en el sofá con el ordenador sobre las rodillas. Todavía no habían comenzado las clases tras la pausa navideña, y ella decidió pasar el día en casa. Ragnhild podía dormir hasta que se despertara, aunque el jefe de pedagogía no estaría contento si la niña no llegaba al parvulario antes de las diez.

Inger Johanne verificó su correo electrónico. Tenía nueve mensajes nuevos. La mayoría no tenían interés. Uno era de la Policía. Lo leyó rápidamente y entendió de inmediato que era el mismo que Yngvar había recibido el sábado por la mañana. Hacía referencia al asesinato de Marianne Kleive. La Policía había recibido una lista completa de los invitados a la boda en el hotel Continental y, como era rutina, quería saber si alguno de ellos había observado algo que fuese de relevancia para el caso. Inger Johanne lo borró enseguida. Yngvar ya había respondido por los dos. Por su parte, ella quería pensar lo menos posible en esa noche fatal en la que Kristiane casi había sido arrollada por un tranvía.

Karen Winslow ya había tenido tiempo para contestar a la pregunta que ella le había mandado el día anterior. Inger Johanne se abrigó mejor con la manta y abrió el mensaje mientras daba pequeños sorbos al café bien caliente.

¡Querida Inger!

¡Fue tan maravilloso verte! ¡Una velada deliciosa y un interesante (!) paseo por la ciudad! Fue fantástico conocer a tu marido, y debo decir: el mío tiene un par de cosas que aprender de él. Su calidez y generosidad una vez que aparecimos en medio de la noche excedieron todas mis expectativas.

Te escribo esto desde el aeropuerto de Oslo. La boda fue increíble, pero el viaje de ida y vuelta conduciendo hasta Lillesand fue una pesadilla...

Como acordamos, en cuanto pueda te haré llegar información acerca de los aspectos más importantes de tu investigación. Sólo para responder a las preguntas de tu mensaje de esta mañana: el nombre de The 25'ers se basa en la suma de los dígitos 19, 24 y 27 (¿eso se me olvidó, no?). Nuestra teoría es que los números 24 y 27 apuntan a la epístola de san Pablo a los romanos, primer capítulo, versículos 24 y 27. Los puedes buscar tú misma. El número 19 parece tener cierto significado «mágico» en el Corán. Es demasiado complicado de explicar en este mensaje, pero si buscas en Google «Rashad Khalifa», comprenderás de lo que te hablo. Si nuestros especialistas en números tienen razón, el nombre The 25'ers es bastante aterrador...

Están llamando a mi vuelo, o sea, que tengo que correr.

¡¡¡Y no te olvides de que tú y tu familia
PROMETISTEIS
venir este año a visitarnos!!!

Os mando un gran abrazo,

K
AREN

Inger Johanne leyó de nuevo el mensaje. Necesitaba una copia impresa para recordar la extraña referencia. La impresora estaba en el dormitorio. En cuanto abrió la puerta, la golpeó el olor encerrado de mantas, sueño y sexo. Yngvar se negaba a dormir con la ventana abierta cuando la temperatura bajaba de cinco grados bajo cero. Rápidamente, conectó el ordenador a la impresora. Cuando el ruido le indicó que el documento ya estaba impreso, arrastró los pies hasta la ventana y la abrió.

Cerró los ojos contra el frío.

«La Biblia», pensó.

Ni siquiera estaba segura de que tuviesen un ejemplar. Sabía que en la biblioteca de Yngvar había una edición del Corán. Él había insistido en tener su propia estantería en el dormitorio, con cinco metros de anaqueles llenos de una absurda mezcla de libros. Ahí estaba la preciosa serie de libros sagrados del Club del Libro junto a libros de referencia sobre armas, tratados de heráldica, casi veinte libros sobre caballos y la cría de caballos y una edición vetusta de la Enciclopedia Británica, junto a todo lo que alguna vez fue dibujado y publicado por Frode Øverli.

Sin cerrar la ventana, se sentó en cuclillas frente a los estantes en el lado de la cama que correspondía a Yngvar. Era fácil encontrar el Corán; la edición estaba cubierta de dorados a la hoja y adornos orientales. Al lado había un libro tan gastado que ni siquiera tenía lomo. Cuando lo cogió con cuidado, sintió las tapas afinadas por el paso del tiempo.

La Biblia.

Abrió el libro despacio. En el lado interno de la tapa se leía: «Para Yngvar, de sus abuelos paternos, 16 de septiembre de 1956», escrito con letra elegante. Calculó velozmente que debía tratarse de la fecha del bautismo; Yngvar había nacido la noche de San Juan de ese mismo año.

Cerró la ventana a medias y se colocó los dos libros bajo el brazo. Con el mensaje impreso en una mano y el ordenador portátil en la otra, regresó al sofá.

La Biblia de Yngvar era una traducción de 1930, según se leía en el colofón. Recorrió las hojas hasta dar con la epístola de san Pablo a los romanos y dejó correr sus dedos hacia abajo en la página:

24. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos...

Ella dudó.

... deshonraron entre sí sus propios cuerpos...

—Significa que se acostaron el uno con el otro —murmuró antes de que sus ojos hallasen el versículo 27.

... y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, y cometieron hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibieron en sí mismos la retribución debida a su extravío...

Pese a que lo entendía, cerró el gastado libro y se fue al ordenador. Tenía que haber pensado en esto de inmediato, en vez de desordenar el estante de Yngvar. Había hecho algo así sólo una vez, y a su marido el enfado le había durado horas.

Le llevó dos minutos encontrar el mismo texto en la Red, pero en una traducción más moderna.

24. Por lo que Dios los entregó también a la suciedad, de modo que siguieron sus propios deseos y deshonraron entre sí sus propios cuerpos...

«Mucho más claro», pensó, y sacudió despacio la cabeza. También el versículo 27 quedaba más claro en un lenguaje más moderno:

Del mismo modo, los hombres dejaron de tener convivencia natural con las mujeres y se encendieron de deseo unos por otros, fornicaron con hombres y hubieron de recibir castigo por su aberración.

Inger Johanne se consideraba a sí misma agnóstica. Algo que para ella sonaba mejor que indiferente. De vez en cuando estaba obligada a relacionarse con personas creyentes en el trabajo y procuraba siempre hacerlo con el debido respeto. Aparte de un devaneo religioso en su adolescencia, la fe en Dios era simplemente algo que nunca le había interesado demasiado.

Hasta ahora.

Durante los últimos meses, había tenido que relacionarse con las religiones en sus formas más intensas. Los textos como los que acababa de leer no la asustaban en sí. Como investigadora y no creyente, los colocaba en un contexto histórico y le parecían interesantes por sí mismos. Como narraciones literales relevantes para las personas vivas en 2009, encontraba atroces las palabras de san Pablo.

Si Karen y el APLC estaban en lo cierto, y la interpretación del nombre de The 25'ers surgía realmente de estos textos, debía tratarse de una organización dirigida directa y exclusivamente contra los homosexuales y las lesbianas. Sin gilipolleces. Ni una congregación ni una feligresía.

Propiamente, un grupo de odio.

Si realmente sucedía que los cristianos ultraconservadores se habían unido a los radicales musulmanes para formar una organización, había razones para creer que el odio era más violento que cualquiera de las expresiones en cuyo análisis había estado ocupada los últimos meses.

Inger Johanne leyó la última línea otra vez.

... y hubieron de recibir castigo por su aberración.

Se le erizó la piel y tomó el mensaje impreso.

El número 19.

El nombre (posiblemente árabe) Rashad Khalifa.

Los dedos pulsaron el teclado.

Aparecía en Google 4.400 veces.

—Hola, mamá. Quiero papilla.

Ragnhild cruzó la sala como una flecha, con los pies descalzos. Inger Johanne apenas alcanzó a dejar el ordenador sobre la mesa antes de que su hija se arrojase en sus brazos.

—Hoy no quiero ir al parvulario —rio la niña—. ¡Hoy tendremos juntas un día de ositos!

Inger Johanne alejó de sí a su hija con cuidado para poder mirarla a los ojos antes de decir:

—No, preciosa. Debes ir. Hoy es lunes.

—Día de ositos —insistió Ragnhild, adelantando el labio inferior.

—En otra ocasión, mi vida. Hoy mamá tiene que trabajar. Irás al parvulario. ¿Te has olvidado de que iréis a Solemskogen para hacer esquí? ¿Asar salchichas en un fuego y todo?

La cara mohína de la niña se deshizo en una gran sonrisa.

—¡Cierto! ¿Y cuántos días faltan para mi cumpleaños?

—Nueve días. Faltan sólo nueve días y cumplirás cinco años.

Ragnhild rio, contenta.

—Entonces tendré el mejor cumpleaños del mundo con crema encima.

—Y para que seas tan grande, haremos papilla de avena. Pero antes las dos nos daremos una ducha.

—Muy bien —contestó su hija, y saltó como un conejo camino del baño.

Inger Johanne sonrió ante aquel espectáculo. Había sido un delicioso fin de semana e iba a disfrutar de una hora de soledad compartida con su hija menor antes de comenzar en serio una nueva semana.

Si tan sólo pudiese sacarse de la cabeza a The 25'ers.

La última persona que abrió la puerta de acceso a la pequeña capilla del Crematorio del Este se llamaba Petter Just. Se quedó inmóvil un momento y se preguntó si estaba en el lugar correcto. Faltaban tres minutos para las doce, pero no podía haber habido más de veinte personas en el lugar. Petter Just, un compañero de clase de Niclas Winter que no había visto a su viejo amigo desde hacía muchos años, había creído que estaría lleno de gente. Había leído que a Niclas le había ido bastante bien. Sus obras las compraban museos y colecciones privadas. El periódico del barrio había publicado un año atrás un largo reportaje sobre el atelier de Niclas, y de allí él había sacado la idea de que el tipo estaba en camino hacia un gran debut internacional.

Un hombre mayor, delgado y con gafas, que indicaban que era casi ciego, le puso un pedazo de papel en la mano. Un retrato de Niclas adornaba la portada del folleto, con el nombre y las fechas de nacimiento y muerte escritos debajo en letra anticuada.

Petter Just tomó el pequeño fascículo y se sentó, callado, en el último banco.

Las campanas tañeron cuatro veces antes de silenciarse, y entonces comenzó el órgano.

La capilla era simple, casi árida. Baldosas en el suelo y paredes de estuco beis que en el último par de metros hacia el techo se convertían en angostas ventanas rectangulares. En lugar de un altar, la pared frontal estaba adornada con un fresco del que Just no entendió nada. Más que nada le recordaba a un anuncio del Partido del Centro, con árboles y trigales, granjeros y sembradíos, y un caballo que por encima de todo se parecía a un
fjording
noruego. «En todo caso, un animal así no anduvo jamás dando vueltas por Oriente Medio», pensó tratando de encontrar una posición cómoda en el duro banco tapizado con un género rojo lleno de manchas.

Realmente creía que Niclas se había hecho famoso. No famoso como para aparecer en el
Se og Hør
o en el
VG,
por supuesto, pero bien conocido en su campo. Un artista en serio, algo así. Cuando Petter decidió pasar por el entierro, fue más que nada porque alguna vez se había divertido mucho junto con el tipo. Quizá se habían divertido un poco demasiado durante un periodo, en uno y otro sentido, podría decirse. Niclas había sido muy loco en cuanto a drogas y esas cosas. No reparaba mucho en a quién se follaba, tampoco.

Petter Just se sonrojó ante aquel pensamiento.

En todo caso él ya no hacía esas cosas. Tenía una mujer, una linda mujer, y esperaban su primer hijo en julio. En rigor, él no había sido nunca como Niclas, pero cuando su madre mencionó al pasar que su viejo amigo había muerto y que el entierro sería ese mismo día, quiso por lo menos rendirle los últimos honores.

Casi nadie cantó.

Él ni se tomó el trabajo de mover los labios, como le parecía que hacían los dos hombres sentados tres bancos por delante del suyo, en diagonal con él. Por lo menos durante un rato.

Sólo había una mujer en el local y no parecía demasiado afligida. Tampoco se había preocupado por encontrar algo negro en el ropero. El vestido era suficientemente elegante, pero el rojo no era color para un entierro. Estaba sentada bien adelante y parecía aburrirse.

La música terminó. El pastor caminó hasta el atril situado directamente frente al pasillo central. Parecía más bien un taburete de bar agrandado que pudiera tumbarse en cualquier momento.

Los dos hombres que estaban delante de Petter comenzaron a cuchichear.

Al principio aquello le irritó. No estaba bien hablar así durante una homilía. Quizá no se llamaba «homilía», por otro lado, pero de todos modos era de mala educación no guardar silencio cuando el pastor hablaba.

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