Northwest Smith (5 page)

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Authors: Catherine Moore

Tags: #Ciencia ficción,Fantasía

BOOK: Northwest Smith
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—¡Smith…, ven aquí! ¡Smith…, levántate…! ¡Smith, Smith! —el susurro de Yarol azotó el silencio, ordenando, urgiendo…, pero él no hizo ademán alguno de irse de la puerta.

Con espantosa lentitud, como si fuese un muerto surgiendo de la tumba, Smith se levantó de aquel nido de viscosidad escarlata. Vaciló como ebrio sobre sus pies, y dos o tres zarcillos carmesíes reptaron por sus piernas hasta las rodillas y se fijaron en ellas, moviéndose con una caricia incesante que pareció darle cierta energía secreta, pues entonces dijo, con voz carente de inflexión:

—Vete. Vete. Déjame solo —y aquel rostro extático de muerto siguió inmutable.

—¡Smith! —la voz de Yarol sonaba desesperada—. ¡Smith, escucha! ¡Smith! ¿Puedes oírme?

—Vete —dijo la voz monótona—. Vete. Vete. Ve…

—No, a menos que vengas conmigo. ¿Es que no puedes oírme? ¡Smith! ¡Smith! Yo…

Dejó la frase a medias y, una vez más, el estremecimiento ancestral de la memoria racial recorrió su espinazo, pues la masa escarlata se movía nuevamente, subiendo con violencia…

Yarol se aplastó contra la puerta y empuñó con fuerza su pistola, y el nombre de un dios que había olvidado durante años asomó a sus labios, sin ser invitado. Pues supo lo que iba a ocurrir, y el saberlo fue más espantoso que la más completa de las ignorancias.

La masa roja y serpenteante se levantó, y los zarcillos se apartaron, de suerte que un rostro humano apareció entre ellos… No, medio humano, con ojos verdes de gato que relucían irresistiblemente en aquella penumbra como joyas encendidas…

Yarol musitó: “¡Shar!”, y se llevó un brazo a la cara, y el estremecimiento causado por el encuentro con aquella mirada verde, que apenas duró un instante, recorrió su cuerpo, acercándolo al peligro.

—¡Smith! —exclamó en su desesperación—. ¡Smith! ¿Puedes oírme?

—Vete —dijo la voz que no era la de Smith—. Vete.

Y sin saber cómo, aunque no se atreviese a mirar, Yarol supo que el… otro ser… había apartado aquellos cabellos como gusanos gruesos y permanecía allí con toda la gracia humana de aquel torneado y moreno cuerpo de mujer, cubierto con el manto de un horror viviente. Y sintió sus ojos centrados en él, y algo comenzó a decirle a gritos insistentemente en su cerebro que bajara aquel brazo que le servía de escudo… Estaba perdido…, lo sabía, y el ser consciente de ello le dio el coraje que procede de la desesperación. La voz de su cerebro crecía, aumentaba, le ensordecía con una rugiente voz de mando que le instaba a que se olvidara de todo lo que tenía delante —le ordenaba bajar aquel brazo—, a que mirase a los ojos que se abrían sobre la tiniebla, para someterse a ellos; y también era una promesa, murmurada, dulce y malvada más allá de las palabras, del placer por venir.

Pero, sin saber cómo, no perdió la cabeza. Sin saber cómo, aturdido, su mano alzada seguía empuñando la pistola, sin saber cómo, hizo algo increíble: cruzó la estrecha habitación con el rostro vuelto, buscando a tientas el hombro de Smith. Hubo un momento de ciega vacilación en el vacío y entonces dio con él, y agarró el cuero viscoso, repugnante y húmedo… y, al mismo tiempo, sintió que algo se retorcía suavemente alrededor de su tobillo, y un estremecimiento de repulsivo placer le invadió y, después, otro tentáculo y otro más se enroscaron en sus pies…

Yarol apretó los dientes y tiró fuertemente del hombro. Su mano se agitó con un escalofrío, pues el tacto de aquel cuero era tan viscoso como el de los gusanos sobre sus tobillos, y un leve calambre de obsceno placer recorrió su cuerpo después del contacto.

La acariciante presión sobre sus piernas era todo lo que podía sentir, la voz de su cerebro ahogaba todos los demás sonidos y su cuerpo le obedecía a regañadientes… Sin embargo, pudo permitirse hacer un tremendo esfuerzo y arrancó a Smith, tambaleándose, de aquel nido de horror. Los retorcidos zarcillos perdieron el contacto con un pequeño sonido de succión, y toda la masa se estremeció y se adhirió a Yarol, quien olvidó completamente a su amigo y empeñó todo su ser en la desesperada tarea de liberarse a sí mismo. Pero sólo estaba luchando una parte de él… Sólo una parte de él se debatía contra las serpenteantes obscenidades, pues en la parte más recóndita de su cerebro sonaba el murmullo dulce y seductor, y su cuerpo clamaba por rendirse…

—¡Shar! Shar y’danis… Shar mor’la-rol… —fue la plegaria de Yarol, jadeante y escasamente consciente de que pronunciaba las oraciones de cuando era niño, que había olvidado desde hacía años. Con la espalda medio vuelta hacia la masa central, lanzó desesperadamente puntapié tras puntapié con sus pesadas botas contra los gusanos rojos y ondulantes que le rodeaban. Retrocedieron ante él, estremeciéndose y ondulándose, poniéndose fuera de su alcance, y aunque supo que otros más estaban llegando a su garganta desde atrás, pensó que al menos podría seguir luchando hasta que se viera obligado a mirar aquellos ojos…

Pisoteó y lanzó puntapiés una y otra vez, y durante un instante se liberó de la presa viscosa, mientras los gusanos magullados retrocedían, retorciéndose, de sus pesados pies, y él se levantaba tambaleándose, mareado por la repulsión y la desesperación, y se quitaba los tentáculos; entonces levantó los ojos y vio el espejo cuarteado en la pared. Aunque vagamente, en su reflejo pudo ver a su espalda el serpenteante horror escarlata y el rostro felino atisbando desde su interior, con su sonrisa recatada de muchacha, espantosamente humana, y todos los tentáculos rojos dirigiéndose hacia él. Entonces, el recuerdo de algo que había leído hacía mucho tiempo le vino a la mente súbitamente, de manera incongruente, y, durante un momento, lo poco que le quedaba de consuelo y esperanza pudo liberar su cerebro del abrazo que le tenía dominado.

Sin detenerse a tomar aliento, apuntó la pistola por encima de su cabeza, el reflejo del cañón alineado con el reflejo en el espejo del horror, y apretó el gatillo.

En el espejo vio brotar de su pistola la llama azul en un relampagueante exabrupto a través de la penumbra, que fue a dar en medio de aquella masa viscosa que, a su espalda, se precipitaba sobre él. Hubo un silbido, un llamear y un chillido fuerte y penetrante de malignidad y desesperación inhumanas… La llama describió un amplio arco y se apagó cuando la pistola cayó de su mano y Yarol se derrumbó en el piso.

Northwest Smith abrió los ojos a la luz del sol en Marte, que brillaba débilmente a través de la deslucida ventana. Algo húmedo y frío le pasó por el rostro, y el familiar y feroz latigazo del whisky de segir quemó su garganta.

—¡Smith! —decía la voz de Yarol desde algún lugar lejano—. ¡N. W.! ¡Despierta, maldito! ¡Despierta!

—Estoy… despierto —Smith intentaba articular correctamente—. ¿Qué pasa?

Entonces sintió el borde de una copa haciendo presión contra sus dientes, y Yarol dijo, irritado:

—¡Bebe, maldito iluso!

Smith se lo tragó obedientemente, y más segir, ardiente como el fuego, bajó por su gaznate. Difundió un calorcillo por todo su cuerpo que le despertó del entumecimiento que le había dominado hasta entonces, y le ayudó un poco a salir de la debilidad aniquiladora de la que iba siendo paulatinamente consciente. Permaneció echado e inmóvil durante unos pocos minutos, mientras el calorcillo del whisky se extendía por su cuerpo y la memoria volvía perezosamente a su cerebro bajo el acicate del segir. Recuerdos de pesadilla, dulces y terribles… Recuerdos de…

—¡Dios! —balbució Smith de repente, e intentó levantarse. La debilidad le golpeó lo mismo que un mazazo y durante un instante la habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor, mientras él caía hacia atrás, contra algo firme y cálido: el hombro de Yarol. El brazo del venusiano le sostuvo mientras la habitación volvía a su ser. Al poco tiempo, Smith se incorporó ligeramente y miró fijamente la oscura mirada del otro.

Yarol le sostenía con uno de sus brazos, mientras se acababa con el otro el vaso de segir. Sus ojos negros se encontraron con los suyos por encima del borde del vaso y estallaron en una risa súbita, medio histérica después del terror que había pasado.

—¡Por Pharol! —musitó Yarol, atragantándose en su vaso—. ¡Por Pharol, N. W.! ¡Jamás dejaré que lo olvides! La próxima vez que tengas que sacarme de un lío, te diré…

—Déjalo —dijo Smith—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo…?

—Shambleau —la risa de Yarol murió—. ¡Shambleau! ¿Qué ibas a hacer con una cosa como ésa?

—¿Qué era? —preguntó Smith, serio.

—¿Quieres decir que no lo sabes? Pero ¿dónde la encontraste? ¿Cómo…?

—Supongamos que primero me cuentas lo que sabes —dijo Smith con firmeza—. Y que también me sirves otro trago de ese segir. Lo necesito.

—¿Puedes sostener solo el vaso? ¿Te sientes mejor?

—Sí…, un poco. Puedo sostenerlo…, gracias. Y ahora comienza.

—Bueno… No sé exactamente dónde comenzar. Las llaman Shambleau…

—¡Buen Dios! ¿Hay más de una?

—Son… una especie de raza, creo que es una de las más antiguas. Nadie sabe de dónde vinieron. El nombre suena un poco a francés, ¿no? Pero se remonta hasta mucho antes del comienzo de la Historia. Siempre ha habido una Shambleau.

—Jamás oí hablar de ellas.

—Como mucha gente. Y a los que las conocen no les gusta hablar mucho de ellas.

—Bueno, la mitad de esta ciudad las conoce. Entonces no tenía ni idea de lo que estaban hablando. Y sigo sin tenerla…

—Sí, en ocasiones pasa eso. Aparecen, y en cuanto corre la noticia la gente de la ciudad se reúne y las caza. Bueno…, después de todo, la historia de lo sucedido no llega muy lejos. Es tan… tan increíble.

—Pero… ¡Dios mío, Yarol!… ¿Qué era? ¿De dónde venía? ¿Cómo…?

—Nadie sabe a ciencia cierta de dónde vienen. De otro planeta…, quizá de alguno aún sin descubrir. Algunos dicen que de Venus. Yo sé que en mi familia circulan bastantes leyendas espantosas sobre el tema, por eso oí hablar de ellas. Y en cuanto abrí esa puerta, incluso antes…, creo que reconocí ese olor…

—Pero… ¿qué son?

—Sólo Dios lo sabe. No son humanas, aunque tengan forma humana. O quizá sólo sean una ilusión… O quizá yo esté loco. Son una especie de vampiros… o quizá los vampiros son una especie de… ellas. Su forma normal debe ser… esa masa, y bajo esa forma extraen su alimento de…, supongo, las fuerzas vitales de los hombres. Y adoptan alguna forma…, usualmente forma femenina, creo, y te llevan al más alto grado de emoción antes de… comenzar. Hacen eso para que la fuerza vital alcance su más alta intensidad y así sea más fácil… Y siempre dan ese horrible e infame placer a aquellos… con quienes se alimentan. Hay algunos hombres que, si sobreviven a la primera experiencia, se habitúan a ellas como a una droga, no pueden vivir sin ellas, y las guardan consigo durante toda su vida, que no es muy larga, alimentándolas para obtener esa espantosa satisfacción. Peor que fumar ming o… rezar a Pharol.

—Sí —dijo Smith—. Estoy comenzando a comprender por qué aquella gente se quedó tan sorprendida… y disgustada cuando dije…, bueno, dejémoslo. Continúa.

—¿Conseguiste hablar… con eso? —preguntó Yarol.

—Lo intenté. No podía hablar muy bien. Le pregunté de dónde venía y dijo: “… de muy lejos y de hace mucho tiempo…”, o algo parecido.

—No sé de dónde pueden venir. Posiblemente de algún planeta desconocido…, pero no lo creo. Ya sabes que hay tantas historias terribles con una base de verosimilitud, que no podemos por menos de preguntarnos en ocasiones… si no habrá muchas más supersticiones peores y más espantosas de las que jamás hemos oído hablar. Cosas como ésta, blasfemas y demenciales, que quienes las conocen tienen que mantener en silencio. Cosas espantosas y fantásticas que merodean sueltas a nuestro alrededor y de las que jamás hemos oído ningún rumor.

“Y esas cosas… deben haber existido desde tiempos inmemoriales. Nadie sabe cuándo ni dónde aparecieron por primera vez. Quienes las han visto, como nosotros a ésta, no hablan de ellas. Es, precisamente, uno de esos rumores vagos y brumosos que, en ocasiones, uno encuentra medio velados en los libros antiguos… Yo creo que se trata de una raza más antigua que el hombre, engendrada de una antigua semilla en tiempos anteriores a los nuestros, quizá sobre planetas ahora convertidos en polvo, y tan horrible para el hombre que quienes las descubren… intentan olvidarlas lo más deprisa que pueden.

“Y se remontan a un tiempo inmemorial. Supongo que recordarás la leyenda de la Medusa. No hay duda de que los antiguos griegos las conocían. ¿Quiere esto decir que ha habido civilizaciones antes de la nuestra que han abandonado la Tierra y explorado otros planetas? ¿O que una Shambleau, quién sabe cómo, consiguió llegar hasta Grecia, hace tres mil años? ¡Si piensas demasiado en ello acabarás perdiendo el juicio! Me pregunto cuántas leyendas más estarán basadas en cosas como ésas…, cosas que no sospechamos, cosas que nunca sabremos.

“ La Gorgona, Medusa, una mujer bellísima con… con serpientes en vez de cabellos y una mirada que volvía a los hombres de piedra, y a la que, finalmente, mató Perseo (recordé todo esto justamente por casualidad, N. W., y fue lo que salvó tu vida y la mía), utilizando un espejo que reflejaba lo que no se atrevía a mirar de frente. Me pregunto qué hubiera pensado el antiguo griego que fue el primero en difundir esa leyenda si hubiese sabido que tres mil años después su historia iba a salvar la vida de dos hombres en otro planeta. Me pregunto si esa historia le sucedió realmente al griego, y cómo se encontró con la cosa y lo que ocurrió…

“Bueno, hay muchas cosas que nunca sabremos. ¿No valdría la pena leer los anales de esa raza de… de cosas, cualesquiera que sean? ¡Anales de otros planetas y eras en los mismísimos comienzos de la humanidad! Pero no creo que hayan dejado ningún tipo de registros. Ni siquiera supongo que tengan un lugar para guardarlos…, pues por lo poco que conozco, o por lo que otros conocen sobre la cuestión, son como el Judío Errante, que se mueve de aquí para allá durante largos intervalos… Pero saber los lugares donde, mientras tanto, puedan encontrarse… es algo por lo que daría un ojo de la cara. No obstante, no creo que ese terrible poder hipnótico suyo indique ningún tipo de inteligencia sobrehumana, sino el medio del que se sirven para conseguir alimento…, como la larga lengua de la rana o el olor de la flor carnívora. En el caso de la rana y de la flor se trata de medios físicos, porque ambas toman alimento físico. La Shambleau utiliza un… un medio mental para conseguir alimento mental. No sé exactamente cómo lo consigue. E igual que la bestia que come los cuerpos de otros animales adquiere en cada comida un poder mayor sobre los cuerpos de los demás, la Shambleau, alimentándose de las fuerzas vitales de los hombres, aumenta su poder sobre las mentes y las almas de otros hombres. Pero, estoy hablando de cosas que no puedo definir…, cosas que no estoy seguro de que existan.

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