Nuevos cuentos de Bustos Domecq (2 page)

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Authors: Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares

Tags: #Cuento, Drama, Humor

BOOK: Nuevos cuentos de Bustos Domecq
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»—¡Un litro de vino!

»Fue el rayo que ilumina la tiniebla. Administré unas gotas de colorante a un gran vaso de agua que el hombre se zampó entre pecho y espalda y que lo sacó del apuro. El episodio, baladí si se quiere, me tuvo en vela hasta que piaron los pajaritos. ¡Nunca se pensó tanto en una sola noche!

»Disponía de algodón y de naftalina. Con estos ingredientes completé, para la comilona del martes, una fuentada de ñoquis escasany hasta entonces. Día tras día, astutamente incrementé las dosis, en plena impunidad, porque don César inflamábase con Caruso o regodeábase con los planes de su vendetta. Sin embargo nuestro melómano sabía retornar a la tierra. Créame que más de una vez me recriminó bonachón:

»—Lo veo consumido. Aliméntese, sobrealiméntese, caro Larrea. Por lo que más quiera, vigórese. Mi venganza lo necesita.

»Como siempre me perdió la soberbia. Antes que el primer botellero de la mañana berreara su pregón, mi plan ya estaba, en líneas generales, maduro. La suerte quiso que descubriese, en un ejemplar atrasado del
Almanaque del Mensajero
, unos pesitos bien planchados. Me resistí a la tentación de invertirlos en dos cafés con leche completos y me aboqué sin más a la compra de aserrín, de pinotea y de pintura. Incansable en el sótano, fabriqué con tales enseres un pastel de madera, con bisagra, que pesaría más de tres kilos y que artísticamente recubrí de pintura marrón. Una guitarra desafinada, en desuso, me brindó un juego de clavijas, que remaché con sumo buen gusto a remedo de borde.

»Como quien no quiere la cosa presenté ese
capolavoro
a mi protector. Éste, engolosinado, le clavó el diente, que cedió antes que la vianda. Prorrumpió en una sola palabra máscula, se incorporó cuan alto era y me ordenó, ya con la escopeta en la diestra, que rezara mi última Ave María. Usted viera cómo lloré. No sé si por desprecio o por lástima, el Capo consintió en alargar el plazo unas horas y me conminó:

»—Esta noche, a las veinte ante mis propios ojos, usted se traga este pastel sin dejar una miga. Si no lo mato. Ahora está libre. Sé que no le da el cuero para delatarme ni para intentar una fuga.

ȃsta es mi historia, don Bustos. Le pido que me salve.

El caso era en verdad delicado. Inmiscuirme en asuntos de la Maffia era del todo ajeno a mi tarea de escritor; abandonar al joven a su destino requería cierto coraje, pero la más elemental cordura lo aconsejaba. ¡Él mismo había confesado albergar en su quinta de Las Magnolias a un Enemigo Público!

Larrea se cuadró como pudo y partió hacia la muerte. La madera o el plomo. Lo miré sin lástima.

Más allá del bien y del mal

I

Hôtel des Eaux, Aix-les-Bains,

25 de julio de 1924.

Querido Avelino:

Te pido que disimules la carencia del membrete oficial. El infrascrito ya es todo un cónsul, en representación del país, en esta adelantada ciudad, meca del termalismo. Igual que no dispongo todavía de papel y sobres reglamentarios, tampoco me entregaron el local, donde flameará la celeste y blanca. En el ínterin me las arreglo como puedo en el Hôtel des Eaux, que ha resultado un fiasco. Detentaba hasta tres estrellas en la guía del año pasado y ahora lo eclipsan establecimientos menos de confianza que bambolleros, que figuran como
palaces
, gracias a la colocación de avisos. El elemento, hablando claro, no ofrece perspectivas halagüeñas para el lancero criollo. El sector mucamas responde tarde y mal a las emergencias de un paladar severo y, en cuanto a la clientela del hotel… Ahorrándote una lista de nombres que no vienen al caso, paso a la palpitante noticia de que por aquí lo que menos falta son viejas, atraídas por la Fata Morgana del agua sulfurosa. Paciencia, hermano.

Monsieur L. Durtain, el patrón, es, no hesito en declararlo, la primera autoridad viviente en la historia de su propio hotel, y no pierde ocasión de lucirla, explayándose con la más variada amplitud. A ratos incursiona en la vida íntima de Clementine, el ama de llaves. Noches hay, te lo juro, que no acabo de conciliar el sueño, de tanto barajar esas patrañas. Cuando por fin me olvido de Clementine, entran a molestarme las ratas, que son la plaga de la hotelería extranjera.

Abordemos tópico más encalmado. Para ubicarte un poco intentaré un brochazo, a grandes rasgos, de la localidad. Ite haciendo a la idea de un largo valle entre dos filas de montañas que, si las comparás con nuestra cordillera de los Andes, no son gran cosa que digamos. Al cacareado Dent du Chat, si lo ponés a la sombra del Aconcagua, tenés que buscarlo con microscopio. Alegran a su modo el tráfico urbano los pequeños ómnibus de los hoteles, atestados de enfermos y de gotosos, que se dan traslado a las termas. En cuanto al edificio de las mismas, el observador más obtuso remarca que constituyen un duplicado reducido de la Estación Constitución, menos imponente, eso sí. En las afueras hay un lago chiquito, pero con pescadores y todo. En el casquete azul, las nubes errabundas tienden a veces cortinados de lluvia. Gracias a las montañas no corre el aire.

Rasgo aflictivo que señalo con las más vivas aprensiones: AUSENCIA GENERAL, POR LO MENOS EN ESTA TEMPORADA, DEL ARGENTINO, ARTRÍTICO O NO. Cuidado que la noticia no se vaya a infiltrar en el ministerio. De saberla me cierran el consulado y quién sabe dónde me despachan.

Sin un compatriota con quien relincharme, no hay modo de matar el tiempo. ¿Dónde topar con un fulano capaz de jugar un truco de dos, aunque para el truco de dos a mí no me agarran? Es inútil. El abismo no tarda en profundizarse, no hay lo que vulgarmente se llama un tema de conversación y el diálogo decae. El extranjero es un egoísta, que no le interesa más que lo suyo. La gente aquí no te habla sino de los Lagrange, que están al llegar. Te lo digo francamente: a mí ¿qué me importan? Un abrazo a toda la barra de la Confitería del Molino. Tuyo,

Félix Ubalde, el Indio de siempre.

II

Querido Avelino:

Tu postal me ha traído un poco del calor humano de Buenos Aires. Prometeles a los muchachos que el Indio Ubalde no pierde la esperanza de reintegrarse a la barra querida. Por aquí todo sigue el mismo tranco. Todavía el estómago no termina de tolerar el mate, pero a pesar de todos los inconvenientes que son de prever yo insisto, porque me hice el propósito de matear cada santo día, mientras esté en el extranjero.

Noticias de bulto, ninguna. Salvo que antenoche un alto de valijas y de baúles atrancaba el pasillo. El mismo Poyarré, que es un francés protestador, puso el grito en el cielo, pero se retiró en buen orden cuando le dijeron que toda esa talabartería era de propiedad de los Lagrange o, mejor dicho, Grandvilliers-Lagrange. Cunde el rumor de que se trata de unos señorones de fuste. Poyarré me pasó el dato que la familia de los Grandvilliers es de las más antiguas de Francia, pero que a fines del siglo XVIII, por circunstancias que maldito me incumben, cambió un poco de nombre. Macaco viejo no sube a palo podrido; a mí no me engatusan fácil y me dejo caer con la pregunta de si esta familia, para la que no dieron abasto los dos changadores del hotel, serán de veras tan señorones o simples hijos de emigrantes, que se han llenado los bolsillos. Hay de todo en la viña del Señor.

Un episodio de apariencia banal me resultó reconfortante. Estando en el salón comedor, adosado a mi mesa inveterada, con una mano prendida del cucharón y la otra en la panera, el aprendiz de mozo me sugirió que me diera traslado a una mesita de emergencia, junto a la puerta de vaivén, que el personal, cargado de bandejas, pugna en abrir a las patadas. Por poco me salí de la vaina, pero el diplomático, ya se sabe, debe reprimir los impulsos y opté por acatar con bonhomía esa orden tal vez no refrendada por el
maître d’hôtel
. Desde mi retiro pude observar con toda nitidez cómo la cuadrilla de mozos arrimaba mi mesa a otra más grande y cómo la plana mayor del comedor se doblaba en serviles reverencias ante el arribo de los Lagrange. Mi palabra de caballero que no los tratan como si fueran basura.

Lo primero que acaparé la atención del lancero criollo fueron dos chicas que, por el parecido, son hermanas, salvo que la mayor es pecosita, tirando a colorada, y la menor tiene las mismas facciones, pero en moreno y pálido. De vez en cuando un urso medio fornido, que ha de ser el padre, me echaba su mirada furibunda, como si yo fuera un mirón. No le hice caso y procedí al examen atento de los demás del grupo. Ni bien me sobre el tiempo, te los detallo a todos. Por ahora a la cucha y el último charuto de la jornada.

Un abrazo del Indio.

III

Querido Avelino:

Ya habrás leído, con sumo Interés, mis referencias en materia Lagrange. Ahora las puedo ampliar.
Inter nos
, el más simpático es el abuelo. Aquí todo el mundo lo llama Monsieur le Baron. Un tipo formidable: vos no darías cinco centavos por él, flaquito, de estatura de monigote y color aceituna, pero con bastón de malaca y sobretodo azul de buena tijera. Tengo de primer agua que ha enviudado y que el nombre de pila es Alexis. Qué le vamos a hacer.

En edad lo siguen su hijo Gastón y señora. Gastón frisa los cincuenta y tantos años y parece más bien un carnicero coloradote, en estado permanente de vigilancia sobre la señora y las chicas. A la señora no sé por qué la cuida tanto. Otra cosa son las dos hijas. Chantal, la rubia, que yo no me cansaría de mirarla, a no ser por Jacqueline, que a lo mejor le mata el punto. Las chicas son de lo más avispadas y te aseguro que resultan tonificantes y el abuelo es una pieza de museo, que mientras te divierte te desasna.

Lo que me trabaja es la duda de si realmente son gente bien. Entendeme: no tengo nada contra el medio pelo, pero tampoco olvido que soy cónsul y que debo guardar, aunque más no sea, las apariencias. Un paso en falso y ya no levanto cabeza. En Buenos Aires no corrés ningún riesgo: el sujeto distinguido se huele a la media cuadra. Aquí, en el extranjero, uno se marea: no sabés cómo habla el guarango y cómo la persona bien.

Te abraza, el Indio.

IV

Querido Avelino:

El negro nubarrón se disipó. El viernes me arrimé a la portería, como quien no quiere la cosa y, aprovechando el sueño pesado del portero, leí en el memorándum: «9 a.m. Baron G. L. Café con leche y medialunas con manteca». Baron: ile tomando el peso.

Sé que estas noticias, tal vez no truculentas pero jugosas, merecerán también la atención de tu señorita hermana, que se desvive por todo lo alusivo al gran mundo. Prometele, en mi nombre, más material.

Un abrazo del Indio.

V

Mi querido Avelino:

Para el observador argentino, el roce con la aristocracia más rancia provoca verdadero interés. En este delicado terreno te puedo asegurar que entré por la puerta grande. En el jardín de invierno yo lo estaba iniciando a Poyarré, sin mayor éxito que digamos, en el consumo del mate, cuando aparecieron los Grandvilliers. Con toda naturalidad se sumaron a la mesa, que es larga. Gastón, a punto de emprender un habano, se palpó de bolsillos, para constatar la carencia de fuego. Poyarré trató de adelantárseme, pero este criollo le ganó de mano con un fósforo de madera. Fue entonces que recibí mi primera lección. El aristócrata ni me dio las gracias y procedió con la mayor indiferencia a fumar, guardándose en el paletó, como si no fuéramos nadie, la cigarrera con los Hoyos de Monterrey. Este gesto, que tantos otros confirmarían, fue para mí una revelación. Comprendí en un instante que me hallaba ante un ser de otra especie, de esos que planean muy alto. ¿Cómo ingeniármelas para penetrar en ese mundo de categoría? Imposible detallarte aquí las vicisitudes y los inevitables tropiezos de la campaña que desarrollé con delicadeza y tesón; el hecho es que a las dos horas y media yo estaba pico a pico con la familia. Hay más. Mientras yo departía del modo más correcto y chispeante, diciendo que sí a todo, como un eco, mi retaguardia era muy otra. Sofrenando visajes y pantomimas que me salían del alma, me atuve a la sonrisa enigmática y a la caída de ojos, dirigidas a Chantal, la pecosita, pero que, dada la ubicación de los circunstantes, hicieron blanco en Jacqueline, la de busto menos turgente. Poyarré, con el servilismo que le es propio, consiguió que aceptáramos una vuelta de anís; yo, para no ser menos, me sobresalté con el grito de «¡Champagne para todos!», que felizmente el mozo echó a la broma, hasta que media palabra de Gastón le bajó el cogote. Cada botella descorchada fue como una descarga en pleno pecho y al escurrirme a la terraza, con la esperanza de que el aire me reanimara, vi mi rostro en el espejo, más blanco que el papel de la cuenta. El funcionario argentino tiene que cumplir con su rol y, a los pocos minutos, me reintegré, relativamente repuesto.

Sin más, el Indio.

VI

Querido Avelino:

Gran revuelo en todo el hotel. Un caso que pondría en un zapato la perspicacia de un sabueso. Anoche, en la segunda repisa de la
pâtisserie
figuraba, según Clementine y otras autoridades, un frasco mediano, con la calavera y las tibias que anuncian el veneno para las ratas. Esta mañana, a las diez a.m., el frasco se ha hecho humo. El señor Durtain no hesitó en tomar los recaudos que los perfiles de la situación imponían; en un arranque de confianza que no olvidaré fácil, me despachó al trote a la estación ferroviaria, para buscar al vigilante. Cumplí, punto por punto. El gendarme, ni bien llegamos al hotel, procedió a interrogar a medio mundo, hasta las altas horas, con resultado negativo. Conmigo se entretuvo un buen rato y, sin que nadie me soplara, contesté casi todas las preguntas.

No quedó cuarto sin revisar. El mío fue objeto de un examen prolijo, que lo dejó lleno de puchos y colillas. Sólo ese pobre zanahoria de Poyarré, que tendrá sus cuñas, y —por supuesto— los Grandvilliers, no fueron molestados. Tampoco la interrogaron a Clementine, que había denunciado el hurto.

No se habló de otra cosa todo el día que de la Desaparición del Veneno (como algún diario dio en llamar al asunto). Hubo quien se quedó sin comer, por temor de que el tóxico hubiérase infiltrado en el menú. Yo me reduje a repudiar la mayonesa, la tortilla y el sambayón, por ser de color amarillo del matarratas. Portavoces aislados presumieron la preparación de un suicidio, pero tan ominoso pronóstico no se ha cumplido hasta la fecha. Sigo atento la marcha de los sucesos, que pasaré a historiarte en mi próxima.

A más ver, el Indio.

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