Órbita Inestable (24 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Órbita Inestable
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Había espacio suficiente de maniobra en la selección de los parámetros para la curva óptima. Aunque los datos en el archivo no incluían una afirmación categórica al respecto, resultaba claro leyendo entre líneas que su elección era un proceso ampliamente arbitrario. Flamen consideró aquello durante un tiempo, y finalmente se frotó las manos, complacido.

Aun admitiendo que nadie gozaba de una reputación tan grande como Mogshack, el cual en una ocasión había sido llamado «el doctor Spock de la higiene mental», seguramente tenía que haber alguien más en su campo con una considerable autoridad, cuyos puntos de vista fueran diametralmente opuestos, y en quien pudiera confiarse lo suficiente como para trazar una curva óptima de la personalidad de Celia que ofreciera las mayores posibilidades de contradecir las proposiciones de Mogshack. Tecleó pidiendo la lista de candidatos, y al principio de ella encontró un nombre que casi le hizo temblar de excitación.

¿Quién hubiera podido pensar que los ordenadores iban a sugerir inmediatamente a Xavier Conroy?

64
Reproducido del
Guardian
de Manchester del 4 de marzo de 1968

Peligro de apartheid en los Estados Unidos con ley marcial.

De nuestro corresponsal Alistair Cooke: Nueva York

El país ha tenido tres días para absorber el shock de la primera entrega, más bien del resumen oficial, del informe de la Comisión Consultiva Nacional del Presidente sobre los Desórdenes Civiles, conocida más como Comisión Kerner, por el gobernador Otto Kerner de Illinois que presidió durante siete meses la comisión investigadora compuesta por nueve blancos y dos negros.

Hoy, para aquellos que esperan algo más de luz y una mayor perspectiva de las conclusiones de la comisión, aquí está todo el informe al completo: 1.489 páginas de exhaustiva y minuciosa investigación de disturbios en ciudades grandes y pequeñas. Disturbios que no llegaron a materializarse, disturbios que agitaron la vida económica y social de las ciudades hasta sus raíces.

Muy poca gente que examine las cosas desde el exterior se atreverá a abrirse camino a través de ese fascinante y deprimente testamento; y la poca gente del interior del gobierno del estado y la ciudad estará demasiado atareada intentando decidir entre las «tres elecciones» que según las conclusiones de la comisión debe afrontar la sociedad norteamericana.

La primera es una continuación de la política actual, con el mismo dinero o un poco más destinado a la rehabilitación de las ciudades, y utilizando los mismos métodos de represión armada para dominar los disturbios. Esta forma, está convencida la comisión, hará muy poco «para elevar las esperanzas o absorber las energías» de la creciente población de jóvenes ciudadanos negros; conducirá a una mayor violencia; y «puede llevar al apartheid urbano y al establecimiento permanente de dos sociedades».

Pocas esperanzas

La segunda elección sería trabajar inmediatamente para el «enriquecimiento de los barrios pobres» y «una mejora espectacular» de las vidas de la gente, con incremento sustancial del dinero público para educación, empleo, alojamiento y servicios sociales. La comisión ve también pocas esperanzas de mejoras permanentes con esa elección…

La tercera elección, y según el punto de vista de la comisión la única que puede salvar a los Estados Unidos de «dos sociedades… separadas y desiguales» (probablemente mantenidas por la ley marcial), queda reforzada una y otra vez por la detallada documentación de los agravios urbanos. Esos incluyen la constante intolerancia de las actitudes blancas, el creciente número de jóvenes negros condenados a no obtener jamás un empleo (un tercio de todos los jóvenes negros en edad de trabajar en las veinte mayores ciudades se hallan sin empleo), la huida de los blancos a los suburbios, desde los cuales es poco probable que voten más impuestos para las ciudades reducidas a deteriorados ghettos únicamente para negros.

Esta tercera elección requiere nada menos que «un masivo esfuerzo nacional» para integrar la vida social y económica de las dos razas, y los oficiales de la ley que deben protegerla…

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Hipótesis relativa al «masivo esfuerzo» referido anteriormente, para los propósitos de esta historia

No se hizo, y funcionó estupendamente bien.

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Los molinos de Dios muelen lentamente, pero los molinos del hombre parece con demasiada frecuencia que no muelen absolutamente nada. Independientemente de cual sea su velocidad de rotación.

—Ariadna, por el amor de Dios —dijo Reedeth a la hermosa, invariablemente impecable imagen en la pantalla de la comred—. Necesito volar, o emborracharme, o algo, y no me gustaría hacerlo solo.

Por un instante pensó que ella simplemente iba a cortarle la conexión en las narices. En vez de ello, suspiró y se reclinó en su silla.

—Pareces haberte pasado todo el día gimiendo, y sospecho que es demasiado esperar que dejes de hacerlo antes de que tu ciclo maniaco-depresivo salga de su fase actual. De modo que ¿qué se supone que debo hacer yo ahora…, proporcionarte una terapia extraoficial?

Hubo un tenso y amargo silencio. Finalmente Reedeth dijo, en un tono completamente distinto:

—Te propongo un interesante problema psicológico…, o quizá sea sociológico, para ser más preciso. ¿Desde cuándo los amigos están pasados de moda?

—Bueno, si todo lo que deseas es decir tonterías…

—Un infierno tonterías. ¿Cuántos amigos tienes, Ariadna? Quiero decir amigos, de aquellos que sepas que no va a importarles el que les vayas a contar tus problemas, que quizá incluso sean capaces de ayudarte con sus consejos, o prestándote algo, o lo que sea.

—Yo no tengo ese tipo de problemas. —Ariadna se alzó de hombros—. Me considero un individuo y puedo cuidar de mí misma. Si no pudiera, dudo que tuviera la arrogancia de intentar ayudar a otra gente a conseguir el mismo éxito en sus vidas. Pero tengo montones de amigos, tantos que no puedo relacionarlos… ¡tantos que nunca conseguí reunirlos a todos en una sola fiesta!

—Esos no son amigos —dijo Reedeth obstinadamente—. Yo también los tengo a esos: calculo que conoceré a quinientas o seiscientas personas, recordarlas lo suficientemente bien como para hacerles las preguntas correctas acerca de sus familias y sus trabajos. Pero…

Infiernos, déjame ilustrarte lo que quiero decir. Esa chica, Lyla Clay, a la que finalmente conseguí que dieran de alta tras lo que pareció una eternidad de luchar contra el papeleo…

Un ramalazo de interés apareció en el rostro de Ariadna.

—Oh, ¿conseguiste que la dejaran marchar?

—Más o menos. Te lo contaré dentro de un momento. Déjame terminar con lo que había empezado a decir. Su mackero resultó muerto la pasada noche…, asesinado. No vivió lo suficiente como para poder decir quién había sido el tipo que lo había hecho. Eso no tiene importancia, de todos modos. Lo importante es: él murió, y ella sufrió un shock. Afortunadamente tenía a su propio doctor, alguien que sé que presenta unas facturas razonables y se toma en serio a sus pobres pacientes, de modo que… ¡Infiernos, ahora soy yo quien me estoy interrumpiendo a mí mismo!

Inspiró profundamente. Durante la pausa, Ariadna dijo:

—¿Por qué lo llamarán papeleo? ¡Si ya casi nadie utiliza papel en estos días! ¡Todo se hace a través de la pantalla del ordenador!

—¡Oh, por el amor de Dios! ¡Consúltalo a tu robescritorio! ¡No lo sé ni me importa! ¡Lo importante es lo que estoy intentando explicarte!

—Entonces explícalo un poco más aprisa —dijo ella bruscamente—. Estoy agotada.

—¿Crees que yo no? Respóndeme sinceramente a esto, entonces: de todos los centenares de personas a las que conoces, ¿quién te importa lo suficiente como para que su pérdida te produzca un shock?

Hubo una larga pausa. Finalmente, Ariadna dijo con expresión tensa:

—Bueno, mis padres, naturalmente, y mi hermano Wilfred, y…

—He dicho amigos, no familiares. Gente a la que hayas seleccionado por ti misma de entre los millones disponibles desde que alcanzaste la mayoría de edad y te formaste un mundo para ti.

—Yo… —Ariadna agitó la cabeza, luchando a todas luces entre la vergüenza y la honestidad—. No sé si hay alguno. ¿Sabes?, nunca había mirado las cosas desde ese punto de vista.

—¿Por qué no?

Recobrándose un poco, Ariadna dijo ásperamente:

—¿No tiene tu amigo Conroy alguna opinión al respecto?

—¿Te refieres a su argumentación de que la suma total de implicaciones emocionales de un individuo moderno es tan rica como la de Romeo y Julieta, pero que se halla dividida entre un número mucho mayor de personas, por lo que parece algo mucho más casual? Oh, creo que tiene toda la razón. Es la misma diferencia que existe entre la luz de una habitación y un rayo láser. Puede que tengas el mismo vatiaje en el sistema, pero debido a que los rayos de la bombilla no están tan concentrados produce mucho menos daño. Y creo que eso en el fondo es bueno…, puede que resultara beneficioso tener una experiencia trascendente en los días en que uno podía esperar vivir solamente hasta los veintitantos años antes de atrapar la plaga, pero ahora que vivimos la mayor parte de un siglo por término medio, parece una vergüenza quemarnos de esa manera. Sin embargo… —Tiró furioso de su barba—. ¡Maldita sea, estoy dando el rodeo más impresionante para llegar a lo que quiero decir! A lo que quiero referirme es a una pérdida, no a una ganancia. La gente sigue sufriendo trastornos, la gente sigue necesitando consejo y ayuda y todo lo demás.

—Los obtienen —dijo Ariadna—. Esa es una de las razones por las cuales estamos aquí en el Ginsberg, un hospital financiado por el estado con los equipos más avanzados del mundo.

Consiguió dar a sus palabras una apariencia de tolerante resignación.

—Sí, pero supón que te ocurriera algo como lo que le ha ocurrido a Lyla Clay, o incluso a Harry Madison. ¿No acudirías más bien en busca de ayuda a alguien elegido personalmente por ti, un amigo íntimo, antes que correr el riesgo de ser atrapada por esa enorme burocracia impersonal contra la que he estado luchando durante todo el día? Esa chica, Clay, no estaba enferma, simplemente había sufrido una experiencia por la que ninguna chica debería pasar… ¡Por la que nadie debería pasar nunca! ¡Y debido a que le faltan tres meses para cumplir la edad reglamentaria en este estado y había sido arrestada bajo sospecha de desarreglos mentales, he tenido que perder horas y horas en innecesarias discusiones!

—Pero al final conseguiste sacarla —suspiró Ariadna.

—Sí, lo conseguí. No gracias a tu bienamado Mogshack, sin embargo. Cuando apelé a él, me hizo callar con la argumentación de que en nuestros días incluso una persona sospechosa de desórdenes mentales no debe ser dejada suelta por las calles por miedo a provocar un desorden como el de la pasada noche. Si ese es el caso, entonces…, entonces, ¡infiernos!, a ti no debería permitírsete que te exhibieras en público porque eres lo suficientemente hermosa como para correr el riesgo de que algún nig intente propasarse contigo, ¡con el peligro de desencadenar un desorden cuando tú lo abofetearas en respuesta a sus avances!

Dándose cuenta de que se estaba acalorando, Reedeth se esforzó por adoptar un tono más calmado.

—Si lo has dicho como un cumplido —dijo Ariadna—, no has sabido expresarte demasiado bien.

—¡En estos momentos no estoy interesado en cumplidos! De hecho no estoy interesado en mucha cosa excepto en intentar imaginar cómo puedo salvar a gente como Lyla Clay y Harry Madison de ser encerrados debido a que les ha ocurrido algo fuera de lo normal. No es para eso para lo que elegí mi trabajo, para convertirme en guardián de una prisión llena de gente con mentes originales.

—Ya hemos hablado de eso antes —dijo Ariadna—. Nunca hemos llegado a ponernos de acuerdo sobre lo que es originalidad y lo que es locura.

—Lo sé. Creí que estaba yendo hacia otro lado, y al parecer he ido a parar al mismo sitio de siempre. —Reedeth se frotó la frente—. Creo que no había pensado muy claramente en las consecuencias antes de empezar a hablar, pero lo que me ha impulsado a decir todo esto es muy sencillo. He conseguido que Harry Madison saliera al mismo tiempo que…

—¿Qué? ¿Cómo?

—Flamen aceptó actuar como tutor suyo. Su compañía necesita a un electrónico, y cuando le sugerí a Madison dijo que sí. Ni siquiera necesitó ser persuadido.

—¿Y tú lo dejaste salir simplemente así…, un nigblanc en Nueva York en un día de ley marcial?

—Aún existen nigs en Nueva York, te guste o no, ¡y tienen derecho legal a caminar por la calle! Y a la señorita Clay pareció caerle bien cuando se lo presenté y se ofreció a acompañarle…

—¿Dejaste salir a un nig en compañía de una chica blanc, ella en estado de shock y él con unos antecedentes mentales más largos que mi brazo? —Ariadna estuvo a punto de caerse de su silla—. ¡Cristo, es probable que haya más disturbios esta noche! ¡Será un milagro si consiguen salir vivos de la terminal del rapitrans!

—Yo…

—¿En qué tipo de nebuloso país de hadas crees estar viviendo, Jim? Todo este galimatías acerca de amigos pasados de moda, todo este idealismo de estar por casa acerca de tener a alguien a quien dirigirte en caso de necesidad… ¡Te juro que preferiría tener un puñado de honestos enemigos antes que un amigo que me tratara como tú acabas de tratar a esas dos pobres personas!

—¡Pero…!

—Ya sé lo que te pasa, Jim —dijo intensamente Ariadna, acercándose de tal modo a la cámara en su oficina que su cabeza pareció querer asomarse por la pantalla de Reedeth—. Te molesta tener gente aquí de la que seas responsable sin que se te haya consultado para ello, como la detenida en el transcurso de unos disturbios o la que ya estaba aquí cuando tú llegaste. Lo que deseas no es prepararlos para un regreso sanos y salvos a la vida ordinaria… ¡Tan sólo quieres librarte de ellos enviándolos a algún lugar, cualquiera, lejos de tu vista y donde no tengas que preocuparte más por ellos! Cuando oigas que ese Madison ha sido abatido a tiros en medio de la calle, o que Lyla Clay fue violada por una pandilla de blancos porque la vieron escoltada por un negro y decidieron que una chica con ese tipo de compañía era caza segura, ¿vas a sufrir algún shock? ¡Un infierno vas a sufrir!

Cortó la comunicación con una expresión de auténtico disgusto, como si estuviera a punto de vomitar sobre su robescritorio, y Reedeth dijo estúpidamente al indiferente aire:

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