Toys estaba leyendo el Times londinense.
—Mmm —murmuró—, se vuelve a especular con que te pueden otorgar el título de caballero. Y también hay algún rumor sobre un Premio Nobel. —Dobló el periódico y miró a Gault—. ¿Cuál prefieres?
Gault se encogió de hombros, sin demasiado interés. Los periódicos desenterraban aquello cada pocas semanas.
—El Nobel subiría el precio de las acciones.
—Seguro, pero el título de caballero haría que follases mucho más a menudo.
—Ya follo bastante, gracias.
Toys se rió.
—He visto alguna de las vacas que te traes a casa.
Gault le dio un sorbo a su bebida.
—¿Cómo cambiaría eso el título de caballero?
—Bueno —dijo Toys arrastrando las palabras—, sir Sebastian por lo menos conseguiría algún buen culo. Tal y como es ahora pareces evaluar a tus compañeras de juegos según el tamaño de la copa.
—Eso es mejor que las criaturas medio muertas de hambre que tú encuentras tan emocionantes.
—«Nunca se es demasiado rico ni demasiado delgado» —citó Toys.
Les interrumpió el chirrido del móvil de Toys. Este lo miró y se lo dio a Gault sin responder.
—El yanqui.
Gault abrió el teléfono y escuchó el familiar acento tejano del Estadounidense.
—¿Línea?
—Despejada. Me alegro de oírte. —Como siempre, Toys sea acercó para escuchar.
—Sí, bueno, aquí se armó la gorda y todos estamos un poco confundidos. Llevo dos días de reunión en reunión. Está el asunto de una cinta de Afganistán. Un ataque a un pueblo. ¿Me sigues?
—Por supuesto.
—Deberías advertirme sobre ese tipo de mierda, maldita sea. Se montó una escaramuza y el Gran G ha estado intentando hacerse con el espectáculo. Ha habido mucha presión para reunir y enviar al nuevo equipo.
—¿El DCM?
Casi pude oír como se estremecía el Estadounidense al oírme utilizar una palabra no codificada.
—Sí. El presidente quiere que participen y el resto no, y cuando digo que no quieren que participe me refiero a que quieren cerrar el departamento.
—¿Alguna posibilidad de que eso ocurra?
—Ninguna, por lo que veo. Por la razón que sea, el presidente parece estar defendiendo a este grupo a capa y espada. En realidad fui testigo de cómo le cantaba las cuarenta al consejero de Seguridad Nacional delante de un par de generales. Las cosas en la capital se están poniendo feas.
»Estoy trabajando para meter a uno de mis chicos en este grupo.
—¿Cómo estás de seguro de que podrás hacerlo?
El Estadounidense hizo una pausa.
—Bastante.
Toys levantó las cejas e hizo un gesto como de aplauso. Gault dijo:
—Mantenme informado.
Cerró el teléfono y lo dejó a un lado. Toys volvió a su silla, se acomodó, y ambos pensaron en las implicaciones de la llamada.
Toys dijo:
—Quizás haya subestimado a este tío.
Baltimore, Maryland / Martes, 30 de junio; 3.36 p. m.
—De acuerdo —dije—, ya hemos bailado antes. ¿Está alguien demasiado herido como para entrenar? Mejor dicho, ¿hay alguien demasiado machacado como para entrar en combate hoy o mañana si fuese necesario?
—Bueno… todavía me duelen las pelotas —dijo Ollie, y luego añadió—, señor. Pero puedo apretar un gatillo.
—Yo estoy bien —dijo Bunny. Tiró la bolsa de hielo al suelo junto a las colchonetas.
Skip hizo un gesto de dolor.
—Me pasa lo mismo con las pelotas, señor. Creo que están en alguna parte de mi cavidad torácica.
—Bajarán cuando alcances la pubertad —dijo Bunny en voz baja, y luego me miró—, señor.
—Dejad la mierda esa de «señor» a menos que no estemos solos. Ya me está cansando un poco.
—Yo puedo pelear —dijo Skip.
Le hice un gesto con la cabeza al sargento primero Sims.
—¿Y qué pasa con usted, Top? ¿Algún daño?
—Solo en mi orgullo. Nunca me habían pillado desprevenido.
—De acuerdo —asentí—. Church quiere que el equipo Eco esté operativo y preparado para realizar una infiltración urbana en uno o dos días. Los últimos dos equipos murieron en combate luchando contra estos caminantes. Todavía no he visto las cintas, pero debido al desconocimiento en ese momento de la naturaleza del enemigo se confundieron y eso les provocó dudas, lo cual resultó ser desastroso. Se supone que nosotros cinco tenemos que ser los nuevos bulldogs del desguace. Suena genial, suena muy heroico…, pero en la práctica esta es la primera vez que lidero un equipo.
—Para ser un discurso de motivación, entrenador —dijo Bunny—, lo ha clavado.
Lo ignoré.
—Pero lo que sí he hecho es entrenar a luchadores. Eso sí sé hacerlo. Así que, como yo soy el que manda, os enseñaré a vosotros cuatro a luchar a la manera de Joe Ledger.
Hasta ahora el modo Joe Ledger había implicado darles una paliza, por lo que no estaban lo que se dice ansiosos por empezar. No era precisamente un momento de exaltación del equipo.
—¿Y exactamente cómo vamos a matar a esos caminantes? —preguntó Skip—. Porque ya están…, bueno, ya están muertos.
—Intenta que no te muerdan, hijo —dijo Bunny—. Eso para empezar.
—A falta de más información del equipo médico supondremos que la columna vertebral y el cerebro son la clave, al menos uno de los dos: si dañáis una de esas partes desenchufaréis a esas cosas. Yo le di una paliza al primero, Javad, pero se quedó tan ancho. Hasta que no le rompí el cuello no cayó. Parece razonable pensar que hay actividad en la zona del tronco encefálico, así que para nosotros el nuevo punto clave es la columna.
—Déjeme preguntar algo —dijo Skip—. Lo que le hizo al coronel Hanley… ¿no cree que fue un poco duro?
—Church dijo algo que me hizo cagarme de miedo y cabrearme. —Les dije lo de que Rudy estaba sentado allí con una pistola apuntándole a la cabeza.
—Jodeeeeeer —dijo Top, estirando la palabra hasta que tuvo como seis sílabas.
—No estuvo bien —dijo Skip.
—Quizá no —admití—, pero me puso en un estado de ánimo pésimo. No juego limpio con otras personas cuando se interponen entre yo y lo que quiero.
—Sí —dijo Bunny—, le entiendo.
—Aun así —dijo Skip—, eso redujo nuestra eficiencia operativa en un hombre.
Top respondió antes de que pudiese hacerlo yo.
—No es cierto. Hanley era un bocazas y un fanfarrón. Se volvió loco y centró su ira en el capitán, como si él fuese el problema. Un hombre que piensa con el corazón en lugar de con la cabeza no está bien entrenado. Haría que nos matasen a todos.
—Sí —admitió Bunny—, la misión siempre es lo primero. ¿No te enseñan eso en la marina?
Skip le hizo un corte de mangas, pero estaba sonriendo.
Almacén del DCM, Baltimore / 3.44 p. m.
Los cuatro soldados fueron a cambiarse la ropa de civil para ponerse los insulsos monos negros que les había traído uno de los empleados de Church. Acertaron en las tallas, incluso para Bunny. Yo estaba a punto de marcharme al baño para cambiarme de ropa cuando vi a Rudy junto a una hilera de sillas con un guardia armado a su lado. Me acerqué a él, nos dimos la mano y luego un fuerte abrazo. Miré al guardia.
—Apártese.
Él se movió a menos de dos metros y miró a un punto fijo en la distancia.
Le di pequeño puñetazo amistoso en el hombro a Rudy.
—¿Estás bien, tío?
—Un poco asustado, Joe, pero estoy bien. —Miró de reojo al guardia y bajó la voz—. Me he pasado los últimos minutos hablando con tu señor Church. Es… —Buscó un adjetivo que probablemente no existía.
—Sí, lo sé.
—Así que ahora eres el capitán Ledger. Impresionante.
—Y ridículo.
Bajó la voz un poco más.
—Church me ha explicado un poco todo por encima. Esto no es una operación puntual. Aquí hay invertidos millones de los contribuyentes.
—Todavía no sé nada de cómo va. Solo he visto a dos oficiales de mando: a Church y a esa mujer, la comandante Grace Courtland. ¿La has conocido?
Rudy sonrió.
—Vaya que sí. Es muy interesante.
—¿Hablas como psicólogo o como lobo con piel de psicólogo?
—Como ambas cosas. Si fuese vulgar haría una broma que la incluiría a ella y a mi diván.
—Pero tú no eres vulgar, claro.
—Por supuesto que no. —Miró a su alrededor—. ¿Cómo te sientes con todo esto que está pasando?
—Al límite, alucinado. ¿Y tú?
—Bueno, yo ya he superado el límite y estoy totalmente flipado. Afortunadamente tengo años de práctica que me permiten dar una imagen de calma y tranquilidad profesional. Interiormente estoy hecho un trapo.
—¿De verdad?
—De verdad. —Se le quedó la sonrisa helada en la cara—. Church me contó lo de St. Michael y lo de ese pueblo en Afganistán.
Asentí y, por un momento, tuve la extraña sensación de que estábamos rodeados de fantasmas.
—Y ahora vas a trabajar para ellos —dijo Rudy.
—Quizá lo de trabajar para ellos no sea la forma correcta de definirlo. Digamos que ambos estamos trabajando contra el mismo enemigo.
—¿El enemigo de mi enemigo es mi amigo?
—Algo así.
—Church dijo que posiblemente ibas dirigir un pequeño equipo para luchar contra estos terroristas. ¿Por qué no envían a un ejército completo, a la armada y a los cuerpos de marines todos juntos?
Yo negué con la cabeza.
—Cuantas más personas haya, mayor es el riesgo de que se produzca una contaminación incontrolable. Un equipo pequeño no estorbaría. Habría menos posibilidades de que un soldado se enfrentase a la situación de dispararle o no a un camarada infectado. Simplifica las cosas. Y… en caso de que ocurra lo peor y se tenga que contener la infección igual que ocurrió en St. Michael, habría una menor pérdida de activos.
—¿«Activos»? —repitió Rudy.
—Personas.
—¡Dios mío!* ¿Cómo sabes todo eso?
—Es puro sentido común —dije.
—No —dijo él—, no lo es. A mí no se me habría ocurrido. E igual que a mí, tampoco al resto de la gente.
—A un luchador, sí.
—Querrás decir un guerrero —dijo Rudy.
Yo asentí.
Rudy me miró de un modo raro. Por detrás de él se acercaban los cuatro miembros de mi equipo vestidos con monos negros. Rudy se giró y los observó mientras se acercaban al área de entrenamiento.
—Parecen tíos duros.
—Lo son.
Se giró y me miró.
—Espero que no sean tan duros como para ser insensibles, Joe. No solo estamos luchando contra algo…, sino por algo y sería una pena destruir aquello que uno lucha por conservar.
—Lo sé.
—Eso espero. —Miró su reloj—. Debería irme. El señor Church va a presentarme a los equipos de investigación. Creo que también está intentando reclutarme.
—¡Ja! Me gustaría verlo.
Pero Rudy me lanzó una mirada extraña antes de girarse y volver a las oficinas con el guardia a medio paso detrás de él y con el rifle en posición de presentar armas. Los miré hasta que atravesaron la puerta a lo lejos.
—Mierda —murmuré. Me acerqué al equipo y acababa de abrir la boca para explicarles el primer ejercicio que quería que hiciesen, pero no tuve oportunidad de hacerlo, ya que a nuestras espaldas se abrió una puerta de golpe y el sargento Gus Dietrich entró como una bala en la sala.
—¡Capitán Ledger! El señor Church quiere verlo de inmediato.
—¿Para qué? —le pregunté, mientras Dietrich se paraba en seco.
Dietrich dudó durante una fracción de segundo; probablemente no tenía clara todavía la nueva cadena de mando. Sin embargo, se decidió rápidamente.
—Los equipos de vigilancia han encontrado el camión que faltaba. Creemos que hemos encontrado la tercera célula.
—¿Dónde?
—En Delaware. Quiere que ataquen.
—¿Cuándo?
—Ahora —dijo una voz, y al girarme vi a Church y a la comandante Courtland acercándose a mí—. El entrenamiento ha terminado —dijo—. El equipo Eco se pondrá en marcha en treinta minutos.
Claymont, Delaware / Martes, 30 de junio; 6.18 p. m.
Hacía cuatro horas estaba comprando café para Rudy en el Starbucks que hay cerca del acuario de Baltimore y ahora estaba hasta la rodilla de mierda y de agua de cloaca en un túnel debajo de Claymont, Delaware. La vida era cada vez mejor. Hasta llevaba puestos mis zapatos de calle. Una vez recibida la orden no tuve tiempo para buscar botas de mi número ni para cambiarme y ponerme pantalones militares.
Todos llevábamos protectores para el pecho de Kevlar, protectores de extremidades, cartucheras, cascos tácticos y gafas de visión nocturna. Teníamos suficientes armas como para empezar una pequeña guerra, que era más o menos el plan.
Subimos a un helicóptero en Baltimore que nos dejó en el aparcamiento de una escuela de primaria cercana a la Ruta 13, cerca del parque estatal de Bellevue. No había mucho tráfico peatonal por esa zona. Desde allí subimos a una furgoneta falsa de UPS que tomamos prestada al equipo de vigilancia de la brigada antivicio local y nos llevaron hasta la parte posterior de un almacén de licores, al final de la calle donde estaba la carnicería Selby. Accedimos a los desagües a través del sótano del almacén y desde allí entramos en una red de alcantarillas que supuestamente tienen un conducto de ventilación que da acceso a la planta de empaquetado de carne. Mi GPS de mano indicaba el camino.
Ollie Brown iba delante y me gustaba la manera suave que tenía de moverse, haciendo muy poco ruido a pesar del agua; comprobaba todas las esquinas y siempre miraba en la misma dirección que la mira de su rifle. El grandullón, Bunny, era nuestro hombre de retaguardia y nos seguía con una escopeta de combate M1014 que parecía de juguete en sus manos. Con tan poca luz parecía un trol gigante de las cavernas al caminar inclinado, rellenando el túnel con su cuerpo. Yo era el segundo de la fila, con Top Sims y Skip Tyler detrás de mí. Mi 45 no tenía silenciador, por lo que el sargento Dietrich me había prestado una Beretta M9 con un supresor de sonido Trinity y cuatro cargadores extra. Todos los hombres llevaban armas largas, pero lo mío siempre habían sido los revólveres.
Nos movíamos como fantasmas, sin hablar; una única fila de hombres moviéndose por las sombras para enfrentarse a unos monstruos. Era irreal, me sentía como si estuviese en un videojuego. Una pena que la vida real no tuviese un botón de reinicio.
En el helicóptero fuimos esbozando los planes que pudimos.