Paciente cero (37 page)

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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

BOOK: Paciente cero
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—Quizá nos ayude rezar —dije—. ¿Suele ir a la iglesia, Top?

—Últimamente no, pero si esto se arregla puede que vuelva a ir.

Grace y yo estábamos de pie detrás de una mesa, compartiendo media caja de balas, compaginando nuestros disparos para que uno disparase mientras el otro cargaba el arma.

—Vaya rescate, ¿eh? —dijo intentando hacer una broma, aunque tenía lágrimas en los ojos.

—Siento lo de tu equipo.

Ella se sorbió la nariz y se aclaró la voz.

—Estamos en guerra. La gente muere.

La miré durante un buen rato, pero ella giró la cara en dirección a la puerta y pude ver que sus facciones se endurecían como hace el hormigón bajo los rayos del sol. Además de todo esto, la pérdida de su equipo era un golpe terrible y yo esperaba que no fuese fatal. No solo por nosotros en ese momento, sino por ella, si conseguía sobrevivir. Quizá Rudy podría ayudarla. O quizá yo. Esperaba que el cisma no fuese demasiado profundo como para que alguien pudiese llegar hasta ella.

Respiré hondo al ver dos caminantes más entrando a toda prisa por el pasillo, luego tres más y luego nueve. Gruñían como almas en pena, aunque yo me preguntaba si realmente no tendrían alma o si, de alguna forma terrible, las personas que estas criaturas fueron algún día seguían atrapadas en esos cuerpos no muertos; atrapadas, pero incapaces de controlar la máquina de matar en la que se habían convertido sus organismos, observando impotentes como se dirigían hacia el asesinato o hacia la muerte.

Era un pensamiento nada, pero que nada bueno y me pregunté si estaría entrando en estado de choque. Mierda, pensé para mí. Tengo que mantenerme firme. Tengo que mantenerme alerta.

Apreté el gatillo y el caminante que iba en cabeza salió volando de espaldas sobre los otros. Su rostro se desintegró formando una nube de niebla rosa. Volví a disparar y Grace lo hizo al mismo tiempo. Todos estábamos disparando y, de nuevo, la sala se convirtió en un concierto infernal compuesto por un tiroteo ensordecedor, los gemidos de los muertos y los gritos de los vivos. Los muertos vivientes seguían llegando, ola tras ola. Disparábamos bien, casi siempre acertábamos en la cabeza, pero no dejaban de llegar.

A Grace se le acabó la munición.

—Me cago en todo —dijo en voz baja—, estoy sin munición.

Todos fuimos acabando las balas, uno a uno, y ellos seguían llegando, gritando, intentando atraparnos. Podía ver el perfil de Grace por el rabillo del ojo. Aunque tuviese la cara sucia y marcada por la tensión, era hermosa. También era valiente y noble. Al disparar mi última bala sentí cómo se me hundía el corazón. Los muertos iban a atraparnos. Todavía había cuarenta o más en la sala y más que seguían entrando por la puerta. Sabía lo que tendría que hacer. Sería sencillo: me levantaría, le agarraría la barbilla con una mano y le acariciaría el pelo con la otra. Era fácil, solo tenía que girarle la cabeza rápido y así la liberaría de todo esto, quedando fuera del alcance de los caminantes y de su plaga. Podía hacerlo. Lo había hecho dos veces con caminantes: con Javad y con el caminante de la sala 12. Y ahora podía hacerlo por Grace, para evitar que la alcanzase ese impío infierno. Entonces oí el clic de la última pistola al quedarse sin balas.

Me vi poniéndome de pie, abriendo las manos y empezando a acercarme a Grace, pero mi movimiento se vio ralentizado por la duda. ¿Y si me equivocaba? ¿Y si ella me detiene y nos atrapan a ambos mientras nos peleamos entre nosotros? ¿Y si…? Y de repente las compuertas metálicas que tapiaban las ventanas salieron volando hacia el interior, todas a la vez.

Todos levantamos la vista e incluso lo hicieron algunos de los caminantes para ver los paneles de acero, combados y hechos pedazos, caer peligrosamente en la sala.

—¡Mirad arriba! —grité, y mis manos rodearon los hombros de Grace y tiraron de ella hacia atrás al tiempo que un trozo de acero del tamaño de un martillo de leñador caía justo en el lugar en el que había estado apoyada, partiendo la mesa por la mitad. Ambos gritamos mientras caíamos por el impulso de mi tirón y luego rodamos uno por encima del otro hasta que chocamos contra la pared. La abracé y escondí la cara en la curva de su cuello mientras sentía los cascotes caerme en la espalda. Los demás se metieron debajo de las mesas de laboratorio o se apretujaron contra las esquinas mientras caían al suelo cientos de kilos de acero afilado. Los caminantes de las tres primeras filas murieron aplastados y quedaron hechos pedazos, pero los demás, incapaces de sentir asombro o sorpresa, seguían avanzando con su único objetivo. No teníamos dónde ponernos a cubierto a excepción de los restos de nuestro reducto, pero al levantar la cabeza sentí el fuerte eco de disparos automáticos. Nos pegamos más a la pared y nos tapamos los oídos y los ojos mientras una lluvia de balas acababa con los caminantes. Las balas rebotaban contra las paredes sobre nuestras cabezas y nos llenaban de polvo de escayola.

Miré a Top y él a mí, luego miramos hacia arriba, puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza. A pesar de la locura del momento, dijo: «¡Viva la caballería!» y luego le dio un ataque de risa.

Con balas silbando y un montón de muertos a nuestro alrededor, sentí un pinchazo en el pecho y pensé con horror que estaba a punto de llorar, pero en lugar de eso solté una carcajada. Grace nos miró como si hubiésemos perdido la cabeza. Bunny se nos unió y todos aullamos como pirados.

—Malditos yanquis —dijo Grace, y luego también se echó a reír, aunque tenía la cara empapada en lágrimas. La atraje hacia mí y la abracé mientras su risa se convertía en sollozos.

Todavía la estaba abrazando cuando Gus Dietrich bajó atravesando una de las ventanas gracias a una cuerda rápida disparando a medida que descendía.

68

SS Albert Schweitzer / Miércoles, 1 de julio

La cubierta estaba llena de hombres con vendas que caminaban, se desplomaban en tumbonas o permanecían sentados en sillas de ruedas con los frenos bloqueados debido al movimiento del carguero. El SS Albert Schewitzer llevaba en préstamo semipermanente para la Cruz Roja Internacional más de dieciséis años y durante más de una década había ayudado a las marinas de guerra británica y estadounidense en el transporte de personal de servicio herido y convaleciente desde las zonas de guerra hasta sus países, o hasta países donde pudiesen recibir un tratamiento médico adecuado. Cirugía experimental en Suiza y Holanda, cirugía reconstructiva en Brasil, microcirugía en Canadá y cirugía torácica y neurocirugía en Estados Unidos. Los fondos para financiar el personal del barco y los enormes costes operativos corrían a cargo de cinco Gobiernos, pero en dólares y céntimos reales, las donaciones del Gobierno apenas llegaban para mantener en funcionamiento las calderas. El sueldo del personal y de la tripulación, el equipo médico, las medicinas y los suministros quirúrgicos e incluso la comida y la bebida estaban financiados por generosas donaciones de tres multinacionales: Hamish Dunwoody, de Escocia, Ingersol-Spüngen Pharmaceuticals, de Holanda, y una empresa de vacunación con sede en Estados Unidos llamada Synthetic Solutions. Las empresas no tenían relación entre sí, pero las tres pertenecían en parte y mediante inteligentes grados de separación a Gen2000. Y Gen2000 era Sebastian Gault.

El gran hombre que estaba junto a la barandilla solo sabía que Gault estaba implicado, aunque no el nivel ni el alcance de su participación. No es que importase. Para El Mujahid lo único que importaba es que mientras estuviese a bordo de este barco pensaban que era Sonny Bertucci, quien formaba parte de la segunda generación de una familia italoamericana de las duras calles de los alrededores de Coney Island, Brooklyn. En la cartera llevaba una foto de carné de Sonny y de su mujer, Gina, y de sus dos hijos pequeños, Vincent y Danny. Una búsqueda de sus huellas dactilares daría como resultado el dato de que trabajaba como guardia de seguridad civil en la base de guardacostas y que llevaba trabajando tres años para Global Security, una empresa privada con permiso para operar en Irak y Afganistán.

Incluso la búsqueda informática más escrupulosa solo mostraría información que verificaría esta identidad, ya que todos los documentos, desde el carné de conducir del estado de Nueva York al carné de donante de sangre que llevaba en la cartera y a las credenciales guardadas en la caja fuerte del barco estaban emitidas por las propias organizaciones. Gault tenía contactos en todas partes.

El Guerrero tenía apoyados sus musculosos antebrazos en la fría barandilla metálica y miraba al horizonte lejano sobre las aguas. El gran sol de verano se estaba poniendo por el oeste y su luz moribunda era de un rojo intenso que hacía que las crestas de las olas pareciesen estar ardiendo. Todo estaba pintado de un brillo infernal y la línea del horizonte, al otro lado del mar, era tan negra como cepas carbonizadas en comparación con el feroz cielo. Más cerca del barco, sola en medio del mar en llamas, la Estatua de la Libertad parecía fundirse en el infierno de la inmolación del sol y en la vil mirada de El Mujahid.

Cuarta parte

Asesinos

«Se avecinan tiempos difíciles y oscuros, y el profeta que desee escribir un nuevo Apocalipsis tendrá que inventar fieras completamente nuevas, y fieras tan terribles que al compararlas con los antiguos símbolos animales de san Juan, estos parecerán palomas cantoras y cupidos.»

—Heinrich Heine «Lutetia; or Paris», Augsburg Gazette, 1842

69

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 5.01 a. m.

Church no me preguntó si estaba bien. Se apoyó en el guardabarros de un Humvee del DCM y me escuchó mientras describía todo lo que había ocurrido en la planta. A nuestro alrededor, los operativos del DCM y sus colegas, de la mitad de las agencias civiles y federales de la guía de teléfonos, estaban en plena acción. Habían colocado faros de estadio y había tanta luz como si fuese de día, aunque todavía faltaba una hora para que amaneciese. El espacio aéreo bajo el que nos encontrábamos había sido restringido para todas las aeronaves, excepto para los helicópteros militares; todos los negocios y las propiedades privadas habían sido desalojadas y toda la población de la zona fue trasladada a una distancia de seguridad. La prensa no estaba invitada y el escenario fue designado oficialmente como el objetivo de un «posible» ataque terrorista. Según el complicado libro de jugadas de Seguridad Nacional eso significaba que se consideraba zona de guerra y que los militares estaban al mando.

Cuando terminé de hablar se me quedó mirando con los labios fruncidos y luego asintió.

—¿Todo el mundo ha sido examinado minuciosamente por los médicos?

—Sí. Muchos cortes y arañazos, pero ningún mordisco. Mis hombres sufren de agotamiento y todo el mundo tiene cierto grado de conmoción.

—¿Usted también? —dijo lanzándome una mirada penetrante.

—Por supuesto. Física y mentalmente. ¿Quién no lo sentiría? Tengo temblores y parece que mis músculos han pasado por un robot de cocina. Hu me ha inyectado una especie de cóctel de vitaminas y he tomado café caliente, comida y un batido de proteínas que sabía tan mal como si le hubiese meado un caballo. Estoy hecho una mierda, pero sobreviviré.

Él simplemente hizo un leve gesto con la cabeza. Era todo cordialidad, desde luego.

—¿Cuál es su evaluación de lo que ha ocurrido ahí dentro esta mañana? —preguntó.

Se me ocurrieron muchas respuestas de sabelotodo, pero me mordí la lengua y dije:

—Era una trampa y nos metimos en ella de cabeza.

—Consiguieron salir.

—Ahí dentro estábamos vendidos. Tuve suerte.

—Sin contar sus dos encuentros con Javad, esta es su tercera situación de combate con los caminantes con cero bajas en su equipo. En este tipo de batallas la suerte puede ser suficiente.

—No para la gente de Grace. Al equipo Alfa lo hicieron pedazos. Hombre, eso es duro.

—Es muy duro —admitió.

—Tenían todo lleno de bombas trampa y en cuanto entramos en el laboratorio detonaron por control remoto las de la sala de ordenadores. Los corrales de los caminantes se abrieron todos a la vez, lo que significa que activamos algún tipo de alarma, algo que no vimos. Nada de esto fue un accidente. Esos cabrones sabían que veníamos.

—¿Sabían que era hoy o que era inevitable?

Era una pregunta crucial y le había estado dando vueltas a lo mismo durante las últimas horas. Toda nuestra evaluación del enemigo y de su potencial dependía de esa respuesta.

—No lo sé. Estaban preparados, pero no del todo. Solo explotaron dos de sus bombas. Los caminantes no nos atacaron lo suficientemente rápido ni en el lugar adecuado. Debería haber sido en un sitio donde pudiesen hartarse a comer, pero sobrevivimos. Y ninguno de los caminantes consiguió salir. Nada de eso tiene lógica.

—No —dijo, y creo que estaba tan preocupado por eso como yo.

—¿Sabe? No sé si estamos enfocando todo esto desde el ángulo correcto.

—Estoy bastante seguro de que no.

—¿Qué esperábamos encontrarnos? ¿Un puñado de tíos sentados alrededor de una mesa planeando la caída de la civilización occidental? En lugar de eso nos hemos topado con lo que, para mí, es una instalación de pruebas. Estos tíos estaban estudiando a los caminantes. A más cantidad y más en profundidad que en Delaware.

—¿Qué hay de su equipo? ¿Cumplieron sus expectativas?

Al ver que no respondía, dijo:

—Espero un informe completo y honesto, capitán. No es el momento adecuado para mostrarse esquivo.

—No estoy siendo esquivo, Church. No hace ni un día que conozco a estos tíos y todo ha sido acción y más acción. Ayer se portaron fantásticamente. Hoy tuvimos algunos baches. Skip Tyler y Ollie Brown desaparecieron en circunstancias cuestionables y todavía no he tenido tiempo de interrogarlos. Hay algunas… cosas en el aire. Skip dice que lo abordaron por su lado ciego y que le dispararon con un táser, pero eso no cuadra con los hechos porque solo había dos formas de salir de la sala de las duchas: la puerta por la que entró mi equipo y el pasillo que estaba vigilando Skip. Él dice que lo dejaron fuera de juego y que se despertó en un almacén, que consiguió luego cortarse las ataduras y recuperar su arma, pero que luego fue atacado por caminantes. La historia de Ollie es casi la misma. Dice que alguien debió de abrir una puerta y noquearlo con un táser. Ambos tienen quemaduras en el cuello y la mayoría de los guardias de la planta llevaban ese tipo de pistolas. —No mencioné el hecho de que Ollie estuvo a punto de volarme la tapa de los sesos durante el tiroteo. Era algo que Ollie y yo discutiríamos más tarde.

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