Pájaro de celda (29 page)

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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Humor, Relato

BOOK: Pájaro de celda
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Su oficio le había vuelto cínico. «Vaya novedad», me dijo.

Así que, hasta que llegaron los de la ambulancia, me quedé junto al cadáver de mi vieja amiga en el sótano, exactamente igual que habría hecho cualquier animal fiel. Tardaron un rato, pues ya sabían que estaba muerta. Cuando llegaron estaba quedándose rígida. Lo comentaron. Tuve que preguntarles qué acababan de decir, porque no hablaban inglés. Me explicaron que su primera lengua era el urdú. Los dos eran del Paquistán. Hablaban un inglés muy tosco. Si Mary Kathleen hubiera muerto en su presencia en vez de en la mía, habrían dicho, estoy seguro, que al final no había hecho más que balbucir cosas incomprensibles. Para calmar los sollozos que se me escapaban, les pedí que hablasen un poco en urdú. Dijeron que tenía una literatura tan amplia como cualquiera otra del mundo, pero que había empezado como un idioma artificial, feo y deficiente, inventado en la corte de Gengis Kan. Al principio, su objetivo era militar. Permitía a los capitanes dar órdenes que se entendían en todas las partes del imperio mongol. Más tarde, lo embellecerían los poetas.

Vivir para ver.

A la policía, le di el nombre de soltera de Mary Kathleen. También les di mi verdadero nombre. No estaba dispuesto a pasarme de listo con la policía. Ni estaba dispuesto a que alguien supiese ya que había muerto la señora de Jack Graham. Las consecuencias de esta noticia, sin duda serían una especie de avalancha.

Yo era la única persona del planeta que podía desencadenarla. Y no estaba dispuesto a hacerlo todavía. Como han dicho algunos, esto no fue inteligente por mi parte. Fue mi terror natural ante la posibilidad de una avalancha.

Fui andando hasta casa, un pequeño elfo inofensivo con sus zapatos mágicos de baile, hasta el Hotel Arapahoe. Aquel día se había tejido mucha paja convirtiéndola en oro, y se había tejido mucho oro convirtiéndolo en paja. Y el tejer no había hecho más que empezar.

Había un encargado nocturno nuevo, claro, pues Israel Edel estaba en casa de Arpad Leen. A este hombre nuevo habían tenido que reclutarle precipitadamente. Su puesto habitual era detrás de la mesa del Carlyle, un hotel también de la RAMJAC. Estaba exquisitamente vestido y acicalado. Y estaba sufriendo lo indecible por tener que tratar con putas y gente recién salida de la cárcel y del manicomio, etc.

Tuvo que contármelo: que en realidad, su lugar era, el Carlyle y que estaba haciendo una sustitución. Aquel no era su yo real.

Cuando le dije mi nombre, dijo que había un paquete para mí, y también un recado.

La policía había devuelto mis zapatos y había cogido las piezas de clarinete del armario. El recado era de Arpad Leen. Era hológrafo, como el testamento de Mary Kathleen, que yo llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta... junto con mi título de doctor en coctelería. Los bolsillos de la trinchera los llevaba llenos de otros materiales procedentes de los zapatos de Mary Kathleen. Abultaban como alforjas.

Leen me decía en su carta que era exclusivamente para mí. Decía que por el lío que se había organizado en su casa, no había llegado a ofrecerme un trabajo concreto. Me sugería que quizás me agradase su antigua sección, que era Down Home Record. Incluía además,
New York Times
, Universal Pictures, Ringling Bros, Barnum & Bailey y Dell Publishing, entre otras cosas. Había también una empresa de comida para gatos, decía, de la que no necesitaba preocuparme yo. Iba a transferirse muy pronto a la sección General Foods. Había pertenecido al
Times
.

«Si no le gusta esto —escribía—, encontraremos otra cosa. Me emociona muchísimo saber que tendremos entre nosotros un representante de la señora Graham. Dele usted, por favor, mis más cordiales saludos.»

Había una posdata. Decía que se había tomado la libertad de concertar una cita para mí a las once de la mañana siguiente con un tal Morty Sills. Me daba la dirección. Supuse que Sills sería un director de personal de la RAMJAC o algo así. Resultó que era un sastre.

Un multimillonario enviaba una vez más a Walter F. Starbuck a su propio sastre, para convertirle en una imitación convincente de un caballero perfecto.

***

A la mañana siguiente, aún estaba yo sobrecogido por la amenaza de la avalancha. Era cuatro mil dólares más rico y legalmente un ladrón. Mary Kathleen tenía cuatro billetes de mil dólares como plantillas de sus zapatos.

No salió nada en los periódicos sobre la muerte de Mary Kathleen... ¿por qué iba a salir? ¿A quién le importaba? Había una esquela de la paciente que había perdido Sarah Clewes, la enferma del corazón. Dejaba tres hijos. Su marido había muerto en un accidente de automóvil un mes antes. Así que ahora los niños eran huérfanos.

Mientras Morty Sills me tomaba medidas para el traje, me resultó insoportable pensar que nadie reclamase el cuerpo de Mary Kathleen. Allí estaba Clyde Carter también, recién salido del avión de Atlanta. También él estaba haciéndose un nuevo guardarropa, incluso antes de haber visto a Arpad Leen.

Estaba asustado.

Le dije que no se preocupase.

En fin, después de comer, fui al depósito de cadáveres y la reclamé. Fue todo muy fácil. ¿Quién iba a querer aquel cuerpecito? No tenía parientes. Yo era su único amigo.

Miré el cadáver por última vez. No era nada. Ya no había nadie allí. «Casa vacía.»

Encontré una funeraria a sólo una manzana de distancia. Hice que recogieran el cuerpo y lo embalsamaran y lo pusieran en un ataúd sólido. No hubo funeral. Ni siquiera yo la acompañé a la tumba, que era un nicho en una pared de hormigón llena de ellos, en Morriston, Nueva Jersey. El cementerio estaba anunciado en el
Times
aquella mañana. Cada cripta tenía una elegante puertecita de bronce en la que estaba grabado el nombre del inquilino.

Poco imaginaba yo entonces que el hombre que grabó la puerta sería detenido por conducir borracho dos años después y comentaría el nombre insólito del policía que lo detuvo. Sólo se lo había tropezado una vez antes... en su lúgubre lugar de trabajo. El policía, que en realidad era ayudante de sheriff del condado de Morriston, se llamaba Francis X. O’Looney.

O’Looney sentiría curiosidad por la mujer del nicho, querría saber si estaba emparentada con él.

Y, utilizando los escasos documentos del cementerio, lograría seguir el rastro de Mary Kathleen hasta el depósito de cadáveres de Nueva York. Conseguiría allí una copia de sus huellas dactilares. Por si alguna vez la habían detenido, o había estado internada en un manicomio, O’Looney mandó las huellas al FBI.

Así se desmoronaría la RAMJAC.

***

El caso tiene un extraño aspecto secundario. Antes de descubrir al fin quién era en realidad Mary Kathleen, O’Looney se enamoró de su imagen de ella, de joven. Una imagen totalmente falsa, por otra parte, ya que él la imaginaba alta y pechugona y de pelo oscuro, mientras que ella había sido baja y huesuda y pelirroja. Él la creía una emigrante que había ido a trabajar para un millonario excéntrico en una mansión fantasmal, y que se había sentido atraída y repelida al mismo tiempo por aquel hombre, y que él había abusado de ella hasta ponerla al borde de la muerte.

Todo esto salió a la luz en el proceso de divorcio iniciado por la mujer de O’Looney, de treinta y dos años, contra éste. Ocupó la primera página de los periódicos durante una semana o más. O’Looney era ya famoso por entonces. Los periódicos le llamaban «El hombre que levantó la liebre en el asunto de la RAMJAC» o variaciones sobre este tema. Su mujer afirmaba que un fantasma le había robado el afecto de su marido. Ya no dormía con ella. Ya no se lavaba los dientes. Llegaba siempre tarde al trabajo. Había tenido un nieto y no le importaba en absoluto. Ni le miraba siquiera.

Lo especialmente curioso en su conducta era que, después de descubrir cómo había sido realmente Mary Kathleen, siguió enamorado de su sueño original.

—Eso nadie podrá quitármelo —decía—. Es mi posesión más valiosa.

Le relevaron de sus funciones, según tengo entendido. Su mujer le ha vuelto a demandar, esta vez para reclamarle su porcentaje de la pequeña fortuna que él consiguió por los derechos cinematográficos de su sueño. La película va a rodarse en una vieja mansión fantasmal de Morriston. Si hemos de dar crédito a las columnas de chismografía, habrá una búsqueda de talentos para elegir la actriz que interprete a la chica inmigrante irlandesa. Al Pacino ha aceptado ya interpretar el papel del policía O’Looney, y Kevin McCarthy el de millonario excéntrico.

***

En fin, me divertí demasiado tiempo, y ahora debo volver a la cárcel, según dicen. Mis travesuras con los restos de Mary Kathleen no fueron delitos en o por sí mismos, ya que los cadáveres no tienen más derechos que las sobras de la cena de anoche. Sin embargo, mis acciones constituyeron un delito del tipo E, que, según la Sección 19030 del Código Penal del estado de Nueva York, consiste en ocultar ilegalmente un testamento.

Guardé el testamento en una caja de seguridad de la Manufacturers Hannover Trust Company, sucursal de la RAMJAC.

He intentado explicarle a mi perrita que su amo tiene que irse por una temporada... porque violó la Sección 19030. Le he dicho que las leyes están hechas para que las obedezcamos. Ella no entiende nada. Le encanta mi voz. Todas las noticias que le lleguen de mí son buenas noticias. Mueve el rabo.

***

La verdad es que viví a todo tren. Me compré un dúplex con un préstamo empresarial a un interés muy bajo. Hice efectivas las opciones de valores para comprar ropa y muebles. Pasé a ser cliente asiduo del Metropolitan Opera y del Ballet de la Ciudad de Nueva York, adonde iba y venía en mi limusina.

En mi casa di fiestas íntimas para autores, artistas del disco, actores de cine y actores famosos de la RAMJAC: Isaac Beashevis Singer, Mick Jagger, Jane Fonda, Günther Gebel Williams, etc. Era divertido. Después, la RAMJAC adquirió la galería Malborough y Associated American Artists, y asistieron también a mis fiestas pintores y escultores.

¿Cómo me fue en la RAMJAC? Durante el tiempo que yo estuve, mi sección, incluyendo las subsidiarias bajo su control, tanto encubierto como directo, ganaron once discos de platino, cuarenta y dos discos de oro, veintidós oscars, once premios nacionales del libro, dos banderines de la Liga Norteamericana, dos banderines de la Liga Nacional, dos Series Mundiales y cincuenta y tres Grammies... y nunca dejamos de obtener un beneficio sobre el capital del veintitrés por ciento como mínimo. Me enredé incluso en luchas internas de la empresa, impidiendo la transferencia de la empresa de alimentos para gatos de mi sección a la General Foods. Fue emocionante. Disfruté de lo lindo.

Estuvimos varias veces a punto de conseguir otro premio Nobel de literatura, pero ya teníamos dos en realidad: Saúl Bellow y el señor Singer.

Yo, por mi parte, había aparecido en
Who’s Who
por primera vez en mi vida. Se trata de un triunfo un poco deslucido, lo admito, porque mi propia sección controla Gulf & Western, que controla
Who’s Who
. Lo puse todo allí, salvo la temporada de cárcel y el nombre de mi hijo: dónde nací, dónde estudié, los diversos trabajos que he hecho, el nombre de soltera de mi esposa.

***

¿Invitaba a mi propio hijo a mis fiestas... a charlar con tantos héroes y heroínas suyos? No. ¿Abandonó él el
Times
cuando yo me convertí en su superior? No. ¿Escribió o telefoneó para saludarme de algún modo? No. ¿Intenté yo ponerme en contacto con él? Sólo una vez. Fue en el apartamento de la planta baja de Leland y Sarah Clewes. Yo había estado bebiendo, cosa que no me gusta y que hago muy pocas veces. Y estaba tan próximo, físicamente, a mi hijo... Su apartamento estaba sólo diez metros por encima de mi cabeza.

Fue Sarah la que me hizo telefonearle.

En fin, marqué el número.

Serían aproximadamente las ocho de la noche. Contestó uno de mis nietos, y le pregunté cómo se llamaba.

—Juan —dijo.

—¿Y de apellido? —dije.

—Stankiewicz —dijo él. He de decir, por otra parte, que, según el testamento de mi esposa, Juan y su hermano, Geraldo, estaban recibiendo compensaciones de la Alemania Occidental por la confiscación de la librería del padre de mi esposa en Viena por los nazis después de la
Anschluss
, la anexión de Austria por parte de Alemania en Milnovecientos Treintaiocho. El testamento de mi esposa era antiguo, lo había hecho cuando Walter era pequeño. El abogado le había aconsejado dejar el dinero a los nietos para evitar una generación de impuestos. Ella preferiría hacer una buena administración del dinero. Yo estaba sin trabajo por entonces.

—¿Está tu papá en casa? —dije.

—Se ha ido al cine —dijo él.

Me sentí muy aliviado. No dejé mi nombre. Dije que ya volvería a llamar.

***

En cuanto a lo que Arpad Leen sospechaba de mí, era libre, como cualquier otro, de sospechar tanto o tan poco como quisiera. No hubo más mensajes con huellas dactilares de la señora Graham. El último confirmaba por escrito que Clewes y yo, Ubriaco, Edel, Lawes, Carter y Fender debíamos ser nombrados vicepresidentes.

Después, un silencio mortal... pero había habido silencios mortales anteriormente. Uno de ellos duró dos años. Mientras tanto, Leen operaba según lo ordenado en una carta que Mary Kathleen le había enviado en Milnovecientos Setentaiuno, que decía sólo esto: «Adquiera, adquiera, adquiera.»

De lo que no cabía duda era de que Mary Kathleen había elegido al hombre adecuado para el puesto. Arpad Leen había nacido para adquirir y adquirir y adquirir.

¿Cuál era la mayor mentira que le había contado? Que veía a la señora Graham una vez por semana y que ella era feliz y estaba bien y muy satisfecha de cómo iban las cosas.

Como declaré ante el gran jurado, él dio todas las pruebas de creerme, dijese lo que dijese yo sobre la señora Graham.

Me encontraba en una posición extraordinaria con respecto a aquel hombre, desde el punto de vista teológico. Yo podía aclarar todas las preguntas fundamentales que él pudiese querer formular sobre su vida.

¿Por qué teníamos que seguir adquiriendo y adquiriendo y adquiriendo? Porque su deidad quería dar la riqueza de los Estados Unidos al pueblo de los Estados Unidos. ¿Dónde estaba su deidad? En Morriston, Nueva Jersey. ¿Estaba satisfecha ella de cómo hacía él su trabajo? Ella no estaba jamás ni complacida ni satisfecha, puesto que estaba muerta del todo. ¿Qué debería hacer él pues? Buscar otra deidad a la que servir.

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