Papelucho tiene una enfermedad muy choriflai y, aunque no tome remedios, no debe ir al colegio ni hacer tareas por un tiempo. Es "dix-leso" porque, según él, creen que es chistoso cuando habla en serio. Aburrido de no hacer nada, se entretiene cuidando un auto sin bencina que resulta ser robado. La patrulla que lo traslada a la comisaría como sospechoso del robo choca y termina junto al teniente Albornoz en la Posta Central. Así comienza la fantástica historia policial en la que Papelucho se involucra al ser rescatado equivocadmente por una banda de ladrones.
Marcela Paz
Papelucho
¿soy dix-leso?
ePUB v1.0
ZirKo02.08.12
Título original:
Papelucho ¿soy dix-leso?
Marcela Paz, 1971
Editor original: ZirKo (v1.0)
Corrección de erratas:
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l salir de clase me llamó la Srta. Brigitte y me entregó una carta.
—Papelucho, dale esta carta a tu mamá. Mañana me traes este sobre firmado por ella. ¿Entendiste?
—Claro que entendí —le dije— y también le puedo traer más sobres si no tiene.
—No —dijo ella con cara de odio—. Quiero este sobre firmado.
Me lo eché al bolsón y me vine pensando en que seguro que ella quería felicitar a mi mamá por su hijo. ¿Para qué otra cosa podría escribirle? Me sentía como liviano por dentro, con esto de que la mamá de uno tenga un hijo tan choro que soy yo. Así que llegando le entregué la carta y mientras ella leía yo me quedé esperando el abrazo o cosa por el estilo.
Pero nada.
Mamá leía y leía y su cara se iba poniendo arrugativa y sulfurosa.
Por fin terminó y me quedó mirando sin hablar. Sus ojos parecían dos metralletas mellizas. Yo me reí, siempre esperando alguna cosa.
—Anda a jugar —me dijo sin abrazarme y tampoco me dijo: "Anda a hacer tus tareas" como otras veces. Algo raro pasaba.
Al otro día, cuando yo iba saliendo, me atajó:
—Hoy no vas al colegio. Te voy a llevar al médico —me dijo.
—¿De qué estoy enfermo? —pregunté—. No me duele ninguna cosa ni tengo pintas por ningún lado. Apenitas las costras de mis rodillas…
Era mejor no alegar. Total me ligaban vacaciones sorpresosas.
Y en la tarde fuimos al doctor. Era un señor bastante preguntón, que se hacía el simpático por fuera, pero se notaba que era chueco por dentro.
Me martilló las costras y otras cuestiones con un martillito lindo. Y mientras hablaba y hablaba con la mamá se martillaba su otra mano. Yo pensaba ¿qué pasaría si en vez de su mano gorda se martillara el tremendo grano que tenía en la nariz? Pero apenitas se lo rascó y siguió dale que dale hablando de "este niño".
Traté de entender lo que decían, y casi lo entendí. No estoy bien seguro si la cosa es que soy superdotado o viceversa. Menos mal que además parece que soy dix-leso, que es algo muy choriflai y como distinto. Y tampoco me importa mucho ser así.
En todo caso con este asunto, el papá y la mamá hablan y hablan de mí, van al colegio a ver a mi profe y vuelven furiondos con ella y siguen alega que te alega. Total el papá dice que sería bueno que la Srta. Brigitte fuera a ver a su doctor porque es una erótica y calumnienta.
De todos modos yo tengo mi enfermedad propia y nadie me la quita.
Pero en la noche, me desvelé. Porque claro, en el día a uno le gusta ser enfermo y en la noche no. Así que me fui donde mi papá que roncaba frente a la TV y le apreté la nariz porque es el único modo de despertarlo. Y antes de que se enfureciera, le dije:
—Papá, te compadezco de tener un hijo enfermo.
—¡Gracias! No te preocupes… —y otra vez cerró los ojos.
—Quiero saber si mi enfermedad se pega —le remecí bien el brazo.
—No. De ninguna manera… abrió los ojos y me miró turnio.
—Entonces ¿por qué no voy al colegio?
—Es mejor que descanses unos días.
—¿Eso quiere decir que no necesito estudiar más? ¿No volveré al colegio?
Me estaba dando cototo de no volver en jamás de los jamases y perder para siempre mi chicle del escritorio, mi gusano de seda y el membrillo que tengo madurando.
—Volverás apenas te mejores —dijo el papá consolativo.
—¿Cómo voy a mejorarme si no me dan remedios? ¿Me van a operar?
—No, no, no. Ni operación ni remedios. Puramente unas clases de atención.
—¿Clases de atención? No entiendo…
—¡Eso! —clamó electronizado—. Tú no entiendes algunas cosas simples. Con unas pocas clases te mejoras —y me palmeteaba todo entero.
—¿Me mejoro de qué?
—De lo que tienes, claro…
No se atrevió a decirme el nombre de mi enfermedad. Pero yo sé que es dix-leso. La mitad de la palabra lo dice y ¿la otra mitad?
Me volví a la cama. No había entendido nada de lo que me dijo el papá. Esa es mi enfermedad. Soy dix-leso y me voy a mejorar. Ahora que lo sé, más vale dormir.
A lo mejor despierto sano.
Me desperté con esa cuestión de felicidad como de que mañana es mi cumpleaños. Y como no era, me acordé de que estaba enfermo. Pero sin remedios. Y también sin colegio ni tareas..
Por fin podía hacer mis inventos urgentes, antes de que los hiciera otro. En el colegio no hay tiempo, así que con estas vacaciones enfermosas me iban a resultar.
Pesqué mi diario y me trepé en el peral donde nadie molesta. Y anoté todo antes que se me olvide.
Ahora cuando vuelva al colegio, no voy a tener más que una cosa en qué pensar, o sea podré estudiar y oír lo que dice la profe.
Resulta que cuando bajé del peral, ya habían almorzado y apenitas me dio mi almuerzo, la Domi se largó porque le tocaba salida, y me quedé rotundamente solo.
No porque uno es dix-leso se ha de aburrir. Uno se aguanta un rato haciendo inventos, pero también se cansa. Y como uno no es ni guagua ni viejo no se entretiene mirando moverse las hojitas de los árboles o viendo pasar los autos…
Cuando uno está solo no hay más que dos alternativas: o lo pasa uno astronáuticamente bien, o se aburre. Y si lo pasa astronáuticamente bien hay dos alternativas: o lo sigue pasando mejor o se friega.
Porque estar en la misma gozadura es igual que aburrirse.
Pero lo malo es que si uno trata de pasarlo mejor, entonces lo pasa peor. Así que es mejor tratar de pasarlo peor y como lo está pasando un poco mal, lo pasa mejor. Porque total no puede pasarlo peor…
Entonces me senté en la vereda a esperar "algo". Dios siempre tiene lástima de los lateados, pensé. Y resulta que en ese mismo momento vi un Peugeot blanco con dos chascones que no podían hacerlo partir.
Y me acerqué a mirar.
Habían abierto el capó y le metían dedo a cada cosa.
—¿Qué querís, cara'e chicle mascao? —me dijo uno.
—Lo que le falta es bencina —dije, por decir algo.
Los chascones se miraron. Olieron el motor y se secretearon.
—¿Tenis un tarro? —preguntó uno.
—¿Hay bomba bencinera cerca? —preguntó el otro.
—Tres cuadras para allá y dos a la izquierda. Pero no tengo tarro ni puedo salir porque estoy enfermo —contesté definitivamente.