Perdona si te llamo amor (24 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Perdona si te llamo amor
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Se lo pega en la mismísima cara. Mauro se aparta, molesto.

—Así no puedo leerlo.

—Entonces te lo leo yo. Es un número de teléfono. 338… y lo que sigue, sólo que no se trata de su número. ¿Lo entiendes? Es de un fotógrafo. ¡Un fotógrafo! Y también hay una dirección. ¿Y sabes por qué? Porque ha sido amable. Porque se ha dado cuenta de que estaba con un chico. Este papel es para ti. —Y se lo arroja con rabia—. Me ha dicho que estaban buscando a un chico para otro anuncio, un tipo barriobajero pero guapo, como tú… ¿Lo entiendes? Te ha hecho varios cumplidos y me ha aconsejado un fotógrafo para que te hagas unas fotos sin que te salga muy caro. Éste es su número, ¿lo entiendes? Y lo de abajo es la dirección donde tienes que presentarte con las fotos. ¿Entiendes ahora o no? O sea, que yo he sido amable, el director generoso y tú en cambio eres el gilipollas que me ha amargado el día.

Mauro intenta abrazarla.

—Pero mi amor, ¿cómo lo iba a saber?

—¿Y no sería más fácil preguntar antes de ponerte de morros? ¿Hablar? ¿Dialogar? No hacer como los animales.

—¿Qué hacen los animales?

—Gruñen, como tú.

Mauro se agacha, se encoge y empieza a imitar a un cerdito. Aprieta la nariz contra el vientre de ella, la empuja y gruñe, intentando hacerla reír. Pero Paola sigue enfadada.

—¡Déjame, que me haces daño! —Se aparta y cruza los brazos—. ¡Venga, ya basta! Estáte quieto. No me haces la menor gracia. Me has puesto de mal humor. Es absurdo. Siempre me parece que estoy saliendo con un niño pequeño. Pero por lo menos los niños crecen. Y en cambio tú, haces lo contrario.

—Siempre… Vamos, no exageres, no siempre lo hago. Es la primera vez que te monto una escena por celos.

—Pero ¿qué dices? La montas siempre; cada vez que tienes ocasión.

—¡¿Cuándo?!

—Casi siempre estamos solos, y entonces, ¿qué escena me vas a montar? Pero en cuanto hablo con alguien, como hoy, encima por hacerte un favor a ti, revientas.

—No olvides que los celos… son síntoma de amor.

—Ah, ¿sí?, ¿dónde has leído eso? ¿En un baci
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de Perugia?

—Venga, cariño, no discutamos más.

—Basta, estoy cansada. Llevo trabajando desde las siete de la mañana, quiero irme a casa. Luego nos llamamos… —Paola coge el bolso que ha dejado apoyado en el ciclomotor y se aleja. Mauro vuelve a montarse y arranca. Poco después está de nuevo a su lado.

—Venga, mi amor, no seas así.

—Ya se me pasará, pero ahora déjame.

—Mañana voy a hacerme las fotos. ¿Me acompañas?

—No, ve tú solo. Yo a lo mejor tengo otra entrevista.

—¿Con el director?

—¿Y sigues? ¿Es que quieres discutir de verdad?

Mauro se detiene un poco antes de llegar a su portal y se baja del ciclomotor.

—De acuerdo, no discutamos. Anda, dame un beso.

Paola lo hace para quitárselo de encima. Mauro vuelve a montarse en su ciclomotor.

—Mañana me hago las fotos y después voy a esa dirección que me has dado, ¿está bien?

—Está bien, adiós. —Paola hace ademán de entrar.

—No apagues el móvil, a lo mejor más tarde podemos hablar un poco…

Paola cierra la verja.

—Si puedo no lo apago. Si no, lo apago. Ya sabes que mis padres lo oyen todo, se me pegan como lapas.

—Ok… Oye, ¿tú crees que ese director era maricón?

—Venga ya. —Paola menea la cabeza atónita y luego en el portal. Mauro la mira mientras lo hace, después se guarda bien el papel en el bolsillo de la chaqueta y se va.

Al llegar a la plazoleta de debajo de su casa, aparca el ciclomotor y le pone la cadena, pero cuando se incorpora, alguien sale de la sombra.

—¿Mauro?

—¿Quién es? Tus muertos, Carlo, menudo susto me has dado.

Su hermano se dirige hacia él.

—Perdona, no quería asustarte. Oye, hoy he discutido un buen rato con papá. Ayer no viniste ni siquiera a cenar. Te estábamos esperando y ni avisaste. Tú siempre tienes que ir a la tuya, ¿no?

—No me jodas, Carlo, me olvidé, ¿vale? Pero ya soy mayor, tengo veintidós años, no tres, y no pasa nada si un día no vengo a dormir.

—Sí, eres mayor, pero sólo de boquilla. Dejaste la escuela, ni siquiera acabaste los estudios y ahora hace ya como cuatro años que andas dando vueltas, ¿y qué haces?

—¿Cómo que qué hago?

—Sí, ¿qué haces? ¿Es que no entiendes tu propio idioma?

—Virgen santa… —Mauro pasa junto a Carlo, dejándolo atrás—. Te pareces a nuestro padre.

—No, si fuese él te hubiese dado ya de patadas en el culo. Es lo que ha dicho que hará.

—Entonces no vuelvo.

—Venga, no seas imbécil. ¿Será posible que no entiendas?

Mauro se dirige hacia su ciclomotor, le quita la cadena y la mete en el cofre.

—Mau, ¿por qué no te vienes a trabajar conmigo?, necesito un ayudante. No es difícil, aprendes el oficio, y se gana bastante… Si hay algo que nunca falta son cañerías rotas y váteres para montar. Si lo haces bien, podemos aceptar más trabajos y, cuando hayas visto de qué va, ya te espabilarás tú solo. No está mal, en serio.

Mauro se monta en su ciclomotor. Lo arranca.

—Mira por dónde, hoy he encontrado trabajo. Pero no te voy a decir nada, porque, tal como sois, al final aún lo perderé. Me traéis mal fario. —Y sale a todo gas, dejando a su hermano solo en la plazoleta.

Treinta y dos

Al llegar delante del instituto de Niki, Alessandro detiene su coche y se dedica a mirar alrededor, distraído. Unas chicas conversan alegremente, mientras se fuman el clásico cigarrillo de la salida de clase. Otros, que pasan de que sus padres puedan verlos, están apoyados en un ciclomotor y se besan casi con avidez. El muchacho, con la boca totalmente abierta, se abalanza sobre la de ella y hace gala de una lengua de malabarista. ¡Hay que joderse! Si yo tuviese una hija y viese una escena así, ¿qué diría? Lo más seguro es que no pasase por delante de su escuela. De todos modos, tampoco podría hacer nada. Si no aquí, irían a besarse a un jardín, o a un baño, o a cualquier otra parte. Mientras se limiten sólo a besarse… Es como si el muchacho lo hubiese oído, porque mete la mano por debajo de la camiseta de la chica; ésta abre los ojos, mira un momento, a su alrededor, luego sonríe, cierra los ojos, lo besa de nuevo y se abandona, dejándose hacer. Justo en ese momento, llega a su altura un tipo con pinta de macarra. Alessandro presta más atención. ¿Habrá pelea? ¿Una de esas peleas que he leído en los periódicos pero que nunca he visto? Qué va. El macarra aguarda un momento, después decide intervenir.

—¡Venga, fuera de mi ciclomotor, que me tengo que ir!

El loco de los besos levanta un brazo al cielo.

—Bueeeno… Has tenido que escoger justo éste, ¿no?

El otro levanta el mentón.

—Pues sí, porque es el mío.

El buscón extiende los brazos.

—Está bien, está bien, sólo te digo que hasta tu ciclomotor se estaba poniendo cachondo…

Alessandro sonríe, pero de repente da un respingo. La puerta de su coche se abre de improviso y Niki se tira dentro.

—¡Venga, deprisa, arranca, vámonos!

Alessandro no se lo hace repetir dos veces. Ella se esconde en el suelo, mientras él sale de la zona del instituto y dobla la esquina. Luego mira desde arriba a Niki, encogida bajo el asiento del copiloto.

—Eh, ya puedes subir.

Niki se sienta con tranquilidad a su lado. Alessandro la mira serio.

—¿Será posible que cada vez tengamos que montar esta escenita porque tu madre esté esperándote en la escuela? No lo entiendo, no hemos hecho nada malo, sólo hemos tenido un accidente como tantos otros.

—¡Hoy no ha venido mi madre!

—¿Y entonces? Tanto mejor. Así pues, ¿por qué te escondes?

—Porque estaba mi ex.

Alessandro la mira con los ojos como platos.

—¿Tu ex? ¿Y qué?

—Nada. No lo entenderías. Pero sobre todo…

—¿Sobre todo?

—Es un tipo que puede llegar a las manos.

—Oye, yo no quiero inmiscuirme en vuestros asuntos.

—No te preocupes, no pasará nada. Por eso me he agachado.

—Pero es que yo no quiero que te agaches, yo quiero que no exista siquiera la posibilidad, que no haya ningún riesgo. Ni siquiera quiero conocer a este ex tuyo. No quiero…

—¡Eh, eh! ¡Demasiados no quiero! ¿Sabes lo que me dice siempre mi padre? Que la hierba «no quiero» crece únicamente en el jardín del rey.

—Pero ¿qué dices? Ésa era la hierba «quiero». Y en cambio, en este caso, es «no quiero».

—¡Bravo, te ha quedado muy bien la frase! Yo sé una de Woody Allen: los problemas son como el papel higiénico, tiras de uno y te salen diez.

—¿Y qué quiere decir? ¿Que porque hemos tenido un accidente tenemos que tener diez más?

Niki alza las cejas.

—¿Ya estamos discutiendo?

Alessandro la mira.

—No, estamos aclarando algunos puntos.

—Ah, vale. ¿Es para mejorar nuestra relación?

Alessandro vuelve a mirarla y sonríe.

—No, para darla por terminada.

—¡Anda ya! —Niki apoya los pies en el salpicadero—. No entiendo por qué. Acabamos de conocernos, para ser exactos tú te me echaste encima, yo no hice nada, estamos empezando a conocernos… ¿Y tú decides dar por terminada nuestra relación?

—Quita los pies del salpicadero.

—Ok, los quito si seguimos manteniendo una buena relación.

—Una buena relación no se basa precisamente en condiciones; no hemos firmado ningún contrato.

—Ah, ¿no? Entonces ¡sigo con los pies en el salpicadero!

Alessandro intenta quitárselos con la mano.

—¿Qué haces? ¿A que me pongo a gritar? ¿A que te denuncio? ¡Te abalanzaste sobre mí, destrozaste mi ciclomotor, me has raptado y ahora quieres violarme!

—En realidad, lo único que quiero es que quites los pies del salpicadero. —Alessandro lo intenta de nuevo y Niki se asoma por la ventanilla y empieza a gritar: —¡Socorro! ¡Ayuda!

Un tipo que está delante de un pequeño garaje con un ciclomotor, la mira asombrado.

—Niki, pero ¿qué haces? ¿Qué ocurre?

Ella se da cuenta de que se han detenido justo delante del taller del mecánico.

—Ah, nada… Hola, Mario. —Y se baja disimulando lo mejor que puede. Mario mira a Alessandro con desconfianza. Niki se da cuenta e intenta arreglarlo en seguida.

—¡Mi amigo me estaba ayudando a ensayar una escena que tengo que hacer en el teatro!

Mario frunce el cejo.

—¿También eso? Sabía que practicabas casi todos los deportes pero me faltaba lo del teatro.

—¡Por eso mismo lo hago!

Mario se echa a reír mientras se frota las manos, que siguen sucias de la grasa y el aceite típicos de los mecánicos. Niki se vuelve hacia Alessandro y le sonríe.

—¿Has visto? Siempre te cubro. —Y se aleja.

Alessandro intenta responder «¿Siempre, cuándo?», pero Niki ya está montada en su ciclomotor. Prueba a mover a izquierda y derecha la rueda delantera.

—¡Eh, creo que está perfecta!

Mario se pone serio y se le acerca.

—Está perfecta. Veamos, le he cambiado la llanta delantera y la he vuelto a poner en su sitio y he alineado la trasera. El chasis sólo se había torcido un poco y por suerte he podido volver a enderezarlo, y como los neumáticos ya estaban lisos del todo, te los he cambiado.

—Vale. ¿Y cuánto te debo?

—Nada…

—¿Nada?

—Te he dicho que nada. ¿No dijiste que no era culpa tuya?

—Por supuesto que no. —Niki sonríe orgullosa, mirando a Alessandro.

Mario extiende los brazos.

—Todo lo que te he hecho de más, se lo cargamos al tipo que se te echó encima. ¡Y mira que tu ciclomotor es duro! A saber en qué estaría pensando cuando te arrolló. Tenías que haber ido al hospital, Niki, y hacer que te diesen algún día y algunos puntos del seguro. ¡Esos cabrones tienen que pagarlo de alguna manera! —Niki mira a Mario y sonríe, intentando hacer que se calle. Pero Mario no se percata en absoluto de sus miradas. Es más, sigue y cada vez se pone más pesado—. Más caro de lo que lo pagaron en su momento, cuando robaron el carnet de conducir.

Alessandro no puede más y explota.

—¡Oiga, a lo mejor iba un poco distraído y me lo eché encima, pero el carnet me lo saqué honestamente! ¿Está claro?

Mario mira a Niki. Después a Alessandro serio. Luego a Niki otra vez. Y sonríe.

—Ya entiendo… ¡estáis actuando otra vez, ¿eh?! Ensayando vuestra escena de teatro…

Alessandro levanta la mano y lo manda a paseo. Después se va rápidamente hacia su coche, abre la puerta y se sienta dentro. Mario mira a Niki.

—Vaya, sí que es quisquilloso tu amigo.

—Lo sé, lo hicieron así. Pero ya verás cómo mejora.

—Eso será si sabes hacer milagros.

Niki coge el ciclomotor y lo arranca. Después se acerca a Alessandro, que baja la ventanilla.

—¿Todo ok? ¿Va bien? ¿Funciona? —le pregunta él.

—Sí, perfecto, gracias. Has sido muy amable al acompañarme.

Mario baja la persiana del taller.

—¡Oh, qué bonitos los tortolitos! Estáis ensayando otra escena, ¿eh? Yo me voy a comer. Espero que me invitéis al estreno. —Y tras decir esto, arranca un viejo Califfone y se aleja.

Niki sonríe a Alessandro.

—Él es así, pero como mecánico es buenísimo.

—¡Sólo le faltaba ser encima una nulidad de mecánico! Entonces ¡sí que hubiese cantado bingo!

—¡Qué manera tienes de hablar! Ya no sabes distinguir la realidad… Confundes la simplicidad y la belleza con la irrealidad de tus anuncios. Cantar bingo… Tú estás pasado, completamente
out
.

Niki mueve la cabeza y se va. Poco después, Alessandro la alcanza y baja la ventanilla.

—¿Por qué siempre tienes que ofenderte?

—Mira, la realidad nunca debiera ser ofensiva, lo contrario significa que algo no va bien. —Niki sonríe y acelera un poco.

Alessandro le da alcance de nuevo.

—Ah, ¿sí? Puede ser, pero da la casualidad de que el ciclomotor, las bujías nuevas, el chasis reparado… todo eso se lo debes a mi irrealidad.

Niki aminora hasta dejarse casi adelantar.

—Estupendo, entonces a todas esas cosas añádeles gasolina.

Alessandro se asoma por la ventanilla.

—¿Cómo?

—Que me he quedado sin gasolina.

Alessandro aminora la marcha, aparta el coche, pone el freno de mano y se baja.

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