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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (4 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—Qué va, tan sólo estaba dando un paseo. ¿Y vosotros qué estáis haciendo?

—Bah, nada del otro mundo.

—A ver, ¿qué es lo que no te ha gustado?

—¡Nada, pero mi tía cocina mucho mejor!

—¡Ya lo creo, tiene una tía siciliana auténtica!

—Qué personaje. Hemos ido a comer algo a Capricci Siciliani en via di Panico. Pensamos en llamarte, pero después me acordé de que esta noche había fiesta en casa de Alessia, la de la oficina, y creí que estarías allí.

—Es verdad, se me había olvidado por completo.

—Pero, ¡qué personaje!

—¿Quieres acabar ya con lo de «qué personaje»? ¡Pareces un anuncio!

—Venga, vamos, te acompaño a casa de Alessia.

—No me apetece ir.

—Claro que sí. Y además no está nada bien, parece que tengas un conflicto socio-económico-cultural con tu ayudante…

—Pero es que todos estarán allí.

—Por esa misma razón debes ir, y además, perdona, pero como abogado, me has encargado un montón de asuntos y, por lo tanto…

—¿Por lo tanto…?

—Por lo tanto te acompaño. —Pietro se acerca a Susanna—. ¿Te importa, mi amor? ¿Ves lo decaído que está? Es mejor que vaya con él, tiene un pequeño problema sentimental… y además también debemos hablar de trabajo.

Alessandro se acerca.

—¿Problema de qué…? Pero ¿qué le estás diciendo…?

—No, nada, nada. Eh, ¿queréis venir también vosotros?

Enrico y Camilla se miran un segundo, después sonríen.

—Nosotros estamos cansados, nos vamos a casa.

—Ok, como queráis. —Pietro coge a Alessandro del brazo—. Hasta luego, cariño, no llegaré tarde, no te preocupes. —Y se lo lleva de allí rápidamente—. Vamos, vamos, antes de que se arrepienta o diga algo. Estos días está de buenas.

—Pero ¿qué le has dicho antes?

—Nada, me he inventado una excusa para que mi apoyo psicológico resulte plausible.

—¿Es decir?

—Vale, le he dicho que tenías un pequeño problema sentimental.

—¿No le habrás dicho que…?

—No te preocupes. Un abogado mantiene una relación constante con la mentira.

—No se trata de una mentira. Pero no me apetece que hables de ello… Sólo te lo he dicho a ti.

—Ya, ya lo sé, pero son esas cosas que uno dice sin pensar.

—¿Sin pensar?

—¡Sin pensar! ¿Éste es tu Mercedes nuevo?

—Sí.

—Entonces es cierto. Elena y tú de verdad os habéis separado. ¿Me lo dejas probar?

—¡No! Desde luego, eres imposible. Hace un mes que te lo vengo diciendo y hasta ahora no te lo crees.

—Ahora tengo la prueba. Si no, no te hubieses agenciado este coche. Me lo dijiste hace tiempo, ¿te acuerdas? Comprarte algo nuevo puede hacerte sentir mejor.

—¿Y a propósito de qué te lo dije?

—Me acababa de comprar un móvil nuevo porque Manuela, aquella dependienta veinteañera, ya no me quería ver más.

—Ah, es verdad, me lo dijiste, pero es que a ti es difícil seguirte la pista en todo lo que te sucede a nivel sentimental. De esa Manuela ya me había olvidado, por ejemplo.

—Y yo hice lo que me dijiste que hiciera. Seguí tu consejo de sabio maestro y ¡tachán!, me compré un móvil nuevo, supertecnológico y, sobre todo,… en Telefonissimo.

—Y eso qué importa, ¡yo no te había dado instrucciones acerca de la tienda donde tenías que comprarlo!

—¡No, pero allí es donde trabaja Manuela! Ella creyó que era una excusa para volver a verla y así le di un par de revolcones más.

—¡Dios mío, eres un auténtico desastre! Tienes dos hijos pequeños y preciosos, una mujer guapa. No entiendo a qué se debe esta furia, esta hambre de sexo, este exceso de consumo, siempre y en todo lugar; una lucha contra el tiempo y, sobre todo, contra todas. Según tú, ¿por qué tienes que tirártelas a todas?

—¿Qué pasa, me estás analizando? ¿O quizá piensas usarme para uno de tus anuncios? Perdona, pero ¿una historia como la mía no podría dar pie a una campaña de publicidad buenísima para una marca de preservativos? Pongamos que se ve a un tío, no yo sino otro, que va con todas y al final se saca del bolsillo una cajita. De esos…, ¿cómo se llaman?

—Condones.

—Eso mismo. Bueno, en resumen, queda ambiguo si es su valentía o el preservativo lo que le permite follarse a todas esas mujeres… Fuerte, ¿no? Por supuesto, las modelos para el casting las busco yo… En cambio tú dedícate a la elección del protagonista masculino.

—Por supuesto, no faltaba más. ¿Quieres ver cómo mi empresa prescinde de ti para cualquier consulta legal?

—No, eso no puedes hacérmelo.

Pietro se arrodilla delante del Mercedes ML. Justo en ese momento, pasa una bella turista, una señora de cierta edad que sonríe y mueve la cabeza como diciendo « ¡Italianos!».

—¡Ya basta, venga, sube!

—Oye, éste podría ser un nuevo anuncio para Mercedes, ¿no?

Cinco

Misma hora, misma ciudad, pero más lejos. En el Eur. Detrás del parque de atracciones, en un espacio grande, oculto en la penumbra creada por los altos pinos, por alguna pequeña montaña de verde y por algún edificio alto abandonado ya desde hace tiempo. Un grupo de muchachos apoyados en su ciclomotor, otros sentados en la acera, otros en el coche, con las ventanillas abiertas por las que sacan los pies. Una pequeña nubecita de humo sale de vez en cuando, como si un calumet pasara de ventanilla en ventanilla, una señal de humo como para indicar que alguien se está poniendo a tono. Sí, son ellas, las Olas, las cuatro divertidas amigas.

—Eh, ¿quieres? Es
bum shiva
. Toma.

—No, no me apetece fumar.

—Mira que es sólo un porro, no un cigarrillo.

—Precisamente por eso… —Niki lo aparta.

—¿Qué quieres decir?

—Eh, ¿tienes algún problema?

Diletta le dice a Olly:

—El problema lo tendrás tú, que tienes que fumar para estar alegre…

Niki intenta imponer la paz.

—Venga, no le toques las narices.

—Vale, ¿por qué siempre haces lo mismo? Eres la hostia, continuamente con ganas de pelea.

—Oye, yo tan sólo le he dicho que no fumaba, es ella la que nos quiere someter a todas a la cultura de la María. Ni que fuese una secta religiosa.

—¡Qué borde eres!

—Sólo yo, ¿eh?

—¿Se puede saber qué estamos esperando?

—Sí, has anunciado grandes novedades, grandes novedades… Pero aquí no pasa nada…

—¿En serio nunca has hecho bbc?

—¿Y eso qué es, la cadena inglesa?

—Significa bum-bum-car.

—En serio. ¿Por qué iba a decirte una cosa por otra?

—Vale, entonces guay… Veamos, mira, éstos son los guantes.

—Vale, ¿y qué hago con ellos?

—Te los tienes que poner, si no, dejas huellas.

—¿Qué huellas? Yo no estoy fichada.

—Sí, pero imagina que un día te paran en un control y te las toman, entonces te pillarían.

—¿De qué control hablas, qué pasa con mis huellas? ¿Por qué iban a querer tomármelas?

—Y además te tienes que poner esto. Aquí tienes. —Y se saca del bolsillo unas gafas con goma elástica.

—Pero ¡si son de natación!

—¿Y? Así no se te caerán cuando choquemos. A veces las ventanillas explotan, ¿sabes?

—¡Qué estúpida! Lo dices a propósito para darme miedo.

—¡De eso nada! Además, ¿no decías que tú nunca tienes miedo?

—A los exámenes sí… pero eso es otra cosa.

—¡Muchas gracias, pero preferiría que no me hicieseis pensar en eso; mañana tengo uno a primera hora!

«Perepereperepere». Un sonido extraño como de trompa, uno de esos cláxones hortera y personalizados, irrumpe de improviso en el aire nocturno.

—Ya están aquí, ahí llegan.

De repente, llegan al descampado cinco coches diferentes. Uno de ellos frena derrapando, los otros lo siguen, intentando más o menos imitarlo. Un Fiat 500. Un Mini. Un Citroën C3. Un Lupo. Un Micra. Todos aceleran y pisan a fondo.

—Pero ¿por qué habéis elegido todos coches pequeños?

—Es lo único que tenían. No hemos encontrado nada mejor.

—¿Y cuánto por cada coche?

—¡No me hables! Cien euros cada uno, los hemos ido a buscar a Manna, allá en la Tiburtina, ¿sabes aquel mecánico chapista?

—Ah…

—Ya estaban listos, con el bloqueo del volante desconectado y la llave ya puesta en todos, ¡es una pasada!

—¿Te han explicado cómo se hace?

—¡Pues claro! Mira, ya hemos atado los neumáticos.

—Entonces ¡vamos a montarnos, venga!

—¡Adelante!, ¿quién viene de paquete?

—Yo voy con él.

—¿Puedo ir yo contigo?

Cada muchacha se sube a un coche. Todas eufóricas, casi enloquecidas, adrenalíticas.

—¡Eh, sólo tres por coche y sólo una detrás!

—Yo no quiero…

—¿Tienes cangueli, eh, Niki…?

—No. Pero no quiero…

—¿Y tú qué haces, Diletta, no vienes?

—¿No? ¿Estáis locas? ¿Qué es eso del bum-bum-car?

—¡Es superguay y tú eres una supermuerma!

Las otras dos Olas, Olly y Erica, se meten rápidamente en los coches junto con otras muchachas. Un chico de los que se han quedado en tierra abre el portaequipajes del suyo y pone la música a todo volumen.

—¡Ánimo, apostamos por vosotros! Repito las reglas para quien no las sepa. ¡El último coche que siga funcionando lo gana todo! Las apuestas se dividen de la siguiente manera: la mitad para los que van en el coche vencedor y la otra mitad para los que hayan ganado la apuesta.

Una chica grita «¡Todos a sus puestos!». Algunos muchachos que no están en los coches pasan a toda prisa, cierran las puertas y colocan en su sitio los neumáticos, que están atados con una cuerda larga que atraviesa el techo del vehículo. Los neumáticos caen a ambos lados, como si fuese una silla de montar de fantasía. Y acaban apoyados sobre las puertas, para protegerlas de los choques en la medida de lo posible. Una muchacha con
shorts
y un silbato de colores corre hacia el centro del descampado y se detiene frente a los cinco coches. Después se saca un pañuelo del bolsillo, rojo, bonito, encendido. Divertida, loca madrina del bum-bum-car, lo levanta hacia el cielo con un gesto espléndido, enfático. Luego lo baja de golpe, riendo, silbando. «¡Ya!», y se quita rápidamente de en medio, a toda prisa, con miedo, y salta al arcén para quedar lejos, a cubierto de la loca carrera de autos. Los coches derrapan y parten. El Fiat 500 se abalanza sobre el Micra, lo espolea y es alcanzado de repente en un costado por el Mini. El Citroën oscuro corre veloz, supera a ambos coches y luego mete de repente la marcha atrás y golpea al Lupo, arrancándole el radiador. Llega el Fiat 500 y se estrella contra uno de los costados del Micra, rebotando contra el neumático de protección. Explotan ambas ventanillas, las muchachas que van dentro gritan, chillan, fingen terror, divertidas, enloquecidas. Luego lo ven y gritan:

—Corre, corre, que viene Fabio a toda pastilla.

El Micra está a punto de volcar, pero recupera el equilibrio, frena y alcanza de nuevo de lleno al Fiat 500. La luna trasera explota en mil pedazos. Y siguen así, se apartan, se alejan y retroceden, corriendo como locos. Y bum, de nuevo contra el Micra y el Lupo. Bum, el Mini contra el Fiat 500 y bum, el Mini contra el Micra y bum, el Micra choca de rebote contra el C3. Y así todo el rato, destrozándose los unos a los otros, chocando, con un ruido seco de chapa, de puertas abolladas, de cristales rotos, de faros que explotan, de parachoques retorcidos, de capós encogidos sobre sí mismos como súbitos calambres de una mano metálica. Los neumáticos utilizados como protección rebotan en las puertas, vuelan hacia arriba, vuelven a su sitio. Otros se sueltan y ruedan lejos, libres, hacia los muchachos que están en el arcén. Y bum, bum, bum. Poco después concluye el bbc. El bum-bum-car tiene su vencedor. El Mini y el Micra echan humo por el radiador, la parte delantera de ambos coches está totalmente hundida, el Fiat 500 está como doblado, con el semieje partido y las ruedas en posición oblicua, inclinadas hacia fuera. Parece un toro al que le acabasen de clavar la última banderilla, las rodillas dobladas y sin dejar de resoplar; acabando finalmente con el morro en el suelo. El Micra tiene las dos ruedas traseras pinchadas e incrustadas bajo la chapa de los laterales como consecuencia de los muchos golpes recibidos. El Lupo es el único que todavía logra avanzar un poco. Casi a trompicones, se dirige lentamente hacia el centro del descampado. De repente, pierde la placa de la matrícula, que cae con un sonido de lata, como las que se les atan a los coches de los recién casados. Pero esta noche no se ha casado nadie, y ningún dueño se sentirá feliz de recuperar su coche, visto el estado en que éstos han quedado.

—¡Yuuju! ¡Hemos ganado! —Los muchachos que están en el arcén explotan de alegría—. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡El Lupo pierde el pelo, pero no la clase
[1]
! —Y otras lindezas por el estilo, peores incluso, mientras uno, más agarrado que los otros, se ocupa ya de recoger las ganancias y empieza a hacer cuentas.

Los heroicos conductores van bajando uno tras otro de los coches, unos se descuelgan por las ventanillas rotas, otros se deslizan por el portaequipajes, y algunos salen hasta por el parabrisas destrozado. Todos se quitan las gafas de natación.

—¡Bien! ¿Cuánto ha sido?

—¡Venga, que hemos ganado!

—Reparte bien, ¿eh? ¡No te equivoques!

Fabio coge el dinero que le toca y lo cuenta rápidamente.

—¡No me lo puedo creer, seiscientos euros! Bien, Niki, te invito a una cena fabulosa, así hacemos las paces.

—¿Todavía no lo has pillado? ¿Cuántas veces te lo voy a tener que repetir? ¡Olvídate de la cena! Nosotros ya no salimos juntos.

—¿Cómo? Pero dijiste…

—Hace una semana que te devolví tus regalos y te lo he dicho de todas las maneras posibles e imaginables, ya no sé qué inventar para hacértelo comprender. Fin.
Kaputt
. Cerrado.
Auf Wiedersehen
. Se acabó, hemos roto…

—Ok, como quieras. Eh, chicas, Niki y yo lo hemos dejado.

—Ya lo sabíamos.

—De modo que vuelvo a estar disponible; decidme algo y poneos a la cola.

Fabio se guarda el dinero en el bolsillo, se monta en su ciclomotor y se marcha a toda velocidad. Los demás se miran por un instante, después alguien se encoge de hombros y le quita importancia a lo que ha pasado. Olly se acerca a Niki.

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