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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (59 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Jenks se puso en movimiento de repente y fue a coger a Brett. El lobo lo bloqueó. Alguien le dio un golpe a un café y lo derramó. Ahogué un grito y me levanté cuando el líquido amenazó con caer en mi regazo.

—¡Joder, Jenks! —maldije, con lo que atraje todas las miradas—. ¿Qué coño estás haciendo?

El restaurante se quedó en silencio de repente. Un «ooohh» simultáneo se alzó de la piscina de bolas y me puse roja. En medio del silencio, la persona que se oía por los altavoces quería saber si podía sustituir la botella de agua por un refresco. Me disculpé con una mueca ante las madres ofendidas que hablaban en susurros con sus amigas, otras devotas madres dedicadas por completo a sus familias.

—Perdón —murmuré. Me senté y el nivel de ruido volvió a aumentar.

Mierda. Ese era mi café.

—No estás en posición de hacer tratos ni exigir nada —dijo Jenks con tono desagradable cuando la gente nos dio la espalda—. Y si tú o tus perros sarnosos la tocáis, os encontraréis a todos los que os importan muertos una mañana cualquiera.

Brett se puso rojo.

—Déjalo de una vez —me quejé, me parecía que aquella no era forma de conseguir un alto el fuego. Pero lo que sí comprendí fue que yo tenía razón al pensar que Brett tenía que apaciguara Walter con algo para facilitar su regreso a la manada. Brett estaba metido en un lío, no era solo Jenks el que quería matarlo.

La expresión del hombrecito se hizo amarga y se arrellanó en el asiento, era obvio que pensaba ser mucho más cauto ahora que sabía lo rápido que podía moverse Jenks. Coño, me había impresionado hasta a mí.

—Mira —dije mientras sacaba una bola de servilletas de un dispensador y empezaba a secar el café. No pude evitar preguntarme si Jenks lo había hecho adrede—. Lo único que quiero es que Nick quede libre de vuestras represalias. En lo que a mí se refiere, puedes llevarle a Walter la puñetera estatua.

Los ojos oscuros de Brett me miraron con suspicacia.

—¿Sigue esperando que me crea que no trabaja para nadie y que ha arriesgado su vida por… por él?

Crispé los labios en una sonrisa amarga.

—No me llames estúpida —le advertí. Jenks empujó el té hacia mí pero yo no le hice caso—. Necesito un día para traer la estatua aquí —mentí—. Un día para traerla aquí y ponerle un bonito lazo, solo para ti.

El pequeño tintineo de las esposas de Brett lo hizo parpadear.

—Va a dármela a mí —dijo sin expresión.

Yo rodeé la taza de polietileno con los dedos para ocultar su temblor.

—Pues sí. Y además fue idea tuya.

Jenks me miró, desconcertado y yo le sonreí.

—Quiero que os retiréis. Todos —añadí y estrujé la bolsa de té para dejar caer un fino arroyuelo de líquido rojo en la taza. Tenía sed y si intentaba coger ese segundo café, Jenks seguramente también lo tiraría—. No necesito salir de la ciudad para conseguirlo. Puedo conseguir que me lo traigan para mañana a la caída del sol. Vigílanos si quieres, pero como me parezca que alguien se acerca demasiado a husmear, el intercambio se anula y nos vamos. —Me incliné sobre el té—. Jenks y yo os hemos dado una paliza con una cañería y unas estúpidas pociones para dormir. ¿Quieres arriesgarte a averiguar de qué somos capaces en realidad cuando lo único que tienes que hacer es esperar unas míseras treinta y seis horas?

—¿Un intercambio? —se burló Brett y Jenks hizo un extraño ruido sordo que me dejó preguntándome si los pixies podían gruñir— a mí me parece más un pago para conseguir que les dejemos en paz.

Con un movimiento fluido y pausado, Jenks estiró el brazo y le dio un bofetón.

—Pues a mí me parece que deberías sacarte el cerebro del culo.

—¡Jenks! —exclamé, después le eché un vistazo a aquella pecera de restaurante para ver si alguien lo había visto.

—¡Es lobo muerto! —protestó Jenks con grandes gestos—. Yo podría abrirlo en canal y dejárselo a las moscas, y él cree que puede hacer algo.

Entrecerré los ojos y lo miré.

—Pero no vamos a hacerlo, así que deja de pegarle.

—Es lo que le hicieron a Nick —comentó, y de nuevo comenzó la vieja discusión—. ¿Por qué te molestas tanto por este trozo de carne, que es en lo que se ha convertido al dejar que lo tomáramos como rehén?

Bajo la mesa a mí me temblaban las piernas.

—Porque así es como trabajamos cuando medimos más de metro y medio, a menos que seamos animales ignorantes que corretean por el bosque.

Jenks se echó hacia atrás con su café y puso una expresión huraña.

Brett había apretado los dientes al oír mi poco lisonjera comparación con su manada. Cuando recordaba de lo que le habían hecho a Nick, resultaba difícil no dejar que Jenks hiciera lo que le apeteciera. Frustrada, intenté ocultar lo mucho que me temblaban las manos tomando un sorbo del té agrio mientras Jenks seguía echando hasta el último sobre de azúcar en su café. Podía oler su ira por encima del olor a patatas fritas y mal café, como bellotas quemadas.

—Voy a darle a Walter la estatua que no pudisteis recuperar tras una semana de tortura —dije— a cambio, tú vas a convencer a Walter para que me dé la vida de Nick y no me haga responsable de la muerte de Pam. Nos vais a dejar a todos en paz y no vais a tomar represalias. Jamás. —Alcé las cejas—. En caso contrario, vuelvo a subir aquí y me la llevo.

Las suaves arrugas de Brett se unieron en dos grandes racimos.

—¿Y por qué tendría que hacerlo? —inquirió.

—Porque ha sido idea tuya —respondí rápidamente—, y porque es lo único que te va a mantener con vida. En cuanto llegue mi coche, me voy. —Respiré lentamente, rezando por no estar cometiendo un error—. Llamaré a Walter y le contaré dónde estás, y le felicitaré por contar con un subalterno que me haya convencido para entregarte la estatua. Si Walter acepta mis condiciones, te cogerá y se irá. Si no, te dejará esposado a la mesa, y te convertirás en responsabilidad de Jenks.

Jenks se irguió y empezó a sonreír.

—Tal y como lo veo yo —continué, mirando a la nada a través de la enorme ventana de cristal—, tu alfa es ahora un cachorrito enfadado contigo porque has dejado que nos escapásemos de entre tus manos, y después has sido tan descuidado que te has dejado capturar y has acabado en esta posición tan comprometida.

Me acerqué lo suficiente para que mis palabras resultasen una muestra palpable de mi voluntad sobre su rostro.

—Si no logras convencerle de que somos una amenaza a tener en cuenta, de que debería aceptar nuestras condiciones y de que debe retirarse durante al menos treinta y seis horas, de que gracias a tus geniales capacidades de negociación te la entregaré a ti, y únicamente a ti, no le quedará ningún motivo para mantener unidos tu alma y tu pellejo. Te matará a no ser que logres redimirte. Seguro que no te matará enseguida, pero no dudo de que lo hará. Seguro que te hará bajar jerárquicamente, de manera que todo el mundo pueda desear enfrentarse a ti. Así que creo que lo que toca es que me agradezcas que te dé una forma de volver a congraciarte con él.

Los ojos pardos de Brett estaban vacíos, lo que me revelaba que se daba cuenta de que estaba con el agua al cuello.

—Te sugiero —le dije, al ver que Ivy y Nick entraban en la furgoneta— que te esfuerces para que Walter vea las cosas a mi manera a menos que le des el foco, te convertirás en un recordatorio andante de su error al enviarte contra un enemigo superior sin saber exactamente contra qué tenías que enfrentarte. Podemos parecer unos incompetentes, pero hemos sobrevivido contra demonios. —Temblando por dentro, me alejé de él—. Te estoy dando la oportunidad de salvar el pellejo. Aprovéchala.

Los ojos del hombre lobo siguieron a los míos hasta la furgoneta.

—Chica —contestó, en voz baja—, eres una negociadora cojonuda.

Sonreí, y Jenks y yo nos levantamos antes de que Ivy entrase.

—Treinta y seis horas —le recordé, cogiendo mi té. Intenté dar un aspecto determinado, de control, pero dudo que lo lograse. Brett inclinó la cabeza.

—No me lo vas a entregar. Lo único que quieres es ganar tiempo.

Jenks me cogió del codo antes de que yo me desplomase y me obligó a no mostrar mi rabia.

—Tal vez, pero él te matará de todos modos. —Arqueé las cejas, intentando parecer dura—. Además, ¿qué le debes a Walter?

El hombre lobo bajó la mirada. Yo me di la vuelta, temblando; me había reconocido como su superior. Mierda.

—Que Dios me asista, Jenks… —susurré mientras me dirigía a la puerta—. Espero que lo haga.

—Lo hará. —Jenks lanzó una mirada hacia Brett por encima del hombro—. Walter lo despedazará lentamente. —Clavó sus ojos verdes en los míos—. Eso ha sido muy inteligente… ¿Dónde has aprendido tantas cosas sobre los hombres lobo?

—Si has recibido un par de palizas de ellos en la misma semana, empiezas a informarte un poco —respondí, apoyándome en él.

—¿Quieres que le pida a Ivy que llamea su amigo vampiro? —me preguntó Jenks tras un instante de silencio.

Asentí con la cabeza y dejé caer la taza de té en una papelera que encontramos mientras salíamos. Me sentía como si una soga se estuviese tensando a mí alrededor, pero no veía ninguna otra opción. Mi mente ya estaba conformando una lista: tenía que llamara Ceri para pedirle las recetas que necesitaba y que todavía no tenía, y tenía que buscar en las páginas amarillas una tienda de hechizos que vendiese materiales puros. Y en algún momento tendría que dormir y trazar un plan.

Tal vez
, pensé mientras Jenks me abría la puerta y yo salía al sol de la tarde, tendré suerte y soñaré un plan.

27.

Era una de las tiendas de hechizos más raras en las que jamás haya entrado, en nada parecida a las tiendas de magia terrestre llenas de aromas que siempre visitaba yo; esta estaba perfectamente iluminada y era espaciosa, en lugar de ser oscura y tétrica, y disponía de un sitio en el que sentarse, con mullidas sillas, donde podías saborear el maravilloso café que preparaba la propietaria. Las estanterías eran de cristal, y había chismes varios para magia de líneas luminosas allí expuestos como si fuesen suvenires. Jenks habría experimentado un orgasmo de placer.

Solo tenían una sección pequeña de amuletos terrestres, y el tradicional aroma a secoya se veía dominado por el olor a jengibre proveniente de la cafetera de la propietaria. Me sentía fuera de lugar, ya que las banderas con dragones y magos de luengas barbas blancas le daban a todo un aspecto absurdo. Cualquier bruja terrestre se hubiese burlado de todos los objetos rituales que había en esta tienda, pero tal vez usaban magia de líneas luminosas. De todas formas, había algo en todos aquellos productos que no encajaba… que no olían correctamente. Literalmente.

Ivy se había alejado media tienda cargando mi cesta llena de productos, porque le había dedicado una mueca y le había dicho que me encontraba bien, que parase de revoloteara mi alrededor. Ahora lo sentía, pero había estado actuando de forma muy rara desde que nos había recogido a mí ya Jenks en el centro comercial; se mostraba casi deprimida, como si me evitase, aunque siempre estaba cerca de mí. Me estaba poniendo de los nervios. Tampoco ayudaba mucho que yo me sintiese vulnerable ni que las piernas me temblasen a causa de la pérdida de sangre, ahora que habían pasado ya los efectos del azufre de Jenks.

Había encontrado la dirección de la tienda en las páginas amarillas, y después de una ducha y de meterme entre pecho y espalda un paquete entero de macarrones con queso, Ivy me llevó. Insistió en hacerlo, ya que me recordaba que los hombres lobo sabrían cuando salía a la calle. Era cierto, ya que nos habían seguido dos coches por la calle, con colores azules y verdes. Me preocupaba un poco, pero entre la tregua de treinta y seis horas, mi magia y la presencia de Ivy, nos dejarían en paz.

Como esperaba, Walter se había retirado. Jax me había comentado que el trío de lobos con monos de trabajo que había ido a buscar a Brett le había tratado con dureza, pero la mentira de que yo solo entregaría la estatua a Brett le mantenía con vida. No sé por qué me preocupaba. En realidad, no me preocupaba.

Creo que Walter usaba el tiempo que teníamos del mismo modo que yo: fortificando sus defensas y preparando a todo el mundo para un último ataque si yo me echaba atrás en nuestro trato. Lo haría, pero si lo llevaba todo a cabo como lo tenía pensado, nunca imaginaría que había sido mi intención desde el primer momento. Las manadas no podían hacerse con el foco. Era un objeto demoníaco, y cualquier poder que se consiguiese a través de él sería artificial y les llevaría al final a la condenación, y seguramente arrastrarían la mayor parte del inframundo con ellos.

Llevaba el teléfono pegado a la oreja; estaba comprando con Ceri, que se encontraba a más de quinientos kilómetros de distancia, con Kisten en la cocina de mi casa. Ivy le había pedido que vigilase la iglesia y que filtrase las llamadas; yo no quería saber qué aspecto tenía mi cocina ahora que solo la separaba del caos montado por los pixies la presencia de un vampiro. Ceri había salido para comprobar un punto del hechizo, y podía oír cómo Kisten les hablaba a los hijos de Jenks. Aquellos sonidos familiares, aunque apagados, resultaban al mismo tiempo reconfortantes y deprimentes.

Cogí una botella grande de un fijador genérico que me serviría para la maldición de transferencia demoníaca, y me asombré al fijarme en el precio. Tal vez tendría suficiente con una botella más pequeña. Giré la botella en mi mano y observé el líquido. Se suponía que tenía que contener alcanfor, pero solo olía a lavanda. No me gustaba comprar ingredientes ya elaborados, pero el tiempo apremiaba.

Al ver que sostenía la botella, Ivy se acercó a mí para añadirla a la cesta, pero se detuvo al ver que la devolvía al estante y fruncía el ceño. Que Dios la bendiga, pero no estaba tan débil. Podía sujetar una botella de fijador sin necesidad de un chute de azufre.

Yo misma me había preparado la comida, después de haber probado el bocadillo que Ivy me dio y que hizo que los dedos me cosquilleasen. No sé cómo se las había arreglado para meterle azufre sin que yo me diera cuenta, pero todavía seguía enfadada con los dos por haberme drogado sin saberlo, incluso aunque la dosis de azufre que me había dado Jenks hubiese marcado la diferencia sobre el lugar en el que había pasado la noche.

Agarré la botella pequeña de fijador y suspiré al sentir que me temblaban las rodillas. Tal vez debería aceptar el azufre que Ivy no paraba de ofrecerme. Tan solo caminando ya me sentía agotada. Ivy no quería revelarme cuánta sangre había tomado de mí, y Jenks no servía de ayuda, ya que para él un simple rasguño era motivo de pánico.

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