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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (49 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Había visto una niña pequeña aferrando los ensangrentados harapos del vestido de un cadáver mientras le gritaba intentando devolverle la vida.

Había visto un wookiee y un yuzzem luchando, arañándose, mordiéndose, desgarrándose y emitiendo aullidos de aterrorizada rabia, apagados en sus bocas llenas de carne y pelo del otro.

Había visto a un hombre a escasos dos metros de él, partido en dos por una plancha metálica procedente del casco de una nave, que había caído del cielo como una guillotina del tamaño de una mesa.

Desde el tejado, la capital de Haruun Kal parecía una llanura volcánica amortajada en la noche. Un vasto campo oscuro salpicado de cráteres que se abrían al infierno. Naves pilotadas por clones pasaban sobre ellos girando y rodando, luchando desesperadamente para esquivar a los cazas que se precipitaban sobre ellas escupiendo fuego. En esos encuentros no importaba quién ganase, la ciudad era la que perdía.

Pelek Baw siempre había sido una jungla, pero sólo de una forma metafórica. Vastor había traído la auténtica.

Él era la auténtica jungla.

Y estaba devorando viva a la ciudad.

—Yo siempre solía... —Nick hablaba en voz baja, casi inexpresiva. Apenas despacio y ligeramente desconcertado. Seguía arrodillado a su lado—. Yo solía, bueno, pensar que..., bueno, que igual algún día, cuando dejase este puñetero planeta... —meneó la cabeza impotente—. Siempre pensé que ella se vendría conmigo.

—Nick.

—No es que se lo pidiese, entiendes. No. Nunca tuve agallas para decirle nada. Sobre esto. Sobre.. —alzó la cabeza para mirar las frías y distantes estrellas—. Sobre nosotros. Es que..., es que, bueno, nunca era el momento adecuado. Pero me parece que ella lo sabía. Espero que lo supiera.

—Nick, lo siento. No puedo decirte cuánto lo siento.

—Sí —Nick asintió despacio, pensativo, como si envolviese su pena en una capa protectora con cada movimiento de la cabeza. Entonces sorbió aire entre los dientes y se puso en pie con un esfuerzo—. Esta noche hay mucha gente que lo siente.

Llevaba en la mano las cartucheras de ella.

Se dirigió al borde de la azotea, se paró junto a Mace y miró la ciudad en llamas.

—Ahora están todos contra nosotros —dijo en voz queda—. No sólo la milicia y los cazas droides.

—Sí.

Se ajustó el cinturón de Chalk alrededor de la cintura y se ató la cartuchera al muslo izquierdo, tal y como llevaba la de la derecha.

—Se han vuelto contra nosotros. Todos ellos. Kar y sus akk. Depa. Hasta los clones.

—Los clones sólo obedecen órdenes —dijo Mace, distante.

—Ordenes de nuestros enemigos.

Esta vez le tocó a Mace agachar la cabeza, era su turno de cubrir su pena con capas protectoras.

—Sí.

—Y en este lado estamos... nosotros. Tú y yo. Nadie más —sacó la pistola con suavidad y rapidez, y comprobó su peso y equilibrio. Sacó el cargador y volvió a meterlo—. ¿Sabes? Kar le salvó la vida —hizo girar la pistola hacia delante, y luego la giró hacia atrás para que su propio giro la deslizara suavemente en la cartuchera—. Por un tiempo.

—Siempre es por un tiempo —murmuró Mace.

Miró al caos de las calles. Un terracoche acorazado lleno de milicianos dobló una esquina. El artillero de la EWHB-10 montado en su techo disparaba breves descargas al aire para despejar el camino. Algunos de los saqueadores armados le devolvieron el fuego.

—¿Tienes alguna idea de lo que vamos a hacer? —dijo Nick despacio. Pero antes de que Mace pudiera responder. Nick sonrió cansino y alzó una mano—. No te molestes. Ya sé lo que vas a decir.

—No creo que lo sepas —Mace frunció el ceño en dirección al vehículo de la milicia—. Vamos a rendirnos.

22
Rendición

L
a Lavaduría Meseta Verde era un imponente edificio de cúpula verdigrís y muros de resplandecientes losetas blancas que destacaban sobre la pared de obsidiana. Cuando el terracoche aparcó frente al lugar, el cartel del local estaba oscuro y las elaboradas rejas de sus arqueadas ventanas permanecían cegadas con persianas de resistente duracero.

A una manzana de distancia, las calles estaban bloqueadas con restos en llamas. Aquí todo era oscuridad y quietud.

—No sé por qué iba a estar aquí el coronel —dijo dubitativo el conductor del terracoche al mirar por el parabrisas.

—Igual quiere bañarse —dijo Nick, cortante, desde el compartimiento trasero, donde iba sentado junto a cuatro regulares sudorosos y de aspecto cansado—. Algo que también os vendría bien a vosotros, porque, vamos...

—Está aquí —dijo Mace desde el asiento situado junto al conductor—. Salgamos.

—Supongo que puede estar aquí —admitió reticente el conductor—. Bueno, todo el mundo fuera.

El grupo se amontonó en la acera.

—Sigo pensando que deberíamos probar en el Ministerio. Y que probablemente debería esposarte.

—No hay motivos para ir al Ministerio —dijo Mace—. Y no necesitas las esposas.

—Aah, a paseo las esposas. Bueno, vamos dentro —el conductor tiró de la puerta bloqueada—. Cerrada.

Una energía púrpura relució. El duracero siseó. Bordes al rojo blanco se apagaron y ardieron al rojo, antes de oscurecerse por completo.

—No, no lo está.

El conductor empleó el cañón de su rifle láser como si fuera una barra para abrir la puerta.

—Eh, ¿qué hacéis vosotros aquí?

El amplio vestíbulo tallado de la Lavaduría estaba convertido en un nido de artillería. Un pelotón de la milicia se agazapaba, tumbaba o escondía tras barricadas provisionales de permeocemento expandido. Repetidores montados sobre trípodes apuntaban contra la puerta abierta. El rostro de los hombres era tenso, con ojos redondos y asustados. El cañón de un rifle temblaba aquí y allá.

—Podría hacerte a ti la misma pregunta —replicó una voz extrañamente familiar.

—Bueno, he capturado al Jedi que busca todo el mundo, yo —dijo el conductor—. Venga, entra.

Mace cruzó la puerta abierta.

—¡Tú!

Era el grandullón de las duchas probi del espaciopuerto, y no parecía nada asustado.

—¿Qué tal tu nariz? —dijo Mace.

El grandullón se llevó la mano a la pistola de la cadera con un movimiento impresionantemente rápido.

Mace fue más rápido aún.

Cuando la pistola del grandullón dejó la cartuchera, Mace ya le miraba desde el otro lado de la siseante energía púrpura de su sable.

—No lo hagas.

—¿Acaso os conocéis? —dijo Nick.

El grandullón sostuvo la pistola con firmeza, apuntando al labio superior de Mace.

—¿Así que le has capturado? —dijo con amargura.

—Oh, claro, teniente... —el conductor parpadeó, inseguro—. Bueno, vale, se rindieron, pero es lo mismo, ¿verdad? Quiero decir que está aquí, ¿no?

—Apartaos de ellos. Todos vosotros. Ahora mismo.

Los hombres se apartaron.

—Tengo que ver al coronel Geptun —dijo Mace.

—Mira, eso tiene gracia —el teniente grandullón entrecerró los ojos ante la mira de su láser—. Porque él no quiere verte a ti. Me lo dijo específicamente. Dijo que igual aparecías por aquí. Que debía dispararte nada más verte.

—Disparar a un Jedi es una causa perdida de antemano —dijo Mace.

—Sí, eso dicen.

—¿Tiene familia, teniente?

—Eso no es asunto tuyo —dijo el oficial, burlón.

—¿Has mirado recientemente a la calle?

La mandíbula del grandullón se tensó. No respondió. No hacía falta.

—Yo puedo pararlo. Esas naves que persiguen vuestros cazas droides están pilotadas por hombres bajo mi mando. Pero si llegase a pasarme algo...

El mentón del grandullón continuó tensándose con tozudez. Sus hombres se miraron unos a otros. Algunos se mordieron el labio o desplazaron el peso de sus cuerpos.

—Oye, Lou, mira... —dijo uno de ellos, dubitativo—, yo tengo dos niños, y Gemmy espera otro...

—Cállate.

—Tu decisión es muy clara —dijo Mace—. Puedes acatar las órdenes y disparar. La mayoría de vosotros morirá. Y vuestras familias se quedarán ahí fuera. Sin vosotros. Y sin más esperanza que la de tener una muerte rápida.

"O podéis llevarme hasta el coronel Geptun y salvar cientos de miles de vidas. Incluida la vuestra.

"Cumple con tu deber. O haz lo que debes. Depende de ti.

El grandullón habló entre dientes apretados.

—¿Sabes cuándo fue la última vez que pude respirar sin problemas? —gruñó, apuntando a su nariz—. Adivina. Anda. Adivina.

—Tu nariz no es la única que he roto en este planeta —dijo Mace tranquilamente—. Y tú te lo merecías más que el otro.

Los nudillos del grandullón se le pusieron blancos en el láser. Mace bajó el sable láser, pero mantuvo la hoja zumbando.

—¿Por qué no llamas al coronel y se lo preguntas? —dijo, medio moviendo la cabeza en dirección al caos de fuera—. Puede que haya cambiado de idea.

El ceño del teniente se acentuó aún más, hasta deshacerse por su propio peso. Meneó la cabeza disgustado y dejó que el arma cayera a su costado.

—No me pagan bastante para esto.

Salió desde detrás de la barricada de permeocemento y se dirigió al comunicador de la casa, en la mesa de recepción. Tuvo lugar una breve conversación en voz baja. Cuando acabó parecía todavía más disgustado. Devolvió el láser a su cartuchera y agitó la mano vacía hacia sus hombres.

—De acuerdo, apartaos todos. Bajad las armas.

Caminó hasta Mace mientras sus hombres obedecían.

—Necesito vuestras armas.

—No tienes por qué cogernos las armas —dijo Nick desde detrás del hombro de Mace.

—No dejes el empleo que tienes durante el día, chico —el teniente extendió la mano—. Vamos, no puedo llevaros allí armados.

Mace le entregó el sable láser en silencio. Nick se sonrojó mientras hacía colgar las pistolas de un dedo metido en la guarda del gatillo.

El teniente cogió las dos pistolas con una mano y sopesó el sable láser de Mace en la otra. Le dirigió un ceño pensativo.

—El coronel dice que eres Mace Windu.

—¿Ah, sí?

El oficial miró al Maestro Jedi a los ojos.

—¿Es verdad eso? ¿Lo eres de verdad? ¿Mace Windu?

Mace lo admitió.

—Entonces puede que no me importe tanto lo de la nariz. —el grandullón meneó la cabeza pesaroso—. Supongo que tengo suerte de seguir con vida, ¿no?

—Deberías ir pensando en cambiar de trabajo —dijo Mace.

***

La entrada a la base del Servicio de Inteligencia de la República era una escotilla hermética y disimulada como parte de las ajedrezadas baldosas del fondo de una humeante piscina de agua mineral procedente de las fuentes termales naturales que había bajo la Lavaduría. El teniente condujo a Mace y a Nick hasta una escalera que descendía hacia el agua y conducía hasta el extremo estrecho de la piscina. Dos milicianos sudorosos aparecieron ante ellos, con los rifles cruzados sobre el pecho.

—Esto apesta —comentó Nick con una mueca—. ¿De verdad la gente quiere meterse ahí?

—Apuesto a que no muchos —dijo el grandullón—. Si lo hicieran no seria una entrada secreta muy buena, ¿verdad?

Un panel oculto se abrió y descubrió un teclado bajo la barandilla de la escalera. El teniente se encajó el sable láser bajo el brazo para poder pulsar algunas teclas, y el generador de campo situado en las escaleras y el suelo de la piscina zumbó cobrando vida. Un crepitar eléctrico anunció la apertura de un canal. Paredes de sibilante energía mantuvieron a raya la humeante agua sulfurosa. El final del canal se convirtió en un túnel. Otro panel con su código abrió la escotilla hermética, y unas escaleras abiertas con desagües incorporados les condujeron a una habitación seca y bien iluminada abarrotada de los últimos dispositivos en vigilancia electrónica, ruptura de códigos y sistemas de comunicaciones.

Un puñado de personas vestidas de civil controlaban las diversas consolas como si supieran lo que hacían. Reinaba un ruido de fondo de insistentes murmullos, y la mayoría de los monitores de control sólo mostraban nieve.

El teniente les condujo hasta un pequeño cuarto en penumbra con paredes de holopantallas y una pesada mesa de lamma en el centro. La única luz del cuarto procedía de las holopantallas, que mostraban imágenes de la ciudad en tiempo real. El techo chispeaba con cazas droides que descendían de los cielos y naves perseguidas por ellos. Los edificios en llamas proyectaban un titilante brillo rosado que silueteaba a un grueso hombrecito sentado a un extremo de la mesa.

—Maestro Windu, pase, por favor —la voz de Geptun era débil, y la risita autodespectiva tenía un tono de fragilidad—. Parece que cometí un error de cálculo.

—Los dos lo cometimos —dijo Mace.

—Nunca sospeché que los Jedi pudieran ser capaces de semejante... salvajismo.

—Tampoco yo.

—¡La gente muere ahí fuera, Windu! Civiles. Niños.

—Si su preocupación por los niños hubiera incluido a los korunnai, ahora mismo no estaríamos aquí.

—¿Es eso? ¿Venganza? —el coronel se puso en pie de un salto—. ¿Es que los Jedi se cobran venganza? ¿Cómo puede hacer esto?
¿Cómo puede hacer esto?

—Usted no es el único con subordinados poco fiables —dijo Mace con calma.

—Ah... —Geptun volvió a sentarse despacio en la silla y hundió la cabeza en las manos. Una risita débil y enfermiza le estremeció los hombros—. Ya comprendo. No le juzgué mal. Usted juzgó mal a su pueblo. Todo esto es un error de usted, no mío.

—Hay culpa de sobra para todos. Ahora lo único que importa es el poder para detenerlo.

—¿Y usted tiene ese poder?

—No. Lo tiene usted.

—¿Cree que no lo he intentado? ¿Cree que no tengo a todas las personas de esta estación trabajando para desactivar esos cazas? Mire eso... ¿Ve todo eso? —la voz de Geptun iba tomándose chillona. La sombra de una mano temblorosa se agitó hacia las imágenes de las paredes y el techo—. Esto son los sensores de tierra. Con conexión por cable. ¿Quiere ver los remotos?

Hundió el dedo en un control de la mesa. Las cuatro paredes y el techo pasaron a proyectar una cegadora nieve blanca.

—¿Lo ve? ¿Es que no lo ve? ¡Todos nuestros controles interferidores de señal también se hallan en el espaciopuerto! En el supuesto de que usted quisiera ordenar a sus pilotos que descendieran, no podría hacerlo. No podemos comunicarnos con ellos. Ninguno. Eso ya no está en nuestras manos... Estamos impotentes. Impotentes.

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