Se encogió de hombros, y después rió y empezó a caminar hacia los dormitorios.
—Naturalmente, no creo en absoluto en esa mierda de la PES, pero por cierto que fue una notable coincidencia.
El subterráneo volvió antes que oscureciera otra vez. Esta vez había dos coches en el tren. El de adelante estaba brillantemente iluminado, abierto y lleno de alimentos y agua, como siempre. Él segundo estaba totalmente a oscuras; sus puertas no se abrieron y las ventanillas estaban tapadas.
—Bueno, bueno —se extrañó Max, yendo hasta el borde de la ranura del subterráneo y tratando, sin éxito, de abrir el segundo coche—, ¿qué tenemos aquí?
Después que descargaron del coche delantero los alimentos y el agua, el subterráneo no partió como siempre. Los seres humanos esperaron, pero el misterioso segundo coche rehusaba revelar sus secretos. Finalmente, Nicole y sus amigos decidieron seguir adelante con la cena. La conversación durante la comida se hizo en voz baja y estuvo preñada de cautelosas especulaciones respecto del intruso.
Cuando el pequeño Kepler sugirió inocentemente que, quizás, Eponine y Ellie podrían estar en el interior del coche a oscuras, Nicole volvió a narrar que había encontrado a Richard en coma después de su prolongada estada con las octoarañas. Una sensación de presagio se difundió entre los seres humanos.
—Deberíamos mantener una guardia durante toda la noche —sugirió Max después de la cena—, así no hay posibilidad de que ocurra algún sucio ardid mientras estamos durmiendo. Yo haré el primer tumo de cuatro horas.
Patrick y Richard también se ofrecieron como voluntarios para ayudar con la guardia. Antes de irse a dormir, toda la familia, inclusive Benjy y los niños, marcharon hasta el borde del andén y se quedaron mirando el subterráneo.
—¿Qué puede haber dentro, ma-má? —preguntó Benjy.
—No lo sé, corazón —contestó Nicole, abrazando con fuerza a su hijo—. Realmente no tengo la menor idea.
Una hora antes de que las luces de la cúpula iluminaran la mañana siguiente, a Richard y Nicole los despertaron Patrick y Max.
—¡Vengan! —les dijo éste, excitado—. ¡Tienen que ver esto…!
En el centro de la cámara principal había cuatro seres grandes, segmentados, de color negro y simetría bilateral, parecidos a hormigas, tanto por la forma como por la estructura. A cada uno de los tres segmentos corporales iban unidos, tanto un par de patas como otro par de apéndices prensiles, extensibles, que, tal como observaron los seres humanos, estaban apilando activamente materiales, formando cúmulos. Era maravilloso contemplar esos seres. Cada uno de sus largos “brazos”, parecidos a serpientes, tenía la versatilidad de la trompa de un elefante, pero con una facultad adicional (y útil). Cuando cualquiera de los brazos no se usaba, ya fuere para levantar algo o para equilibrar un peso al que transportaba el miembro opuesto, ese brazo se replegaba dentro de su “estuche”, en el flanco del ser, donde permanecía apretadamente enrollado hasta que se lo necesitaba de nuevo. De esa manera, cuando los alienígenas no estaban desempeñando tarea alguna, los brazos desaparecían de la vista y no les obstruían el desplazamiento.
Los estupefactos seres humanos siguieron mirando, con embelesada atención, cómo los extrañísimos seres, de casi dos metros de largo y uno de altura, extrajeron con prontitud el contenido del coche a oscuras del subterráneo, inspeccionaron brevemente los cúmulos y, después, partieron con el tren. No bien los alienígenas desaparecieron, Max, Patrick, Richard y Nicole se acercaron para examinar las pilas. En los cúmulos había objetos de todas las formas y dimensiones, pero la pieza única que predominaba era una larga y plana, parecida a un peldaño convencional.
—Si tuviera que hacer una conjetura —aventuró Richard, levantando un objeto pequeño con forma de estilográfica—, diría que todo este material se encuentra, desde el punto de vista de la fuerza de soporte, entre el cemento y el acero.
—¿Pero para qué es, tío Richard? —preguntó Patrick.
—Van a construir algo, supondría yo.
—¿Y
quiénes
son los que
van
a construir? —preguntó Max.
Richard se encogió de hombros y meneó la cabeza, en gesto de desconocimiento.
—Estos seres que acaban de irse me dan la impresión de ser animales domésticos evolucionados, provistos de la capacidad de realizar tareas complicadas, en serie, pero no de pensar realmente.
—¿Así que no son la gente del arco iris de la que habla mamá? —preguntó Patrick.
—Por cierto que no —respondió Nicole con una sonrisa desvaída.
En el transcurso del desayuno, al resto del grupo, incluidos los niños, se le informó con todo detalle sobre los nuevos seres. Todos los adultos estuvieron de acuerdo en que si los alienígenas regresaban, como se esperaba que hicieran, no habría interferencia con la tarea que estaban realizando, cualquiera que fuera ésta, a menos que se estableciera que las actividades de esos seres representaban alguna clase de amenaza grave.
Cuando el subterráneo se detuvo en su ranura, tres horas después, dos de los nuevos seres salieron del coche anterior caminando sobre todas las patas y el cuerpo horizontal, y se apresuraron a llegar al centro de la cámara principal. Cada uno portaba un pote pequeño, dentro del cual hundían con frecuencia uno de los brazos, ya que con él trazaban marcas rojo brillante en el piso. Al cabo de un rato, esas líneas rojas circunscribieron un espacio que abarcaba el andén del subterráneo, todo el material que se había colocado formando cúmulos y cerca de la mitad de la superficie de la sala.
Instantes después, otra docena de los enormes animales con apéndices parecidos a una trompa salió en apurado tropel de los dos coches del subterráneo, varios de ellos transportando en el lomo estructuras curvilíneas grandes y pesadas. Los siguieron dos octoarañas con colores anormalmente brillantes que ondulaban alrededor de la esférica cabeza. Las dos octoarañas se pasearon por el centro de la cámara, donde inspeccionaron las pilas de material y, después, ordenaron a los seres parecidos a hormigas que empezaran una especie de tarea de construcción.
—Así que nos acercamos al desenlace —le comentó Max a Patrick, mientras los dos observaban juntos desde cierta distancia—. Entonces es verdad que nuestras amigas las octoarañas son las que mandan aquí, pero, ¿qué diablos están haciendo?
—¿Quién sabe? —contestó Patrick, fascinado por lo que estaba viendo.
—Mira, Nicole —dijo Richard algunos minutos después— por donde está ese cúmulo grande. Ese ser parecido a una hormiga está leyendo, no hay duda, los colores de la octoaraña.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Nicole en voz baja.
—Pienso que nos limitaremos a observar y aguardar —fue la respuesta de Richard.
Toda la actividad de construcción tuvo lugar dentro de las líneas rojas pintadas en el piso. Varias horas más tarde, después de recibir y descargar otro cargamento de grandes componentes curvilíneos traído por el subterráneo, se volvió clara la forma general de lo que se estaba construyendo. En uno de los lados de la sala se iba levantando un cilindro vertical de cuatro metros de diámetro. Su segmento superior se colocó, finalmente, a la misma altura que la parte de abajo de la cúpula. Dentro del cilindro se pusieron los peldaños, colocados de modo que formaran una espiral ascendente en torno del centro de la estructura.
El trabajo prosiguió durante treinta y seis horas sin disminuir su intensidad. Los arquitectos octoaraña supervisaban a las hormigas gigantes con brazos flexibles. La única interrupción importante de la actividad se produjo cuando Kepler y Galileo, que se cansaron de observar durante varias horas la construcción que hacían los alienígenas, inadvertidamente dejaron que una pelota rebotara por encima de la pintura roja y golpeara en uno de los seres parecidos a hormigas. Todo el trabajo se detuvo al instante y una octoaraña se apresuró a llegar al lugar, tanto para recuperar la pelota como para, aparentemente, tranquilizar al obrero. Con diestro movimiento de dos de sus tentáculos, la octoaraña lanzó la pelota de vuelta a los niños, y el trabajo se reanudó.
Todos, salvo Max y Nicole, estaban durmiendo cuando los alienígenas terminaron su escalera, recogieron los materiales residuales y partieron en el subterráneo. Max se acercó al cilindro y metió la cabeza adentro.
—Bastante impresionante —dijo, simulando timidez—, pero, ¿para qué sirve?
—Oh, vamos, Max —contestó Nicole—, compórtate con seriedad. Es obvio que se espera que subamos la escalera.
—Maldición, Nicole —le contestó Max—, eso ya lo sé… pero,
¿por qué? ¿Por qué
esas octoarañas quieren que subamos y salgamos de aquí…? Sabes que nos han manipulado desde el momento en que ingresamos en su madriguera. Secuestraron a Eponine y Ellie, nos mudaron al hemicilindro austral y rehusaron dejarme ir de vuelta a Nueva York… ¿Qué pasaría si decidiéramos no seguir de acuerdo con su plan?
Nicole miró con fijeza a su amigo.
—Max, ¿te parecería bien que posterguemos esta conversación hasta que estemos todos juntos, mañana por la mañana…? Estoy muy cansada.
—Por supuesto —accedió Max—, pero dile a ese marido tuyo que creo que deberíamos hacer algo completamente impredecible, como, quizá, hasta caminar por el túnel de regreso hacia la madriguera de las octoarañas. Tengo una perturbadora sensación respecto de adónde nos conduce todo esto.
—No conocemos todas las respuestas, Max —le contestó Nicole, fatigada—, pero verdaderamente no veo muchas opciones, aparte de obedecer sus deseos en tanto y en cuanto las octoarañas controlen nuestra comida y nuestra provisión de agua… A lo mejor, en esta situación simplemente debemos tener fe.
—¿Fe? —dijo Max—. Esa no es más que otra palabra para decir
no pensar
. —Regresó hasta donde estaba el cilindro—. Y esta asombrosa escalera podría llevamos al cielo con la misma facilidad con la que podría llevamos al infierno.
En la mañana, el subterráneo regresó con nueva comida y agua. Después que partió y que todos inspeccionaron la estructura cilíndrica, Max argumentó que había llegado la hora de que los seres humanos demostraran que estaban “cansados de ser empujados de un lado para otro” por las octoarañas, y sugirió que él, y quienquiera que quisiera acompañarlo, tomaran el único rifle que quedaba y marcharan de regreso por el túnel que pasaba debajo del Mar Cilíndrico.
—Pero, ¿qué es, con exactitud, lo que tratas de conseguir? —preguntó Richard.
—Quiero que me capturen y me lleven al sitio en el que retienen a Eponine y Ellie; entonces sabré con certeza si están bien. Los sueños de Nicole realmente no son suficiente…
—Pero, Max —replicó Richard—, tu plan no es lógico. Piensa en ello. Aun suponiendo que no te atropelle el subterráneo mientras estás en el túnel, ¿cómo les vas a explicar lo que quieres a las octoarañas?
—Tenía la esperanza de obtener algo de ayuda de ti, Richard —dijo Max—. Recuerdo cómo tú y Nicole se comunicaron con los avianos. A lo mejor yo podría utilizar tu pericia con la computadora para que me hagas una imagen por gráficos de Eponine. Entonces, podría mostrársela a las octoarañas empleando mi monitor…
Nicole percibió la súplica en la voz de Max. Tocó la mano de Richard y dijo:
—¿Por qué no? Alguien podría explorar a dónde lleva la escalera, mientras tú creas para Max imágenes por computadora de Eponine y Ellie.
—Me gustaría ir con Max —declaró Robert Turner de repente. Si existe la más mínima posibilidad de encontrar a Ellie, quiero aprovecharla… Nikki va a estar perfectamente bien aquí, con sus abuelos.
Aunque tanto Richard como Nicole se sentían preocupados por lo que estaban oyendo, prefirieron no expresar su angustia delante de todos los demás. A Patrick se le pidió que subiera por la escalera y efectuara una exploración mínima, mientras Richard ejecutaba su magia con las representaciones gráficas por computadora. Max y Robert fueron a sus dormitorios para prepararse para su travesía. Nicole y Nai quedaron solas con Benjy y los niños en la cámara principal.
—Crees que es un error que Max y Robert regresen, ¿no, Nicole? —la pregunta de Nai se formuló, como siempre, en el tono cortés que caracterizaba la personalidad de la madre de los mellizos.
—Sí; pero no estoy segura de que
mis
pensamientos sean adecuados en esta situación. Para ellos es importante que se tome alguna acción dirigida a reunirlos con sus compañeras… incluso si la acción no tiene mucha lógica.
—¿Qué crees que pueda ocurrirles? —preguntó Nai.
—No sé, pero no creo que Max y Robert encuentren a Eponine y Ellie. En mi opinión, cada una de las mujeres fue secuestrada por un motivo específico… Si bien no tengo la más remota idea de
cuáles
fueron esos motivos, estoy convencida de que las octoarañas no les harán daño y que, con el tiempo, nos las van a devolver.
—Eres muy confiada —opinó Nai.
—En realidad, no. Mis experiencias con las octoarañas me llevaron a la convicción de que estamos tratando con una especie dotada de un elevado sentido de la moralidad. Admito que los secuestros no
parecen
estar de acuerdo con esa imagen y no culpo ni a Max ni a Robert por arribar a sus propias, y muy diferentes, conclusiones sobre las octoarañas, pero apostaría a que, a la larga, hasta vamos a entender el propósito de los secuestros.
—Mientras tanto —dijo Nai—, enfrentamos una situación difícil. Si tanto Max como Robert se van y nunca vuelven…
—Lo sé —la interrumpió Nicole—, pero no hay nada que realmente podamos hacer al respecto. Han tomado la decisión, Max en particular, de que tienen que emitir hoy una especie de declaración. Es un poco anticuado, hasta machista, pero comprensible. El resto de nosotros debe adaptarse a las necesidades de ellos, aun si, en nuestra opinión, sus actos parecen caprichosos.
Patrick volvió en menos de una hora. Informó que la escalera terminaba en un rellano que se estrechaba hasta convertirse en un pasillo detrás de la cúpula. Ese pasillo desembocaba en otra escalera, más chica, que ascendía otros diez metros y entraba en una cabaña con forma de iglú, a unos cincuenta metros al sur del acantilado que daba al Mar Cilíndrico.
—¿Y qué tal estaba ahí afuera, en Rama? —preguntó Richard.
—Igual que en el norte, frío, alrededor de cinco grados Celsius estimaría yo, y oscuro, con nada más que indicios de luz de fondo… La cabaña iglú es abrigada y está bien iluminada; hay camas y un solo baño, indudablemente diseñados para nosotros, pero, en total, no hay mucho espacio habitable.