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Authors: Paul Bajoria

Tags: #Infantil y juvenil, Intriga, Drama

Rastros de Tinta (15 page)

BOOK: Rastros de Tinta
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Noté que respiraba hondo, y hubo otro largo silencio.

—¿Sabes? —dijo finalmente—. Creo que eres el chico más testarudo que he conocido en mi vida.

Ya era noche cerrada cuando Nick fue a la caza del camello.

Yo me quedé haciendo guardia en el oscuro patio, mientras él se escurría como un gato por encima de los muros y los techos bajos del patio de La Melena del León, buscando una manera de entrar a robar en su propia casa. Bastó con apoyar unos segundos la oreja en la puerta del fregadero para asegurarnos de que la señora Muggerage seguía roncando; lo único que Nick tenía que hacer era encontrar una ventana del piso de arriba por donde colarse. Mientras aquella imponente mujer seguía roncando en el piso de abajo, sin ninguna duda soñando con conseguir el primer premio en los Campeonatos Nacionales de Lanzamiento de Cuchillos de Carnicero, aclamada por toda una flota de amorosos contramaestres, los ligeros pies de Nick se movían por encima de los tablones de madera bajo los que ella dormía, y en la oscuridad, buscó a tientas hasta que sus dedos dieron con el suave cuello del camello de metal.

Yo daba vueltas, desde mi posición, intentando vigilar todos los lados a un mismo tiempo. Estaba especialmente atento a la esquina del establo, donde sabía que era muy fácil que cualquier observador se colara, completamente inadvertido, tras el delgado muro. ¿Estarían los ojos de algún asesino mirándome fijamente? ¿Habría alguien esperando al acecho? ¿Algún…?

Noté como una mano me tapaba la boca. Casi me morí del susto.

La voz de Nick me susurró al oído.

—¿Qué clase de vigilante eres? Podría haber sido cualquier persona.

Había sido tan sigiloso que no me había dado cuenta de que ya había salido de la casa.

—¿Lo tienes? —le pregunté.

—Chist. ¡Baja la voz! Sí, lo tengo, y te he traído una manta para que lo envuelvas.

Con manos trémulas, agarré el paquete irregular que me pasó, y noté el contorno extraño del camello a través del tejido.

—La nota —le susurré.

—La pasaré por debajo de la puerta del fregadero —me informó Nick—. Y ahora esfúmate antes de que mi papá vuelva.

—Tu papá o cualquier otra persona —advertí. Forcé la vista para poder entrever su rostro en la oscuridad, e intenté imaginar su expresión, emocionado de que finalmente hubiese decidido ayudarme.

—¿Y bien? —preguntó tras una pausa—. ¿A qué esperas?

—Gracias, Nick —dije.

—No me vengas con ésas, ¡y lárgate!

Con el paquete bien apretado contra el pecho, avancé sigilosamente hasta el muro del establo y me escabullí por el pasaje que conducía al patio de la taberna. Tras echar una mirada a ambos lados, me puse a correr en la oscuridad, atravesando las calles en dirección a Clerkenwell.

Cuando entré en la imprenta de Cramplock, no se oía ningún ruido, a excepción del zumbido de las luces de gas que había fuera, en la esquina, y el familiar resuello de
Lash
, dándome la bienvenida en la pesada puerta de la entrada. Una vez dentro, noté su hocico en la palma de la mano y fui a la alacena a buscar una jarra de leche para darle algo de beber. Había pasado mucho rato fuera, y lo oí gimotear.

—Espera —le dije—. ¡Ya voy, ya voy!

Entonces, antes de subir a la cama, giré la lámpara de encima de la mesa, para así poder ver mejor el paquete en el que estaba envuelto el camello. El hocico de
Lash
apareció sobre el borde de la mesa, olisqueando la vieja manta con curiosidad mientras yo desenvolvía el fardo.

Alcé el camello entre las manos. Realmente no seta demasiado impresionante: sin brillo, con la superficie escamosa, y más o menos del tamaño de una gallina. ¿Por qué demonios la mitad de la población criminal de Londres iba tras aquel animal?

Lash
daba saltos y me golpeaba con las patas delanteras, lleno de curiosidad. Tuve que apartar el camello para que dejase de olisquearlo de una vez.

—¿Qué te pasa, chico? —le pregunte—. Es un camello. ¿No has visto nunca un camello? ¿Eh? Vaya un cachivache más viejo, ¿verdad?

Parecía que quisiera roerle la cabeza.

—Para de una vez —le ordené impaciente, sacándole el camello de delante—. Abajo, perro estúpido.

Le había mojado la cabeza con saliva. Lo sequé con la manta en la que lo había traído envuelto y lo volví a tapar con ella.

Lash
todavía lo buscaba con la mirada, alerta y expectante, siguiendo con los ojos todos los movimientos de mis manos. Me agaché para abrazar su cabeza peluda.

—Bueno, vaya un día —le dije—. Han pasado muchas cosas, ¿a que sí, chico?

Mientras le apretaba la cabeza contra la mía,
Lash
intentaba sacar la lengua por la comisura de la boca para lamerme la cara. Lo agarré del hocico y lo miré fijamente a los ojos.

—¿Te ha caído bien Nick? ¿A que sí, verdad? ¿Crees que será nuestro… amigo?

Dudé un segundo antes de pronunciar la palabra, y cuando lo hice, me sonó extraño que saliera de mis labios. Desde que había salido del orfanato, había aprendido a cuidarme yo solo. No había muchos chicos de mi edad en los que confiara lo suficiente para llamarlos «amigos». Sólo éramos
Lash
y yo, y así había sido desde que podía recordar. Pero había algo en Nick que me hacía sentir diferente. Tenía la extraña sensación de que acababa de encontrar a alguien con quien realmente quería pasar el rato. Y era mucho más que eso. Tal como había intentado explicarle a Nick, notaba que esa aventura en la que ambos estábamos involucrados era, de algún modo, importante, aunque no acababa de entender por qué…

Pensé en la nota que habíamos falsificado para el contramaestre y no pude evitar sonreír de satisfacción al imaginármelo encontrándola y abalanzándose escaleras arriba para descubrir que su precioso camello había desaparecido.

Querido

No lo has vijilado demasiado vien, verdá.

Estaba muy orgulloso de nuestra imitación de la horrible ortografía de esos ladrones. Lo que sobre todo me hacía sonreír de oreja a oreja era imaginarme a la señora Muggerage intentando explicar al furioso contramaestre de qué manera el ladrón había conseguido birlarle el tesoro ante sus narices, mientras ella estaba de guardia en el piso de abajo. ¿Cuántos insultos le habría propinado? Me imaginaba al contramaestre persiguiéndola por el patio de delante de la taberna, haciendo que los edificios temblaran a su paso, como si se tratara de un par de elefantes barritando.

Me levanté y, tras agarrar de la mesa la lámpara y el camello, subí hacia la cama. Esperaba que
Lash
me siguiera, pero cuando llegué a lo alto de la escalera me di cuenta de que todavía estaba esperando sentado.

—Vamos —le dije, impaciente.

Pero se quedó allí, ladeando la cabeza, y me dedicó otro gemido lastimero.

—¡Vamos! —repetí, esta vez más alto. Pero
Lash
no se movió. Allí pasaba algo. Por alguna razón no quería subir. ¿Se había lastimado? ¿Lo habría asustado algo mientras yo estaba fuera?

De repente sentí una gran inquietud. Abrí la puerta de la habitación de arriba y aguardé unos segundos antes de entrar, examinando el interior. ¿Habría algo allí dentro que lo había asustado? Alcé la lámpara para iluminar la habitación, pero todo parecía estar en su sitio, tal como lo había dejado esa misma mañana.
Lash
estaría haciendo el tonto. Bostezando, dejé el camello encima de la cama, me quité la ropa sucia y me enjuagué un poco la cara y los sobacos con el agua helada de la palangana que tenía en la mesita de noche. Entonces me di cuenta del cansancio que llevaba a cuestas. Temblando ligeramente y sacudiendo las manos para que se secaran, cogí el camisón y, antes de meterme en la cama, metí el camello en el armario para guardarlo.

De repente, pegué un brinco, alarmado. Algo se había movido dentro del armario. Había visto algo arrastrándose entre las viejas botellas de tinta que había al fondo del estante, haciéndolas tintinear. ¿Sería una rata?

No podía ver claramente lo que había dentro del armario y fui a por la lámpara. Mi sombra se alargó contra la pared, a mis espaldas. Entonces puede ver bien el fondo del armario, y cuando descubrí qué era lo que había provocado el ruido. Lo primero que pensé fue que tenía alucinaciones, y tuve que frotarme los ojos.

Enrollada en sí misma, a la altura de mis ojos, había una serpiente.

Bajo la luz de lámpara, las escamas le brillaban como si fueran de metal pulido. Levantó su minúscula cabeza, como si estuviera suspendida de un hilo invisible sujeto al techo. La lengua apareció y desapareció, como si fuera otra serpiente, atrapada dentro del cuerpo de la más grande.

Era vagamente consciente de que
Lash
seguía gimoteando a mis espaldas. Pero no me podía creer lo que veían mis ojos, y me quedé allí, paralizado, hipnotizado por aquella criatura enrollada, que, bajo la luz de la lámpara, lanzaba sobre mí destellos de un dorado profundo. Lentamente, se arrastró por el estante, enrollándose sobre sí misma, creando intrincados nudos con su cuerpo y saliendo de ellos. De repente, pareció como si la cabeza se le hinchara, y al mismo tiempo que la erguía silenciosamente en el aire, se le desplegaron a ambos lados algo parecido a unos alerones, como un capuchón negro, y el fino cuerpo quedó colgando como la cuerda de un cometa. Parecía que había traído a la habitación un extraño perfume, como incienso; un olor que hacía que la cabeza se me fuera y que mi larga sombra creciera y se acortara sobre la pared del fondo con cada latido de mi corazón.

Me di cuenta de que todavía tenía el camello en las manos. Con todas mis fuerzas lo lancé al estante, contra la masa escurridiza de la serpiente, con la esperanza de destruirla en mil pedazos.

El camello cayó entre las cajas y las botellas, desparramó todo lo que había en el armario e hizo que el contenido de los estantes se precipitara al suelo en cascada, con un estrépito capaz de despertar a todo el mundo en la calle. El camello se quedó en el fondo de la repisa, recostado, con la cabeza mirando hacia mí, los ojos vidriosos iluminados por la lámpara. No había rastro de la serpiente.

No la había visto moverse: en un momento estaba ahí, al siguiente ya no estaba. Me volví para tratar de descubrir dónde se había metido. La habitación empezó a dar vueltas ante mis cansados ojos. No se veía la serpiente por ningún lado. Incluso puse la lámpara en el suelo y me agaché para mirar debajo de la cama, pero no había rastro de ella. Prácticamente no había ningún sitio más donde pudiera haberse escondido.

¿Y si había bajado por las escaleras? Miré hacia abajo y me encontré con
Lash
, sentado exactamente donde lo había dejado, observándome ansioso. Me dedicó un breve ladrido. Por delante de él no había pasado ninguna serpiente, eso estaba claro, porque de haber sido así,
Lash
no seguiría sentado. ¿Y si se había colado por alguna grieta del zócalo? Estaba temblando de pies a cabeza. Quizá fuera cierto que todo había sido una alucinación. Fui hacia la ventanita y comprobé con la mano el marco de madera astillada. Estaba cerrada; la serpiente no podía haber salido por ahí.

Justo cuando iba a apartarme de la ventana, vi que había alguien fuera. En la calle, entrando y saliendo del círculo de luz que proyectaba la farola, se hallaba un hombre alto, con un sombrero negro, que miraba a un lado y otro de la calle, preocupado por si alguien lo veía. Y cuando se volvió para mirar hacia arriba, la súbita visión de un rostro familiar hizo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo. Conocía a ese guardia nocturno, aquella alta figura al acecho, demasiado bien.

Era el hombre de Calcuta.

7. HARINA Y CENIZAS

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